martes, 11 de noviembre de 2014

¿Un saber realmente útil?

Por Mabas

El título de una exposición es, casi siempre, como el envoltorio de un regalo que recibimos y, nadie puede obviar que, dejándonos llevar por nuestra innegable superficialidad, nos predisponemos de una forma negativa o positiva a la apertura del regalo. Como el debate que existe sobre la utilidad del arte siempre me ha interesado, me llamó mucho la atención el título de la exposición (“Un saber realmente útil”) y me bien-predispuse para la visita al museo.
Decido escribir en google ‘el arte es útil’ e, indagando, consigo encontrar algo que me llama realmente la atención. En Eindhoven, en el Van Abbemuseum, tuvo lugar una exposición con un título muy sugerente: “Museum of Arte Útil”. En esta exposición, se planteaba el arte como herramienta o dispositivo para cambiar nuestra forma de actuar en sociedad. En la parte de la web del museo que se centraba en esta exposición, encuentro escrito en un texto lo siguiente: “desde los años 80, un creciente número de artistas han utilizado su propia práctica artística para proponer soluciones creativas a problemas sociales. El propósito de esta exposición es mostrar y considerar las herramientas artísticas como elemento de transformación y de interacción social. Herramientas que se ocupan del mundo real actual, y cuestionan el papel del arte como un ejercicio de representación y como una práctica separada de la vida”. 


Hay dos cosas que me llamaron la atención. Una es que me hizo cuestionarme el uso que se le da a los museos con una frase que decía “¡Utilice el museo!” (Buscaban que sectores como la danza, el teatro, o grupos dedicados a organizar debates, hicieran uso del museo de forma gratuita para sus actividades). La otra es que, curiosamente, colaboraba con la exposición la Acción Cultural Española para, como dicen en el vídeo de su página web, “dar una mejor imagen de nuestro país”, en lugar de emplear ese tiempo y dinero en mejorar el uso de los museos españoles y la educación de sus artistas, y predicar con el ejemplo sin preocuparnos tanto por la imagen que damos al resto de países (según el punto de vista de nuestro gobierno, siempre importa más lo que parece que lo que es, ¿no?).
Si, por el contrario, escribimos en google ‘el arte es inútil’ encontramos, cómo no, la célebre frase con la que Oscar Wilde concluye el prefacio de su libro El retrato de Dorian Grey: “Todo arte es completamente inútil”. Además, encontré otras frases interesantes como la de Eugène Ionesco: “El arte es inútil, pero el hombre es incapaz de prescindir de lo inútil”.
 La frase de este dramaturgo y escritor francés me hace reflexionar sobre lo que consideramos “útil”. Según la RAE, útil es aquello que trae o produce provecho, comodidad, fruto o interés. Si el hombre es incapaz de prescindir del arte es porque, de hecho, le trae o produce provecho, comodidad, fruto o interés. Pero si consideramos útil únicamente aquello que nos intentan hacer creer que es útil (aquello que satisface las necesidades que nos hacen creer que son las primarias), es obvio que no conviene que el ser humano sea consciente de que es tan necesario para él expresarse y culturizarse como comer y dormir. No conviene que el ser humano recuerde que necesita emplear gran parte de su tiempo en actividades que no se limiten al mero hecho de producir (entendiendo por producir toda actividad que nos hacen creer que es productiva). A esto se debe el uso de la palabra ‘realmente’ en el título de la exposición. De hecho, en el folleto principal de ésta, se explica la diferencia entre “los saberes útiles” (disciplinas consideradas fundamentales por empresarios que únicamente luchan por el desarrollo de su negocio) y  los “saberes realmente útiles” (los que se transmiten en la exposición “Un saber realmente útil”, los que abarcan las disciplinas consideradas “poco prácticas” que, según esos empresarios, pueden entorpecer el desarrollo de esos negocios).


