En el año 2012, la Universidad de Harvard fue noticia porque se difundió la sospecha de que 125 estudiantes había copiado en un examen. Contemplada la situación desde aquí parecía una broma similar al gag de Casablanca (Curtiz, 1942): "¡Qué escándalo, qué escándalo! He descubierto que aquí se juega..." Como si en ese preciso momento alguien se percatara súbitamente de las posibilidades que ofrecen los nuevos medios, que en su propia naturaleza, exigen un replanteamiento radical de actividad universitaria. Obviamente, una cosa es copiar de Internet y otra muy diferente en un examen. Pero... ¿Seguro que son "cosas" diferentes?
Las autoridades de una de las universidades más prestigiosas del mundo, a donde acuden personas de especial significación intelectual y social, reaccionaron con relativa contundencia: sancionaron a 60 estudiantes con "castigos" casi simbólicos y redactaron un "Código de Honor", que en cierto modo, daba a razón a quienes contemplaron la situación con mueca escéptica:
"Members of the Harvard College community commit themselves to producing academic work of integrity – that is, work that adheres to the scholarly and intellectual standards of accurate attribution of sources, appropriate collection and use of data, and transparent acknowledgement of the contribution of others to their ideas, discoveries, interpretations, and conclusions. Cheating on exams or problem sets, plagiarizing or misrepresenting the ideas or language of someone else as one’s own, falsifying data, or any other instance of academic dishonesty violates the standards of our community, as well as the standards of the wider world of learning and affairs."
¿Enfatizar la importancia del "honor", de la "ética universitaria", puede ayudar a resolver el problema? Si lo planteáramos aquí, serían legión quienes murieran de risa... Precisamente, la cuestión del plagio es actualidad solemne entre nosotros gracias a las "maniobras" poco honorables del profesor Suárez Bilbao, rector de la Universidad Rey Juan Carlos. La solemnidad deriva de la tibieza de los medios universitarios para afrontar un asunto tan vidrioso, que armoniza mal con los objetivos de "excelencia" que, al parecer, preocupan a nuestros representantes, tan excelentes ellos mismos. Quien conozca desde el interior el funcionamiento de las universidades españolas no se sorprenderá de lo uno ni de lo otro...
En esa deriva, desde hace tiempo, muchos profesores están preocupados por "resolver" el problema de las "disfunciones" y para ello se han tomado algunas medidas entre las que destacan las aplicaciones que analizan los textos de los alumnos; y su preocupación es alarde de ingenuidad porque, más tarde o más temprano, esas aplicaciones también servirán para analizar las "investigaciones" de los propios profesores... No quiero ni imaginar lo que inevitablemente sucederá cuando se hayan digitalizado todos o casi los trabajos de investigación y se analicen cruzando los contenidos de unos y otros... Es posible que desde esas posibilidades se "comprenda" mejor el horror que les produce a ciertos profesores enfrentarse a Internet.
Pero de momento, sólo los alumnos deben cuidarse ante esos instrumentos que se presentan como instrumentos definitivos para "promover la excelencia académica"... Sin embargo, es sencillo "engañar" a esas aplicaciones: basta con copiar textos en cualquier idioma que no sea el castellano; se traducen automáticamente, se "pulen" las carencias del traductor de Google con un editor bien armado de sinónimos y... ¡Alehop, trabajo perfecto!
En suma, los sistemas actuales apenas sirven para "cazar" a los alumnos más ingenuos, a quienes no se manejan bien en Internet y a quienes aún no han aprehendido que, en nuestra sociedad, el honor aparente es más importante que la honestidad.
Cabría imaginar que el incidente protagonizado por el profesor Suárez Bilbao movilizará una reacción positiva... Serían las consecuencias de no estar familiarizados con la práctica universitaria y, por supuesto, con la geometría diferencial... Como de costumbre, legalidad frente a legitimidad. Tal y como están las cosas, me parece más probable que, entre nosotros, se acepte el "plagio" como una fórmula de trabajo perfectamente rigurosa, legal y honorable, que la adopción de medidas eficaces contra quienes viven del engaño; al fin y al cabo en nuestra cultura existe un importante poso de picaresca que, tal vez, sea nuestra gran aportación al acervo universal. Lo sentenció Unamuno y muchos continúan en el empeño.
