Por Luchi
Según informa el periódico La Stampa, durante el fin de semana del 22 y 23 de noviembre, una desconcertante escultura apareció en los jardines de la Piazza Risorgimento, en Milán. El primero en señalar a las autoridades la inexplicable aparición del monumento, fue el consejero del partido de Forza Italia, Fabrizio de Pasquale. Sin embargo, no fue el único sorprendido al hallar, un domingo por la mañana, paseando como de costumbre al perro por el parque, cuatro imponentes columnas de carácter inequivocablemente fálico, erguidas encima de un pedestal. De hecho, las osadas formas de la escultura despertaron numerosas polémicas y clamores entre los vecinos del barrio.
El lunes siguiente a la misteriosa aparición, se hizo pública la autoría de la pieza. Al parecer, se trata de una obra de GavinKenyon, artista estadunidense de 34 años, particularmente propenso al empleo de formas fálicas. El ayuntamiento de Milán afirmó que la escultura cuenta con un permiso “temporal” y, por lo tanto, permanecerá instalada en la Piazza Risorgimento hasta el próximo 20 de enero. Además, casi como para disculparse ante los vecinos escandalizados, añadió que la obra, titulada Four Sentinels (Cuatro centinelas) se inspira a los monumentos de Milán, interpretados en clave contemporánea mediante un proceso de abstracción. Así que el autor,con sus cuatros controvertidas columnas de hormigón, pretende hacer referencia a formas arquitectónicas tradicionales y reconocibles.
Gavin Kenyon, en una entrevista al mismo periódico que divulgó la noticia, afirmó que la instalación de la escultura quiere “alterar la percepción del espacio, creando un nuevo punto de interés”. A la pregunta de si su objetivo ha sido logrado, contestó: “Es pronto para decirlo. El tiempo y las personas que pasan por el parque cada día, posiblemente modificando sus recorridos, determinarán el significado de la escultura”. Y, hablando de la posible relación entre la pieza y los mendigos que suelen encontrarse en los jardines, añadió “Es una situación delicada, que vuelve este lugar rico e interesante, aunque realmente no tiene relación directa con la obra”. Sobre las polémicas que despertó la escultura, declaró: “Me interesan mucho. Me alegraría si contribuyeran en hacer salir a flote los problemas del barrio, catalizando cambios útiles y reales”.
En fin, una obra que lo tiene todo: provocación con trasfondo sexual, ubicación pública que pretende sacar significado de la interacción con público (es decir de las miradas molestas, horrorizadas o divertidas de los transeúntes que ven brotar de la nada cuatro falos gigantes en el parque al lado de casa),y supuesta reivindicación e implicación en lo social.
Ya veremos si realmente la percepción del espacio de los vecinos se verá realmente alterada, y si los problemas del barrio saldrán a flote, catalizando cambios útiles o reales. Aunque me temo que los efectos que provocará la instalación no pasarán de las sonrisas sardónicas y de los murmullos irritados de aquellos que, hace años, pasan sus tardes en los bancos de los jardines. Ya veremos, es pronto para decirlo…
Aun así, me resulta cobarde ese rechazo a llamar las cosas por su nombre. Este juego de alusiones, que disfraza formas innegablemente sexuales con nombres forzosamente inocentes (“El Arbol”, “Cuatro Centinelas”…) me parece que da lugar a ambigüedades peligrosas en una sociedad en la que la diferencia entre lo erótico y lo pornográfico se ha vuelto borrosa. En vez de tanta reivindicación y provocación indirecta, deberíamos tomar ejemplo de los griegos arcaicos, quienes para halagar a sus divinidades no hesitaban en crear imágenes inequivocables y explícitas, que restituían grandeza y claridad a aquellas pasiones a las que hoy el arte se limita a aludir con perversa vergüenza.
Según informa el periódico La Stampa, durante el fin de semana del 22 y 23 de noviembre, una desconcertante escultura apareció en los jardines de la Piazza Risorgimento, en Milán. El primero en señalar a las autoridades la inexplicable aparición del monumento, fue el consejero del partido de Forza Italia, Fabrizio de Pasquale. Sin embargo, no fue el único sorprendido al hallar, un domingo por la mañana, paseando como de costumbre al perro por el parque, cuatro imponentes columnas de carácter inequivocablemente fálico, erguidas encima de un pedestal. De hecho, las osadas formas de la escultura despertaron numerosas polémicas y clamores entre los vecinos del barrio.
Foto Pepubblica |
Gavin Kenyon, en una entrevista al mismo periódico que divulgó la noticia, afirmó que la instalación de la escultura quiere “alterar la percepción del espacio, creando un nuevo punto de interés”. A la pregunta de si su objetivo ha sido logrado, contestó: “Es pronto para decirlo. El tiempo y las personas que pasan por el parque cada día, posiblemente modificando sus recorridos, determinarán el significado de la escultura”. Y, hablando de la posible relación entre la pieza y los mendigos que suelen encontrarse en los jardines, añadió “Es una situación delicada, que vuelve este lugar rico e interesante, aunque realmente no tiene relación directa con la obra”. Sobre las polémicas que despertó la escultura, declaró: “Me interesan mucho. Me alegraría si contribuyeran en hacer salir a flote los problemas del barrio, catalizando cambios útiles y reales”.
En fin, una obra que lo tiene todo: provocación con trasfondo sexual, ubicación pública que pretende sacar significado de la interacción con público (es decir de las miradas molestas, horrorizadas o divertidas de los transeúntes que ven brotar de la nada cuatro falos gigantes en el parque al lado de casa),y supuesta reivindicación e implicación en lo social.
Ya veremos si realmente la percepción del espacio de los vecinos se verá realmente alterada, y si los problemas del barrio saldrán a flote, catalizando cambios útiles o reales. Aunque me temo que los efectos que provocará la instalación no pasarán de las sonrisas sardónicas y de los murmullos irritados de aquellos que, hace años, pasan sus tardes en los bancos de los jardines. Ya veremos, es pronto para decirlo…
Aun así, me resulta cobarde ese rechazo a llamar las cosas por su nombre. Este juego de alusiones, que disfraza formas innegablemente sexuales con nombres forzosamente inocentes (“El Arbol”, “Cuatro Centinelas”…) me parece que da lugar a ambigüedades peligrosas en una sociedad en la que la diferencia entre lo erótico y lo pornográfico se ha vuelto borrosa. En vez de tanta reivindicación y provocación indirecta, deberíamos tomar ejemplo de los griegos arcaicos, quienes para halagar a sus divinidades no hesitaban en crear imágenes inequivocables y explícitas, que restituían grandeza y claridad a aquellas pasiones a las que hoy el arte se limita a aludir con perversa vergüenza.
Delos, s IV a C |
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