Siempre he considerado que han conseguido que nos sintamos “inútiles” cuando no llevamos a cabo actividades que nos han hecho creer que son las únicas “productivas”. El día que dediquemos a pasear, a leer, a ver una película y a conversar tomando un café es “un día perdido”, un día sin ser productivos para el Estado y el resto de la humanidad. Pero, ¿qué hay de producir para nosotros mismos y nuestra propia felicidad? Quizás lo que ocurre es que, cuando el ser humano con un mínimo de capacidad crítica tiene tiempo para reflexionar acerca de lo absorbente que es su rutina y el sacrificio que suponen las actividades consideradas productivas para el Estado, es capaz de llegar a pensar que tiene derecho a exigir un cambio, o puede replantearse si realmente todo eso le compensa como para dejar de lado la satisfacción que produce (hablando de producir) el simple hecho de pasear.
El arte debe tomar partido en este asunto. Si, con el poco tiempo que nos dejan para disfrutar de las cosas que realmente nos apasionan (como puede ser visitar un museo), no nos dan opciones de conocer esta realidad (solamente opciones, no debe ser nunca un conocimiento impuesto), ni siquiera podremos tener la opción de implicarnos en la erradicación del problema. Y es que está todo planificado para que estemos lo suficientemente exhaustos como para no reservar energía ni interés en denunciarlo después de todo el día de duro trabajo, además que contar con el beneficio de lo “útiles” que somos para nuestra maravillosa sociedad. Nunca se nos va a enseñar que somos incapaces de ser “realmente útiles” si no somos felices con aquello que hacemos y que nunca nos deben imponer el camino a elegir, a pesar de vernos condicionados por hechos como que en España se considere que los titulados superiores de enseñanzas artísticas no deben ser graduados universitarios, por ejemplo.


Porque esta problemática solamente surge en carreras de este tipo (Bellas Artes, Grados superiores de música, Danza, Arte Dramático, etc). De hecho, cuando decidí estudiar Bellas Artes con diecisiete años, me sentí culpable por ello (culpable joder, por querer hacer algo que me fascinaba). Ante tal sentimiento de culpa, decidí preguntarle a mi padre: “¿crees que dejaré de ser ‘útil’ si estudio algo así?” (Ahora comprendo el por qué de esa reflexión, es el fruto de la presión ejercida por nuestro gobierno a través de la educación). Mi padre, entonces, me contestó algo que nunca se me podrá olvidar: “Nunca vas a ser más ‘útil’ que haciendo lo que realmente te guste”.
Con esta exposición se quiere aprovechar el supuesto potencial transformador del arte con diferentes propuestas centradas en el análisis de la educación. Hay cuatro posibles rutas (cinco si añadimos la opción de ver todas las obras en el orden que se nos plantea).
Existe un folleto orientativo en el que se explica la finalidad de cada ruta y las obras que las componen. Además, todas comparten un texto introductorio en el que cabe destacar frases como “este recorrido puede hacerse individualmente o bien junto a otras personas, de modo que sea una experiencia aprendiendo juntos”, o “poner en valor tu propio aprendizaje y conocimiento para generar una experiencia activa de la exposición”. No puedo evitar acordarme de la Misión del Museo Reina Sofía (MNCARS), museo en el que se encuentra esta exposición. Esa importancia del “otro”, el papel activo del receptor de la cultura, y esa creación del “saber compartido”; que te inviten a realizar el recorrido con otras personas para aprender junto a ellas, y crear ese “archivo de lo común” tan nombrado en la Misión, es muy significativo. Al fin y al cabo, el museo sabe muy bien seleccionar los términos con los que redactar los textos de los folletos y, en este caso, podemos encontrar en repetidas ocasiones palabras como juntos,  co-aprendizaje, colectivo, todos, comunitario, COMÚN. De hecho, me llamó la atención que, en muchas obras de la exposición, se propiciaran momentos de contacto con otros visitantes por la colocación de las sillas, los bancos frente a las pantallas, o los pósters colocados en mesas en las que la gente se paraba a leer.


El objetivo de la Ruta A, titulada “¿Por qué es útil aprender juntos?”, es “poner en práctica otros modelos formativos basados en un aprender haciendo en común”, haciendo hincapié en la educación de los niños (entre otras cosas), que éstos sean creativos y que sean capaces de solucionar sus problemas ayudándose los unos a los otros (como se muestra en obras como “Dos soluciones para un problema”, de Abbas Kiarostami y Marcell Mars o “Postales desde la isla desierta”, de Adelita Husni-Bey) para promover el desarrollo de la igualdad y la sensibilidad.
El objetivo de la ruta B, titulada “¿Cómo activamos la imaginación para crear una felicidad distinta a la que organiza el capitalismo?”, es “imaginar otras maneras de organizar la vida”, “contribuyendo al desarrollo de otros parámetros de felicidad para todos”, reinventando el modelo educativo, de forma que el nuevo no entienda de diferencias entre sus alumnos o, incluso, entre éstos y el profesor, y que proporcione herramientas que ayuden a construir un mundo mejor.
El objetivo de la ruta C, titulada “¿Qué aprendizajes emergen de los movimientos sociales?”, es “producir saberes en el contexto de las luchas sociales y de los procesos de los movimientos sociales”, lo que invita a reflexionar sobre el valor de lo que aprendemos en contextos de lucha y reivindicación, y lo que me recuerda a la frase que vemos en manifestaciones en repetidas ocasiones: “el maestro luchando también está educando”.
El objetivo de la ruta D, titulada “¿Qué pueden activar políticamente las imágenes?”, es “indagar en las posibilidades de acción política de las imágenes”, “creando narrativas alternativas a las formas de producción de conocimiento que se imponen normalmente”, con lo que se puede llegar a crear una forma nueva de educar a través de las imágenes, tan ilustrativas en muchas ocasiones (aquello de “una imagen vale más que mil palabras”).


