Todo empezó con una situación políticamente delicada
Tras muchas peripecias no siempre afortunadas, con diez años de retraso sobre el calendario propuesto,, el Museo de las Confluencias, concebido para ofrecer al mundo una propuesta de reflexión sobre los grandes asuntos que han preocupado al hombre desde siempre, abrió sus puertas a finales del año 2014, en lo que fue uno de los acontecimientos museísticos más señalados y polémicos de la Europa de aquellos cercanos años. Sin embargo, algo no salió bien, porque, frente a lo usual en estos asuntos, ni el presidente de la República ni el Primer Ministro ni la Ministra de Educación quisieron hacerse la foto de la inauguración. Al parecer, en este caso, no existía el rédito cosmético asociado invariablemente a la creación de "infraestructuras culturales". El lector encontrará las razones de esa anomalía en el artículo publicado en Le Canard Ennchainé, donde definieron el museo como una apuesta faraónica en el país de Guiñol. A ellas aún deberíamos unir que Francia no es país de "¡vivan la caenas!"...
El proyecto fue diseñado por el estudio Coop Himmelb(l)au, supuestamente, uno de los más destacados de la corriente deconstructiva europea, deudora de las aportaciones de Frank Gehry y su manera de entender la retórica arquitectónica. Paradójicamente, la fórmula se ha substanciado secularmente desde, al menos, los tiempos del Imperio Egipcio, con jalones notorios en el Imperio Romano y en las ciudades medievales. Bajo follaje de retórica oscura y de concesiones poéticas poco lucidas, el objetivo prioritario es, sencillamente, competir en espectacularidad, entendida ésta en consonancia con una "sensibilidad popular" definida a trazos gruesos, que con un poco de mala baba y salvando las referencias formales de modelos tan alejados en el tiempo, recuerda la Volkskultur de los años treinta. En todo caso, por encima de las diferencias impuestas por el tiempo y, como acreditaron los constructores de la catedral de Beauvais, es sabido que la gente premia a quienes mean más largo, escupen más lejos o eructan entonando La Marsellesa o El sitio de Zaragoza. Es notorio que, al menos desde los tiempos de Hesíodo, los humanos estamos predispuestos a admirar, elogiar y aún mitificar la habilidad extrema, cualquiera que sea su naturaleza.
En suma y expresado con en términos menos inoportunos, los edificios deben ser hitos monumentales, capaces de activar el interés y, por supuesto, la admiración de un público. muy amplio; automáticamente, por "razones misteriosas", ello derivará en grandes posibilidades económicas para sus promotores... y en otras ventajas más o menos sutiles, pero siempre substanciosas, a repartir entre quienes medren en los alrededores..
A pesar de que allí también hubo cierta dispersión presupuestaria, la idea pergeñada por la ambición de T. Krens y de los políticos españoles, funcionó magníficamente en el Guggenheim Bilbao, donde su construcción engendró un fenómeno de gran alcance social y económico; no sé si también de formación estéticas —perdóneseme la ironía—... Por desgracia, no ha sucedido lo mismo en otros lugares, donde se calibraron mal los factores que, en realidad, explican el éxito de aquella. En el caso de Lyon, como en el de Santiago de Compostela, se puso de manifiesto una circunstancia particularmente relevante de la arquitectura posmoderna: el desprecio de las servidumbres más elementales del proceso constructivo. La consecuencia fue particularmente bochornosa también en Lyon: el choque entre los arquitectos y la constructora no "se resolvió sobre la marcha" como habitualmente sucede en España; por el contrario, dilató la inauguración por diez años y disparó los gastos, que multiplicaron por cinco el presupuesto inicial. Es fácil imaginar cómo se interpretó esa anomalía en tiempos de recortes...
Pero más allá de esta circunstancia, que alguien pudiera juzgar "anecdótica", parece que el impacto urbanístico del Museo de las Confluencias no ha sido tan vigoroso como en Bilbao, seguramente porque la confluencia de los ríos Ródano y Saona delimitan una espacio sumamente peculiar y poco propicio a la expansión urbanística...
