martes, 11 de septiembre de 2012

El Metropolitan. ¿Museo modélico o "Rogues' Gallery"?


Seguramente es uno de los museos más importantes del planeta; uno de los más extensos, de los que atesoran más obras, de los más poderosos, de los más prestigiosos, de los que tienen cifras de visitantes más elevadas... Sé de algún colega que daría la vida por pasar un mes fisgando por sus zonas reservadas…
“Recomiendan” pagar 25 $, pero si el visitante expresa que no tiene dinero, los vigilantes le responderán con una sonrisa amable y le invitarán a pasar… En mi presencia, así se expresaros varios “latinos” (un grupo familiar, probablemente) y penetraron con presteza. Me imagino una fórmula afín en el Museo del Prado y me vence la risa; por estos pagos la generosidad de conciencia no derrotaría a la desconfianza que infunde la gestión de las aportaciones ciudadanas. En lugar de entrada, ofrecen al visitante una chapa que se debe colocar sobre la vestimenta con un sentido más simbólico que práctico, porque los vigilantes de las puertas no son estrictos.


El museo nació con las pretensiones filantrópicas de buena parte de los museos norteamericanos:
"The Metropolitan Museum of Art was founded in 1870 by a group of American citizens – businessmen and financiers as well as leading artists and thinkers of the day – who wanted to create a museum to bring art and art education to the American people".
Está organizado según criterios no siempre sistemáticos –por las imposiciones de algunos legados-; no obstante, a pesar de esa circunstancia, no es difícil hacerse un plano mental de las salas de mayor interés social. Está bien organizado, tiene ascensores que ayudan a economizar esfuerzos y es agradable recorrerlo; el espacio arquitectónico determina salas amplias, bien iluminadas, cómodas, sin los excesos escenográficos de algunos museos europeos (National Gallery, por ejemplo). Los paneles explicativos están concebidos con criterios muy “profesionales”; son sintéticos, claros y precisos, sin concesiones a las apreciaciones doctrinarias frecuentes, por ejemplo, en nuestros museos; esas “debilidades” quedan para otros lugares.
Existen amplias zonas de descanso en casi todas las salas y, por supuesto, en las zonas de distribución. Tiene varios restaurantes, según los gustos neoyorquinos; uno de ellos acaso sea el servicio menos satisfactorio de cuanto experimentamos…
Para colmo de sibaritismo, posee una amplia terraza abierta a Central Park, ocupada en julio con un aditamento de experiencia estética curiosa, pero discutible: Cloud City, de Tomás Sarraceno….
Es, en suma, un lugar “expansivo”, idóneo para acudir a disfrutar de vez en cuando, por supuesto, si  el diletante vive en las proximidades. Según mis posibilidades perceptivas —no siempre atinadas— sus gestores han establecido un orden de prioridades diferente del que encontramos en los museos europeos, infinitamente más solemnes. Prevalece la “diversión”, el goce, el esparcimiento, el sobre la voluntad didáctica, sobre el rigor ritual. Suscribo y aplaudo esta estrategia, que  me parece más sensata y “rentable” que la obsesión didáctica de algunos museos españoles de apertura reciente y la fijación cuasi-religiosa de otros (el Prado, sin ir más lejos). Los museos deben ser, ante todo, agradables, por muchas razones... también, especialmente, por razones educativas.
Es un ventana del capitalismo norteamericano y como tal cumple su función magníficamente; como los escaparates de Prada o Tiffany's, pero con una diferencia respecto de las tiendas de lujo, invariablemente dirigidas a sus clientes potenciales, a quienes tienen mayor poder adquisitivo.  El Metropolitan, como las calles de Manhattan, se ofrece con sus cualidades envidiables a todo el mundo, a todas las personas, cualquiera que sea su nivel formativo. Tal y como me había adelantado una amiga y compañera, en el Metropolitan el trato de los vigilantes y personas de los diferentes servicios es de una amabilidad abrumadora, como jamás he visto en otras instituciones de este tipo. Ni los vigilantes de las salas se exceden en imponer disciplina a quienes se conducen de modo anómalo, por supuesto, siempre y cuando la anomalía no amenace la conservación de las obras o el confort del resto de los visitantes. Es, en ese sentido, una institución modélica.
El museo es una delicia para cualquier aficionado a la Historia del Arte y, por supuesto, para cualquier profesional con cierta actividad a las espaldas. Y su página web es de las más completas que conozco.


