jueves, 27 de diciembre de 2007

Warhol sobre Warhol

Si alguien aún no ha visto la exposición de La Casa Encendida, que apriete el paso porque la clausuran el próximo día 6 de enero. Lo más interesante: las extraordinarias medidas de seguridad. Al entrar en la primera sala e intentar quitarme al abrigo se me abalanza un armario uniformado:
−No puede usted quitarse el abrigo –me dice−. Si quiere hacerlo, debe dejarlo en el guardarropa, porque no se puede recorrer la exposición con el abrigo en la mano.
Y al advertir mi fastidio, continúa:
−Puede usted dejárselo sobre los hombros −y, amablemente, me ayuda a colocármelo de ese modo.
Paseo para las salas con el abrigo sobre los hombros… como miembro del club de la capa española, con la espalda bien derecha... para evitar el deslizamiento.
Nunca me ha gustado Warhol y lo que encuentro no mejora mis prejuicios. Muchas fotografías (algunas, de calidad estimable) y pocas obras de gran formato… No es la mejor exposición para hacerse una idea de lo que fue este “personaje”, celebrado bufón de la gente guapa norteamericana, aunque los organizadores se han esforzado por sacar partido museístico al conjunto.
−Oiga, usted; es que se ha puesto por las nubes. El kilo de Warhol está a muchos millones de dólares y si hubiéramos traído más pinturas de gran formato, nos habrían arruinado los seguros….
−Válgame Dios; a dónde vamos a parar…


De nuevo, la dualidad valor-precio, y es sabido que sólo los estúpidos confunden lo uno con lo otro...
Pues, lo dicho: en La Casa Encendida “están poniendo” obras carísimas del representante más zafio del llamado “arte popular” (no me apetece emplear mayúsculas ni expresarlo en inglés) norteamericano, protegidas por medidas de seguridad excepcionales…

lunes, 24 de diciembre de 2007

Mark Wallinger, premio Turner 2007


Conocida la obra de Tomma Abts, mujer, alemana y pintora, a quien se otorgó el premio Turner en 2006, era difícil prever que este año el distinguido fuera Mark Wallinger, un personaje de tradición conceptual , eterno candidato desde los tiempos de Damien Hirst (el de los animales en peceras de formol y la calavera enjoyada). La elección se argumentó: por "su inmediatez, su intensidad visceral e importancia histórica".
Sabiendo que en este premio se valora la obra reciente, Wallinger es bocado de cardenal para la prensa reaccionaria y para quienes entienden que, en asuntos estéticos, ya está bien de hacer el oso… El chiste fácil casi es obvio en este caso, porque sus obras má relevantes son:
1. “Sleeper” (2004), que documenta una performance realizada en Berlín: Durante diez días se encerró en la Galería Nacional de Berlín disfrazado de oso. Creo que la “idea” pasaba por “ocupar”, con las vivencias propias del autor, un espacio recientemente sacralizado por una exposición con fondos del MOMA, que había tenido gran éxito de público.

