“Son doce lienzos de uno de los grandes pintores vivos. La serie de Lepanto, pintada por Cy Twombly para la Bienal de Venecia de 2001, la última de Harald Szeemann, puede verse en el Prado hasta el próximo 28 de septiembre, cuando viajarán a Múnich para instalarse definitivamente en el Museo Brandhorst”.
Algún periodista ha hablado de que el Museo del Prado se moderniza con estas exposiciones… Es obvio que iniciativas como ésta (en la misma línea estarían las puertas que sus gestores encargaron a Cristina Iglesias) ayudan a ampliar los horizontes estéticos del público… Pero… ¿Alguien ha pensado en los inconvenientes? Asumiendo el carácter sacralizador de El Prado, con decisiones de este tipo se fuerza la homologación de Cy Twombly con Velázquez… Sí, ya sé que algunos identifican el arte de unos y otros, pero...
Situaciones como ésta me recuerdan una importante deuda: agradecer a las autoridades competentes que no pensaran en mí para dirigir el Museo del Prado.
Puestos a buscar artistas actuales, yo hubiera elegido a L. Freud… Sí, ya sé que con ello se habrían reducido los horizontes estéticos del público... Pero, ¿es "conveniente" la ampliación de horizontes, sabiendo que ello conlleva reducción de capacidad crítica?
jueves, 3 de julio de 2008
Una mirada al hiperrealismo
Por Miguel Ángel Rego Robles
Ayer volvió ese pequeño nudo que florece en mi estómago cada vez que, en televisión, aparecen sucesos que hacen conseguir una serie de voces de boca de mis allegados para reclamar mi presencia. Dejé mis ocupaciones de golpe, algo que se consigue con pocas cosas, y en concreto, ésta es una de ellas, aparecer por el salón y ver el rostro de uno de los artistas que más admiro y por último ver su obra: Madrid desde las Torres blancas. Todo ello me hizo caer en la cuenta que pocas veces “artesanos” (como dicen por allá cruzando el gran charco, y acá, en su más fiel reflejo) acaparan los escasos minutos culturales, si es que los hay, dentro de los espacios informativos. Mi más sincera enhorabuena no solo a Antonio, sino a todo lo relacionado con él y con su evolución artística, desde el realismo mágico al hiperrealismo, del que me considero gran admirador. Es cierto que estoy en desacuerdo con los desorbitados precios, siendo consciente también del lugar donde se produjo, ya que cada vez me recuerda más a los fichajes de verano que hace “el Madrí”. Aunque siendo íntegro en el terreno que quiero abordar me alegro de ésta noticia, y de que Antonio ocupe el lugar que se merece por delante de otros como Tapies o Barceló.
Y es que surgen preguntas como la antes referida con la tasación y el valor mensurable. El vilipendiado artesano parece que se impone tanto en cotización, como en reconocimiento. Aun recuerdo a mi padre sorprendido hace poco tiempo cuando me decía que contemplaba como nunca antes había visto, obras hiperrealistas en el círculo galerista madrileño, y aun recuerdo como mi sonrisa se torcía irónicamente ante tal afirmación, no por falta de esperanza, sino por el énfasis objetivo de la realidad. Parece ser, como reza mi credo, que al final el que ríe el último ríe dos veces, aunque la cita que más definiría lo que quiero expresar sería que: el tiempo pone cada cosa en su sitio. Hiperrealismo, aquel “movimiento” con el que me identifico, y que me permite expresarme y exteriorizar mis vivencias y sentimientos; con el cual disfruto mis horas muertas ya que las transforma en todo lo contrario y me hace saborearlas con más dulzura cada día; movimiento con el que a veces coquetean y a veces se involucran de lleno personalidades como el propio Antonio, Isabel Guerra, Cristóbal Toral o el mas grande de todos en mi humilde opinión; Eduardo Naranjo. Y es así como lo siento y vivo. Cualquier comparación es odiosa, pero me gustaría asemejarlo con el estilo flamenco en la música, donde se logra la técnica extrema, además de un sentimiento de viveza que es difícil de conseguir con otros estilos, pureza en el brillo de sacar pinceladas/notas en cada momento precisas. Y es que como dice Antonio “lo único importante es que el trabajo tenga dignidad. Eso no hay que olvidarlo nunca”.
