Introducción con digresiones.
Manuel Gómez-Moreno publicó su Iglesias Mozárabes en 1919 y aunque parezca increíble, aún hoy para una parte importante de los historiadores del arte, su contenido continúa siendo dogma de fe en asuntos de arte hispano altomedieval. Y esa sacralidad se hace extensiva a un artículo que fue avanzadilla de aquel: "Excursión a través del arco de herradura", publicado en 1906, que definió una especie de entramado teórico de referencia en torno al elemento arquitectónico más relevante del arte de aquellos años oscuros. Lo más curioso es que ese mismo sector de la historiografía reconoce como una obviedad que la idea misma del "arte mozárabe" está en crisis... porque el constructo nació "manchado" con el estigma de la imprecisión terminológica; no era estrictamente "mozárabe", entendido este término como lo define su raíz árabe: musta‘rabí, gentilicio del árabe clásico, musta‘rab, arabizado, influido por árabe. (DRAE). Nada nuevo porque en el mundo del arte son frecuentes las imprecisiones terminológicas.
Pero lo cierto es que el artículo, contemplado más de cien años después, es asombroso por la meticulosidad y por la agudeza de sus observaciones, pero sobre todo por su capacidad para categorizar con "sentido común" los datos proporcionados por los documentos históricos y los ofrecidos por el análisis histórico o arqueológico. Es obvio y no siempre destacado que, como algunos otros personajes de su generación o algo posteriores, participó de una gran capacidad para someter sus propias dudas o, incluso, hipótesis a una autocrítica implacable que se reflejaba en sus propios textos, de un modo que se fue olvidando con el paso de los años. Como también sucede con Torres Balbás, leer sus textos con atención supone entrar en un universo de matices y propuestas veladas verdaderamente apasionante, que indirectamente ofrece puertas para proseguir en el desarrollo del conocimiento. Por desgracia, han sido abundantes los estudiosos que han preferido oficiar como "discípulos fieles y ciegos", acaso porque aquí más que en otros lugares, la lealtad es virtud muy elogiada...
La imprecisión terminológica aparece a la entrada de su aventura más elaborada, en el "preámbulo" de su Iglesias Mozárabes:
"Dudoso parecerá que el título de este libro responda bien de su contenido. Quizá peque por exceso, dando cabida, bajo título de mozarabismo, a iglesias que no son tales sino en concepto de arte, y quizá peque también por defecto, al tratarse una porción de cuestiones que sólo indirectamente atañen a los edificios. Lo primero se razona por fuerza de hechos, que asignan a lo mozárabe un área de influjos mayor de lo que se pensaba; lo segundo, por necesidades de organización en materia histórica resbaladiza y apenas autorizada".
¿"Mozarabismo sólo en concepto de arte"? ¿"Necesidades de organización en materia histórica resbaladiza y apenas autorizada"? Gómez-Moreno, sumamente permeable a las concepciones "culturalistas" de su tiempo, debía ser consciente —más que nadie— de las debilidades de un libro que se gestó durante muchos años, probablemente, desde que comenzó a trabajar en La historia de los mozárabes de España, de Francisco Javier Simonet, y en paralelo al ingente acopio documental recogido por éste. Ante la desaparición de Simonet, el propio Gómez-Moreno se encargó de completar la edición del libro, que había sido premiado por la Real Academia de la Historia en 1867, poco antes de la destitución de Isabel II.
El libro ofrecía una visión enfática de los cristianos que se mantuvieron fieles a su religión mientras la península Ibérica estuvo bajo instituciones de poder islámicas y de algún modo personalizaron la "resistencia" hispana frente a la cultura “invasora”... Huelga decir que un planteamiento como ese, al que ya me he referido en entradas anteriores, estaba muy alejado de las actitudes objetivas exigibles a cualquier trabajo histórico "actual"; sin embargo, en España es difícil encontrar historiadores que hayan ejercido su labor al margen de condicionantes de naturaleza diversa. Durante la segunda mitad del siglo XIX, los sectores "ilustrados" apostaron decididamente por enfatizar todas las referencias culturales que nos acercaran a los paradigmas del desarrollo social y económico europeos y en esa actitud la herencia islámica era un factor, cuando menos, molesto. Paradójicamente, los sectores progresistas coincidieron con los más reaccionarios, asimismo interesados en negar ese componente de nuestra "substancia" histórica... por razones no muy diferentes, aunque los objetivos "finales" sí lo fueran.
En esa fusión "estratégica" reside, a mi juicio, la clave de un escenario que marcó decisivamente la historiografía de finales del XIX y principios del XX y aún se percibe en nuestros días, cuando se supone que cualquier historiador debería anteponer el dato a la opinión. Durante los últimos 150 años en España apenas se ha entendido la Historia como instrumento de auto-conocimiento o como escuela de estrategias políticas a medio y largo plazo; aquí se han utilizado los datos históricos, pero sobre su interpretación como arma de múltiples filos, hasta alcanzar unos resultados, con frecuencia, antagónicos a lo más elemental de su conocimiento; y en ese juego han predominado, sobre todo, las descalificaciones, recurso habitual cuando no hay voluntad de construir. Para incrementar la complejidad de un panorama especialmente obscuro, los debates relacionados con dichas interpretaciones no se limitaron a lo estrictamente histórico, porque tomaron partido en ellos personajes de formación y objetivos diversos, entre quienes estaban García Lorca, Machado, Unamuno, Ganivet, Ortega y Gasset... y, por supuesto, políticos de toda coloración.
No hace mucho hemos asistido al penúltimo eslabón de ese invariante castizo, con ocasión de las jornadas organizadas por la Generalitat de Catalunya y tituladas: "España contra Cataluña: una mirada histórica 1714-2014". Historiadores "catalanistas" y "españolistas", convenientemente respaldados por sus respectivos medios de comunicación y jaleados por los correligionarios políticos, organizaron un espectáculo particularmente penoso...
Si regresamos a la primera mitad del siglo XX, observaremos que, acabada la Guerra Civil se manifestó una voluntad de reconstrucción histórica que los ideólogos cimentaron sobre varias ideas más o menos artificiosas, entre las que destacan dos especialmente importantes para la argumentación de este comentario: el fundamento "católico, apostólico y romano", específicamente "español", y el componente germánico que emparentaba "lo español" con "lo alemán". La primera se traducíría en una tendencia, aún sensible en los sectores confesionales, según la cual, los españoles cristianos "siempre" estuvieron sometidos a la primacía de Roma. La segunda se materializaría en una obsesión casi enfermiza con el "estado visigodo", que engendró anécdotas como la pretensión de que los niños memorizaran la lista completa de los reyes godos, pero que también se dejó sentir en los ambientes más doctos.
A causa de la diáspora, la polémica más acerada fue protagonizada por dos estudiosos que ejercieron en América: Américo Castro y Claudio Sánchez-Albornoz; del áspero enfrentamiento se alimentaron casi todos los historiadores y ensayistas de la segunda mitad del siglo XX. Lo más curioso es que ambos apostaron por interpretaciones eventualmente sesgadas de la realidad histórica altomedieval. Por lo que aquí y ahora interesa (el debate, alimentado también por los medios de comunicación, fue muy amplio), bastará indicar que el uno (Castro) enfatizó el papel jugado por los judíos y el otro (Sánchez-Albornoz), sobrevaloró el desarrollo cultural del "reino asturiano". Por supuesto, ambos ofrecieron modelos que, de hecho, suponían continuar el camino de quienes desde el siglo XIX pretendía enfatizar lo que nos acercaba a Europa y que se concretaban en atenuar la relevancia cultural del fenómeno islámico. Disimular la relevancia relativa del Califato cordobés durante el siglo X suponía apostar decididamente por una "identidad nacional" alejada de los "casticismos" derivados de las pervivencias islámicas, muy arraigados en amplias zonas de la geografía peninsular.