¿Por qué funcionó la idea en Bilbao y no en Santiago de Compostela ni en Avilés ni en Lyon?
Con el paso de los años y la acumulación de fiascos, hoy podemos vocear a los cuatro vientos que la existencia de un proyecto espectacular es condición necesaria pero no suficiente para que un museo "funcione" como el Guggenheim-Bilbao.
Puede que la primera carencia derive, precisamente, de la diferencia entre los proyectos del estudio austriaco y los del discutido arquitecto canadiense: es sabido que las comparaciones son odiosas y en ocasiones, particularmente odiosas.
Como ya habrá imaginado el lector, la segunda brotaría de la importancia que puede tener una colección de arte mitificado; no atrae lo mismo el esqueleto de un dinosaurio que una pintura "famosa" de Picasso.
Y aún vislumbro algunas más, que dejo en la recámara por si alguien tiene interés especial en estos asuntos...
El proyecto arquitectónico y museístico
El edificio está articulado en tres bloques: la base de hormigón, casi como si fuera un pedestal o, mejor aún. un zócalo: la parte acristalada, que define las zonas de circulación y pretende aludir a la vinculación del museo con la ciudad; y "la nube", que pretendidamente se remite al conocimiento futuro y, de hecho, integra los diferentes niveles funcionales (exposición permanente, exposiciones temporales. áreas administrativas y de gestión técnica, y terraza y cafetería). No sé si para fusionar una áreas con otras y, sobre todo, con las ideas aludidas de modo más o menos retórico, se ha dispuesto un gigantesco embudo que proporciona entidad material a la unión del edificio con su contexto ecológico inmediato.
Quien tenga interés y curiosidad y no desee o no pueda viajar a Lyon, bucee en la web del estudio responsable del entuerto, donde encontrará un amplio repertorio de la verborrea posmoderna al uso...
El edificio desarrolla ciertas fórmulas de Gehry y toma algunos elementos formales (que no funcionales) de la cúpula del Reichstag de Foster; sin embargo la conjugación de estos elementos y otros propios de la arquitectura posmoderna de finales del siglo XX, no proporciona, a mi juicio, un buen resultado. Los haces de líneas paralelas, tal vez impuestas desde la pretensión de enfatizar la capacidad lógica de la geometría, determinan superficies texturadas con un resultado visual menos atractivo que el conseguido, por ejemplo, en el complejo realizado para BMW (BMW Welt) en Munich y en otros edificios del mismo estudio.
Seguramente desde las referencias del Museo de Ciencias Naturales de Nueva York y otros similares, el planteamiento museológico, que podríamos valorar como el intento de transformar un museo decimonónico de "Ciencias Naturales" en un "dispositivo de reflexión global", es muy ambicioso y si nos atenemos a la literalidad de las formulaciones solemnes, desde sus propios términos, algo contradictorio. Dicen:
"El museo fue concebido como un "medio para la transferencia de conocimiento" y no como una sala de exposición de productos."
Sin embargo "los productos" —los objetos de naturaleza diversa— continúan protagonizando el contenido de las salas...
"El Museo de las Confluencias está concebido no como un exclusivo “templo de las musas” para la élite educada, sino como una puerta de acceso público al conocimiento de nuestro tiempo. Estimula el uso activo, no sólo como un lugar de contemplación, sino también como un espacio de encuentro directo en la ciudad."
Esa "puerta de acceso al conocimiento" se substancia en la reformulación del manido "quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos", mediante cuatro grupos "temáticos", dedicados a los "Orígenes", en contexto evolucionista; las "Especies", que propone una reflexión ecológica sobre la relación del hombre con todos los seres vivos; las "Sociedades" o la manera de concretar la necesidad social del ser humano; y las "Eternidades" o las diferentes maneras de entender "el más allá". Cada grupo ofrece multitud de propuestas canalizadas mediante diversos formatos sin enfatizar demasiado los relacionados con las "nuevas tecnologías". Todo ello a partir de ciertas colecciones preexistentes y de algunas adquisiciones, que también escandalizaron a los más reticentes.
