Sorprende ver esta película 50 años después de su realización: se conserva con una frescura que apenas empañan los detalles de realización “antiguos”, como las tomas con maquetas y el formato en blanco y negro, sacralizado por algunos. Poco después de realizar Lolita (1962), Stanley Kubrick afronta una aventura que le aproxima a las ambiciosas preocupaciones movilizadas poco después cuando se enfrente al proyecto de 2001, que establecerá el arranque de su madurez creativa. Teniendo en cuenta ese detalle, Dr. Strangelove es una película relativamente anómala en el proceso definido por su filmografía. En un conjunto dominado por la "monumentalidad", destaca esta película que sobrepasa en mucho los cauces habituales de la comedia. Ciertos historiadores dicen que, en origen, la película tenía un planteamiento dramático que fue transformándose a medida que Kubrick se iba empapando de los pormenores de la Guerra Fría. La "explicación" concuerda mal con la participación de Peter Sellers, particularmente acreditado como actor cómico desde unos cuantos años antes, que cobró una parte muy substancial del presupuesto total de la película. De hecho, había participado en Lolita representando a un personaje de connotaciones en los límites de la comedia surrealista, seguramente concebido para "compensar" la grandilocuencia de un guión no demasiado dinámico. Aunque la elección del actor correspondiera a la productora, parece claro que, cuando menos por esa vertiente, la intención de hacer una comedia hilarante estaba claro, incluso aunque arrancara del relato de Peter George.
En suma, con independencia de quien tuviera la iniciativa, en esta película Kubrick hubo de enfrentarse al reto de ir un poco más allá de lo que había hecho en Lolita, recurriendo a los gags con mayor profusión y a las posibilidades de un actor que justificó su sueldo con su potencial taquillero y con abundantes improvisaciones; y entre ellas, con una que explicaba la relación mantenida con el director: en la secuencia final, Peter Sellers se presiona el cuello con una de sus manos enguantada, según cuentan, para dejar constancia del trato recibido del director, que tenía la costumbre de trabajar con guantes para no quemarse con los instrumentos de iluminación.
El guión está construido a partir de la novela de Peter George, Red Alert, que también se empleó para Fail-Safe, 1964 (Punto límite), rodada en paralelo bajo la dirección de Sideny Lumet con argumento dramático; esa circunstancia generó una situación kafkina que la Columbia resolvió, con buen criterio, en beneficio de Kubrick… Sugiero al lector que vea las dos películas, estrenadas durant el mismo año, para contemplar en directo cómo también “la magia del cine” puede resolver el viejo problema de la interpretación artística personal: la misma historia deriva en películas absolutamente dispares.
El guión está firmado por el propio Peter George, Terry Southern y Stanley Kubrick, siempre interesado en intervenir en esa parte de la película, incluso, aunque con ello pudieran sentirse molestos sus colaboradores, tal y como relató Frederic Raphael con ciertas reticencias.
También aquí son particularmente relevantes las circunstancias mencionadas a propósito de The Chase y, muy especialmente, la preocupación por emplear referencias sexuales de entidad más o menos sutil. Los nombres de los diferentes personajes son, en ese sentido, de elocuencia mayestática.
Es difícil elegir una secuencia entre las demás, pero manifiesto mis preferencias por las situaciones que hacen sonreír. Me parece brillante la secuencia protagonizada por el único personaje femenino, Tracy Reed como Mss Scott, en la casa del general “Buck” Turgidson: la conversación telefónica a tres es un buen ejemplo de cómo acotar las cualidades de los personajes a la hora de redactar un guión o de materializarlo.
También es curiosa la alusión “sistémica” a los valores más esenciales de la cultura norteamericana del momento, al mencionar los objetos que componen el “equipo de salvamento”; utilizará un recurso similar en A Clockwork Orange (1971), cuando Alex entra en prisión.
Aunque para las personas de nuestro tiempo, acaso resulte ridícula la “teoría conspiratoria de la fluorización”, lo cierto es que durante aquellos años, personalidades de proyección social muy sesuda la asumían a pies juntillas, con tanta fuerza como el temor al holocausto nuclear que generó la necesidad de construirse refugios familiares que se repartieron por buena parte de las viviendas de las personas más acaudaladas.
El gag más hilarante acaso sea el macabro “rodeo” del Mayor T. J. “King” Kong, que en su apelativo lleva implícito el juicio que merecía al guionista ese tipo de militar que cumple ciegamente las órdenes y aún se esfuerza poniendo en los afanes sus propios valores personales y culturales. Es divertido recordar que aunque el personaje fue interpretado por Slim Pickens, los realizadores pretendieron que también fuera resuelto por Peter Sellers, que hubo de rechazarlo por sentirse incapaz de imitar la manera de hablar de los tejanos.