Las autoridades de una de las universidades más prestigiosas del mundo, a donde acuden personas de especial significación intelectual y social, reaccionaron con relativa contundencia: sancionaron a 60 estudiantes con "castigos" casi simbólicos y redactaron un "Código de Honor", que en cierto modo, daba a razón a quienes contemplaron la situación con mueca escéptica:
"Members of the Harvard College community commit themselves to producing academic work of integrity – that is, work that adheres to the scholarly and intellectual standards of accurate attribution of sources, appropriate collection and use of data, and transparent acknowledgement of the contribution of others to their ideas, discoveries, interpretations, and conclusions. Cheating on exams or problem sets, plagiarizing or misrepresenting the ideas or language of someone else as one’s own, falsifying data, or any other instance of academic dishonesty violates the standards of our community, as well as the standards of the wider world of learning and affairs."
¿Enfatizar la importancia del "honor", de la "ética universitaria", puede ayudar a resolver el problema? Si lo planteáramos aquí, serían legión quienes murieran de risa... Precisamente, la cuestión del plagio es actualidad solemne entre nosotros gracias a las "maniobras" poco honorables del profesor Suárez Bilbao, rector de la Universidad Rey Juan Carlos. La solemnidad deriva de la tibieza de los medios universitarios para afrontar un asunto tan vidrioso, que armoniza mal con los objetivos de "excelencia" que, al parecer, preocupan a nuestros representantes, tan excelentes ellos mismos. Quien conozca desde el interior el funcionamiento de las universidades españolas no se sorprenderá de lo uno ni de lo otro...
En esa deriva, desde hace tiempo, muchos profesores están preocupados por "resolver" el problema de las "disfunciones" y para ello se han tomado algunas medidas entre las que destacan las aplicaciones que analizan los textos de los alumnos; y su preocupación es alarde de ingenuidad porque, más tarde o más temprano, esas aplicaciones también servirán para analizar las "investigaciones" de los propios profesores... No quiero ni imaginar lo que inevitablemente sucederá cuando se hayan digitalizado todos o casi los trabajos de investigación y se analicen cruzando los contenidos de unos y otros... Es posible que desde esas posibilidades se "comprenda" mejor el horror que les produce a ciertos profesores enfrentarse a Internet.
Pero de momento, sólo los alumnos deben cuidarse ante esos instrumentos que se presentan como instrumentos definitivos para "promover la excelencia académica"... Sin embargo, es sencillo "engañar" a esas aplicaciones: basta con copiar textos en cualquier idioma que no sea el castellano; se traducen automáticamente, se "pulen" las carencias del traductor de Google con un editor bien armado de sinónimos y... ¡Alehop, trabajo perfecto!
En suma, los sistemas actuales apenas sirven para "cazar" a los alumnos más ingenuos, a quienes no se manejan bien en Internet y a quienes aún no han aprehendido que, en nuestra sociedad, el honor aparente es más importante que la honestidad.
Cabría imaginar que el incidente protagonizado por el profesor Suárez Bilbao movilizará una reacción positiva... Serían las consecuencias de no estar familiarizados con la práctica universitaria y, por supuesto, con la geometría diferencial... Como de costumbre, legalidad frente a legitimidad. Tal y como están las cosas, me parece más probable que, entre nosotros, se acepte el "plagio" como una fórmula de trabajo perfectamente rigurosa, legal y honorable, que la adopción de medidas eficaces contra quienes viven del engaño; al fin y al cabo en nuestra cultura existe un importante poso de picaresca que, tal vez, sea nuestra gran aportación al acervo universal. Lo sentenció Unamuno y muchos continúan en el empeño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario