Me dolía no conocer la cumbre más grandiosa arquitectura griega. Con más retraso del conveniente, acudimos a mediados de julio para restañar la herida… Y en verdad, el espectáculo no desmerece las expectativas de un visitante conformista y, por supuesto, las de un otro escéptico y de querencias cítricas, porque contiene casi todos los ingredientes de la explotación cultural manifiestamente mejorable.
El dominio de la ciudad, la hegemonía del viento y del sol, la acumulación de referencias míticas y las piedras milenarias, determinan un ambiente sobrecogedor y trufado de matices emotivos... que nos remiten a Pericles y, por supuesto, a Francesco Morosino, a quien cabe el dudoso honor de haber premiado con fuego la sutileza creativa. Idealización y rigor como fundamento del orden social; correcciones ópticas, contraposición entre horizontales y verticales, entre luces y sombras, entre volúmenes sencillos o complejos, aprovechamiento de las posibilidades constructivas de los diferentes materiales, integración de forma y color... Estremece imaginas cómo pudo ser en estado "original", flamante y cubierto de dorados y colores que hoy parecerían insultantes.
Desde las querencias críticas... Aquel espectáculo grandioso se ha convertido en un juego elegante de texturas al gusto de Canova... Y me sentí como en casa… y, por supuesto, recordé las razones que condicionan la gestión cultural y científica de los países pobres, que alguna vez fueron ricos, aunque en ciertos aspectos, no existe mucha distancia con las prácticas habituales en otros lugares menos golpeados por la crisis.
Más allá de lo que enfatiza cualquier manual sobre las cualidades arquitectónicas y estéticas concentradas en la Acrópolis (me remito a ellos), tiene casi todas las virtudes y pecados de otros centros de gran interés popular:
1. Grandes expectativas alimentadas por las guías turísticas, pero sobre todo, por los manuales de historia del arte y materias afines, que construyen los tópicos repetidos infinitamente en los medios de comunicación.
2.- Proceso de peregrinación expiatoria, para que el visitante reconozca sus múltiples pecados: si no hay penitencia no habrá placer. Para llegar a la Acrópolis debemos ascender una cuesta penosa no siempre fácil de recorrer porque el suelo es irregular y conviven zonas muy rugosas con otras extremadamente deslizantes.
3. Acumulaciones masivas de "feligreses pasivos", obsesionados con la experiencia vital de “haber estado allí”, para no sentirse inferior al vecino o al amigo más diligente o para considerarse superior a ellos.
4. Restos espectaculares, capaces de ofrecer una experiencia singular… no siempre consecuente. El Partenón y el resto de las edificaciones allí comprendidas realmente son espectaculares, contando, incluso, con la dificultad para acotar esa espectacularidad.
Por contra...
1. Grandes bloques de mármol configuran varios edificios semiderruidos y en fase perpetua de restauración que es imposible contemplar en su integridad por diversos factores: porque hay demasiada gente, porque todos ellos tienen muy limitadas las posibilidades de recorrerlos (no se puede entrar al interior de ninguno), por la existencia de diversos elementos accesorios como andamios, estructuras auxiliares, máquinas, etc., que desnaturalizan el panorama general... Y para complicar las cosas un poco más, no existe un mínimo apoyo divulgativo que oriente al lego frente a las dificultades de análisis abstracto requerido por la degustación arquitectónica; en especial, cuando media componente urbanístico, como es el caso. En suma, la Acrópolis acaso ea el peor lugar para valorar y conocer los planteamientos arquitectónicos y urbanísticos del mundo griego.
2. Menosprecio de lo "no griego". El proceso histórico sufrido por la Acrópolis debería imponer criterios expositivos mucho más abiertos, que no se recogen en el nuevo museo de la Acrópolis y que tampoco es posible seguir en la Acrópolis más que de forma indirecta.
El resultado global es, también en este caso, particularmente obvio: la visita de la Acrópolis en una experiencia infinitamente más condicionada por factores sociológicos que por indicadores estéticos o históricos, como sucede en casi todos los lugares donde se concentra la gente. Atenas tiene dos lugares de visita imprescindible para quienes, ajenos a los recientes trasiegos políticos, la recorren tras adquirir un “paquete” de los ofrecidos por las agencias de viajes: la Acrópolis y la calle Ermoy, que une la plazas Sitagma y Manstiraki. En ambas se substancia la explotación de los guiris de modo prosaico: consumo de espectáculo grandioso, ingesta de musaca y adquisición de recuerdos más o menos baratos y, casi siempre, estúpidos. Y la situación general es muy parecida en ambas zonas, donde es difícil moverse... Pero el lugar más incómodo, el más agobiante, el que documenta mayor colapso circulatorio es, sin duda, el acceso a la Acrópolis. En los Propileos se unen quienes entran con quienes salen y como es relativamente frecuente que los guías de los grupos de cruceros se detengan unos segundos a explicar las virtudes arquitectónicas del lugar, el atasco es permanente. Y los vigilantes son impotentes para controlar una situación, de por sí, incontrolable.