 
2. "Estado Gran Bretaña". Mark Wallinger organizó en la Tate Gallery una réplica del montaje (especie de “campamento”) que en 2001 había construido en las calles londinenses el pacifista Brian Haw para protestar contra la guerra de Irak, y que fue desmantelado por la policía seis años después. La obra de Mark Wallinger ha sido valorada en 180.000 dólares USA.
El premio, dotado con 50.000 dólares, fue entregado excepcionalmente en Liverpool por Dennis Hopper, que, según mi buena amiga Puri, sigue viviendo de las rentas de haber dirigido una de las películas más oportunas y discutibles de la Historia del cine: Easy Rider, 1969… Y sigue Puri, que está a punto de acabar Bellas Artes y entiende mucho de arte actual:
— ¿Lo ves? Si ya te lo decía yo: los del la Tate (por supuesto, lo pronuncia con acento de Oxford-Serrano) se han vuelto locos. Consintieron aquella instalación y luego se premian a sí mismos. Mira, yo también estoy contra la guerra de Irak… como todo el mundo civilizado, pero todo tiene su lugar: las manifestaciones pacifistas se hacen en la calle, a las puertas del Congreso, por el paseo del Prado y en sitios así. Los museos son para otras cosas… Si el arte se politiza, no hay arte sino panfleto… Y hasta te diría que la obra de Mark (lo cita con familiaridad insolente) ha desprestigiado al mismísimo Brian Haw, pobrecito, convertido en carne picada para las hamburguesas del Hopper (como nació en Barcelona menudea contracciones anómalas para los de Valladolid).
—Visto así… —respondo entre bostezos y cambio de tema, porque hablar de política en ciertas situaciones reduce las posibilidades sexuales…
Pero en mi cabeza mariposean las obras de Goya, Daumier, Dix, Picasso y de todos los artistas de reconocido prestigio que incluyeron el factor político en el proceso creativo. Si el arte habla para todo el mundo, de las cosas que interesan a todo el mundo… Obviamente, no estoy de acuerdo con Puri… Pero, en este caso, tampoco con los criterios de la Academia Británica.
 

Cuando las normas sociales son tan celosas en la defensa de la propiedad intelectual, me parece insultante que los 50.000 dólares se hayan entregado a Mark Wallinger y no a Brian Haw. Me parece asumible que el reconocimiento estético y el incremento de cotización que ello supone recaigan sobre aquél, pero el premio en metálico deberían habérselo dado al pacifista británico, por razones obvias y, desde luego, para acreditar los derechos de autor… Llevamos casi cien años descontextualizando objetos, para que la “réplica descontextualizada” sea un mérito estético relevante; el mérito estético estaba en crear un espacio visual reivindicativo (con carácter de furúnculo para el gobierno británico) y mantenerlo activamente durante más de seis años.
Además existe otro importante argumento. Conocidos los perfiles psicológicos de ambos, no sé a qué dedicará el dinero Mark Wallinger, pero seguro que Brian Haw habría encontrado una finalidad más digna… como, por ejemplo, un museo estable dedicado al movimiento pacifista.

lunes, 17 de diciembre de 2007

El negocio del arte. A propósito de la exposición de Tutankamon.

Desde el mes pasado se puede visitar en Londres una exposición que ya está definiendo jalones importantes en la gestión museística. Para ver "Tutankamón y la era dorada de los faraones", en el Domo del Milenio (Millenium Dome), el centro The O2, hay que pagar entre 30 y 40 US$. Contando con las entradas reducidas y las visitas escolares, los organizadores esperan recaudar 10 millones de US$. La estimación no es exagerada porque durante el tiempo que la exposición permaneció abierta en Estados Unidos recibió 4 millones de visitantes. El evento La ha sido organizado por AEG, una corporación dedicada al negocio del entretenimiento, en colaboración con el gobierno de Egipto, que se reserva el 75 % de la recaudación, y los pertinentes avales científicos del Museo Británico.
La vieja ciudad con arraigada tradición de magníficos museos gratuitos parece haber cambiado de rumbo a velocidad de vértigo, para tomar las sendas que anunciara Thomas Krens cuando, para salir del bache financiero que tenía la Fundación Guggenheim, propuso “prestar la marca” a quien tuviera dinero para pagarla. Si la cultura puede generar dinero, ¿por qué despreciar esa posibilidad? A la postre el Museo Guggenheim-Bilbao no sólo fue un magnífico negocio para la Fundación Solomon R. Guggenheim. La sede diseñada por Frank O. Gehry supuso un importante golpe de efecto para la imagen del País Vasco, porque de ese modo se convertía en referente de la actividad cultura planetaria. Ya no se conocería a Bilbao como la “capital” de un “país” en permanente actualidad por causas violentas; pero el nuevo museo también fue un factor de transformación urbanística que generó importantes plusvalías y, por supuesto, una aportación fundamental a su infraestructura turística… Y hasta desplazó al viejo “puente colgante” como “símbolo” de una ciudad que necesitaba alimentar su propio orgullo. ¿Se acuerda alguien de la “copla”? “No hay en el mundo, leré, puente colgante, leré, más elegante, leré, que el de Bilbao, riau, riau”
 