Por circunstancias “lejanas”, que cada vez encuentro más próximas,  me han interesado especialmente las salas grecolatinas y las bizantinas, escasamente dotadas con piezas relevantes; las salas altomedievales, con derivaciones en el Museo de los Claustros y, por supuesto, las salas islámicas, que contienen un conjunto de obras  realizadas en la península Ibérica, cuando no se llamaba “España” sino Al-Ándalus.
Los capiteles coptos del monasterio de San Jeremías, Saqqara, con ornamentación afín a la de los capiteles calados de Santa Sofía y con collarino laureado, ofrecen una pista sobre las fuentes de los tallistas del noroeste español cuando realizaron lo que aquí algunos estudiosos siguen llamando “doble sogueado”.
El capitel califal procedente de la Hispanic Society of American se conserva en magnífico estado; se aprecian muy bien las trazas del ábaco, que configuran un modelo próximo a las fórmulas romanas y común en tiempos de Abd al-Rahman III. La ornamentación presenta una modalidad declinada a sobrevalorar las posibilidades del trépano, tal y como muestran los conjuntos de yemas dispuestos entre las hojas altas y bajo el contario, y los ejes de las hojas, ornados con cadena geométrica.


El Metropolitan posee una interesante colección de marfiles cordobeses, que ilustran las cotas alcanzadas por sus artífices durante el siglo X y los primeros años del XI, y ayudan a entender el influjo ejercido sobre la ornamentación medieval de toda Europa. Son objetos que, tal y como acreditan los testimonios literarios de la época, se emplearon como presentes diplomáticos y, por ello llegaron a todos los lugares relacionados con el califato cordobés. Por ese camino pudiera buscarse explicación para la pervivencia del ataurique y la reaparición de motivos iconográficos “orientales” en la escultura románica… por supuesto, con un sentido diferente.





Entre mis objetivos inexcusables estaba el gran gabinete “milagroso” dedicado a las “esculturas de Degas”… Fue concebido según organización espacial comparable a los relicarios de ciertas catedrales, mediante muebles se zócalo macizo y vitrinas iluminadas...


Nos detuvimos unos segundos ante el patio del castillo de Vélez Blanco, colocado allí después de haber estado en otro edificio norteamericano… Dicen que viajó legalmente; eso dicen... Los coleccionistas americanos comenzaron el expolio antes de que los estados europeos fueran sensibles a la importancia social de los restos culturales; por fortuna, la acción agresiva de los museos norteamericanos comenzó después… Aunque en varias ocasiones me he expresado partidario de que estos objetos regresen a sus lugares de origen, debo reconocer que plantado en aquella sala, las convicciones flaquean; sobre todo, cuando atropellan la memoria las carencias de nuestra actual política de protección del patrimonio histórico y cultural.


Con ojos europeos, es un museo anómalo, porque no fue concebido para unir el factor educativo con el "conservacionista" (conservar el patrimonio histórico-artístico del contexto sociocultural próximo); tampoco deriva de los intereses de la nobleza o de las instituciones religiosas, o de rapiñas asociadas a campañas militares (grandes museos franceses, alemanes e ingleses). El MET está concebido para exhibir una gran colección de obras obtenidas preferentemente en el mercado o de donaciones más o menos interesadas; como en otros museos europeos, también hay obras de procedencia irregular... ¿He dicho exhibir? Se podría hablar de un "museo exhibicionista"... ¿Contrario al pudor?
La vinculación entre el arte y el dinero es aquí particularmente explícita, aunque para encontrarla hay que saber controlar lo que en nuestro ánimo activa un escaparate tan espectacular. Michael Gross, colaborador habitual del New York Times y de Vanity Fair, dice que el Metropolitan es hijo de una familia siniestra formada por la lujuria, la mentira, la codicia y la traición...  Según su visión, todo empezó con las actividades de Luigi Palma di Cesnola como cónsul de USA en Chipre; allí "excavó" (saqueó) Kouirion y reunió 12.000 objetos que, en gran medida, acabaron en el Metropolitan... Quien esté interesado en la parte fea del MET, lea: Rogues' Gallery: The Secret Story of the Lust, Lies, Greed and Betrayals. That Made the Metropolitan Museum of Art . La primera edición, de 2009, fue publicada con un curioso subtítulo: The Secret History of the Moguls and the Money That Made the Metropolitan Museum , an unauthorized social history of the Metropolitan Museum of Art in New York City, Broadway Books, 2009. Naturalmente, desde el museo activaron una campaña de descrédito contra Michael Gross... pero en algunos ambientes el libro fue recibido con extremo interés.

Si olvidamos las circunstancias periféricas al dinero, a la sobreabundancia de riqueza, y cerramos los ojos al exhibicionismo impúdico, merece la pena viajar a Nueva York sólo por patear las salas del Metropolitan...

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