Ocupa el palacio de los Duques de la Roca, dentro del muy agradable conjunto de la alcazaba, financiado por la familia Suárez de Figueroa durante el siglo XVI. El edificio sufrió varias remodelaciones, entre la que destaca la que le convertiría en museo a finales de los años 80 del siglo pasado, con las virtudes y los defectos de las adaptaciones de aquellos no tan lejanos tiempos: espacios fragmentados y poco luminosos... Aunque las vitrinas exudan matices vintage, las cartelas y los paneles informativos son, a mi juicio y con las salvedades que mencionaré enseguida, más sensatas que en otros museos de mayor relumbrón…
Al aficionado convencional le encantarán las Estelas de Guerrero (Bronce), que se ofrecen en la galería alta, mediante una instalación especialmente enfatizada con luz rasante; el resultado es bastante bueno.
El visitante cuenta con información adecuada a la función didáctica de estas instituciones, con los tics propios de los modelos ideológicos dominantes. Me ha hecho especial gracia la manera de “explicar”
“El Occidente peninsular en época visigoda”, según cuatro
“agentes sociales y políticos”: la tradición hispanorromana, las aportaciones visigoda y sueva y el influjo bizantino; a ellos deberíamos unir el cristianismo como factor de estructuración ideológica de la sociedad. Habría mucho que decir sobre esta “interpretación”, pero teniendo en cuenta lo que se suele ver en otras instituciones, me sorprendió gratamente la mención de los “agentes” suevo y bizantino. Sólo una acotación a lo expuesto en el panel sobre la iconografía de esta época: sería buena idea enfatizar que todos los elementos formales derivan de tiempos romanos, como la flor de seis pétalos (“roseta o rosetón”), bien documentada en las estelas funerarias romanas del oeste peninsular… Más que nada, por si alguien aún sigue creyendo que son una aportación de la cultura visigoda.
Entre las piezas de mayor interés, desde mi "exótico" punto de vista, destacan las de ornamentación arquitectónica atribuidas a “época visigoda”, localizadas en Badajoz, muy similares a las de Mérida de la misma concepción cultural. En relación a ellas, existe un capitel de estructura singular y procedencia desconocida. Es de canon poco esbelto, con una única corona de hojas de talla biselada y sumaria, aún dentro de la tradición de los acantos tradicionales, y que se unen entre ellas para definir arcos invertidos, en modalidad relativamente frecuente, incluso en piezas más afines a los paradigmas del siglo I. Entre las hojas se aprecian caulículos sumarios con cáliz asimismo muy reducidos; no posee volutas y el ábaco de cierta articulación, presenta el frente moldurado. Conozco varios de concepción comparable, pero sin contexto arqueológico claro. En la cartela se le clasifica en el siglo VII y, de acuerdo con la ya manifestado en otras ocasiones, lo más probable es que fuera tallado antes, en relación con la implantación institucional del cristianismo.
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Capitel atribuido al siglo VII; seguramente es anterior, hacia el año 400 |
El museo de Badajoz también ofrece al visitante curioso dos capiteles califales aparecidos en la alcazaba. El uno sigue la línea de una modalidad muy repetida en el califato cordobés, que podríamos describir en síntesis como capitel de tradición corintia (o corintizante) con volutas vegetales o de ataurique, ofrece ornato muy evolucionado, con yemas en lugar de acantos en las hojas de los dos niveles; el acanto apenas se conserva, precisamente, en algunas partes de las volutas vegetales que se desarrollan hacia los discos angulares. La parte superior del ábaco posee las trazas que definen la estructura general y que suelen aparecen en casi todos los capiteles califales conocidos. Existen muchos paralelos similares en el Museo Arqueológico de Córdoba, en el de Madrid y, por supuesto, en Sevilla, entre otros muchos lugares. Debió ser tallado durante la segunda mitad del siglo X, muy probablemente, para al-Zahra, desde donde sería trasladado como muchos de sus compañeros tras la caída del Califato.
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Capitel califal derivado del orden corintio (o corintizante, de volutas vegetales); segunda mitad del siglo X |
El segundo, aunque en la cartela del museo se evalúa como posterior (“siglos X-XI”), no es más evolucionado; de hecho, aunque ha sufrido fuerte erosión, aún se aprecian los acantos en las coronas de hojas que definen el cilindro del cesto. No obstante, se distingue del anterior porque sigue con relativa fidelidad la tradición del orden compuesto (compuesto de ataurique), pero no ofrece rasgos de mayor evolución como algunos otros que veremos en este mismo blog en otra entrada (Museo de Évora) y aún otros de Madrid (Museo Arqueológico Nacional), Córdoba, Granada y Toledo. Creo que lo más razonable sería atribuirlo también a los talleres califales de la segunda mitad del siglo X. Seguramente, seguiría un periplo similar al anterior y a tantos otros que, desde tiempos “remotos”, han aparecido por toda la geografía peninsular y aún más allá (Marruecos, Italia, etc.); por no hablar de los que emigraron más recientemente.
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Capitel califal derivado del orden compuesto de ataurique. Segunda mitad del siglo X |
Me ha llamado la atención la manera de sujetar las piezas y, en especial, los capiteles, mediante husillos roscados sujetos a casquillos en ménsula empotrados en la pared; tal y como han sido concebidos, con placas de presión de bastante diámetro, tienen el inconveniente de que tapan por completo la parte inferior de los cestos; es imposible contemplar las trazas inferiores, pero, obviamente, de algún modo hay que sujetarlos.
El día que lo visitamos era imposible acceder a una de las salas “por falta de luz”; también se intuían desde los quebrantos de las pinturas de las paredes... Sin embargo, nos entregaron unos preciosos marcadores para libros. Alguien los habrá encargado suponiendo que el visitante los recibiría como un detalle amable, de una institución interesada en ofrecer buena imagen. A lo mejor no era mala idea recuperar aquella ya vieja iniciativa de la Rusia de los Ilustrados que consistía en ofrecer una copa de vodka a cada visitante… Unir el alcohol al turismo cultural a lo mejor era buena idea… para conseguir que quienes veranean en Megaluf y en la Costa Brava por cuatro perras se animen a entrar en el debate sobre la implantación de la cultura visigoda en la península Ibérica. Sería divertido cruzarse en tan sagrados lugares con quienes están dispuestos a saltar por una ventana del 5º piso a la piscina, con quienes se despelotan para ir al colmado o con quienes están dispuestos a pasar al libro Guinness de las felaciones por beber gratis durante una noche.
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