Con matices surrealistas, los ideólogos del tardofranquismo encontraron la polémica sumamente adecuada para adaptar sus intereses a la nueva situación derivada del fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando era importante ofrecer una imagen lo más próxima posible a los "valores occidentales" de la nueva Europa. Y en ese sentido, la devaluación del factor islámico era una apuesta muy conveniente; sólo molestaba la "aportación judía" y, quizás por ello, Américo Castro enseguida fue declarado "perdedor oficial" del debate. .
Los factores mencionados adquirieron un matiz muy especial cuando, aún en tiempos de Franco, algunos eruditos intentaron resolver las "debilidades" de Gómez-Moreno mediante un constructo que encajaba especialmente bien con la pretensión "desislamizadora" dominante: José Camón Aznar proponía sustituir el término "mozárabe" por uno más adecuado a la "pureza" de la raza hispana; dejaríamos de hablar de "arte mozárabe" para hablar de "arte de repoblación". Para entonces, los manuales escolares ya ofrecían una imagen de la Alta Edad Media "española" perfectamente adaptada a la ideología dominante: "Cuando llegaron las musulmanes, los buenos españoles abandonaron sus tierras y se refugiaron en los montes de Asturias, donde se reagruparon para iniciar 'la Reconquista'".
Pasados los años de confusión y como en las "películas del oeste", caravanas de asturianos y cántabros, dirigidas por hombres santos, recorrerían el territorio peninsular hasta llegar a Castilla para recuperar y repoblar los territorios de sus antepasados o para asentarse junto a los piadosos emigrados de Córdoba, en los alrededores de los nuevos monasterios... Con un destino obvio: Gibraltar.
Pero esa idea, que hizo suya pública y recientemente el ex-presidente Aznar y que subsiste en los manuales escolares del siglo XXI, tenía menos sustento que la tesis de Gómez-Moreno, porque necesitaba el respaldo de los estudios arqueológicos y éstos no documentaron despoblamientos relevantes relacionados con la llegada de los musulmanes. Tal y como advirtió Reinhart, cuando las fuentes medievales hablan de "repoblación" deben referirse al control de un territorio, circunstancia ésta que cuadra perfectamente con la naturaleza del régimen señorial. Llega un "señor", con unos pocos servidores y mucha brutalidad y por sus compañones decide que aquel lugar lo ha "repoblado" él y, que por consiguiente, sus moradores le deben respeto pero sobre todo las gabelas oportunas...
Y por si ello no fuera suficiente, dejando a un lado las comparaciones cinematográficas, aún quedaría una duda incómoda para la ortodoxia: ¿Repoblar con monasterios? Recuerdo una conversación sobre estos asuntos con un muy acreditado especialista en arte medieval (no específicamente de la época altomedieval) de gran inteligencia, cuyo nombre silenciaré por discreción. Cuando surgió el "asunto Escalada" en una discusión personal me dijo con un guiño malicioso:
—Repoblación, repoblación... ¿Los monasterios "mozárabes" eran dúplices? ¿Cómo se va a repoblar un territorio con monasterios?
—Está claro: "Ora et labora" no se contradice con el "Creced y multiplicaos". Son asuntos diferentes que pueden coexistir: por el día, “ora et labora”; por la noche… —respondí con más malicia.
El análisis de Gómez-Moreno... con acotaciones
Tal y como adelantaba en los renglones anteriores, la estructura que Gómez-Moreno establecería para explicar y describir el proceso del arte hispano cristiano altomedieval, quedó diseñado en el sorprendente artículo infinitamente citado al que alude el título de esta entrada y publicado en el número 12 de la revista Cultura Española (1906): "Excursión a través del arco de herradura". Su contenido recoge datos asociados al arco de herradura sobre los que construyó las hipótesis (teorías) fundamentales que, junto con los escasos documentos conocidos (casi todos epigráficos) y algunos otros detalles más o menos importantes, concretaron un proceso acotado mediante dos "momentos" históricos fundamentales: la "época visigoda" y la "época mozárabe". Desde esa polaridad y mediante argumentos más tácitos que explícitos, pocos años después de la publicación del artículo de Gómez-Moreno, el arco de herradura, si pertenecía a edificaciones anteriores al año 711, ya se había convertido en el "fósil guía" de la época visigoda, sobre todo, si sus "proporciones" se aproximaban a las descritas en el artículo mencionado. En este punto, es importante hacer notar que Gómez-Moreno, como otros investigadores posteriores, partió de una hipótesis básica (axioma) discutible: que en época visigoda existía la homogeneidad cultural suficiente como para que existieran patrones arquitectónicos o constructivos (modulares) comunes para toda la península Ibérica. Basta echar un vistazo a los muy diversos sistemas de construcción que ofrecen las diferentes zonas y áreas repartidos por la Península en la actualidad para entender el reparo.
El artículo comenzaba ofreciendo datos e ideas sobre la génesis de ese elemento. Una de las más sugerentes, la hipótesis de M. Choisy, relacionaba la forma de la letra griega Ω con la construcción de un arco sobre un muro con leve resalto para sujetar la cimbra. Gómez-Moreno argumentaba que no parecía razonable aceptar un origen tan accidental... En principio, es difícil no suscribir esta valoración, pero la apuesta de Choisy cuenta con un soporte de funcionalidad constructiva indiscutible que, además ofrece una referencia clara en la Península: Santa Eulalia de Bóveda posee unos arcos con levísima herradura, que, como señalé en su día, pudo haberse generado por el colapso del dintel. Por desgracia, la ajetreada historia de este edificio impide extraer conclusiones tajantes, pero contemplando la disposición de los ladrillos, la hipótesis no parece tan descabellada.
Gómez-Moreno también señalaba posibles interferencias de la India, que habrían conectado con Persia, y otras muchas referencias "orientales" posteriores al siglo IV en Capadocia, Siria, Césarea, etc. Y continuaba mencionando ejemplos posteriores al siglo VII, en Armenia, Arabia, Irán, Grecia, etc., etc.
No lo expresaba con contundencia, pero para cualquier lector, lo dispuesto sobre la mesa conducía a una conclusión que resultará muy familiar a todo estudiante de los primeros cursos de Historia del Arte y hará sonreír o bostezar a cualquier especialista: el arco de herradura procede de "Oriente", "juicio" vago muy empleado en dichos ambientes para explicar el origen de muchos elementos decorativos, pero difícil de concretar. Muchas veces me he preguntado qué elementos no proceden de "Oriente", porque desde el etnocentrismo europeo, "Oriente" empieza en la línea que une el tacón de la bota italiana con Venecia. No conozco ningún elemento ornamental o estructural que no proceda de "Oriente".
Sin embargo, el propio Gómez-Moreno, advirtió la debilidad de esa idea, porque cuando escribió el artículo mencionado, estaba claro que el arco de herradura era un elemento "usual" (término empleado por G. Moreno) desde el siglo II, cuando menos, en el SO de la península Ibérica (p. 186) y en la zona leonesa. Y mencionó varias piezas que documentaban el uso de ese elemento: La estela sepulcral de L. Emilio Valnete (León); la de L. Campilio Paterno ; la de la esposa de Flavus, con tres arcos de herradura.
"En Escalada tengo indicios de haberse descubierto dos más, que no ha hecho públicas D. Ricardo Velázquez" (p. 792) (...) Otra, anepígrafa y con dos arcos de herradura abajo, está empotrada en la parroquial de Rabanales (Alcañices, Zamora), y alistana también es la pequeña estela de San Vitero, con pareja igual y epitafio de un Pistiro, hijo de Ecueso. En Picote, cerca de Miranda de Duero, aparecieron dos, finalmente, con los mismos arcos abajo, símbolos idénticos a los leoneses y epitafios de Deocena, hija de Careto, y Reburina, hija de Boutio.
Las estelas de este género son nombres indígenas o latinos, extraños símbolos y arcos semicirculares abajo, son innumerables en la región del Duero; más adviértase que la arquivolta pudiera, siendo muy pequeña, dar ciegamente origen a la herradura en manos de lapidarios ineptos; y que remedan arcos verdaderos y no adornos a capricho, se garantiza con la primera de las estelas reseñadas.
