Por Bárbara García García
No sé si existirá alguna sustancia alucinógena cuyo consumo permita creer en la manida expresión de “hacer algo por amor al Arte”, pero de ser así me encantaría conocerla, quién sabe si probarla. Esto es así porque, en uno de esos ataques nihilistas que quedan tan artísticos, tengo la impresión de que hoy en día, y tal vez siempre, trabajar por amor al Arte, simplemente porque creas de verdad en lo que haces, suena a cuento de hadas (muy bonito, pero del todo irreal).
Por supuesto, no pretendo con esto señalar exclusivamente a los creadores. Todos queremos comer y si es gracias a nuestra obra, mucho mejor. Aquellos afortunados que puedan hacerlo no tienen que hacerse el harakiri para evitar ser unos vendidos, pero sí creo que mucha gente se ha ido olvidando de mantener los pies en el suelo. Esto es algo especialmente fácil gracias a que vivimos, o sobrevivimos, en un sistema que devora todo lo que encuentra a su paso, Arte incluido. Poco le importa que sean buenas o malas obras, ocurrencias sobrevaloradas o, incluso, arte crítico con ese mismo sistema. Todo es válido para hacer negocio, todo apto para hacer dinero, cada vez más dinero.
Obviamente todo esto es algo que ya tenemos bastante asumido, no es nada nuevo y parece que casi ha perdido la capacidad de sorprendernos. Sin embargo, a mí me volvió a sorprender hace poco y fue entonces cuando sufrí el ataque de pesimismo.
El detonante fue lo ocurrido alrededor de la obra de Banksy en Art Basel Miami 2012. Esto comenzó el año pasado, cuando el galerista Stephan Keszler se adueñó sin permiso de varios trabajos de Banksy realizados en paredes públicas de distintos lugares, entre ellos Cisjordania. Trató de venderlos en Nueva York, pero sin ningún éxito debido a que el propio Banksy criticó al galerista por apartar las obras de su emplazamiento original, llegando incluso a sugerir que no eran auténticas.
Este suceso al parecer hizo escarmentar a Keszler hasta tal punto que tuvo la sorprendente idea de llevar las cinco obras en discordia a la sección CONTEXT, de la feria Art Basel Miami en diciembre de 2012, con la intención de no ponerlas a la venta para evitarse más líos. Pero pese a esto, una vez más, Keszler fracasó. Colectivos de artistas callejeros emprendieron una campaña de boicot a la feria y la exhibición de las obras de Banksy, y ésta fue bastante apoyada en Internet. Sin embargo, el incombustible galerista declaró que Banksy era un hipócrita, al hacer sus trabajos en propiedades ajenas y a la vez entorpecer el desarrollo de la voluntad de la galería. No contento con esto, afirmó que si Banksy fuera honesto debería apreciar lo que hace la galería, ya que llevaron esas paredes que sólo podían ver unos cuantos palestinos a Miami, donde muchísima gente podría contemplarlas. Un auténtico alarde de generosidad, pues qué habría sido de esos pobres habitantes de Miami si Keszler no les hubiera llevado allí las paredes. Seguramente jamás las habrían visto, si es que Internet ya no es lo que era y encima Banksy quejándose.
Y tras todo este culebrón sólo quedan las ganas de darse cabezazos contra una pared. Porque la actitud de Keszler es digna de estudio, pues basándose en la idea de que quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón, se apoderó de esas paredes en contra de tanta gente, y especialmente del propio artista, vanagloriándose además de llevar a Miami lo que en Cisjordania no podía ser apreciado adecuadamente, sustituyendo el lugar en el que tiene sentido por una feria de Arte.
Pero eso no resultó lo peor, ni mucho menos fue eso lo que desató mi dramático ataque. Lo peor es indignarte porque un galerista demasiado atrevido está robando la valiosa obra de uno de los artistas que más admiras y, justo entonces, recordar que ese artista tan especial también tuvo su propio galerista, que vendía sus obras por precios que quizás no eran muy asequibles. Es cierto que la relación con el galerista Steve Lazarides parece estar completamente acabada, pero se ciernen otras sombras sobre este controvertido artista. En casi todas las entradas que hay sobre Banksy por Internet aparecen las colaboraciones, por lo visto bien remuneradas, con Greenpeace (que sí que tendría cierto encanto) y también con empresas como Puma y MTV (que ya queda un poco más feo).
Todo esto no es muy diferente de lo que pueda hacer cualquier autor de moda, la pena es que lo haga un artista que parecía tan crítico y libre de estos lastres. Y, aunque no estoy diciendo que en realidad no lo sea, está claro que esto le quita fuerza a su mensaje, incluso al mito. De hecho, bastantes artistas callejeros le acusan de vendido, pero él no es el único que podría ser acusado. Ahora mismo, con el auge del arte urbano, muchos de estos artistas están alcanzando posiciones que parecen bastante acomodadas. Sin ir más lejos, en Madrid hay una joven galería que agrupa un buen número de artistas urbanos entre sus paredes, se trata de la iam Gallery. Incluso dos de sus artistas fueron entrevistados en la cadena Ser hace un par de semanas, donde aprovecharon para defender sus dos vertientes, la callejera y la protegida por la galería. Aseguraban que una no excluye la otra, que se puede aprovechar la segunda sin perder la legitimidad para seguir trabajando con la primera.
Esto es algo que me provoca muchas dudas, por no decir rechazo. Admiro sinceramente el arte callejero de calidad, y creo que para atreverse a alterar algo que no te pertenece se necesitan unas ideas muy claras sobre las que apoyarse, y no hacerlo por hacer. Es decir, si persigues una dura crítica del sistema y que pueda llegar a un gran público, no puedes meterte en una galería, es decir, completamente dentro del sistema, ya que nadie tomaría esa crítica en serio. Esto es lo que creo que, de alguna manera, están haciendo estos artistas, incluido Banksy. Y no digo que haya que sobrevivir con cualquier otro trabajo y crear al margen para evitar venderte. Lo que creo es que debe haber otras formas de vivir de tu trabajo y, especialmente, que no se puede estar rodando tantas flores distintas a la vez.
El mundo no es completamente blanco o negro, precisamente por eso hay que encontrar el gris adecuado a cada uno, para evitar parecer una cebra, o un preso. Precisamente Banksy debe tener recursos de sobra para vivir y seguir trabajando sin problemas. Sus libros o el documental deben ser unas muy buenas fuentes, a juzgar por el éxito que tienen. Además, bastaría con que se fuera a un puesto de helados (o una exposición hecha por él) para vender sus cuadros, a ser posible a un precio razonable, para que pudiera vivir de su trabajo y seguir alimentando el mito de esa especie de Robin Hood underground que vino de Bristol, no de Nottingham.
En lugar de eso, aparecen Puma y MTV rondando su carrera. Me pregunto si Pest Control tendrá que verificar la autenticidad de los trabajos que lleguen a estas empresas. Al fin y al cabo, no sé quién puede llegar a ser más críptico, si el propio Banksy o ese extraño servicio de representación, Pest Control. Cabe suponer que tiene gran relevancia en su trabajo, de hecho, ahora se asegura que Pest Control es el único punto de venta de nueva obra de Banksy, lástima que no haya obra disponible en estos momentos, por lo que se dice en la web.
Después de toda esta maraña de paredes robadas y galeristas con autorización y sin ella, sigo dando vueltas al compromiso que exige el arte callejero con auténtico sentido. Lo último que quiero es ser una fundamentalista, pero creo en la importancia del arte callejero, particularmente en la terrible situación que vivimos, y dado lo controvertido que es este tipo de arte es necesario abordarlo con la mayor seguridad. Si algún artista no tiene claro esa importancia, entonces no valdrá la pena que ande pintando paredes ajenas, pero si realmente cree en ello, entonces sobraría la apasionada relación con las galerías que, por mucho que se empeñen en lo contrario, siguen teniendo cierto tufo a elitismo y empaña la acción artística callejera y sus intenciones críticas. Se perderían los argumentos que permiten defender este arte ante aquellos que duden de él y que sí tendrán argumentos en su contra. Por no hablar de que se borraría la fina línea que separa auténtico arte callejero de vandalismo sin sentido, y al perder estas referencias se podrían desatar conductas realmente incívicas y vacías, que nada tienen que ver con el arte callejero y las aportaciones positivas que puede ofrecer a la sociedad.
Sé que es difícil alcanzar el equilibrio, pero merece la pena intentarlo y no dejarse llevar por la comodidad, algo que suele ser bastante dañino para la sociedad en general, y el Arte en particular.
Además, he de confesar que sigo fascinada por la obra de Banksy (bendita ingenuidad) y espero que no se olvide de sus billetes falsos con la cara de Lady Di por prestar demasiada atención a la muy resistente Elizabeth y sus billetes más útiles, que no se convierta en aquello que tanto critica.
-Imagen: Destroy Capitalism-
Y, finalmente, mientras andaba yo obnubilada con tan escabroso tema apareció providencial la solución donde menos la esperaba. Vino ayer por la radio, donde el mismísimo Manuel Borja-Villel era entrevistado por Carles Francino. De esta entrevista debo reconocer que no saqué nada en claro, excepto la afirmación que despejó todas mis dudas. Borja-Villel aseguró muy convencido que la cultura, y por lo tanto el Arte, no debía seguir criterios economicistas, pues eso sólo produciría best-sellers. Lo que no entiendo es cómo puede haber tantísimos best-sellers a nuestro alrededor, si la solución es tan evidente como no hacer demasiado caso al poderoso caballero don Dinero. ¡Y yo que estaba perdida entre el amor al dinero y el amor al Arte!
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