No quiero llegar a hacer un texto “reivindicativo” con el que se puedan tergiversar mis palabras, ya que respeto y me intereso por cualquier manifestación artística, pasada o presente, simplemente exponer mi satisfacción ante la noticia, ya que en la mayoría de los casos no se reconoce e incluso se echa por tierra el trabajo tan minucioso y de corazón que hacen los hiperrealistas. Estas palabras quizá son solo un derroche de rabia, de una persona que quiere seguir la estela de su padre, el cual es alabado por círculos cercanos y no tan cercanos gracias al arte que derrocha por los cuatro costados, y que a la hora de llegar al escalafón final, todo el trabajo de una vida dedicada a una de sus verdaderas razones de vivir, se ve pisoteada por el “artista” de turno, denominando “artista” a todo artista-basura que anda pululando las partes más recónditas de las personalidades de las altas esferas, o como yo digo, las bajas redomadas, que al fin y al cabo, son los que conjeturan el arte de hoy en día. Y es que surgen preguntas como la antes referida con la tasación y el valor mensurable. El vilipendiado artesano parece que se impone tanto en cotización, como en reconocimiento. Aun recuerdo a mi padre sorprendido hace poco tiempo cuando me decía que contemplaba como nunca antes había visto, obras hiperrealistas en el círculo galerista madrileño, y aun recuerdo como mi sonrisa se torcía irónicamente ante tal afirmación, no por falta de esperanza, sino por el énfasis objetivo de la realidad. Parece ser, como reza mi credo, que al final el que ríe el último ríe dos veces, aunque la cita que más definiría lo que quiero expresar sería que: el tiempo pone cada cosa en su sitio. Hiperrealismo, aquel “movimiento” con el que me identifico, y que me permite expresarme y exteriorizar mis vivencias y sentimientos; con el cual disfruto mis horas muertas ya que las transforma en todo lo contrario y me hace saborearlas con más dulzura cada día; movimiento con el que a veces coquetean y a veces se involucran de lleno personalidades como el propio Antonio, Isabel Guerra, Cristóbal Toral o el mas grande de todos en mi humilde opinión; Eduardo Naranjo. Y es así como lo siento y vivo. Cualquier comparación es odiosa, pero me gustaría asemejarlo con el estilo flamenco en la música, donde se logra la técnica extrema, además de un sentimiento de viveza que es difícil de conseguir con otros estilos, pureza en el brillo de sacar pinceladas/notas en cada momento precisas. Y es que como dice Antonio “lo único importante es que el trabajo tenga dignidad. Eso no hay que olvidarlo nunca”.
miércoles, 2 de julio de 2008
Antonio López se ha convertido en el artista español vivo más cotizado
“Con el imponente paisaje urbano Madrid desde Torres Blancas, el pintor Antonio López logró ayer batir la cotización de un artista español vivo, sentenciada por el martillo de la sala Christie's en la colosal cifra de 1.385.250 libras (1,8 millones de euros). Ese guarismo sin precedentes en el mercado del arte para un artista español desbanca del primer puesto del ranking a Miquel Barceló, cuya obra Biblioteca con Poe fue vendida hace dos años por 1,244 millones de euros”. Hasta ese momento, las obras más cotizadas del arte contemporáneo español eran: “Biblioteca con Poe”, de Miquel Barceló, 1,2 millones de euros (2006); “ Azul. Nº LXIX”, de Antoni Tàpies, 945.988 euros (2007); “Mujer durmiendo (El sueño)”, de Antonio López, 684.000 euros (2005).
Permítanme una sonora carcajada
… Pero, ¡atención! nadie confunda valor con precio… ¿O sí? Desde hace tiempo me asalta una pregunta que no acierto a responder satisfactoriamente: Si el mercado consagra una “tasación”, ¿no está certificando un cierto “valor mensurable”? ¿En nuestra sociedad, cuando tratamos sobre objetos, existe algo más “importante” que el “precio”?
