Como si estuvieran ante el Guernica, los mirones levantan sus cámaras fotográficas para congelar el paso de un semidiós, un amigo, un pariente o un atleta exhausto, al borde del paro cardíaco. El espectáculo, determinado entre la grandeza humana de la superación y la miseria de su contingencia, es fascinante y, por supuesto, de gran interés social.
Imposible hacer una fotografía que recoja el esfuerzo o el drama de los atletas anónimos sin incluir los aderezos publicitarios, de colores vivos… Y me pregunto si estos eventos son deportivos o comerciales o deportivos y comerciales al mismo tiempo. ¡Estúpida duda! En una sociedad estamental como la nuestra, mientras unos hacen deporte, otros especulan con los "factores contextuales" (publicidad, proyección política, etc.) o ejercen los privilegios que les corresponden en calidad de la proximidad a un parásito enquistado a la sombra del poder.
Lo mismo sucede con el mundo del arte, pero con una diferencia importante: para que un evento estético tenga relevancia social no es necesario llegar a los 15.000 participantes... Élites versus popularidad... Aunque en ambos territorios sean imprescindibles los dioses, que determinan "paradigmas" en torno a los cuales todos nos agrupamos para definir nuestra identidad mítica.
Y me fijé en los dioses, sobre los que gravita una parte importante del tinglado, infinitamente más asequibles que los de otras actividades "culturales". No me imagino a Beckham, a Fernando Alonso, a Nadal o a Barceló paseando por la calle sin cortejo trompetero y turiferario. Estos dioses, todo nervio y piel tersa, que levantarían recelos de cualquier policía estúpido, son humanos… y, desde luego, accesibles.
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