Diez años después de su inauguración, los 15.000 millones de pesetas (90 millones €, que costó su “ubicación”) pierden relevancia si las comparamos con las repercusiones económicas. Los 10 millones de visitantes que han paseado por sus salas, habrían pagado en taquilla cerca de 100 millones de euros, que justifican un esfuerzo aparentemente exorbitado… incluso, sabiendo que dichas cifras únicamente hablan del beneficio de la Fundación Guhenggeim ( a ellas aún habría que añadir los recursos procedentes de fuentes diversas: subvenciones, celebración de eventos, rodajes de spots y películas, etc..
Aunque sea difícil establecer los beneficios que dejaron en los establecimientos turísticos de Bilbao esos 10 millones de visitantes, es obvio reconocer que la “operación Guggenheim Bilbao” precipitó un magnífico negocio para las personas y entidades interesadas, incluyendo a quienes poseyeran bienes inmuebles en sus alrededores. Y por si todo ello fuera poco, además, los bilbaínos tienen “en casa” un magnífico edificio, una interesante colección de obras de arte y un museo que durante este tiempo ha acreditado un dinamismo cultural y pedagógico sobresaliente. Los de Bilbao podrán cantar una copla muy diferente…
En este ambiente museístico, Zahi Hawass, egiptólogo que está al frente de la arqueología egipcia, hizo notar que cumplir las viejas recomendaciones internacionales ( ICOM) para facilitar generosamente el préstamo e intercambio de obras de arte había pasado a la historia. Según su juicio, no tiene sentido que Egipto preste obras gratuitamente, como sucedió en la exposición del año 1972, para que, desde ellas, otras entidades hagan negocios de la más variada naturaleza: libros, recuerdos, catálogos, diapositivas, etc.
Está pasando a la historia la doble naturaleza jurídica de los objetos culturales, que junto a las cualidades materiales, presuponían otras espirituales, susceptibles de ser canalizadas con finalidad social. Todos creíamos que las obras de arte contienen una parte de nuestra personalidad como miembros de un grupo determinado, modelado a lo largo del proceso histórico, que los valores estéticos son cualidades intangibles imposibles de someter a las leyes del mercado… Esa doctrina, que ofreció sustento filosófico a la legislación sobre patrimonio cultural de casi todos los países occidentales (en España aún está vigente), sencillamente, está cediendo ante el imperio del orden liberal. Y en cierto modo, es lógico; sería un milagro que el universo cultural escapara de los valores dominantes: la “libertad” (individual, empresarial y comercial) debe prevalecer por encima de todo… incluso, por encima de los intereses sociales específicos del arte.
Los problemas que deberá resolver el nuevo gestor de estas instituciones se han hecho evidentes en el caso de Londres y son y serán muy diferentes a los tradicionales... Colocándonos en la piel de cualquier gestor de estas entidades: si cobrando 30 € por entrada, acuden un millón de visitantes, ¿cuánto obtendría en taquilla cobrando 100 €? Y podría suceder que, desde los intereses del promotor, fuera preferible cobrar 100 €, porque al multiplicar el precio de la entrada por tres, acaso sólo se redujera la cifra de visitantes a la mitad. La libertad empresarial absoluta conduce inevitablemente a la preeminencia del dividendo…

 