Todas ellas son indicio vehemente de que nuestro arco era usual, desde el siglo II a lo menos, en la cuenca del Esla, si bien el arrasamiento casi absoluto de edificios de aquella edad no permite comprobarlo."
Y en nota a pie de página: "Puede sospecharse, no obstante, que algún simbolismo vinculaba dicha curva con las estelas, puesto que una, erigida por la República segobrigense a principios del siglo II, lleva en lo alto esculpida una moldura así: Ω, lo que repite con mayor claridad la estela de Valentino en Béjar" (...)"
¡¿"Algún simbolismo"?! La última letra del alfabeto griego en las estelas... ¡¿Algún simbolismo?! El fin de la vida, el fin del alfabeto... Reconozco en este caso que se me escapan las razones de tanta vaguedad, sobre todo, teniendo en cuenta el trascendentalismo cristiano. ¿Sería aventurado deducir que el cristianismo se "apoderó" de los elementos iconográficos paganos alusivos a "la regeneración" que supone la muerte? A lo mejor es pura casualidad que los elementos de este tipo aparezcan en las estelas y en los sepulcros (discos solares, ornamentación geométrica, laureas, grifos, cráteras, copas, árboles de la vida, etc.); a lo mejor es casualidad su vinculación con la arquitectura altomedieval…
A los ejemplos citados por Gómez-Moreno aún habría que añadir, cuando menos, la estela de Licinio Carisiano (Museo de Palencia, clasificada en el siglo III), la de Monte Cildá (Olleros de Pisuerga) (M. Palencia, s. III), otra más del museo de Burgos (dedicada a Ambata Caelica), la de Gastiain (Ermita de San Sebastián), la de Aguilar de Codés (museo de Pamplona), el ara taurobólica de Sos del Rey Católico (Museo de Pamplona) con dos arcos de herradura, los bloques reutilizados en Santiago de Alburquerque (Badajoz), que L. Caballero relacionada con la anterior... Supongo que existirán algunas más, por no citar ciertas modalidades de estela que por su configuración sugieren arcos ultrapasados, clasificadas en los alrededores del siglo II (en el Museo de Burgos hay unas cuantas).
Y aún deberíamos mencionar las lápidas ya cristianas, que parecen proporcionar continuidad a dicha tradición. No son muchas, pero sí muy significativas, porque alguna incluso ayuda a situar ciertos elementos supuestamente "mozárabes" como el "doble sogueado" (motivo laureado): varias lápidas de Mértola, comparables a la Andreas (citada por Gómez-Moreno), la de Leopardus, la de Fortunata y otra más incompleta; todas fechadas sin muchas dudas en el siglo VI, que parece ser época clave en la difusión del cristianismo.
Para completar un panorama de posibilidades de evolución formal progresivamente diáfano, faltaría mencionar un hecho casi tangencial. Existe un grupo de estelas hispano-romanas, documentado en la zona próxima a la actual provincia de Zamora (incluyendo parte de Portugal), que parece derivar del tipo "de Picote" (estelas de rueda o de turbina), y ofrece otra posible fuente de inspiración. No es raro que estas estelas contengan bajo "la turbina" arquerías como las aparecidas en las zonas de león y Burgos; en el Museo de Zamora guardan varias piezas, aunque no conozco ninguna con arcos de herradura. Sin embargo, la de Publio Carisio, aparecida en Villalcampo, ofrece un recercado del disco, precisamente, en forma de omega, que descansa sobre el cuadrado de la inscripción que, a su vez, se apoya sobre una arquería triple. Parece evolución de otras con el disco recercado mediante círculo perfectamente trazado. La de Mustaro, asimismo de Villalcampo, es similar; y aún existen otras de configuración menos clara, que podrían interpretarse como omega muy cerrada o como círculo levemente abierto; divertido juego para una interpretación "gestáltica", que no puede ocultar la existencia de una Ω, al menos en la de Mustaro.
A todo ello faltaría unir una circunstancia muy importante: en la península Ibérica la Ω no era forma extraña en la planificación de los diseños arquitectónicos, tal y como acreditan algunas villas castellanas y otros edificios de cronología tardorromana. Lo recogió el propio Gómez-Moreno:
"Queda, sin embargo, por añadir otro indicio, y es la planta ultrasemicircular de algunas exedras en ruinas del período de decadencia, por ejemplo, en San Julián de Valmuza (Salamanca) y en Arnal, cerca de Leiria, abonándolo el ejemplo de ábsides iguales en iglesias y mezquitas donde campea dicho arco".
Hoy sabemos que no era un "indicio" solamente. La planta "ultrasemicircular" no era circunstancia extraña en la arquitectura hispanorromana tardía. Ahí están Marialba de la Ribera, las villas próximas a Valladolid... por no mencionar otros restos arqueológicos de cronología más problemática como el complejo de Segóbriga o el de Terrasa...
Con todos estos datos en la mano, parece absurdo mantener que el arco de herradura sea "fósil guía" de la época visigoda, porque habría que contar con la posibilidad de una realización más temprana... Y contando con la nota de la página 793, donde aparece la que creo es única referencia a la Ω, me pregunto si el propio Gómez-Moreno no forzó los términos para descartar la posibilidad de que el arco de herradura no fuera, en realidad, sino una "derivación" (apropiación) de la Ω (símbolo funerario romano) que encontramos en estelas no mencionadas en el artículo.
A la hora del balance, Gómez-Moreno escribió:
"Nuestra fatigosa excursión deja rotos dos eslabones indispensables para vindicar la unidad de origen del arco de herradura, ligando la India y Persia, el Asia y España. Ni los monumentos por mí conocidos ni la historia satisfacen aún para basar una teoría, y sólo indicios técnicos hacen verosímil tal enlace; pero la fecha, lugar y forma de revelársenos en España, infiltrado en el arte de los viejos astures, complican de tal modo el problema, que habríamos de remontarnos a las edades protohistóricos en busca de solución, por el mismo camino tal vez que recorrió la suástica del budismo hasta reaparecer entre aquellos indígenas con su mismo carácter de símbolo religioso y su misma forma; y si damos valor al aserto de Choisy referente a monumentos frigios análogos a nuestras estelas, será nueva y sorprendente coincidencia, pues allí en el Asia menor la suástica hizo también arraigo.
En el Oriente no caracteriza nuestro arco estilo alguno de arquitectura ni fue exclusivo, a no ser en algunos valles de Capadocia; pues aún gustando de él, como prueban sus frecuentes apariciones, debióse rechazar por inconveniencia de estructura, reservándolo las más de las veces para lo pequeño y decorativo. Quedan sospechas de si prevalecería en obras rústicas de maderos livianos; para esto, fuera de la India, quizá nunca se dilucide.
Respecto de España, hay más indicios para admitir una fase de arquitectura entre la decadencia romana y la invasión árabe, cuya característica principal hubo de ser nuestro arco, bastando quizá para ello que alguna de las metrópolis de entonces, Mérida o Sevilla, por ejemplo, lo pusiese de moda, tomándolo del arte indígena vulgar, durante la próspera reacción constantiniana. Por entonces la prolongación de curva que constituye la herradura era muy discreta, imperceptible a veces y sin exceder de un tercio del radio, en forma que la proporción usual entre alto y ancho de la rosca era sesquiátera —de dos a tres— y solía abrir más que el hueco entre las jambas."
Y finalizaba con una elegía a la cultura hispana, que —mediante la iglesia de San Vicente— ofreció a los musulmanes las fórmulas constructivas que substanciaron el brillante arte califal, y con una breve alusión a la arquitectura mozárabe...
