sábado, 18 de octubre de 2014

Los "selfies" en los museos

El País publica un artículo de Estrella de Diego, una de las personas de mayor proyección —por no decir poder—en el mundo del arte contemporáneo, lamentándose sobre la costumbre que han adquirido muchas personas de hacerse “selfies” en los museos:

(…) Son las grandes obras convertidas en monumento de consumo, testigos de unos viajes en los que miramos sólo a través del encuadre del móvil o la tableta —estaba a punto de decir qué horror.
Y es aquí donde surge mi perplejidad, ya que no acierto a entender el porqué de la abundancia de fotos en las salas, frente a las obras, más allá del papel de testigo para Facebook. Pues quienes hacen —o roban— las fotos hoy en los museos no son profesionales que las necesitan para su trabajo por diferentes motivos, algo que ocurría en mis tiempos de estudiante, cuando las postales con frecuencia no reproducían sino las obras más populares, aquellas que compraría el público. En la actualidad son numerosísimas las obras que se encuentran en la web y, en especial, esas grandes obras que persigue buena parte del público. Y es que no es el cuadro lo que interesa, sino el “yo” con el cuadro. O sea, el “yo” allí también. ¿O sería más justo decir el “yo” sin más?
Pero siempre he creído que el que saca fotos de cada cosa que ve se pierde el acontecimiento mientras ocurre. Lo comprobé en mi primer viaje a Islandia cuando mi madre me pidió que le trajera fotos porque le intrigaban aquellos paisajes. Como nunca había visto unos cielos tan bellos y tan cambiantes, saqué las fotos solicitadas, si bien luego, al revelarlas, mi decepción fue inmensa: no estaba detenida la belleza que había disfrutado. En el fondo, hacer fotos de cada instante de la vida es dejar de vivirla, y por eso estoy en contra de las fotos en los museos. Más vale mirar las obras y saborearlas que despeñarse por los selfies para dejar constancia del paso por las salas. Facebook puede esperar, créanme.


Lo que a mí me produce perplejidad es, justamente, la perplejidad de Estrella de Diego.  Las personas acuden a los museos con motivaciones tan diversas como diversos son los grupos que se pueden definir desde cualquier parámetro sociológico o, incluso, de “conducta estética”. Pero sin entrar en asuntos de gran calado, que requerirían demasiadas páginas, existe una circunstancia que, con frecuencia, se olvida en los territorios de quienes poseen formación específica de “alto nivel”: al amparo de eso que llamamos libertad y si no median circunstancias represivas, cada cual hace lo que le apetece en cada momento de su vida; incluso en los museos. Obviamente, mi libertad finaliza donde comienzan los derechos de los demás, pero en este caso me produce desconcierto imaginar que, como sucede en el museo del Prado, a alguien le pueda molestar contemplar cómo un joven se hace  un “selfie”, que no es una masturbación iconográfica ni muchísimo menos. A otros nos molestan muchas de las “cosas” que dicen los “conocedores” cuando, rodeados de sus alumnos o admiradores, pontifican sobre las cualidades trascendentes de una pincelada dada con pincel de marta…
Creo que el problema no está en que alguien se haga un “selfie” sino en que los gestores de los museos y las personas de círculos profesionales próximos, entiendan el goce estético exclusivamente según sus particulares criterios. Frente a ello, me permito recordar que los museos financiados mediante dinero público deberían someterse al interés social en su conjunto y no sólo al de quienes cuentan con formación estética de “alto nivel”. A lo peor, el problema está en que muchos de los gestores de estas instituciones no dan con la tecla para que a los visitantes les interese acudir a los museo para desarrollar las actividades que ellos planifican. A lo peor el problema está en que como exponía el coronel von Waldheim, (El tren, John Frankenheimer, 1964)  para algunas o muchas personas de formación estética de “alto nivel”, es inadmisible que alguien rompa el rito de la contemplación sacralizada impuesta en los ambientes cultos desde el siglo XVIII. A lo peor el problema está en que para esas mismas personas, como para el Alex de La naranja mecánica (Kubrick, 1971), es inadmisible la “mala educación” de quienes ni tan siquiera se inclinan con respeto, ante el arte, ese ente sagrado, cargado de valores simbólicos…  sólo para ciertos grupos sociales. A lo peor el problema está en que la mayor parte de quienes viven durante nuestros días integran en su conciencia valores y creencias alejados de las del siglo pasado.


A lo peor el problema está en que para muchos "conocedores" hacerse un “selfie” es una costumbre bárbara, propia de quienes, agrupados en manadas salvajes, profanan los museos. Y sin embargo, por lo general, son gestos alegres, divertidos, testimonios de ternura... 

4 comentarios:

  1. Ojalá a mi también me pagaran por sermonear con MI OPINIÓN PERSONAL al resto de la humanidad. Profesionalidad cero.
    No se porque pero mientras leía a Estrella de Diego pensaba en dinosaurios.

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  2. Aunque es cierto que el arte no se debería establecer como un ente todopoderoso al que postrarse, hay que entender también que los "selfies" son fotos que no aportan nada, destinadas al mero hecho de fotografiarse; y que en un ambiente destinado al estudio o contemplación, o simplemente al recreo visual, quedan fuera de lugar. He de admitir también que no soy partidario de los "selfies" en ningún ámbito y que comparto la idea de vivir la experiencia sin tener que recurrir a dejarla plasmada para verificar que esa vivencia es real, y mucho menos con tu silueta en medio distorsionando el recuerdo.

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  3. Pues no entiendo esa perplejidad que te produce Estrella de Diego. Dentro de la obviedad de que hay múltiples y diversos tipos de visitantes que pasan por los museos, hay también algo que diferencia estas instituciones, o debería, de otras que sirven única y exclusivamente para el ocio y el recreo. Hay gente que se pasea por las salas del museo grabando todas las imágenes de carrerilla sin mirarlas apenas. Esa actitud tan anti-benjaminiana es lógicamente entendida como una falta de respeto por la gente que aprecia y se toma en serio el trabajo de esos artistas.
    ¿Testimonios de ternura? Por favor. Que se convierta en un acto normalizado y que los "selfies" sean algo que ya está dentro del sistema universal de socialización no justifica que ahora sea la forma de relacionarse con las obras de un museo. Tampoco diré todo lo contrario, porque en cierta medida a los museos les interesa que se difunda, que se vea lo feliz que está uno en ese museo, y el gancho que eso puede provocar.
    Lo único que provoca esto es que se destapa mucho la actitud de la gente que entra en los museos. Antes de la expansión del "selfie" o la fotografía tan al alcance de todos, la gente sólo podía pasar y mirar los cuadros.
    No condeno el hecho del "selfie", sería una tontería, sino el hecho de que el único objetivo para algunos al entrar a un museo es hacerse "selfies", sin prestar la más mínima atención a las obras.

    LdP

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  4. Igual el que se hace el selfie admira de siempre la obra que tiene detrás. Que haga cada uno lo que le plazca mientras respete a los demás.

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