Hace tiempo, el ICOM (International Council of Museums, de la UNESCO) definió la actividad museística del siguiente modo: “Un Museo es una institución sin fines de lucro, un mecanismo cultural dinámico , evolutivo y permanentemente al servicio de la sociedad urbana y a su desarrollo, abierto al público en forma permanente que coordina , adquiere, conserva, investiga, da a conocer y presenta, con fines de estudio, educación, reconciliación de las comunidades y esparcimiento , el patrimonio material e inmaterial, mueble e inmueble de diversos grupos (hombre) y su entorno”.
En las condiciones descritas ¿es razonable defender que los museos sean “instituciones sin fines de lucro”? ¿Deben cambiar los museos o debe cambiar la denominación de ciertas instituciones? ¿El “Museo Guggenheim-Bilbao” debiera denominarse “Museoide Guggenheim-Bilbao”? ¿O tal vez, “Centro de Explotación Estética Guggenheim-Bilbao”? Y si no cambian las denominaciones… ¿Cuánto tiempo tardarán los gestores del museo del Prado en cobrar la entrada a 30 €? ¿Cuánto tiempo tardarán nuestras autoridades políticas en “privatizar” la gestión de los grandes museos, como ya han hecho con los Centros Culturales municipales? La justificación es obvia: que pague el arte quien lo disfrute y, además, si los museos de titularidad institucional ganan dinero, se podrán bajar los impuestos… En definitiva, habrá que proponer una nueva definición de Museo, que acaso pudiera pergeñar el genio de Tita Cervera.

domingo, 16 de diciembre de 2007

Una visita a la ciudad del Santander

Hace unos días pude realizar una visita turística a la “ciudad” que el banco Santander construyó en Boadilla. Desde hace tiempo, el propio banco organiza visitas gratuitas que, mediante autobús, arrancan de una de sus sedes del paseo de la Castellana, próxima al casi imperceptible museo de escultura al aire libre que existe bajo el puente de Eduardo Dato. El autobús salió puntualmente...
Nos ofrecieron una “panorámica” por las calles y entre los campos de golf y los jardines, en los que son estrellas destacadas algunos olivos “milenarios” transportados desde diferentes lugares de la península Ibérica y más allá. Nos guiaba una amabilísima joven, que enseguida destacó las cualidades más relevantes del proyecto: 150 hectáreas para integrar los servicios centrales del banco y proporcionar cobijo a 6.000 empleados felices...
  

Nos condujeron a una de las zonas “sociales”, en la que existe un amplio salón de actos con tapicería roja, donde nos hicieron ver dos películas promocionales, que explicaban las cualidades de la ciudad y el periplo del propio banco desde su fundación hasta el presente.
Se nos explicó que, siguiendo una idea del dueño del banco, el proyecto había sido de Kevin Roche, arquitecto norteamericano que ya había realizado obras afines, por supuesto, de menor extensión; que había recibido múltiples premios y menciones internacionales; que los trabajadores podían jugar al golf, que se regaba sin consumir agua en exceso; que en el recinto contaba con un magnífico hotel, así como gimnasio, tiendas, dos centros gemelos de información digitalizada, comedores para los empleados, para quienes también había servicios de autobuses rojos con varias líneas... Y la guía apostilló que trabajar allí, en un ambiente ecológico tan excepcional, rodeados de olivos milenarios, era un privilegio...
Volvimos al autobús para recorrer otros cientos de metros hasta llegar a uno de los edificios principales, en cuyos sótanos se encuentra el museo que alberga una importante colección de obras...
El museo está bastante bien montado, dentro de lo que cabe esperar en una institución de estas características, donde prevalecen criterios “demostrativos” sobre los “expositivos”. Lo enseñan guías perfectamente aleccionadas; lo vigilan agentes de seguridad extremadamente celosos con las cámaras fotográficas… Al parecer, está terminantemente prohibido realizar fotografías dentro del museo… No me extrañaría nada que, como quienes continúan practicando cultos primitivos, los banqueros o sus “asistentes” también creyeran que las fotografías “roban” el alma de los objetos artísticos… porque, cuando median actitudes de mecenazgo tan encomiable, no se me ocurre otra razón para reprimir la voracidad icónica de nuestros días. No, no creo que estén pensando en defender a ultranza los derechos de reproducción... Esas motivaciones sólo les preocupan a los dueños de las iglesias y las catedrales, que son entidades muy diferentes.
Tras dar un paseo por las salas y hacerme una idea concreta de su contenido, que conocía por referencias indirectas, salí del museo e intenté dar una vuelta por los alrededores… Me lo impidió un guardia de seguridad con aspecto de “drugo bueno”. Según su verbo telegráfico, estaba terminantemente prohibido salir del circuito predefinido, y no se podían visitar los edificios nobles, “por razones de seguridad” y, además, también estaba prohibido hacer fotos en el exterior del museo. Le pregunté qué estaba permitido y me respondió con una mirada desafiante. “Le traen gratis, le dan un paseo por la ciudad, le enseñan el museo y encima se queja”, supongo que pensó. Por mi parte, le quedé muy agradecido por protegerme de los ejecutivos que pudieran merodear por los alrededores, Mont Blanc Meisterstück en ristre...
Regresé al interior, para unirme a mis compañeros eventuales, que seguían con atención mística las explicaciones de la guía... Todo maravilloso... Escasos visitantes, salas generosas, buena climatización, iluminación efectista, maderas nobles, importante colección de monedas y billetes... gran arco de seguridad, flanqueado por el “drugo bueno” y un compañero de similares cualidades...
Lo más destacable: además de las obras de los siglos XVI y XVII, la imponente colección de pinturas que Josep María Sert realizó para el hotel Waldorf Astoria de Nueva York… Y recordé el manual de Historia de la Cultura que utilicé hace mil años, en el que se decía que aquél era el artista español más importante del siglo XX… Picasso, Miró, Dalí aún eran sospechosos de degeneración...
 

En ese punto, imaginando que existiera alguna relación entre el banco Santander y aquellos viejos principios estéticos, la depresión se apoderó de mí y recordando lo felices y contentos que se sentían los trabajadores de la imponente súper-ecológica ciudad, nacieron en mi mente imágenes de los inframundos de Aldous Huxley...
Cuando cumplido el ciclo publicitario regresaba a Madrid sin haber visto prácticamente nada de los edificios que esperaba ver con cierto detenimiento, aún en el autobús, me decía que jamás abriría una cuenta bancaria en un banco tan voraz y, al mismo tiempo, tan poco escrupuloso con las expectativas de sus posibles clientes... Pero, a fuerza de ser sincero, también reconozco que acaso hubiera cambiado de opinión si, en lugar de enseñarnos las pinturas de Sert, salvando las condiciones de seguridad, nos hubieran regalado un bolígrafo (o en su defecto, un lapicero con el anagrama del Santander) y un globito rojo...
Tiempos curiosos, en los que el color rojo nos hace pensar en un banco... que se interesa por los valores ecológicos y por coleccionar arte.

sábado, 15 de diciembre de 2007

Por los prados de el Prado...



El otro día, el domingo 9, ladera arriba, ladera abajo, me acerqué al sagrado templo de Villanueva para cumplir el rito jubiloso y obligado de conversar con las musas amigas y las avecinadas por el genio de don Rafael… Me ardían las entrañas imaginando el efecto mayestático de los rojos pompeyanos en refuerzo de las gamas verdes de renovado sentido ecológico… Intento vano. Los feligreses, ignorantes de las bondades estéticas de la señora Iglesias, se aglomeraban ante las puertas más prosaicas de las taquillas y el acceso nuevo. Hacía frío y el ambiente dominado por los rigores de diciembre, no propiciaba sumarse a la peregrinación ovina (o bovina) del consumo cultural. Y nos fuimos con la música a otra parte.
Dejaremos para otro día el embeleso estético, porque hoy se impone preguntar a quién se le habrá ocurrido un sistema de acceso tan peregrino, de mortificación doble: penuria para sacar las entradas, penitencia para emplearlas. Quisiera saberlo para felicitarle públicamente. Me parece buena idea imponer al voraz consumidor la purificación ascética que exige toda experiencia estética. E, incluso, recomiendo ir más lejos: Para el próximo evento, los curiosos, turistas y desocupados deberán acudir, como corresponde a la dignidad del caso, en estado de máxima “véritas”, es decir, en pelotas; y así permanecerán, de cola en cola, mientras caminen por los espacios más sacralizados de la capital del Estado español y sus aledaños. Y si es menester, de tal guisa podríamos encadenarnos a los árboles del paseo...