Dejando a un lado el interés por forzar la "importancia" de la cultura hispana, surge una posibilidad que ya había descrito el propio erudito granadino: el arco omega parece ser elemento perfectamente documentado, cuando menos, en el oeste de la península Ibérica, mediante fórmulas diversas y, casi siempre, con el carácter funerario implícito en la ubicación de la letra en el alfabeto griego. Esa tradición no parece exclusiva de la península Ibérica, porque está documentada la existencia de objetos funerarios con ese elementos en otros contextos. Por ejemplo, en las "mesas sigma", que ofrecen series de "arcos de herradura" sobre formato de arco peraltado. Existe una en el MET realizada en Roma, con elementos cristianos fechada entre los siglos V y VI. Recientemente, en Sevilla, han aparecido restos que podrían corresponder a una pieza acaso similar a la del museo neoyorquino...
Y por resolver posibles recelos, cabría preguntarse si las representaciones de las estelas son formas elegidas por el capricho de quien hace el encargo sin relación con edificio alguno o si, por el contrario, aludían a un edificio concreto, interpretado de modo más o menos "libre" o convencionalizado, pero sea como fuere, teniendo en cuenta la tendencia "natural" que todos tenemos a la representación, parece poco probable la primera alternativa. La literatura arqueológica se ha inclinado casi monolíticamente por la segunda opción, es decir, por suponer que, cuando menos, el tallista y quienes pagaron los trabajos "imitaban" edificios concretos o tipologías edilicias específicas. Además, hasta la colocación en la puerta de las iglesias parece responder a una idea particularmente apropiada desde la ortodoxia cristiana, que, al parecer, no repugnaba con los usos de los hispanorromanos: por el fin se entra en el principio...
La vinculación entre las primeras fórmulas cristianas y las tradiciones funerarias romanas no es asunto exclusivo de Hispania, porque también están documentados fenómenos afines en otras zonas del Imperio Romano; de hecho, el cristianismo, al enfatizar el mensaje trascendente (la resurrección), se muestra como una religión especialmente atenta al sacrificio, a lo funerario. Sólo cuando el creyente muere puede acceder a la proximidad divina.
Las categorías forzadas
Si está clara la relación de los arcos de herradura con tradiciones culturales hispanorromanas, ¿por qué insistir en relacionar la arquitectura "hispánica" altomedieval con “lo visigodo” y con lo andalusí? En el primer caso, la explicación parece simple: la aportación germánica acercaría nuestros "orígenes" a "lo europeo. La segunda cuestión es, en este caso, más compleja... El intento de enfatizar lo genuinamente "lo español" ("lo mozárabe") conducía a reforzar lo andalusí y ello, a su vez engendraba un problema de consecuencias paradójicas. Dado que los grupos de cristianos empeñados en desvincularse del control emiral aparecieron a mediados del siglo IX, sería en ese momento cuando deberíamos situar los fundamentos del influjo cultural que aportarían los cristianos cordobeses emigrados hacia el norte para establecerse en territorios relativamente ajenos al poder cordobés (finales del siglo IX, principios del X). Sin embargo, hay que esperar a la proclamación del califato a principios del siglo X (929) para que en al-Ándalus aparezca un fenómeno cultural expansivo que se traduzca en la realización de las grandes obras que proyectarán su relevancia hacia el futuro.
En suma, los mozárabes emigrados, que salieron de Córdoba para escapar del control islámico, únicamente podrían haberse empapado de lo realizado en tiempos emirales y resulta que de esa época sólo se conoce una obra relevante: las dos primeras fases constructivas de la mezquita mayor de Córdoba. Y por los datos que proporcionan los trabajos arqueológicos, si exceptuamos las construcciones militares, de escasa significación estética, no parece que existieran en toda la geografía peninsular obras de gran significación cultural antes de la llegada de Abdelrahman III al poder.
Así, pues, las dos primeras fases constructivas de la aljama cordobesa se convertían en factor clave para hacer encajar la cultura "mozárabe" leonesa como fenómeno cultural derivado de lo islámico y, en consecuencia, para explicar la "depuración estética" de las "iglesias mozárabes", resultaba "vital" contar con un "arte emiral" de especial significación. Pero la ampliación de Abdelrahmán II es simple continuación de lo que ya existía en la primera mezquita: los alarifes del siglo IX se limitaron a repetir lo que habían hecho sus predecesores: buscar elementos arquitectónicos de los edificios antiguos (probablemente, bloques de piedra, columnas y capiteles) para organizar arquerías arriostradas mediante arcos longitudinales de herradura...
Frente al razonamiento de Gómez-Moreno, ninguna iglesia "mozárabe" se construyó según el modelo arquitectónico de la aljama, de modo que el único nexo quedaba definido por el arco de herradura, pero con una función tectónica diferente: en la zona leonesa todos los arcos de herradura tienen el carácter que habitualmente ofrecen los arcos semicirculares en la tradición romana y bizantina en edificios de escasa complejidad estructural; son, sencillamente, elementos tectónicos elementales, de reparto o concentración de cargas, concebidos para evitar que la piedra, el ladrillo, el mortero o el opus caementicium soporten esfuerzos de tracción.
Los detalles anexos al arco de las "iglesias mozárabes", como los definidos por la vinculación capitel-cimacio, tampoco siguen fórmulas homogéneas derivadas de la mezquita de Córdoba. En algunas (Peñalba y Lebeña) aparecen cimacios moldurados de sección bastante tendida, que están más cerca de los prototipos bizantinos de los siglos V y VI. En otras (Escalada y Mazote) se emplearon fórmulas variadas que no siempre pasan por la existencia de cimacios tendidos; sólo aparecen modelos cercanos a lo que se puede ver en Córdoba cuando existen cimacios reutilizados (en el pórtico de Escalada).
¿Se puede construir una teoría de "influjo cultural" basándose únicamente en elementos formales? ¿Los "mozárabes" importaron el arco de herradura sin integrar el valor estructural que tiene en la mezquita mayor de Córdoba? Y si sólo fue una aportación formal... ¿no habría sido más sencillo que lo hubieran tomado de las referencias hispanorromanas autóctonas?
Gómez-Moreno reforzó la tesis apoyándose en "lo ornamental" y para ello creó un "taller emiral" de escultura que habría realizado algunos de los capiteles que aún existen en la ampliación de Abdelrahmán II y, sobre todo, en el mihrab de la ampliación de Alhákan, que según recogen las fuentes literarias, fueron trasladados desde el mihrab del siglo IX. Si existiera un taller emiral de cierta enjundia, se reforzaría la hipótesis del influjo hacia el norte...
Lo sorprendente del caso es que resulta imposible establecer la menor relación entre el "taller emiral" y los caiteles "bizantinos" de las "iglesias mozárabes" y además, es muy discutible que los capiteles de la mezquita adjudicados por Gómez-Moreno a siglo IX lo fueran realmente: todos ellos son derivaciones de tipologías romanas, con escasísima influencia oriental tardía, muy probablemente, realizados entre los siglos II y VII (volveré a ello en una entrada próxima).
En suma, se diría que Gómez-Moreno acrecentó la capacidad creadora de los artífices cordobeses del siglo IX para poder "explicar" la creatividad de los tallistas "mozárabes", pero lo hizo forzando excesivamente los datos arqueológicos.
Si enfriamos el análisis y nos desprendemos del interés en enfatizar lo genuinamente español, todo se simplifica: los "mozárabes" que emigraron de Córdoba sólo pudieron traer con ellos escasas referencias culturales, porque, como quedó dicho, la gran eclosión cultural andalusí sólo aparecerá una vez estabilizada la estructura política centralizada que permitió instaurar el Califato de Córdoba, y esa estructura no estuvo firmemente consolidada hasta mucho después de la llegada de Abdelrahmán III (912), puesto que éste heredó un emirato al borde del colapso económico, político y militar.
Para finalizar
Quien esté familiarizado con la arquitectura romana, habrá visto mil veces como se genera una forma próxima al arco de herradura entre los dinteles y los cargaderos semicirculares. El edificio con más ejemplos de este tipo es el Panteón, que contrastan la posible accidentalidad del caso de Bóveda. Pero con independencia de cuál fuera el origen concreto del arco de herradura en arquitectura, algunas circunstancias están, a mi juicio, muy claras.
La primera: su consideración como fósil guía, específico de tiempos visigodos, su vinculación exclusiva a "lo visigodo", carece de fundamento.