Salvado ese punto, los visitantes pasean con mayor o menor prisa, se escurren, tropiezan, socializan y, sobre todo, se hacen fotos para inmortalizar la experiencia...
En nuestra presencia sucedió un pequeño incidente, que ilustra la situación de la gestión cultural y completa otras anécdotas afines que he de mencionar en distintas entradas. En las proximidades del antiguo museo, hoy cerrado, dos jóvenes vestidos en tonos claros y de aspecto agradable, se subieron a un bloque marmóreo colocado junto al área de paseo pero por el exterior, para hacerse una fotografía. Súbitamente apareció un personaje de edad media, con barba de tres milímetros, calvo, vestido con camiseta negra y pantalón de bolsillos amplios, como los que suelen usar quienes presumen de oficio arqueológico, y se enfrentó a los jóvenes para exigirles que le mostraran la cámara fotográfica. Me pregunté qué sentido podía tener tanta preocupación por cuidar las habilidades gráficas de los visitantes… Pero no, el objetivo no era indicarles si debía forzar la profundidad de campo o la velocidad, sino conminarles a borrar la foto que pudiera documentar la conducta irregular… Él mismo tomó la cámara y materializó la acción iconoclasta (las imágenes adjuntas documentan la anécdota). A continuación dio media vuelta y se introdujo en una de las muchas dependencias destartaladas de las inmediaciones, que contextualizan la situación general de un yacimiento demasiado complejo y, tal vez, gestionado de modo discutible.
Por lo demás…
En las proximidades (camino de acceso desde la estación de Acrópolis) se ven áreas excavadas protegidas y abandonadas con aspecto comparable a ciertos yacimientos españoles... También son frecuentes los grupos de piezas acumuladas con algunas especialmente interesantes porque registran modalidades ornamentales comparables a otras aparecidas en la península Ibérica y en diversas áreas mediterráneas.
Dar un paseo por la el recinto y enfrentarse a las grúas envejecidas, las construcciones auxiliares, los andamios oxidados, los chamizos y, por supuesto, las sustituciones de obras originales por copias, hacen dudar sobre la capacidad de las autoridades culturales griegas para resolver en tiempo razonable un problema que acaso sólo esté al alcance de las posibilidades económicas y de gestión de países con mayor potencial. Obviamente, este juicio es equivocado, porque a pesar de todo, a pesar de que la situación de la Acrópolis es tan lamentable como la de Medina al-Zahra y otros lugares de circunstancias afines, los turistas acuden en masa y ello ha de entenderse como acreditación de una gestión impecable... Algún "experto" en estos asuntos deducirá que la gente acude, precisamente, porque el ambiente caótico actúa como catalizador de voluntades estéticas latentes, para movilizar las experiencias trascendentes inducidas por el caos.
¿Lo más criticable? Acaso complete la peculiar idiosincrasia griega y pueda contemplarse como cualidad positiva. No me imagino una Acrópolis reorganizada según criterios "alemanes", aunque tal y como están las cosas, a lo peor les obligan a venderla.
¿La "cuestión inglesa"? Intentaré afrontarla cuando me refiera al Museo de la Acrópolis, puesto que allí se ha postulado expresamente.
El dominio de la ciudad, la hegemonía del viento y del sol, la acumulación de referencias míticas y las piedras milenarias, determinan un ambiente sobrecogedor y trufado de matices emotivos... que nos remiten a Pericles y, por supuesto, a Francesco Morosino, a quien cabe el dudoso honor de haber premiado con fuego la sutileza creativa. Idealización y rigor como fundamento del orden social; correcciones ópticas, contraposición entre horizontales y verticales, entre luces y sombras, entre volúmenes sencillos o complejos, aprovechamiento de las posibilidades constructivas de los diferentes materiales, integración de forma y color... Estremece imaginas cómo pudo ser en estado "original", flamante y cubierto de dorados y colores que hoy parecerían insultantes.
Desde las querencias críticas... Aquel espectáculo grandioso se ha convertido en un juego elegante de texturas al gusto de Canova... Y me sentí como en casa… y, por supuesto, recordé las razones que condicionan la gestión cultural y científica de los países pobres, que alguna vez fueron ricos, aunque en ciertos aspectos, no existe mucha distancia con las prácticas habituales en otros lugares menos golpeados por la crisis.
1. Grandes expectativas alimentadas por las guías turísticas, pero sobre todo, por los manuales de historia del arte y materias afines, que construyen los tópicos repetidos infinitamente en los medios de comunicación.
