Organizar funciones con obras muy conocidas tiene algo positivo, sobre todo, en tiempo de vacas flacas: la popularidad es un buen reclamo para el público. Pero, obviamente, tiene una contrapartida peligrosa: la popularidad favorece la comparación y es sabido que las comparaciones son odiosas, sobre todo, si quien compara es aficionado al universo literario y cinematográfico de Tennessee Williams... En este caso, existe un factor cauterizador frente a los clamores críticos: contando, incluso, con las versiones malaya e iraní, no se conoce película que haya materializado o desarrollado las ideas literarias de Williams como lo hicieran Joseph Mankiewicz, cuya versión de Súbitamente, el último verano, no le gustó demasiado, o Richard Brooks, que también se atrevió a dirigir "por libre" una película filmada en color para que se vieran bien los ojos de los actores protagonistas... Y dejaré al margen las "buenas relaciones" de Elia Kazan por no entrar en un análisis hermenéutico demasiado que me trasciende. En todo caso, es difícil desprenderse de la "irrealidad" cinematográfica al enfrentarse con la obra de un autor, porpularizado, precisamente, por ese medio...
En esta ocasión, como en tantas otras, al finalizar, los asistentes aplaudimos... y con ello ofrecimos bálsamo ritual para suavizar juicios más rigurosos...
En contraposición a lo que he leído por ahí, las interpretaciones no me parecieron malas; si acaso y en algún momento, desconcertantes; seguramente por razones no derivadas de la profesionalidad de los actores... Tampoco pondré reparos a la versión de Eduardo Galán: el texto mantiene bien el ritmo narrativo, tal y como es habitual en las obras más reconocidas del autor americano.
La escenografía, firmada por Andrea d'Odorico, me pareció demasiado aséptica, por decirlo con ánimo de expresión sintética. A lo menor no hubiera sido mala idea aludir con más claridad al rico universo simbólico y referencial de Tennessee Williams. La relevancia visual del zoo de cristal que "simboliza" la situación mental de Laura no me pareció bien resuelta; creo que no ha existido voluntad de afrontar las complejas circunstancias del hecho materializado en el título.
Nada que objetar al vestuario de Cristina Martínez, pero sí a los elementos sonoros, firmados por Tuti Fernández, al parecer, concebidos para enfatizar "cambios"; podrían ser menos obvios y, tal vez, contener algún componente que diera una dimensión más compleja a las transiciones...
Pero, desde luego, lo más llamativo de la representación es, a mi juicio, una puesta en escena que no ha sabido o no ha querido sacar partido al riquísimo universo estético del escritor americano ni por supuesto a las feroces referencias vitalistas que destilan sus obras. Tampoco han interesado al señor Vidal las posibilidades del relato para aproximar las circunstancias de los años treinta a la actual crisis; creo que habría sido fácil intentarlo... incluso, con leves "toques", que no habrían ofendido al espíritu de Tennessee Williams, sumamente comprensivo con tantas licencias, tal y como prueba el hecho de que aún no se haya levantado de su tumba...
Tampoco han merecido especial atención las circunstancias de Laura, que, en algunos aspectos (fragilidad y ensimismamiento), se han relacionado con el propio Tennessee Williams y, por supuesto, con la realidad terrible del personaje aludido (su hermana Rose, citada como "Blue Roses"), sometida a una lobotomía fallida en 1943. En esta versión, Laura queda como un personaje demasiado "plano" y, sobre todo, conformista.
Tampoco me gustó la manera de ofrecer la "huida" hacia el cine y el alcohol de Jim, que habría dado posibilidades para abrir múltiples opciones escenográficas...
Al salir del teatro, dándole vueltas al énfasis otorgado a la madre, convertida en Madre Coraje redefinida al gusto liberal, me pareció que el espíritu ultraconservador de la exposición, ofrecida al público en la sala anexa del mismo complejo cultural, se hubiera apoderado de Francisco Vidal y sus colaboradores para convertir las ideas de Tennessee Williams en un catecismo conformista similar al de El ladrón de bicicletas (de Sica, 1948). El espíritu de Tennessee Williams se había diluido entre las nieblas rancias y bizantinas de los ideales nobles de la Violet Venable de Joseph Mankiewicz.
En esta ocasión, como en tantas otras, al finalizar, los asistentes aplaudimos... y con ello ofrecimos bálsamo ritual para suavizar juicios más rigurosos...
En contraposición a lo que he leído por ahí, las interpretaciones no me parecieron malas; si acaso y en algún momento, desconcertantes; seguramente por razones no derivadas de la profesionalidad de los actores... Tampoco pondré reparos a la versión de Eduardo Galán: el texto mantiene bien el ritmo narrativo, tal y como es habitual en las obras más reconocidas del autor americano.
La escenografía, firmada por Andrea d'Odorico, me pareció demasiado aséptica, por decirlo con ánimo de expresión sintética. A lo menor no hubiera sido mala idea aludir con más claridad al rico universo simbólico y referencial de Tennessee Williams. La relevancia visual del zoo de cristal que "simboliza" la situación mental de Laura no me pareció bien resuelta; creo que no ha existido voluntad de afrontar las complejas circunstancias del hecho materializado en el título.
Nada que objetar al vestuario de Cristina Martínez, pero sí a los elementos sonoros, firmados por Tuti Fernández, al parecer, concebidos para enfatizar "cambios"; podrían ser menos obvios y, tal vez, contener algún componente que diera una dimensión más compleja a las transiciones...
Pero, desde luego, lo más llamativo de la representación es, a mi juicio, una puesta en escena que no ha sabido o no ha querido sacar partido al riquísimo universo estético del escritor americano ni por supuesto a las feroces referencias vitalistas que destilan sus obras. Tampoco han interesado al señor Vidal las posibilidades del relato para aproximar las circunstancias de los años treinta a la actual crisis; creo que habría sido fácil intentarlo... incluso, con leves "toques", que no habrían ofendido al espíritu de Tennessee Williams, sumamente comprensivo con tantas licencias, tal y como prueba el hecho de que aún no se haya levantado de su tumba...
Tampoco han merecido especial atención las circunstancias de Laura, que, en algunos aspectos (fragilidad y ensimismamiento), se han relacionado con el propio Tennessee Williams y, por supuesto, con la realidad terrible del personaje aludido (su hermana Rose, citada como "Blue Roses"), sometida a una lobotomía fallida en 1943. En esta versión, Laura queda como un personaje demasiado "plano" y, sobre todo, conformista.
Tampoco me gustó la manera de ofrecer la "huida" hacia el cine y el alcohol de Jim, que habría dado posibilidades para abrir múltiples opciones escenográficas...
Al salir del teatro, dándole vueltas al énfasis otorgado a la madre, convertida en Madre Coraje redefinida al gusto liberal, me pareció que el espíritu ultraconservador de la exposición, ofrecida al público en la sala anexa del mismo complejo cultural, se hubiera apoderado de Francisco Vidal y sus colaboradores para convertir las ideas de Tennessee Williams en un catecismo conformista similar al de El ladrón de bicicletas (de Sica, 1948). El espíritu de Tennessee Williams se había diluido entre las nieblas rancias y bizantinas de los ideales nobles de la Violet Venable de Joseph Mankiewicz.
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