Si la historia la hiciesen las personas en lugar de los grupos de intereses, debiéramos decir que la muerte de Adolfo Suárez define un punto muy relevante en la Historia de España; así lo explican durante estos días los voceros de la manipulación... Pero por suerte o por desgracia, la propia vida de quien recibiera menosprecio a cambio de dignidad, ilustra lo contrario.
Ha sido necesario que la persona muriera definitivamente para que el personaje se convierta en símbolo rediseñado y surrealista; hasta la señora alcaldesa de Madrid, en maniobra que recuerda a esas tribus que devoran las entrañas de los enemigos, ha propuesto cambiar el nombre del aeropuerto de Barajas... Y, por lo visto, la idea ha sido bien recibida por quienes acaso también busquen fuerzas de la ingesta de los entresijos de la víctima.
Es arrebatador que el nombre de Adolfo Suárez, arropado por menosprecio general cuando estuvo vivo, de la bienvenida a quienes lleguen a España por el aeropuerto de Madrid. Para que cuando el viajero pregunte quién fue Adolfo Suárez, le podamos responder encogiéndonos de hombros... imaginando que, tras nuestras explicaciones, le quedará la misma idea que ofrece en Atenas el nombre de Eleftherios Venizelos.
¿Quién fue Adolfo Suárez? Como no conocí a la persona, me limitaré a recordar unos posos datos del personaje.
Fue "discípulo" (en sentido político) de Fernando Herrero Tejedor, personaje que, junto a otros, intentó armonizar los fundamentos falangistas del Régimen Franquista con las corrientes de "dogmatismo elitista" del Opus Dei, que pocos años después se convertiría en un grupo de especial relevancia en los círculos de poder españoles. En esos años sucedió algo muy relevante, desde el punto de vista del desarrollo cultural: Miguel Fisac, que había formado parte de los dirigentes de aquel grupo religioso, se desvinculaba de él para desencadenar un conflicto que tardó muchos años en apagarse y, tal vez, estuvo en el origen de la demolición de la Pagoda, ese edificio singular que no fue protegido por "despiste".
Desde esa alineación, recorrió una carrera política fulgurante que le condujo a las proximidades del, por entonces, príncipe Juan Carlos. Y acaso por ello, sin otros "méritos" que su escasa experiencia política y su buena apariencia personal y social, fue designado para hacerse cargo de la Presidencia del Gobierno, a la muerte de Franco con un objetivo claro: convertir el Régimen Franquista (merece las mayúsculas por lo que duró) en un Sistema Democrático sin alterarlo substancialmente. El propio Adolfo Suárez explicaba esta circunstancia mediante una metáfora ampliamente recogida durante estos días y reinterpretada de modo forzado: su misión era cambiar las tuberías del entramado político sin dejar de suministrar agua. Desde esa voluntad, emprendió una aventura con luces y sombras que duró hasta el año 1981. Y al parecer, cumplió satisfactoriamente lo que se esperaba de él, aunque en el proceso cambió radicalmente su perfil político y el joven falangista de profunda religiosidad católica se transformó en un estadista capaz de ofrecer firmeza frente a los poderosos (impidió la entrada en la OTAN) y de generar un entramado socioeconómico próximo a las referencias europeas; hasta plantó cara a la Iglesia.
Bajo su mandato fue redactada la Constitución y aunque hubo de vivir tiempos de sangre e hierro, se construyó una imagen pública que, para desgracia de los intereses colectivos, acaso fuera la causa de su ruina política y, tal vez, también personal. Mantener la dignidad en España es caro y peligroso.
Aunque se ha dicho mil veces que la actitud de los políticos españoles secuestrados durante el 23F fue "comprensible", porque el sonido de los disparos encoge el alma, la situación recogida por las cámaras de televisión y los silencios plúmbeos de las explicaciones oficiales y oficiosas, ayudan a entender las miserias de los 30 años siguientes. De los tres que mantuvieron la verticalidad, dos estaban políticamente acabados y el tercero era un anciano casi "marginal", sin posibilidades de llegar al poder.