En todo caso, entiendo que en el planteamiento museístico prevalece la voluntad de anteponer la capacidad reflexiva de sus instalaciones sobre la transmisión de datos o conocimientos concretos. Y para ello, los gestores han recurrido a un montaje de fuerte sentido escenográfico construido mediante el juego entre la luz, el fondo obscuro y expositores más o menos creativos.
Al entrar en la primera sala recordé que Abderramán III hizo construir un depósito para llenarlo de mercurio y forzar reflejos que aterrorizaban a los embajadores de lugares menos poderosos; buen recurso para infundir respeto desde la perplejidad, el asombro y, tal vez, también el miedo. Supongo que en el siglo XXI los reflejos no aterrorizan a nadie aunque activen en nosotros respuestas que nos acercan a las urracas. Si como acredita el escaparatismo, los brillos atraen, utilicémoslos en los museos para captar la atención de los jóvenes, aunque ello cree ciertas efectos secundarios que no serán tan dramáticos como el posible envenenamiento de los servidores palatinos del primer califa cordobés.
La información escrita es tan escasa que, muy probablemente, escandalizará a quienes defienden que los museos son lugares a los que las personas deben acudir con la voluntad de aprender "muchas cosas" Sin embargo, en este caso, con la preeminencia de la vocación reflexiva, esa parquedad me parece un acierto incontestable. La idea de construir un museo, que abarque la complejidad humana en sus diferentes aspectos y relaciones, con pretensiones educativas relativamente alejadas de la transmisión de conocimientos, es, a mi juicio, magnífica y elogiable; sólo cabe argumentar la duda inducida por toda obra de arte procesual, en principio, concebida con la misma finalidad, cuando se ofrece al visitante eventual... ¿A quién interesa reflexionar sobre los grandes problemas del género humano?
Por fortuna, en este caso, lo que en el plano de la conducta individual pudiera parecer una simpleza, podría convertirse en un recurso de grandes posibilidades, dado que los docentes pueden emplear las instalaciones del museo para potenciar las reflexiones globales y genéricas que ayudan en la fijación de conocimientos y, sobre todo, en la maduración de la personalidad.
Me ha hecho gracia la sala dedicada a la muerte, que parece concebida fusionando tres películas de Stanley Kubrick: los elementos audiovisuales se han colocado en pequeños monolitos que hacen pensar en 2001; frente a ellos, las butacas-huevo, que remiten al origen vital, recuerdan el mobiliario empleado en la "casa del escritor" de La Naranja Mecánica; y, por fin, el aspecto el techo nos conduce hasta la apocalíptica Teléfono Rojo... No creo que el paralelismo sea casual, dados los planteamientos argumentales habituales en las películas del director neoyorquino y, muy especialmente, en 2001, que, por cierto, ya se ha empleado en las actividades del propio museo.
Asimismo, me ha divertido contemplar cómo se implementan estrategias feministas para escapar de los sesgos antropológicos tradicionales, por supuesto, "machistas": en lugar de "hombre de Cromañón", ¿por qué no hablar de "mujeres de Cromañón"?. Interesante propuesta que me recordó la hipótesis que atribuye a las mujeres la capacidad de representación simbólica que postulan las pinturas de Lescaux y Altamira. En aquellos lejanos años, cuando muy probablemente, las mujeres tenían la misión de "educar" a la prole, en ellas estaría buena parte del sustrato sobre el que se construyeron los grandes símbolos que proporcionaron substancia a la cohesión social. A este paso, en pocos años los hombres recuperaremos nuestra función "esencial" de simples zánganos —meros instrumentos reproductores—, que nunca debimos abandonar...