2.- Proceso de peregrinación expiatoria, para que el visitante reconozca sus múltiples pecados: si no hay penitencia no habrá placer. Para llegar a la Acrópolis debemos ascender una cuesta penosa no siempre fácil de recorrer porque el suelo es irregular y conviven zonas muy rugosas con otras extremadamente deslizantes.
3. Acumulaciones masivas de "feligreses pasivos", obsesionados con la experiencia vital de “haber estado allí”, para no sentirse inferior al vecino o al amigo más diligente o para considerarse superior a ellos.
4. Restos espectaculares, capaces de ofrecer una experiencia singular… no siempre consecuente. El Partenón y el resto de las edificaciones allí comprendidas realmente son espectaculares, contando, incluso, con la dificultad para acotar esa espectacularidad.
Por contra...
1. Grandes bloques de mármol configuran varios edificios semiderruidos y en fase perpetua de restauración que es imposible contemplar en su integridad por diversos factores: porque hay demasiada gente, porque todos ellos tienen muy limitadas las posibilidades de recorrerlos (no se puede entrar al interior de ninguno), por la existencia de diversos elementos accesorios como andamios, estructuras auxiliares, máquinas, etc., que desnaturalizan el panorama general... Y para complicar las cosas un poco más, no existe un mínimo apoyo divulgativo que oriente al lego frente a las dificultades de análisis abstracto requerido por la degustación arquitectónica; en especial, cuando media componente urbanístico, como es el caso. En suma, la Acrópolis acaso ea el peor lugar para valorar y conocer los planteamientos arquitectónicos y urbanísticos del mundo griego.
2. Menosprecio de lo "no griego". El proceso histórico sufrido por la Acrópolis debería imponer criterios expositivos mucho más abiertos, que no se recogen en el nuevo museo de la Acrópolis y que tampoco es posible seguir en la Acrópolis más que de forma indirecta.
El resultado global es, también en este caso, particularmente obvio: la visita de la Acrópolis en una experiencia infinitamente más condicionada por factores sociológicos que por indicadores estéticos o históricos, como sucede en casi todos los lugares donde se concentra la gente. Atenas tiene dos lugares de visita imprescindible para quienes, ajenos a los recientes trasiegos políticos, la recorren tras adquirir un “paquete” de los ofrecidos por las agencias de viajes: la Acrópolis y la calle Ermoy, que une la plazas Sitagma y Manstiraki. En ambas se substancia la explotación de los guiris de modo prosaico: consumo de espectáculo grandioso, ingesta de musaca y adquisición de recuerdos más o menos baratos y, casi siempre, estúpidos. Y la situación general es muy parecida en ambas zonas, donde es difícil moverse... Pero el lugar más incómodo, el más agobiante, el que documenta mayor colapso circulatorio es, sin duda, el acceso a la Acrópolis. En los Propileos se unen quienes entran con quienes salen y como es relativamente frecuente que los guías de los grupos de cruceros se detengan unos segundos a explicar las virtudes arquitectónicas del lugar, el atasco es permanente. Y los vigilantes son impotentes para controlar una situación, de por sí, incontrolable.
Salvado ese punto, los visitantes pasean con mayor o menor prisa, se escurren, tropiezan, socializan y, sobre todo, se hacen fotos para inmortalizar la experiencia...
Por lo demás…
En las proximidades (camino de acceso desde la estación de Acrópolis) se ven áreas excavadas protegidas y abandonadas con aspecto comparable a ciertos yacimientos españoles... También son frecuentes los grupos de piezas acumuladas con algunas especialmente interesantes porque registran modalidades ornamentales comparables a otras aparecidas en la península Ibérica y en diversas áreas mediterráneas.
Dar un paseo por la el recinto y enfrentarse a las grúas envejecidas, las construcciones auxiliares, los andamios oxidados, los chamizos y, por supuesto, las sustituciones de obras originales por copias, hacen dudar sobre la capacidad de las autoridades culturales griegas para resolver en tiempo razonable un problema que acaso sólo esté al alcance de las posibilidades económicas y de gestión de países con mayor potencial. Obviamente, este juicio es equivocado, porque a pesar de todo, a pesar de que la situación de la Acrópolis es tan lamentable como la de Medina al-Zahra y otros lugares de circunstancias afines, los turistas acuden en masa y ello ha de entenderse como acreditación de una gestión impecable... Algún "experto" en estos asuntos deducirá que la gente acude, precisamente, porque el ambiente caótico actúa como catalizador de voluntades estéticas latentes, para movilizar las experiencias trascendentes inducidas por el caos.
¿Lo más criticable? Acaso complete la peculiar idiosincrasia griega y pueda contemplarse como cualidad positiva. No me imagino una Acrópolis reorganizada según criterios "alemanes", aunque tal y como están las cosas, a lo peor les obligan a venderla.
¿La "cuestión inglesa"? Intentaré afrontarla cuando me refiera al Museo de la Acrópolis, puesto que allí se ha postulado expresamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario