Según el díptico editado al efecto:
“Las biografías de Amos Gitai puede ser considerado como un caso de estudio en el marco de la investigación propuesta en la exposición Formas biográficas. Construcción y mitología individual”.
El comentario no puede ser más significativo... La muestra recoge un variado repertorio de lo que, al parecer, se puede hacer en un museo de arte contemporáneo para aludir a obras cinematográficas, cuando quienes lo gestionan ostentan animadversión casi visceral (al menos, eso parece) hacia el "discurso narrativo lineal". Si los discursos narrativos lineales no caben en un museo de arte contemporáneo, el “séptimo arte” —algunos dicen que durante el siglo XX, en realidad, fue el "primero" o como mucho, el "segundo"— quedará fuera de los objetivos difusores y expositivos, con unas pocas excepciones: las “películas” realizadas anteponiendo la "necesidad expresiva" del “autor” a las expectativas del público, ese supuesto “rebaño” estúpido que únicamente demanda productos “vulgares” y no tiene ninguna voluntad de pararse a reflexionar y “aprender” desde las elucubraciones trascendentes del “genio” de turno.
El menosprecio del cine como producto industrial conectado a los intereses del público se pone de manifiesto cada vez que, por cualquier razón, el MNCARS ha de integrar esa "forma expresiva" en sus actividades. Si se trata de emplear una película para contextualizar algún proceso de "mayor amplitud", se recure a los monitores; si es necesario ofrecer una película como obra "con valores en sí misma", se adapta un espacio pequeño donde se colocan unos cuantos asientos y un proyector digital de calidad discreta... Y si se organizan ciclos de proyección cinematográfica, se ofrecen películas de escaso éxito popular... como si en el MNCARS sólo cupiese lo que no conecta prácticamente con nadie, lo que refuerce el nicho endogámico. Cualquier fórmula es posible si pasa por descartar lo más relevante de su entidad expresiva: las cualidades físicas y escalares, que permiten activar el juego representativo específico, y la conexión con la cultura popular, que garantiza la rentabilidad de la inversión. Al parecer, los componentes "industrial" y "financiero" del cine, así como la necesidad de ofrecerlo en una sala de proyección donde el espectador pueda entretenerse son asuntos "incómodos"...
Cuando estaba a punto de descartar la idea de redactar un breve comentario sobre la exposición de Amos Gitai —no me gusta su modo de entender la “expresión cinematográfica”—, se presenta una noticia que me ha hecho reír con ganas: Steve McQueen ha renunciado a presentarse para la obtención de un importante premio gestionado por el Museo S. R. Guggenheim, porque estaba muy ocupado con la promoción de su 12 años de esclavitud, que, según cuentan los chismosos, tiene muchas posibilidades de conseguir “algún” óscar. De hecho, la obra dirigida por quien consiguiera el Premio Turner en 1999, ha sido “nominada” como mejor película, mejor director, mejor actor principal (Chiwetel Ejiofor), mejor actor de reparto (Michael Fassbender), mejor actriz de reparto (Lupita Nyong'o), mejor guión adaptado (John Ridley), mejor montaje (Joe Walker), mejor dirección artística (Adam Stochausen, Alice Baker ) y mejor vestuario (Patricia Norris). Y francamente, no entiendo por qué no ha sido nominada también por la fotografía. Los profesionales de la industria cinematográfico estiman que la última obra cinematográfica del creador londinense, construida a partir de un relato más o menos lineal, cuenta con cualidades suficientes como para optar a ser distinguida con algunos de los premios "artísticos" (¿con comillas?) de mayor promoción social que existen ahora mismo en el planeta Tierra.
Y Steve McQueen, enfrentado a una disyuntiva envidiable, ha tomado una decisión que algunos juzgarán sorprendente y perniciosa para su carrera como creador... ¿Sorprendente? A mí me parece muy sensata porque, como dicen en mi pueblo, "caga más un buey que cien golondrinos". Es posible que la película de Steve McQueen no gane demasiados galardones, pero tengo la impresión de que no pasará a la historia por haber salido victorioso "injustamente" en un enfrentamiento estético con Tracey Emin; más parece que ha nacido un creador cinematográfico de esos que garantizan películas, cuando menos, interesantes.
“Las biografías de Amos Gitai puede ser considerado como un caso de estudio en el marco de la investigación propuesta en la exposición Formas biográficas. Construcción y mitología individual”.
El comentario no puede ser más significativo... La muestra recoge un variado repertorio de lo que, al parecer, se puede hacer en un museo de arte contemporáneo para aludir a obras cinematográficas, cuando quienes lo gestionan ostentan animadversión casi visceral (al menos, eso parece) hacia el "discurso narrativo lineal". Si los discursos narrativos lineales no caben en un museo de arte contemporáneo, el “séptimo arte” —algunos dicen que durante el siglo XX, en realidad, fue el "primero" o como mucho, el "segundo"— quedará fuera de los objetivos difusores y expositivos, con unas pocas excepciones: las “películas” realizadas anteponiendo la "necesidad expresiva" del “autor” a las expectativas del público, ese supuesto “rebaño” estúpido que únicamente demanda productos “vulgares” y no tiene ninguna voluntad de pararse a reflexionar y “aprender” desde las elucubraciones trascendentes del “genio” de turno.
El menosprecio del cine como producto industrial conectado a los intereses del público se pone de manifiesto cada vez que, por cualquier razón, el MNCARS ha de integrar esa "forma expresiva" en sus actividades. Si se trata de emplear una película para contextualizar algún proceso de "mayor amplitud", se recure a los monitores; si es necesario ofrecer una película como obra "con valores en sí misma", se adapta un espacio pequeño donde se colocan unos cuantos asientos y un proyector digital de calidad discreta... Y si se organizan ciclos de proyección cinematográfica, se ofrecen películas de escaso éxito popular... como si en el MNCARS sólo cupiese lo que no conecta prácticamente con nadie, lo que refuerce el nicho endogámico. Cualquier fórmula es posible si pasa por descartar lo más relevante de su entidad expresiva: las cualidades físicas y escalares, que permiten activar el juego representativo específico, y la conexión con la cultura popular, que garantiza la rentabilidad de la inversión. Al parecer, los componentes "industrial" y "financiero" del cine, así como la necesidad de ofrecerlo en una sala de proyección donde el espectador pueda entretenerse son asuntos "incómodos"...
Cuando estaba a punto de descartar la idea de redactar un breve comentario sobre la exposición de Amos Gitai —no me gusta su modo de entender la “expresión cinematográfica”—, se presenta una noticia que me ha hecho reír con ganas: Steve McQueen ha renunciado a presentarse para la obtención de un importante premio gestionado por el Museo S. R. Guggenheim, porque estaba muy ocupado con la promoción de su 12 años de esclavitud, que, según cuentan los chismosos, tiene muchas posibilidades de conseguir “algún” óscar. De hecho, la obra dirigida por quien consiguiera el Premio Turner en 1999, ha sido “nominada” como mejor película, mejor director, mejor actor principal (Chiwetel Ejiofor), mejor actor de reparto (Michael Fassbender), mejor actriz de reparto (Lupita Nyong'o), mejor guión adaptado (John Ridley), mejor montaje (Joe Walker), mejor dirección artística (Adam Stochausen, Alice Baker ) y mejor vestuario (Patricia Norris). Y francamente, no entiendo por qué no ha sido nominada también por la fotografía. Los profesionales de la industria cinematográfico estiman que la última obra cinematográfica del creador londinense, construida a partir de un relato más o menos lineal, cuenta con cualidades suficientes como para optar a ser distinguida con algunos de los premios "artísticos" (¿con comillas?) de mayor promoción social que existen ahora mismo en el planeta Tierra.
Y Steve McQueen, enfrentado a una disyuntiva envidiable, ha tomado una decisión que algunos juzgarán sorprendente y perniciosa para su carrera como creador... ¿Sorprendente? A mí me parece muy sensata porque, como dicen en mi pueblo, "caga más un buey que cien golondrinos". Es posible que la película de Steve McQueen no gane demasiados galardones, pero tengo la impresión de que no pasará a la historia por haber salido victorioso "injustamente" en un enfrentamiento estético con Tracey Emin; más parece que ha nacido un creador cinematográfico de esos que garantizan películas, cuando menos, interesantes.
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