También me ha parecido una magnífica idea, la integración de elementos estéticos aunque, en ocasiones, rompan la linealidad de la propuesta reflexiva. En todo caso, el uso del "arte" como activador de reflexiones complejas me parece magnífica.
Por contra, me ha sonrojado el pretendido planteamiento no etnocentrista que, sin embargo, nos remite —necesariamente— a un enciclopedismo francés trufado de concesiones a la "lógica sistemática" de la tradición alemana. Los guiños a las diferentes culturas del planeta me parecen demasiado forzados: lo ajeno, también en las instalaciones de este museo, siguen siendo acotaciones anecdóticas en un marco pretendidamente multicultural. Pero soy consciente de que es difícil —tal vez, imposible— evitar el "sabor" europeo de todo lo realizado en Europa.
Para finalizar
Según fuentes del propio museo, tras el primer año de apertura, que registró cifras de muy estimables, éstas se han estabilizado en los alrededores de los 600.000, con un 80 % de escolares... Frente a tan menguado éxito de público, debemos recordar que el proyecto inicial, con un coste estimado de 61 millones de euros, acabó costando alrededor de 330 millones. En cuanto al impacto urbanístico: aunque la transformación de la zona de encuentro entre el Ródano y Saona ha sido radical, no sucede lo mismo con la parte norte; es posible que en el futuro se aprecie con más claridad un cambio que, de momento, es demasiado tímido.
Queda el dispositivo de reflexión sobre los grandes problemas de la Humanidad, acaso justificable en su naturaleza como "objeto de arte"... incluso aunque, en principio, la obra de Coop Himmelb(l)au nos parezca arquitectura mala.
Pero... ¿330 millones de euros para ofrecer a los jóvenes un "lugar de reflexión"? ¿No pueden reflexionar en clase, en la place Bellecour o paseando por un parque?
¿Apuesta faraónica en el país de Guiñol? Como en casi todos los casos similares, de nuevo se plantea la cuestión de si merece la pena hacer un gran esfuerzo presupuestario por un objetivo que, como en tantos casos españoles, funde y en ocasiones, confunde, lo cultural, lo educativo y lo turístico. El buen saber y entender del lector resolverá el problema, pero antes de formular un juicio negativo, tomemos en consideración que, de acuerdo con los horizontes definidos en la actualidad, en pocos años, Europa deberá enfrentarse al reto de los turistas orientales. Y aunque no me imagino a un grupo de ellos contemplando ciertas salas del museo sin escandalizarse, dado el proceso espectacular seguido por el estudio Coop Himmelb(l)au, puede que en 10 años, el Museo de las Confluencias sea algo parecido a lo que hoy es la catedral de Beauvais en el contexto de la arquitectura gótica: un prodigio de creatividad posmoderna, la culminación material de la muy gloriosa espiritualidad del liberalismo, un portento de determinación humana, mucho más atractivo para los visitantes foráneos que la espectacular Notre-Dame de Fourvière, paradigma de eclecticismo "decadente".
Tras muchas peripecias no siempre afortunadas, con diez años de retraso sobre el calendario propuesto,, el Museo de las Confluencias, concebido para ofrecer al mundo una propuesta de reflexión sobre los grandes asuntos que han preocupado al hombre desde siempre, abrió sus puertas a finales del año 2014, en lo que fue uno de los acontecimientos museísticos más señalados y polémicos de la Europa de aquellos cercanos años. Sin embargo, algo no salió bien, porque, frente a lo usual en estos asuntos, ni el presidente de la República ni el Primer Ministro ni la Ministra de Educación quisieron hacerse la foto de la inauguración. Al parecer, en este caso, no existía el rédito cosmético asociado invariablemente a la creación de "infraestructuras culturales". El lector encontrará las razones de esa anomalía en el artículo publicado en Le Canard Ennchainé, donde definieron el museo como una apuesta faraónica en el país de Guiñol. A ellas aún deberíamos unir que Francia no es país de "¡vivan la caenas!"...