La segunda: si aceptáramos la cronología de Gómez-Moreno, la "importación" del arco de herradura cordobés que se atribuye a las comunidades "mozárabes", lo sería en clave estrictamente formal: no existe ninguna iglesia "mozárabe" donde aparezcan arcos de herradura en función de arriostramiento longitudinal.
Desde los restos que poco a poco vamos conociendo, parece que el arco de herradura es una "forma" arraigada en la península Ibérica, sobre todo en el noroeste y en parte de la Baetica, asociada a las prácticas funerarias. Su obvia relación con la "omega" permite relacionarlo con los fenómenos de difusión cultural que se distribuyeron por el Imperio a partir del siglo II.
Aunque existen algunas referencias orientales, sobre todo en Anatolia, el arco de herradura en estructuras arquitectónicas parece ser una peculiaridad específicamente "hispana" y, más concretamente, de la mitad occidental peninsular. Conocido el carácter utilitario de la primera arquitectura islámica (Creswell), casi es obvio deducir que los musulmanes cordobeses lo emplearon en la primera gran mezquita de la capital porque era una costumbre local: hubiera sido poco práctico imponer a los alarifes cordobeses fórmulas constructivas ajenas a sus usos, habilidades y a lo que permanecía en pie a la vista de todos. En ese sentido el conocido y discutido "relato" sobre el uso compartido de la iglesia de San Vicente estaría informando de un proceso de continuidad cultural, que se habría substanciado tanto si se mantuvieron algunas partes de la antigua iglesia como si no. Esta interpretación parece más razonable que apoyar la "genialidad" constructiva en que Abdelrahmán, el Emigrado, llegara a Córdoba en compañía de algún "arquitecto" sirio. De hecho, la estructura de la mezquita cordobesa no tiene parangón en otras áreas del Mediterráneo; ni en Damasco.
Los arcos de herradura "mozárabes", muy probablemente, respondan al mismo origen, tanto si pertenecen a edificios reconstruidos o construidos durante el siglo X (Escalada y Mazote), como si pertenecen a construcciones de cronología anterior (Celanova, Lebeña y Peñalba), pero en todos los casos aparecen asociados a planteamientos estructurales ajenos a lo específicamente cordobés. En Peñalba y Lebeña arrancan de cimacios de fuerte sentido bizantino. En contraposición, en las dos primeras fases de la mezquita de Córdoba se emplearon cimacios de sección muy variada; muchos, manifiestamente reutilizados. En Escalada y Mazote los constructores se adaptaron a las posibilidades de los materiales de acarreo y cuando tallaron bloques nuevos prescindieron de los cimacios como piezas independientes: en ese caso, los arcos arrancan de dados, grandes en Mazote y pequeños en Escalada.
En suma, desde los datos que hoy conocemos, parece más probable que el arco de herradura se empezara a utilizar en edificios funerarios de los siglos II y III, como parece representar la estela de la esposa de Flavus, y que la fórmula fuera asimilada en una parte significativa de los primeros edificios cristianos, al menos, en la mitad occidental de la Península (Baética. Lusitania y Gallaecia), donde también se manifestaron diferencias relevantes con el resto de los territorios en otros aspectos de la cultura material... Las iniciativas de tiempos visigodos, las de época emiral y, por supuesto, las rehabilitaciones del siglo X en Castilla-León seguirían empleándolo por razones de simple arraigo cultural. No creo que el uso de este elemento en los edificios altomedievales del noroeste peninsular pueda explicarse como expresión de influencia cordobesa en ningún caso.
Manuel Gómez-Moreno publicó su Iglesias Mozárabes en 1919 y aunque parezca increíble, aún hoy para una parte importante de los historiadores del arte, su contenido continúa siendo dogma de fe en asuntos de arte hispano altomedieval. Y esa sacralidad se hace extensiva a un artículo que fue avanzadilla de aquel: "Excursión a través del arco de herradura", publicado en 1906, que definió una especie de entramado teórico de referencia en torno al elemento arquitectónico más relevante del arte de aquellos años oscuros. Lo más curioso es que ese mismo sector de la historiografía reconoce como una obviedad que la idea misma del "arte mozárabe" está en crisis... porque el constructo nació "manchado" con el estigma de la imprecisión terminológica; no era estrictamente "mozárabe", entendido este término como lo define su raíz árabe: musta‘rabí, gentilicio del árabe clásico, musta‘rab, arabizado, influido por árabe. (DRAE). Nada nuevo porque en el mundo del arte son frecuentes las imprecisiones terminológicas.
Pero lo cierto es que el artículo, contemplado más de cien años después, es asombroso por la meticulosidad y por la agudeza de sus observaciones, pero sobre todo por su capacidad para categorizar con "sentido común" los datos proporcionados por los documentos históricos y los ofrecidos por el análisis histórico o arqueológico. Es obvio y no siempre destacado que, como algunos otros personajes de su generación o algo posteriores, participó de una gran capacidad para someter sus propias dudas o, incluso, hipótesis a una autocrítica implacable que se reflejaba en sus propios textos, de un modo que se fue olvidando con el paso de los años. Como también sucede con Torres Balbás, leer sus textos con atención supone entrar en un universo de matices y propuestas veladas verdaderamente apasionante, que indirectamente ofrece puertas para proseguir en el desarrollo del conocimiento. Por desgracia, han sido abundantes los estudiosos que han preferido oficiar como "discípulos fieles y ciegos", acaso porque aquí más que en otros lugares, la lealtad es virtud muy elogiada...
La imprecisión terminológica aparece a la entrada de su aventura más elaborada, en el "preámbulo" de su Iglesias Mozárabes:
"Dudoso parecerá que el título de este libro responda bien de su contenido. Quizá peque por exceso, dando cabida, bajo título de mozarabismo, a iglesias que no son tales sino en concepto de arte, y quizá peque también por defecto, al tratarse una porción de cuestiones que sólo indirectamente atañen a los edificios. Lo primero se razona por fuerza de hechos, que asignan a lo mozárabe un área de influjos mayor de lo que se pensaba; lo segundo, por necesidades de organización en materia histórica resbaladiza y apenas autorizada".
¿"Mozarabismo sólo en concepto de arte"? ¿"Necesidades de organización en materia histórica resbaladiza y apenas autorizada"? Gómez-Moreno, sumamente permeable a las concepciones "culturalistas" de su tiempo, debía ser consciente —más que nadie— de las debilidades de un libro que se gestó durante muchos años, probablemente, desde que comenzó a trabajar en La historia de los mozárabes de España, de Francisco Javier Simonet, y en paralelo al ingente acopio documental recogido por éste. Ante la desaparición de Simonet, el propio Gómez-Moreno se encargó de completar la edición del libro, que había sido premiado por la Real Academia de la Historia en 1867, poco antes de la destitución de Isabel II.
San Cebrián de Mazote en la actualidad (siglo X con reinterpretación moderna) |
En esa fusión "estratégica" reside, a mi juicio, la clave de un escenario que marcó decisivamente la historiografía de finales del XIX y principios del XX y aún se percibe en nuestros días, cuando se supone que cualquier historiador debería anteponer el dato a la opinión. Durante los últimos 150 años en España apenas se ha entendido la Historia como instrumento de auto-conocimiento o como escuela de estrategias políticas a medio y largo plazo; aquí se han utilizado los datos históricos, pero sobre su interpretación como arma de múltiples filos, hasta alcanzar unos resultados, con frecuencia, antagónicos a lo más elemental de su conocimiento; y en ese juego han predominado, sobre todo, las descalificaciones, recurso habitual cuando no hay voluntad de construir. Para incrementar la complejidad de un panorama especialmente obscuro, los debates relacionados con dichas interpretaciones no se limitaron a lo estrictamente histórico, porque tomaron partido en ellos personajes de formación y objetivos diversos, entre quienes estaban García Lorca, Machado, Unamuno, Ganivet, Ortega y Gasset... y, por supuesto, políticos de toda coloración.