Hace años, en el fragor de la polémica inducida por la exposición que le hizo el Reina Sofía (los expertos “oficiales” seguían diciendo sottovoce que era un artesano), cuando aún no se conocías los manejos políticos próximos a la Carnegie, un alumno irreverente me preguntó si yo también creía que Antonio López no pasaría a la historia del arte español del siglo XX junto a personajes más reconocidos por los “expertos” como Saura, Millares y Tàpies. No recuerdo cómo salí del atolladero… Seguramente con alguna estupidez políticamente correcta... que no fuera interpretada como defensa directa o indirecta de los componentes "artesanales" del arte.
Acaso deba pronunciarme hoy con menos recato: según mi criterio, en los próximos años, la tasación de A. López subirá más deprisa que la de artistas como A. Tàpies, Saura y Milalres.
Permítanme una sonora carcajada
… Pero, ¡atención! nadie confunda valor con precio… ¿O sí? Desde hace tiempo me asalta una pregunta que no acierto a responder satisfactoriamente: Si el mercado consagra una “tasación”, ¿no está certificando un cierto “valor mensurable”? ¿En nuestra sociedad, cuando tratamos sobre objetos, existe algo más “importante” que el “precio”?
Hace años, en el fragor de la polémica inducida por la exposición que le hizo el Reina Sofía (los expertos “oficiales” seguían diciendo sottovoce que era un artesano), cuando aún no se conocías los manejos políticos próximos a la Carnegie, un alumno irreverente me preguntó si yo también creía que Antonio López no pasaría a la historia del arte español del siglo XX junto a personajes más reconocidos por los “expertos” como Saura, Millares y Tàpies. No recuerdo cómo salí del atolladero… Seguramente con alguna estupidez políticamente correcta... que no fuera interpretada como defensa directa o indirecta de los componentes "artesanales" del arte.
Acaso deba pronunciarme hoy con menos recato: según mi criterio, en los próximos años, la tasación de A. López subirá más deprisa que la de artistas como A. Tàpies, Saura y Milalres.
martes, 1 de julio de 2008
San Pedro de la Nave
Camino de Portugal, a la búsqueda de toallas baratas, una vez más, nos detuvimos en El Campillo, pueblo marginal, donde nos atendió una amable y lacónica señora, a la puerta de San Pedro de la Nave, esa iglesia que, gracias a la iniciativa de Gómez Moreno, fue trasladada piedra a piedra para salvarla de las simas del embalse que se construyó en las proximidades. Para salvar la incuria de la Conserjería de Cultura de la Comunidad de Castilla-León, los vecinos del pueblo se encargan de abrir la iglesia, atender por turno a los visitantes (no cobran nada por verla) y ofrecerles libros, recuerdos y, en esta época, cerezas.
Por fortuna, aún se pueden hacer fotos de su interior y no fue necesario recurrir a cámaras milagrosas ni a otros instrumentos fantásticos, aunque el funcionario de turno dejó huella de su poder con un letrero “bilingüe” que prohíbe hacer fotografías con flash. Es sabido que la luz del flash perturba la contemplación de los peregrinos y además convierte los sillares en azucarillos. Y lo más lamentable: Seguro que cuando, en los próximos años, subcontraten la “explotación”, el ejecutivo con mentalidad emprendedora y ansias por hacerse valer prohibirá hacer fotografías… por alguna razón peregrina refrendada por los chupópteros endogámicos de turno. Si el poder no se manifiesta coartando la libertad de los demás, ¿para qué sirve? Lo contaba mi abuelo, que era republicano y un pelín anarquista, de otro modo: “Le pones un gorro de tranviario a un gañán y se siente dueño del tranvía”.