La parte visual comienza a definir lo que acabará siendo el depurado "estilo Kubrick", aunque obviamente acaso no sea esta película la más adecuada para describirlo, analizarlo y juzgarlo.
Por supuesto, es de manual para aprendices a cineastas la secuencia cámara en mano del asalto al cuartel del general Jack D. Ripper, en fórmula generadora de inquietud que Kubrick repitió en otras ocasiones. Es curioso y didáctico comparar ésta con las similares de Full Metal Jacket, más matizadas y enfatizadas con las consecuencias terribles de la acción militar. Aunque la fotografía estaba a cargo de Gilbert Taylor, cuentan los testigos que esta secuencia fue rodada directamente por el director neoyorquino.
Tiene especial interés la música empleada en la película, a cargo de Laurie Johnson, que en algunas partes de ella apunta fórmulas que empleará en 2001. Emplear la canción "de esperanza" que se empleó durante la Primera Guerra Mundial casi como himno patriótico en el cierre de la película es, sencillamente, genial.
A mi juicio, lo que peor ha soportado el paso del tiempo es la interpretación de su actor triplemente protagonista, en la vertiente cómica. Peter Sellers está magnífico como presidente y como oficial inglés pero parece algo "sobreexpuesto" en el papel del científico reciclado.
En suma, más allá de la mitificción que sufre la imagen de Stanley Kubrick por parte de ciertos sectores hipsters, se trata de una película que permite su recuperación actual, cuando volvemos a vivir tiempos de amenaza apocalíptica; e incluso, que sugiere la posibilidad de hacer un remake actualizado que seguramente no se podría estrenar, dado el férreo dictado de lo políticamente correcto... En ese aspecto seguramente hemos caminado hacia atrás.
Adenda
Me gustaría conocer los criterios empleados por la productora para traducir el título al mercado español (en Latinoamérica se empleo un criterio diferente), llevándose por delante uno de los gags más interesantes en el planteamiento de la película: anunciarla como el relato de alguien que aprendió a despreocuparse ante la amenaza atómica y llegó a amar la bomba. Parece estúpido traducir el enunciado por “Teléfono rojo. Volamos hacia Moscú”. Hay cierto “intelectual” que colabora en programas de televisión como crítico cultural que no se cansa de alabar el genio de quienes hicieron piruetas como esa. Y suele mencionar el cambio de título de “North by Nortwest” por “Con la muerte en los talones” como una genialidad… “Genialidad” que también se lleva por delante el “juego” de recursos perceptivos empleados por Hitchcock, para conseguir una película de excepcional interés. Las malas lenguas dicen que esos fenómenos responden a que, para los productores, el mercado español es, en términos generales, tan ilustrado como el mencionado “intelectual”, de cuyo nombre yo tampoco quiero acordarme, y como el de quien controla buena parte de los intereses de la industria norteamericana en España, que también preside cierto esforzado club de la capital.
En suma, con independencia de quien tuviera la iniciativa, en esta película Kubrick hubo de enfrentarse al reto de ir un poco más allá de lo que había hecho en Lolita, recurriendo a los gags con mayor profusión y a las posibilidades de un actor que justificó su sueldo con su potencial taquillero y con abundantes improvisaciones; y entre ellas, con una que explicaba la relación mantenida con el director: en la secuencia final, Peter Sellers se presiona el cuello con una de sus manos enguantada, según cuentan, para dejar constancia del trato recibido del director, que tenía la costumbre de trabajar con guantes para no quemarse con los instrumentos de iluminación.
El guión está construido a partir de la novela de Peter George, Red Alert, que también se empleó para Fail-Safe, 1964 (Punto límite), rodada en paralelo bajo la dirección de Sideny Lumet con argumento dramático; esa circunstancia generó una situación kafkina que la Columbia resolvió, con buen criterio, en beneficio de Kubrick… Sugiero al lector que vea las dos películas, estrenadas durant el mismo año, para contemplar en directo cómo también “la magia del cine” puede resolver el viejo problema de la interpretación artística personal: la misma historia deriva en películas absolutamente dispares.
El guión está firmado por el propio Peter George, Terry Southern y Stanley Kubrick, siempre interesado en intervenir en esa parte de la película, incluso, aunque con ello pudieran sentirse molestos sus colaboradores, tal y como relató Frederic Raphael con ciertas reticencias.
También aquí son particularmente relevantes las circunstancias mencionadas a propósito de The Chase y, muy especialmente, la preocupación por emplear referencias sexuales de entidad más o menos sutil. Los nombres de los diferentes personajes son, en ese sentido, de elocuencia mayestática.
Es difícil elegir una secuencia entre las demás, pero manifiesto mis preferencias por las situaciones que hacen sonreír. Me parece brillante la secuencia protagonizada por el único personaje femenino, Tracy Reed como Mss Scott, en la casa del general “Buck” Turgidson: la conversación telefónica a tres es un buen ejemplo de cómo acotar las cualidades de los personajes a la hora de redactar un guión o de materializarlo.
También es curiosa la alusión “sistémica” a los valores más esenciales de la cultura norteamericana del momento, al mencionar los objetos que componen el “equipo de salvamento”; utilizará un recurso similar en A Clockwork Orange (1971), cuando Alex entra en prisión.
Aunque para las personas de nuestro tiempo, acaso resulte ridícula la “teoría conspiratoria de la fluorización”, lo cierto es que durante aquellos años, personalidades de proyección social muy sesuda la asumían a pies juntillas, con tanta fuerza como el temor al holocausto nuclear que generó la necesidad de construirse refugios familiares que se repartieron por buena parte de las viviendas de las personas más acaudaladas.
El gag más hilarante acaso sea el macabro “rodeo” del Mayor T. J. “King” Kong, que en su apelativo lleva implícito el juicio que merecía al guionista ese tipo de militar que cumple ciegamente las órdenes y aún se esfuerza poniendo en los afanes sus propios valores personales y culturales. Es divertido recordar que aunque el personaje fue interpretado por Slim Pickens, los realizadores pretendieron que también fuera resuelto por Peter Sellers, que hubo de rechazarlo por sentirse incapaz de imitar la manera de hablar de los tejanos.
La parte visual comienza a definir lo que acabará siendo el depurado "estilo Kubrick", aunque obviamente acaso no sea esta película la más adecuada para describirlo, analizarlo y juzgarlo.
Por supuesto, es de manual para aprendices a cineastas la secuencia cámara en mano del asalto al cuartel del general Jack D. Ripper, en fórmula generadora de inquietud que Kubrick repitió en otras ocasiones. Es curioso y didáctico comparar ésta con las similares de Full Metal Jacket, más matizadas y enfatizadas con las consecuencias terribles de la acción militar. Aunque la fotografía estaba a cargo de Gilbert Taylor, cuentan los testigos que esta secuencia fue rodada directamente por el director neoyorquino.
Tiene especial interés la música empleada en la película, a cargo de Laurie Johnson, que en algunas partes de ella apunta fórmulas que empleará en 2001. Emplear la canción "de esperanza" que se empleó durante la Primera Guerra Mundial casi como himno patriótico en el cierre de la película es, sencillamente, genial.
A mi juicio, lo que peor ha soportado el paso del tiempo es la interpretación de su actor triplemente protagonista, en la vertiente cómica. Peter Sellers está magnífico como presidente y como oficial inglés pero parece algo "sobreexpuesto" en el papel del científico reciclado.
En suma, más allá de la mitificción que sufre la imagen de Stanley Kubrick por parte de ciertos sectores hipsters, se trata de una película que permite su recuperación actual, cuando volvemos a vivir tiempos de amenaza apocalíptica; e incluso, que sugiere la posibilidad de hacer un remake actualizado que seguramente no se podría estrenar, dado el férreo dictado de lo políticamente correcto... En ese aspecto seguramente hemos caminado hacia atrás.
Adenda
Me gustaría conocer los criterios empleados por la productora para traducir el título al mercado español (en Latinoamérica se empleo un criterio diferente), llevándose por delante uno de los gags más interesantes en el planteamiento de la película: anunciarla como el relato de alguien que aprendió a despreocuparse ante la amenaza atómica y llegó a amar la bomba. Parece estúpido traducir el enunciado por “Teléfono rojo. Volamos hacia Moscú”. Hay cierto “intelectual” que colabora en programas de televisión como crítico cultural que no se cansa de alabar el genio de quienes hicieron piruetas como esa. Y suele mencionar el cambio de título de “North by Nortwest” por “Con la muerte en los talones” como una genialidad… “Genialidad” que también se lleva por delante el “juego” de recursos perceptivos empleados por Hitchcock, para conseguir una película de excepcional interés. Las malas lenguas dicen que esos fenómenos responden a que, para los productores, el mercado español es, en términos generales, tan ilustrado como el mencionado “intelectual”, de cuyo nombre yo tampoco quiero acordarme, y como el de quien controla buena parte de los intereses de la industria norteamericana en España, que también preside cierto esforzado club de la capital.
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