En realidad, todas tienen un objetivo común: la importancia de la educación, tan poco defendida por nuestro gobierno, y la responsabilidad que tiene el arte para cambiar esta realidad. Como conclusión saco que debemos poner en cuestionamiento la autoridad, que nunca se puede coartar la creatividad de los niños, que debemos tener capacidad de imaginar otros posibles mundos que estén mejor organizados, que debemos defender los derechos humanos y la igualdad, y que debemos acabar con las estructuras preestablecidas.
Es que, en realidad, me lo pasé muy bien en la visita. Como dije antes, iba muy bien-predispuesta y me dediqué en muchos momentos a observar, porque las situaciones merecían la pena, como por ejemplo las señoras mayores perplejas frente a ciertas obras, la cantidad de libros colocados al principio de la exposición (libros como El manifiesto comunista, El maestro que prometió el mar, Por qué no te callas Borbón, Madrid, ¿la suma de todos?, Tu salud, nuestro negocio, La carta de los comunes, Cambiar las gafas para mirar el mundo, o El maestro ignorante, todos muy significativos), la niña que se queda alucinada con el vídeo en el que los niños organizan su propia vida mientras su madre tira de su brazo para acabar de ver la exposición lo antes posible, el vigilante al que le pregunto si vigila una sala tan pequeña, en la que estaba situada polémica obra de la cajita de fósforos, porque el museo tiene miedo a un percance con dicha obra, o preguntarle por casualidad a la mediadora de la exposición por una obra en concreto. En este último caso, cuando me dijo quién era, decidí aprovecharme de la situación para preguntarle por diferentes cuestiones, ya que me dijo que estaba ahí para ayudarme en lo que quisiera.
Le pregunté si en el museo estaban muy preocupados con el tema de las repercusiones que estaba teniendo la obra muy nombrada por sectores conservadores (la cajita de fósforos de la que hablaba anteriormente). Me dijo que ella no pertenecía al museo, que únicamente la habían contratado para organizar la exposición. De todas formas, aseguraba que había obras mucho más “agresivas” (intuyo que ciertos documentales que hay en la exposición, documentales que ciertas personas de esos sectores no tienen la capacidad de interpretar) que no habían sido tan comentadas ni denunciadas. Aún así, me insistía en que era una obra muy pequeña, situada al final de la exposición, que lo único que contenía era una frase de Piotr Kropotkin (pensador ruso considerado uno de los principales teóricos del movimiento anarquista) y afirmaba que, como yo le decía y como el museo dice en su defensa contra estos ataques, no debería existir censura.


Lo que hace falta, para concluir con la tarea, en concienciar al público de que todo lo que ve es “de verdad”. No se trata de una exposición a la que va a contemplar pinturas impresionistas. Se debe tener claro que, eso que estamos viendo, es un reflejo de lo que no nos atrevemos a ver en la calle. Y es que no somos sensibles a herirnos frente a lo que vemos en las exposiciones porque creemos que vamos a evadirnos de la realidad, a visitar un mundo paralelo en el que somos capaces de alucinar hasta con la belleza y singularidad de los extintores que se cruzan en nuestro camino. Pero no nos podemos limitar a la contemplación pasiva porque lo que vemos es lo que está pasando, a pesar de que pase en todo el mundo y estemos vacunados frente al espanto cada día en los telediarios, periódicos e internet. Incluso me atrevería a decir que, de forma inconsciente o intencionada, se ha creado una analogía entre lo que vemos en el museo y la calle, y lo que vemos en las películas y en el telediario (refiriéndome a la línea que separa la ficción y la realidad).
Pero deberíamos ser capaces de situar bien esa delgada línea. Tener claro que, cuando vamos a visitar una exposición como esta, no estamos “viendo una película”, que esto es lo que está pasando, y que la capacidad de verlo y denunciarlo, según mi punto de vista, nunca debería dejar de considerarse “un saber realmente útil”.  Y si alguien pone en duda si una exposición como esta puede llegar a tener repercusiones en la sociedad, que se lo pregunten a las autoras de la cajita de fósforos o al director del museo. Así que, viendo esta capacidad que, como he dicho anteriormente, en muchas ocasiones se pone en duda, se debería reivindicar el derecho a aprovechar la “utilidad” del museo en beneficio de los intereses de la sociedad.

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