Por lo demás… La pequeña iglesia ofrece una estampa espectacular; francamente, merece la pena separarse un poco de la mejor carretera. Su interior conserva uno de los conjuntos ¿altomedievales? más interesantes del Universo Mediterráneo, que sigue ofreciendo no pocas dudas desde posturas escépticas, aunque, de hecho y a regañadientes, se sigan aceptando las apreciaciones de Gómez Moreno, reforzadas por Schlunk: la iglesia es “obra de época visigoda”. Frente a ellas, es importante recordar:
1. La iglesia “española” antigua fue iconoclasta, al menos, hasta la época de Ramiro II (el Concilio de Elvira y Santullano lo ilustran sobradamente). Las piezas religiosas con figuras animadas son raras en la península Ibérica: sólo conocemos alguna suelta en Córdoba y Toledo. De hecho, la única iglesia de época visigoda perfectamente documentada (San Juan de Baños) no conserva ningún resto de ornamentación figurada.
2. La actual iglesia de San Pedro de la Nave es, por el exterior, fruto de una reconstrucción demasiado “radical” (ver imágenes adjuntas).
3. De lo que podemos ver hoy cabe deducir que la iglesia fue realizada, al menos, en dos impulsos constructivos… ¿Separados muchos o pocos años?
4. El esquematismo de los guerreros incluidos en el friso interior nos hace pensar en Santa María del Naranco y, por lo tanto, en época posterior al siglo VII.
5. Los capiteles del interior podrían haber sido realizados siguiendo modelos iconográficos de las miniaturas anteriores al siglo VII, como sugería Schlunk, pero también podrían ser réplica de las miniaturas típicamente “hispanas” del siglo X. Y en este último supuesto, teniendo en cuenta lo que sucedía en la península Ibérica durante el siglo X (hegemonía califal incuestionable), deberíamos culminar que, muy probablemente, la decoración interior (los capiteles) fue realizada en las proximidades de la marea románica… hacia el siglo XI.
6. Parece muy artificioso creer que algunas partes de la iglesia fueron realizadas con mármol procedente de la zona de Toledo, como planteó Gómez Moreno. Seguro que existen canteras mucho más próximas…
7. Recientemente, L. Caballero ha reforzado la hipótesis tradicional desde la proximidad “metrológica” entre San Pedro de la Nave y Santa María de Melque, que él mismo “re-clasificó” pasándola de época “mozárabe” (siglo X) a la visigoda. Francamente, me parece una argumentación más forzada que la de Gómez Moreno, por cuanto es difícil entender que en una época tan “agitada” como el siglo VII se pudieran emplear los mismos sistemas de medición en toda la geografía peninsular. En tiempos preindustriales (siglo XIX) se empleaban sistemas de pesas y medidas que variaban mucho de una provincia a otra… La proximidad “metrológica” podría conducirnos a concluir que el primer diseño de la iglesia fuera producto de un momento cultural menos turbulento, anterior al siglo VII.
En definitiva, gracias a Gómez Moreno, que recorrió España de norte a sur y de este a oeste a lomos de caballos, mulos y burros, San Pedro de la Nave sigue ofreciéndonos sus restos para dialogar con el pasado, incluso, aunque de ese diálogo no salgan bien paradas sus encomiables ideas… acaso demasiado interesadas en reforzar los componentes occidentales (cristianos y europeos) de la tradición cultural española.
En todo caso, es agradable, sumamente agradable, escuchar a la piedra en sus múltiples discursos, que unas veces nos explican preocupaciones religiosas (es curiosa la confusión entre “foso” y “lago” de la escena de Daniel para ilustrar el valor de la fe), otras, de problemas históricos y otras, por fin, de las quimeras expresivas o estéticas de nuestros antepasados...
Por fortuna, aún se pueden hacer fotos de su interior y no fue necesario recurrir a cámaras milagrosas ni a otros instrumentos fantásticos, aunque el funcionario de turno dejó huella de su poder con un letrero “bilingüe” que prohíbe hacer fotografías con flash. Es sabido que la luz del flash perturba la contemplación de los peregrinos y además convierte los sillares en azucarillos. Y lo más lamentable: Seguro que cuando, en los próximos años, subcontraten la “explotación”, el ejecutivo con mentalidad emprendedora y ansias por hacerse valer prohibirá hacer fotografías… por alguna razón peregrina refrendada por los chupópteros endogámicos de turno. Si el poder no se manifiesta coartando la libertad de los demás, ¿para qué sirve? Lo contaba mi abuelo, que era republicano y un pelín anarquista, de otro modo: “Le pones un gorro de tranviario a un gañán y se siente dueño del tranvía”.
Por lo demás… La pequeña iglesia ofrece una estampa espectacular; francamente, merece la pena separarse un poco de la mejor carretera. Su interior conserva uno de los conjuntos ¿altomedievales? más interesantes del Universo Mediterráneo, que sigue ofreciendo no pocas dudas desde posturas escépticas, aunque, de hecho y a regañadientes, se sigan aceptando las apreciaciones de Gómez Moreno, reforzadas por Schlunk: la iglesia es “obra de época visigoda”. Frente a ellas, es importante recordar:
1. La iglesia “española” antigua fue iconoclasta, al menos, hasta la época de Ramiro II (el Concilio de Elvira y Santullano lo ilustran sobradamente). Las piezas religiosas con figuras animadas son raras en la península Ibérica: sólo conocemos alguna suelta en Córdoba y Toledo. De hecho, la única iglesia de época visigoda perfectamente documentada (San Juan de Baños) no conserva ningún resto de ornamentación figurada.
2. La actual iglesia de San Pedro de la Nave es, por el exterior, fruto de una reconstrucción demasiado “radical” (ver imágenes adjuntas).
3. De lo que podemos ver hoy cabe deducir que la iglesia fue realizada, al menos, en dos impulsos constructivos… ¿Separados muchos o pocos años?
4. El esquematismo de los guerreros incluidos en el friso interior nos hace pensar en Santa María del Naranco y, por lo tanto, en época posterior al siglo VII.
5. Los capiteles del interior podrían haber sido realizados siguiendo modelos iconográficos de las miniaturas anteriores al siglo VII, como sugería Schlunk, pero también podrían ser réplica de las miniaturas típicamente “hispanas” del siglo X. Y en este último supuesto, teniendo en cuenta lo que sucedía en la península Ibérica durante el siglo X (hegemonía califal incuestionable), deberíamos culminar que, muy probablemente, la decoración interior (los capiteles) fue realizada en las proximidades de la marea románica… hacia el siglo XI.
6. Parece muy artificioso creer que algunas partes de la iglesia fueron realizadas con mármol procedente de la zona de Toledo, como planteó Gómez Moreno. Seguro que existen canteras mucho más próximas…
7. Recientemente, L. Caballero ha reforzado la hipótesis tradicional desde la proximidad “metrológica” entre San Pedro de la Nave y Santa María de Melque, que él mismo “re-clasificó” pasándola de época “mozárabe” (siglo X) a la visigoda. Francamente, me parece una argumentación más forzada que la de Gómez Moreno, por cuanto es difícil entender que en una época tan “agitada” como el siglo VII se pudieran emplear los mismos sistemas de medición en toda la geografía peninsular. En tiempos preindustriales (siglo XIX) se empleaban sistemas de pesas y medidas que variaban mucho de una provincia a otra… La proximidad “metrológica” podría conducirnos a concluir que el primer diseño de la iglesia fuera producto de un momento cultural menos turbulento, anterior al siglo VII.
En definitiva, gracias a Gómez Moreno, que recorrió España de norte a sur y de este a oeste a lomos de caballos, mulos y burros, San Pedro de la Nave sigue ofreciéndonos sus restos para dialogar con el pasado, incluso, aunque de ese diálogo no salgan bien paradas sus encomiables ideas… acaso demasiado interesadas en reforzar los componentes occidentales (cristianos y europeos) de la tradición cultural española.
En todo caso, es agradable, sumamente agradable, escuchar a la piedra en sus múltiples discursos, que unas veces nos explican preocupaciones religiosas (es curiosa la confusión entre “foso” y “lago” de la escena de Daniel para ilustrar el valor de la fe), otras, de problemas históricos y otras, por fin, de las quimeras expresivas o estéticas de nuestros antepasados...