No hace mucho hemos asistido al penúltimo eslabón de ese invariante castizo, con ocasión de las jornadas organizadas por la Generalitat de Catalunya y tituladas: "España contra Cataluña: una mirada histórica 1714-2014". Historiadores "catalanistas" y "españolistas", convenientemente respaldados por sus respectivos medios de comunicación y jaleados por los correligionarios políticos, organizaron un espectáculo particularmente penoso...
Santiago de Peñalba, acceso. |
A causa de la diáspora, la polémica más acerada fue protagonizada por dos estudiosos que ejercieron en América: Américo Castro y Claudio Sánchez-Albornoz; del áspero enfrentamiento se alimentaron casi todos los historiadores y ensayistas de la segunda mitad del siglo XX. Lo más curioso es que ambos apostaron por interpretaciones eventualmente sesgadas de la realidad histórica altomedieval. Por lo que aquí y ahora interesa (el debate, alimentado también por los medios de comunicación, fue muy amplio), bastará indicar que el uno (Castro) enfatizó el papel jugado por los judíos y el otro (Sánchez-Albornoz), sobrevaloró el desarrollo cultural del "reino asturiano". Por supuesto, ambos ofrecieron modelos que, de hecho, suponían continuar el camino de quienes desde el siglo XIX pretendía enfatizar lo que nos acercaba a Europa y que se concretaban en atenuar la relevancia cultural del fenómeno islámico. Disimular la relevancia relativa del Califato cordobés durante el siglo X suponía apostar decididamente por una "identidad nacional" alejada de los "casticismos" derivados de las pervivencias islámicas, muy arraigados en amplias zonas de la geografía peninsular.
Con matices surrealistas, los ideólogos del tardofranquismo encontraron la polémica sumamente adecuada para adaptar sus intereses a la nueva situación derivada del fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando era importante ofrecer una imagen lo más próxima posible a los "valores occidentales" de la nueva Europa. Y en ese sentido, la devaluación del factor islámico era una apuesta muy conveniente; sólo molestaba la "aportación judía" y, quizás por ello, Américo Castro enseguida fue declarado "perdedor oficial" del debate. .
Santa María de Melque. ¿Siglo X? ¿Siglo IX? ¿"Tardorromano"? |
Pasados los años de confusión y como en las "películas del oeste", caravanas de asturianos y cántabros, dirigidas por hombres santos, recorrerían el territorio peninsular hasta llegar a Castilla para recuperar y repoblar los territorios de sus antepasados o para asentarse junto a los piadosos emigrados de Córdoba, en los alrededores de los nuevos monasterios... Con un destino obvio: Gibraltar.
Pero esa idea, que hizo suya pública y recientemente el ex-presidente Aznar y que subsiste en los manuales escolares del siglo XXI, tenía menos sustento que la tesis de Gómez-Moreno, porque necesitaba el respaldo de los estudios arqueológicos y éstos no documentaron despoblamientos relevantes relacionados con la llegada de los musulmanes. Tal y como advirtió Reinhart, cuando las fuentes medievales hablan de "repoblación" deben referirse al control de un territorio, circunstancia ésta que cuadra perfectamente con la naturaleza del régimen señorial. Llega un "señor", con unos pocos servidores y mucha brutalidad y por sus compañones decide que aquel lugar lo ha "repoblado" él y, que por consiguiente, sus moradores le deben respeto pero sobre todo las gabelas oportunas...
Y por si ello no fuera suficiente, dejando a un lado las comparaciones cinematográficas, aún quedaría una duda incómoda para la ortodoxia: ¿Repoblar con monasterios? Recuerdo una conversación sobre estos asuntos con un muy acreditado especialista en arte medieval (no específicamente de la época altomedieval) de gran inteligencia, cuyo nombre silenciaré por discreción. Cuando surgió el "asunto Escalada" en una discusión personal me dijo con un guiño malicioso:
—Repoblación, repoblación... ¿Los monasterios "mozárabes" eran dúplices? ¿Cómo se va a repoblar un territorio con monasterios?
—Está claro: "Ora et labora" no se contradice con el "Creced y multiplicaos". Son asuntos diferentes que pueden coexistir: por el día, “ora et labora”; por la noche… —respondí con más malicia.
San Miguel de Escalada, siglo X |
Tal y como adelantaba en los renglones anteriores, la estructura que Gómez-Moreno establecería para explicar y describir el proceso del arte hispano cristiano altomedieval, quedó diseñado en el sorprendente artículo infinitamente citado al que alude el título de esta entrada y publicado en el número 12 de la revista Cultura Española (1906): "Excursión a través del arco de herradura". Su contenido recoge datos asociados al arco de herradura sobre los que construyó las hipótesis (teorías) fundamentales que, junto con los escasos documentos conocidos (casi todos epigráficos) y algunos otros detalles más o menos importantes, concretaron un proceso acotado mediante dos "momentos" históricos fundamentales: la "época visigoda" y la "época mozárabe". Desde esa polaridad y mediante argumentos más tácitos que explícitos, pocos años después de la publicación del artículo de Gómez-Moreno, el arco de herradura, si pertenecía a edificaciones anteriores al año 711, ya se había convertido en el "fósil guía" de la época visigoda, sobre todo, si sus "proporciones" se aproximaban a las descritas en el artículo mencionado. En este punto, es importante hacer notar que Gómez-Moreno, como otros investigadores posteriores, partió de una hipótesis básica (axioma) discutible: que en época visigoda existía la homogeneidad cultural suficiente como para que existieran patrones arquitectónicos o constructivos (modulares) comunes para toda la península Ibérica. Basta echar un vistazo a los muy diversos sistemas de construcción que ofrecen las diferentes zonas y áreas repartidos por la Península en la actualidad para entender el reparo.
El artículo comenzaba ofreciendo datos e ideas sobre la génesis de ese elemento. Una de las más sugerentes, la hipótesis de M. Choisy, relacionaba la forma de la letra griega Ω con la construcción de un arco sobre un muro con leve resalto para sujetar la cimbra. Gómez-Moreno argumentaba que no parecía razonable aceptar un origen tan accidental... En principio, es difícil no suscribir esta valoración, pero la apuesta de Choisy cuenta con un soporte de funcionalidad constructiva indiscutible que, además ofrece una referencia clara en la Península: Santa Eulalia de Bóveda posee unos arcos con levísima herradura, que, como señalé en su día, pudo haberse generado por el colapso del dintel. Por desgracia, la ajetreada historia de este edificio impide extraer conclusiones tajantes, pero contemplando la disposición de los ladrillos, la hipótesis no parece tan descabellada.
Santa Eulalia de Bóveda, s. IV, V |
No lo expresaba con contundencia, pero para cualquier lector, lo dispuesto sobre la mesa conducía a una conclusión que resultará muy familiar a todo estudiante de los primeros cursos de Historia del Arte y hará sonreír o bostezar a cualquier especialista: el arco de herradura procede de "Oriente", "juicio" vago muy empleado en dichos ambientes para explicar el origen de muchos elementos decorativos, pero difícil de concretar. Muchas veces me he preguntado qué elementos no proceden de "Oriente", porque desde el etnocentrismo europeo, "Oriente" empieza en la línea que une el tacón de la bota italiana con Venecia. No conozco ningún elemento ornamental o estructural que no proceda de "Oriente".
Estela de la esposa de Flavus (Museo de León) (detalle de las arquerías) |
Estela de Campilius (Museo de León) (detalle) |
"En Escalada tengo indicios de haberse descubierto dos más, que no ha hecho públicas D. Ricardo Velázquez" (p. 792) (...) Otra, anepígrafa y con dos arcos de herradura abajo, está empotrada en la parroquial de Rabanales (Alcañices, Zamora), y alistana también es la pequeña estela de San Vitero, con pareja igual y epitafio de un Pistiro, hijo de Ecueso. En Picote, cerca de Miranda de Duero, aparecieron dos, finalmente, con los mismos arcos abajo, símbolos idénticos a los leoneses y epitafios de Deocena, hija de Careto, y Reburina, hija de Boutio.
Las estelas de este género son nombres indígenas o latinos, extraños símbolos y arcos semicirculares abajo, son innumerables en la región del Duero; más adviértase que la arquivolta pudiera, siendo muy pequeña, dar ciegamente origen a la herradura en manos de lapidarios ineptos; y que remedan arcos verdaderos y no adornos a capricho, se garantiza con la primera de las estelas reseñadas.
Todas ellas son indicio vehemente de que nuestro arco era usual, desde el siglo II a lo menos, en la cuenca del Esla, si bien el arrasamiento casi absoluto de edificios de aquella edad no permite comprobarlo."
Y en nota a pie de página: "Puede sospecharse, no obstante, que algún simbolismo vinculaba dicha curva con las estelas, puesto que una, erigida por la República segobrigense a principios del siglo II, lleva en lo alto esculpida una moldura así: Ω, lo que repite con mayor claridad la estela de Valentino en Béjar" (...)"
¡¿"Algún simbolismo"?! La última letra del alfabeto griego en las estelas... ¡¿Algún simbolismo?! El fin de la vida, el fin del alfabeto... Reconozco en este caso que se me escapan las razones de tanta vaguedad, sobre todo, teniendo en cuenta el trascendentalismo cristiano. ¿Sería aventurado deducir que el cristianismo se "apoderó" de los elementos iconográficos paganos alusivos a "la regeneración" que supone la muerte? A lo mejor es pura casualidad que los elementos de este tipo aparezcan en las estelas y en los sepulcros (discos solares, ornamentación geométrica, laureas, grifos, cráteras, copas, árboles de la vida, etc.); a lo mejor es casualidad su vinculación con la arquitectura altomedieval…
Estela de Gastiaín (Mº de Navarra) (detalle) |
Estela del Museo de Burgo |
Y aún deberíamos mencionar las lápidas ya cristianas, que parecen proporcionar continuidad a dicha tradición. No son muchas, pero sí muy significativas, porque alguna incluso ayuda a situar ciertos elementos supuestamente "mozárabes" como el "doble sogueado" (motivo laureado): varias lápidas de Mértola, comparables a la Andreas (citada por Gómez-Moreno), la de Leopardus, la de Fortunata y otra más incompleta; todas fechadas sin muchas dudas en el siglo VI, que parece ser época clave en la difusión del cristianismo.
"Imposta taurobólica" de Sos (Mº de Navarra) |
Bloques reutilizados en Santiago de Alburquerque (Badajoz) (Imagen L.Caballero) |
Estela de Publlio Carisio (Mª de Zamora)
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Estela de Mustaro (detalle) (Mº de Zamora) |
"Queda, sin embargo, por añadir otro indicio, y es la planta ultrasemicircular de algunas exedras en ruinas del período de decadencia, por ejemplo, en San Julián de Valmuza (Salamanca) y en Arnal, cerca de Leiria, abonándolo el ejemplo de ábsides iguales en iglesias y mezquitas donde campea dicho arco".
Hoy sabemos que no era un "indicio" solamente. La planta "ultrasemicircular" no era circunstancia extraña en la arquitectura hispanorromana tardía. Ahí están Marialba de la Ribera, las villas próximas a Valladolid... por no mencionar otros restos arqueológicos de cronología más problemática como el complejo de Segóbriga o el de Terrasa...
Con todos estos datos en la mano, parece absurdo mantener que el arco de herradura sea "fósil guía" de la época visigoda, porque habría que contar con la posibilidad de una realización más temprana... Y contando con la nota de la página 793, donde aparece la que creo es única referencia a la Ω, me pregunto si el propio Gómez-Moreno no forzó los términos para descartar la posibilidad de que el arco de herradura no fuera, en realidad, sino una "derivación" (apropiación) de la Ω (símbolo funerario romano) que encontramos en estelas no mencionadas en el artículo.
San Juan de Baños, siglo VII. |
"Nuestra fatigosa excursión deja rotos dos eslabones indispensables para vindicar la unidad de origen del arco de herradura, ligando la India y Persia, el Asia y España. Ni los monumentos por mí conocidos ni la historia satisfacen aún para basar una teoría, y sólo indicios técnicos hacen verosímil tal enlace; pero la fecha, lugar y forma de revelársenos en España, infiltrado en el arte de los viejos astures, complican de tal modo el problema, que habríamos de remontarnos a las edades protohistóricos en busca de solución, por el mismo camino tal vez que recorrió la suástica del budismo hasta reaparecer entre aquellos indígenas con su mismo carácter de símbolo religioso y su misma forma; y si damos valor al aserto de Choisy referente a monumentos frigios análogos a nuestras estelas, será nueva y sorprendente coincidencia, pues allí en el Asia menor la suástica hizo también arraigo.
En el Oriente no caracteriza nuestro arco estilo alguno de arquitectura ni fue exclusivo, a no ser en algunos valles de Capadocia; pues aún gustando de él, como prueban sus frecuentes apariciones, debióse rechazar por inconveniencia de estructura, reservándolo las más de las veces para lo pequeño y decorativo. Quedan sospechas de si prevalecería en obras rústicas de maderos livianos; para esto, fuera de la India, quizá nunca se dilucide.
Respecto de España, hay más indicios para admitir una fase de arquitectura entre la decadencia romana y la invasión árabe, cuya característica principal hubo de ser nuestro arco, bastando quizá para ello que alguna de las metrópolis de entonces, Mérida o Sevilla, por ejemplo, lo pusiese de moda, tomándolo del arte indígena vulgar, durante la próspera reacción constantiniana. Por entonces la prolongación de curva que constituye la herradura era muy discreta, imperceptible a veces y sin exceder de un tercio del radio, en forma que la proporción usual entre alto y ancho de la rosca era sesquiátera —de dos a tres— y solía abrir más que el hueco entre las jambas."
Y finalizaba con una elegía a la cultura hispana, que —mediante la iglesia de San Vicente— ofreció a los musulmanes las fórmulas constructivas que substanciaron el brillante arte califal, y con una breve alusión a la arquitectura mozárabe...
San Miguel de Celanova. ¿Siglo X o siglo VI? |
Y por resolver posibles recelos, cabría preguntarse si las representaciones de las estelas son formas elegidas por el capricho de quien hace el encargo sin relación con edificio alguno o si, por el contrario, aludían a un edificio concreto, interpretado de modo más o menos "libre" o convencionalizado, pero sea como fuere, teniendo en cuenta la tendencia "natural" que todos tenemos a la representación, parece poco probable la primera alternativa. La literatura arqueológica se ha inclinado casi monolíticamente por la segunda opción, es decir, por suponer que, cuando menos, el tallista y quienes pagaron los trabajos "imitaban" edificios concretos o tipologías edilicias específicas. Además, hasta la colocación en la puerta de las iglesias parece responder a una idea particularmente apropiada desde la ortodoxia cristiana, que, al parecer, no repugnaba con los usos de los hispanorromanos: por el fin se entra en el principio...
La vinculación entre las primeras fórmulas cristianas y las tradiciones funerarias romanas no es asunto exclusivo de Hispania, porque también están documentados fenómenos afines en otras zonas del Imperio Romano; de hecho, el cristianismo, al enfatizar el mensaje trascendente (la resurrección), se muestra como una religión especialmente atenta al sacrificio, a lo funerario. Sólo cuando el creyente muere puede acceder a la proximidad divina.
Mezquita mayor de Córdoba, siglo X (vista transversal a las naves de al-Hakam II; al fondo, la zona de Almanzor) |
Las categorías forzadas
Si está clara la relación de los arcos de herradura con tradiciones culturales hispanorromanas, ¿por qué insistir en relacionar la arquitectura "hispánica" altomedieval con “lo visigodo” y con lo andalusí? En el primer caso, la explicación parece simple: la aportación germánica acercaría nuestros "orígenes" a "lo europeo. La segunda cuestión es, en este caso, más compleja... El intento de enfatizar lo genuinamente "lo español" ("lo mozárabe") conducía a reforzar lo andalusí y ello, a su vez engendraba un problema de consecuencias paradójicas. Dado que los grupos de cristianos empeñados en desvincularse del control emiral aparecieron a mediados del siglo IX, sería en ese momento cuando deberíamos situar los fundamentos del influjo cultural que aportarían los cristianos cordobeses emigrados hacia el norte para establecerse en territorios relativamente ajenos al poder cordobés (finales del siglo IX, principios del X). Sin embargo, hay que esperar a la proclamación del califato a principios del siglo X (929) para que en al-Ándalus aparezca un fenómeno cultural expansivo que se traduzca en la realización de las grandes obras que proyectarán su relevancia hacia el futuro.
En suma, los mozárabes emigrados, que salieron de Córdoba para escapar del control islámico, únicamente podrían haberse empapado de lo realizado en tiempos emirales y resulta que de esa época sólo se conoce una obra relevante: las dos primeras fases constructivas de la mezquita mayor de Córdoba. Y por los datos que proporcionan los trabajos arqueológicos, si exceptuamos las construcciones militares, de escasa significación estética, no parece que existieran en toda la geografía peninsular obras de gran significación cultural antes de la llegada de Abdelrahman III al poder.
Así, pues, las dos primeras fases constructivas de la aljama cordobesa se convertían en factor clave para hacer encajar la cultura "mozárabe" leonesa como fenómeno cultural derivado de lo islámico y, en consecuencia, para explicar la "depuración estética" de las "iglesias mozárabes", resultaba "vital" contar con un "arte emiral" de especial significación. Pero la ampliación de Abdelrahmán II es simple continuación de lo que ya existía en la primera mezquita: los alarifes del siglo IX se limitaron a repetir lo que habían hecho sus predecesores: buscar elementos arquitectónicos de los edificios antiguos (probablemente, bloques de piedra, columnas y capiteles) para organizar arquerías arriostradas mediante arcos longitudinales de herradura...
Frente al razonamiento de Gómez-Moreno, ninguna iglesia "mozárabe" se construyó según el modelo arquitectónico de la aljama, de modo que el único nexo quedaba definido por el arco de herradura, pero con una función tectónica diferente: en la zona leonesa todos los arcos de herradura tienen el carácter que habitualmente ofrecen los arcos semicirculares en la tradición romana y bizantina en edificios de escasa complejidad estructural; son, sencillamente, elementos tectónicos elementales, de reparto o concentración de cargas, concebidos para evitar que la piedra, el ladrillo, el mortero o el opus caementicium soporten esfuerzos de tracción.
Los detalles anexos al arco de las "iglesias mozárabes", como los definidos por la vinculación capitel-cimacio, tampoco siguen fórmulas homogéneas derivadas de la mezquita de Córdoba. En algunas (Peñalba y Lebeña) aparecen cimacios moldurados de sección bastante tendida, que están más cerca de los prototipos bizantinos de los siglos V y VI. En otras (Escalada y Mazote) se emplearon fórmulas variadas que no siempre pasan por la existencia de cimacios tendidos; sólo aparecen modelos cercanos a lo que se puede ver en Córdoba cuando existen cimacios reutilizados (en el pórtico de Escalada).
¿Se puede construir una teoría de "influjo cultural" basándose únicamente en elementos formales? ¿Los "mozárabes" importaron el arco de herradura sin integrar el valor estructural que tiene en la mezquita mayor de Córdoba? Y si sólo fue una aportación formal... ¿no habría sido más sencillo que lo hubieran tomado de las referencias hispanorromanas autóctonas?
Capiteles del mihrab (derecha) de la mezquita de Córdoba. Atribuidos al siglo IX, probablemente son obras del siglo II |
Capiteles del mihrab (izquierda) atribuidos al siglo IX; muy probablemente son obras del siglo II |
Lo sorprendente del caso es que resulta imposible establecer la menor relación entre el "taller emiral" y los caiteles "bizantinos" de las "iglesias mozárabes" y además, es muy discutible que los capiteles de la mezquita adjudicados por Gómez-Moreno a siglo IX lo fueran realmente: todos ellos son derivaciones de tipologías romanas, con escasísima influencia oriental tardía, muy probablemente, realizados entre los siglos II y VII (volveré a ello en una entrada próxima).
En suma, se diría que Gómez-Moreno acrecentó la capacidad creadora de los artífices cordobeses del siglo IX para poder "explicar" la creatividad de los tallistas "mozárabes", pero lo hizo forzando excesivamente los datos arqueológicos.
Capitel corintizante con volutas en doble S, atribuido por Gómez.Moreno al siglo IX; es modalidad frecuente desde los tiempos de Adriano. |
Quien esté familiarizado con la arquitectura romana, habrá visto mil veces como se genera una forma próxima al arco de herradura entre los dinteles y los cargaderos semicirculares. El edificio con más ejemplos de este tipo es el Panteón, que contrastan la posible accidentalidad del caso de Bóveda. Pero con independencia de cuál fuera el origen concreto del arco de herradura en arquitectura, algunas circunstancias están, a mi juicio, muy claras.
La primera: su consideración como fósil guía, específico de tiempos visigodos, su vinculación exclusiva a "lo visigodo", carece de fundamento.
La segunda: si aceptáramos la cronología de Gómez-Moreno, la "importación" del arco de herradura cordobés que se atribuye a las comunidades "mozárabes", lo sería en clave estrictamente formal: no existe ninguna iglesia "mozárabe" donde aparezcan arcos de herradura en función de arriostramiento longitudinal.
Desde los restos que poco a poco vamos conociendo, parece que el arco de herradura es una "forma" arraigada en la península Ibérica, sobre todo en el noroeste y en parte de la Baetica, asociada a las prácticas funerarias. Su obvia relación con la "omega" permite relacionarlo con los fenómenos de difusión cultural que se distribuyeron por el Imperio a partir del siglo II.
Aunque existen algunas referencias orientales, sobre todo en Anatolia, el arco de herradura en estructuras arquitectónicas parece ser una peculiaridad específicamente "hispana" y, más concretamente, de la mitad occidental peninsular. Conocido el carácter utilitario de la primera arquitectura islámica (Creswell), casi es obvio deducir que los musulmanes cordobeses lo emplearon en la primera gran mezquita de la capital porque era una costumbre local: hubiera sido poco práctico imponer a los alarifes cordobeses fórmulas constructivas ajenas a sus usos, habilidades y a lo que permanecía en pie a la vista de todos. En ese sentido el conocido y discutido "relato" sobre el uso compartido de la iglesia de San Vicente estaría informando de un proceso de continuidad cultural, que se habría substanciado tanto si se mantuvieron algunas partes de la antigua iglesia como si no. Esta interpretación parece más razonable que apoyar la "genialidad" constructiva en que Abdelrahmán, el Emigrado, llegara a Córdoba en compañía de algún "arquitecto" sirio. De hecho, la estructura de la mezquita cordobesa no tiene parangón en otras áreas del Mediterráneo; ni en Damasco.
Los arcos de herradura "mozárabes", muy probablemente, respondan al mismo origen, tanto si pertenecen a edificios reconstruidos o construidos durante el siglo X (Escalada y Mazote), como si pertenecen a construcciones de cronología anterior (Celanova, Lebeña y Peñalba), pero en todos los casos aparecen asociados a planteamientos estructurales ajenos a lo específicamente cordobés. En Peñalba y Lebeña arrancan de cimacios de fuerte sentido bizantino. En contraposición, en las dos primeras fases de la mezquita de Córdoba se emplearon cimacios de sección muy variada; muchos, manifiestamente reutilizados. En Escalada y Mazote los constructores se adaptaron a las posibilidades de los materiales de acarreo y cuando tallaron bloques nuevos prescindieron de los cimacios como piezas independientes: en ese caso, los arcos arrancan de dados, grandes en Mazote y pequeños en Escalada.
Capitel de la zona de Abdelrahman II atribuido al siglo IX (debe ser muy anterior)
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