Ciertos analistas y casi todos los historiadores arden porque se publiquen rápidamente "los papeles de Suárez". No creo que modifiquen substancialmente lo que "todos" sabemos...
Ha sido necesario que la persona muriera definitivamente para que el personaje se convierta en símbolo rediseñado y surrealista; hasta la señora alcaldesa de Madrid, en maniobra que recuerda a esas tribus que devoran las entrañas de los enemigos, ha propuesto cambiar el nombre del aeropuerto de Barajas... Y, por lo visto, la idea ha sido bien recibida por quienes acaso también busquen fuerzas de la ingesta de los entresijos de la víctima.
Es arrebatador que el nombre de Adolfo Suárez, arropado por menosprecio general cuando estuvo vivo, de la bienvenida a quienes lleguen a España por el aeropuerto de Madrid. Para que cuando el viajero pregunte quién fue Adolfo Suárez, le podamos responder encogiéndonos de hombros... imaginando que, tras nuestras explicaciones, le quedará la misma idea que ofrece en Atenas el nombre de Eleftherios Venizelos.
¿Quién fue Adolfo Suárez? Como no conocí a la persona, me limitaré a recordar unos posos datos del personaje.
Fue "discípulo" (en sentido político) de Fernando Herrero Tejedor, personaje que, junto a otros, intentó armonizar los fundamentos falangistas del Régimen Franquista con las corrientes de "dogmatismo elitista" del Opus Dei, que pocos años después se convertiría en un grupo de especial relevancia en los círculos de poder españoles. En esos años sucedió algo muy relevante, desde el punto de vista del desarrollo cultural: Miguel Fisac, que había formado parte de los dirigentes de aquel grupo religioso, se desvinculaba de él para desencadenar un conflicto que tardó muchos años en apagarse y, tal vez, estuvo en el origen de la demolición de la Pagoda, ese edificio singular que no fue protegido por "despiste".
Desde esa alineación, recorrió una carrera política fulgurante que le condujo a las proximidades del, por entonces, príncipe Juan Carlos. Y acaso por ello, sin otros "méritos" que su escasa experiencia política y su buena apariencia personal y social, fue designado para hacerse cargo de la Presidencia del Gobierno, a la muerte de Franco con un objetivo claro: convertir el Régimen Franquista (merece las mayúsculas por lo que duró) en un Sistema Democrático sin alterarlo substancialmente. El propio Adolfo Suárez explicaba esta circunstancia mediante una metáfora ampliamente recogida durante estos días y reinterpretada de modo forzado: su misión era cambiar las tuberías del entramado político sin dejar de suministrar agua. Desde esa voluntad, emprendió una aventura con luces y sombras que duró hasta el año 1981. Y al parecer, cumplió satisfactoriamente lo que se esperaba de él, aunque en el proceso cambió radicalmente su perfil político y el joven falangista de profunda religiosidad católica se transformó en un estadista capaz de ofrecer firmeza frente a los poderosos (impidió la entrada en la OTAN) y de generar un entramado socioeconómico próximo a las referencias europeas; hasta plantó cara a la Iglesia.
Bajo su mandato fue redactada la Constitución y aunque hubo de vivir tiempos de sangre e hierro, se construyó una imagen pública que, para desgracia de los intereses colectivos, acaso fuera la causa de su ruina política y, tal vez, también personal. Mantener la dignidad en España es caro y peligroso.
Aunque se ha dicho mil veces que la actitud de los políticos españoles secuestrados durante el 23F fue "comprensible", porque el sonido de los disparos encoge el alma, la situación recogida por las cámaras de televisión y los silencios plúmbeos de las explicaciones oficiales y oficiosas, ayudan a entender las miserias de los 30 años siguientes. De los tres que mantuvieron la verticalidad, dos estaban políticamente acabados y el tercero era un anciano casi "marginal", sin posibilidades de llegar al poder.
Ciertos analistas y casi todos los historiadores arden porque se publiquen rápidamente "los papeles de Suárez". No creo que modifiquen substancialmente lo que "todos" sabemos...
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