Por el guerrero Gerónimo
Las buenas gentes de un pueblecito del mundo se preparan para estas inolvidables fechas. Muchos de ellos llevan un año esperándolas. Pujan al encuentro, quizás un monte de terreno irregular pero idóneo para el festejo. Con los mismos bríos que un zagal, superados los vestigios de las mocedades, irrumpe bravo cortando el viento con su buen y trabajado encaste. Fugaz entre los vientos, noble en su mirada, estela negra de cristal azabache. Empieza a dudar de lo que le dicen sus ojos asombrados, porque nunca soñaron eso. Le surcan armas forjadas por el hombre, de consejo fatal, que incurren frías sin beneplácito dentro de sus entrañas. Pero tampoco cree a sus sangrantes vísceras, porque nunca lo sintieron. Siente cada vez más frío este noble animal. Pero, él, digno, intenta ponerse severo: un mugido inevitable de aviso, pero nadie caer en su escucha quiere. Arranca con sus ápices los curiosos vértices del tiempo, un tiempo que empieza a serle relativo. Pero nunca creyó en él. Ya son una anécdota sus conminatorios kilogramos. Ya no es sólo aire y polvo lo que entra en sus pulmones. Las voces de las gentes nublan sus oídos, es curioso: antes se alegraba de oírlas. Las estrellas brillan en sus ojos, pero sabe este ilustre e ignorado mamífero que no son las que remataban esos cielos de Castilla, dulces noches y luceros en el alba, un tiempo atrás. Ya solo queda que un haz sensible y compasivo se lo lleve al más allá:
“Donde espero que la luz brille de verdad”, se dice en un último y liviano aliento… por no molestar más.
Es el momento ansiado, algunos empujan por un buen sitio. Unos, no se conforman con lo que les cuentan: ansían verlo muy cerca. Otros se conforman con verlo a desde unas distancias más comedidas, tardaron lo suficiente mientras llevaban a sus hijos a la escuela...de lanceros. Pero, todos tranquilos; la ferocidad ocupó rápidamente un buen sitio y se coronó en primera fila.
La barbarie no ceja. Los hay quienes exigen aún a las futuras promesas que les herede desde la infancia. Piden que se razone de ser instruida y trasladada a los más jóvenes. Que se mantenga de una forma u otra este entusiasmo por olvidar las verdaderas relaciones naturales entre vivíparos.
Al menos deberíamos ganar todos los animales, humanos y no humanos. Empezando por evitar ese claro desacuerdo que hay entre la donación de valores y la realidad de un espacio que fecunda el suplicio lascivo maquillado de folclore de un pueblo.
Y desde las escuelas. La causa parece ser el notorio deterioro que existe en la relación persona/profesor tanto con los alumnos como con los demás seres que ocupan este Edén, llamado Tierra. Serán los alumnos futuras gentes , esos luceros en el alba, esas estrellas que iluminen tantos y tantos cielos, los que nos den luz de verdad. Esperemos.
Las buenas gentes de un pueblecito del mundo se preparan para estas inolvidables fechas. Muchos de ellos llevan un año esperándolas. Pujan al encuentro, quizás un monte de terreno irregular pero idóneo para el festejo. Con los mismos bríos que un zagal, superados los vestigios de las mocedades, irrumpe bravo cortando el viento con su buen y trabajado encaste. Fugaz entre los vientos, noble en su mirada, estela negra de cristal azabache. Empieza a dudar de lo que le dicen sus ojos asombrados, porque nunca soñaron eso. Le surcan armas forjadas por el hombre, de consejo fatal, que incurren frías sin beneplácito dentro de sus entrañas. Pero tampoco cree a sus sangrantes vísceras, porque nunca lo sintieron. Siente cada vez más frío este noble animal. Pero, él, digno, intenta ponerse severo: un mugido inevitable de aviso, pero nadie caer en su escucha quiere. Arranca con sus ápices los curiosos vértices del tiempo, un tiempo que empieza a serle relativo. Pero nunca creyó en él. Ya son una anécdota sus conminatorios kilogramos. Ya no es sólo aire y polvo lo que entra en sus pulmones. Las voces de las gentes nublan sus oídos, es curioso: antes se alegraba de oírlas. Las estrellas brillan en sus ojos, pero sabe este ilustre e ignorado mamífero que no son las que remataban esos cielos de Castilla, dulces noches y luceros en el alba, un tiempo atrás. Ya solo queda que un haz sensible y compasivo se lo lleve al más allá:
“Donde espero que la luz brille de verdad”, se dice en un último y liviano aliento… por no molestar más.
Es el momento ansiado, algunos empujan por un buen sitio. Unos, no se conforman con lo que les cuentan: ansían verlo muy cerca. Otros se conforman con verlo a desde unas distancias más comedidas, tardaron lo suficiente mientras llevaban a sus hijos a la escuela...de lanceros. Pero, todos tranquilos; la ferocidad ocupó rápidamente un buen sitio y se coronó en primera fila.
La barbarie no ceja. Los hay quienes exigen aún a las futuras promesas que les herede desde la infancia. Piden que se razone de ser instruida y trasladada a los más jóvenes. Que se mantenga de una forma u otra este entusiasmo por olvidar las verdaderas relaciones naturales entre vivíparos.
Al menos deberíamos ganar todos los animales, humanos y no humanos. Empezando por evitar ese claro desacuerdo que hay entre la donación de valores y la realidad de un espacio que fecunda el suplicio lascivo maquillado de folclore de un pueblo.
Y desde las escuelas. La causa parece ser el notorio deterioro que existe en la relación persona/profesor tanto con los alumnos como con los demás seres que ocupan este Edén, llamado Tierra. Serán los alumnos futuras gentes , esos luceros en el alba, esas estrellas que iluminen tantos y tantos cielos, los que nos den luz de verdad. Esperemos.
Foto tomada de un artículo de J. C. Blanco en blogselpais, 2013 |
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