El proyecto fue diseñado por el estudio Coop Himmelb(l)au, supuestamente, uno de los más destacados de la corriente deconstructiva europea, deudora de las aportaciones de Frank Gehry y su manera de entender la retórica arquitectónica. Paradójicamente, la fórmula se ha substanciado secularmente desde, al menos, los tiempos del Imperio Egipcio, con jalones notorios en el Imperio Romano y en las ciudades medievales. Bajo follaje de retórica oscura y de concesiones poéticas poco lucidas, el objetivo prioritario es, sencillamente, competir en espectacularidad, entendida ésta en consonancia con una "sensibilidad popular" definida a trazos gruesos, que con un poco de mala baba y salvando las referencias formales de modelos tan alejados en el tiempo, recuerda la Volkskultur de los años treinta. En todo caso, por encima de las diferencias impuestas por el tiempo y, como acreditaron los constructores de la catedral de Beauvais, es sabido que la gente premia a quienes mean más largo, escupen más lejos o eructan entonando La Marsellesa o El sitio de Zaragoza. Es notorio que, al menos desde los tiempos de Hesíodo, los humanos estamos predispuestos a admirar, elogiar y aún mitificar la habilidad extrema, cualquiera que sea su naturaleza.
En suma y expresado con en términos menos inoportunos, los edificios deben ser hitos monumentales, capaces de activar el interés y, por supuesto, la admiración de un público. muy amplio; automáticamente, por "razones misteriosas", ello derivará en grandes posibilidades económicas para sus promotores... y en otras ventajas más o menos sutiles, pero siempre substanciosas, a repartir entre quienes medren en los alrededores..
A pesar de que allí también hubo cierta dispersión presupuestaria, la idea pergeñada por la ambición de T. Krens y de los políticos españoles, funcionó magníficamente en el Guggenheim Bilbao, donde su construcción engendró un fenómeno de gran alcance social y económico; no sé si también de formación estéticas —perdóneseme la ironía—... Por desgracia, no ha sucedido lo mismo en otros lugares, donde se calibraron mal los factores que, en realidad, explican el éxito de aquella. En el caso de Lyon, como en el de Santiago de Compostela, se puso de manifiesto una circunstancia particularmente relevante de la arquitectura posmoderna: el desprecio de las servidumbres más elementales del proceso constructivo. La consecuencia fue particularmente bochornosa también en Lyon: el choque entre los arquitectos y la constructora no "se resolvió sobre la marcha" como habitualmente sucede en España; por el contrario, dilató la inauguración por diez años y disparó los gastos, que multiplicaron por cinco el presupuesto inicial. Es fácil imaginar cómo se interpretó esa anomalía en tiempos de recortes...
Pero más allá de esta circunstancia, que alguien pudiera juzgar "anecdótica", parece que el impacto urbanístico del Museo de las Confluencias no ha sido tan vigoroso como en Bilbao, seguramente porque la confluencia de los ríos Ródano y Saona delimitan una espacio sumamente peculiar y poco propicio a la expansión urbanística...
¿Por qué funcionó la idea en Bilbao y no en Santiago de Compostela ni en Avilés ni en Lyon?
Con el paso de los años y la acumulación de fiascos, hoy podemos vocear a los cuatro vientos que la existencia de un proyecto espectacular es condición necesaria pero no suficiente para que un museo "funcione" como el Guggenheim-Bilbao.
Puede que la primera carencia derive, precisamente, de la diferencia entre los proyectos del estudio austriaco y los del discutido arquitecto canadiense: es sabido que las comparaciones son odiosas y en ocasiones, particularmente odiosas.
Como ya habrá imaginado el lector, la segunda brotaría de la importancia que puede tener una colección de arte mitificado; no atrae lo mismo el esqueleto de un dinosaurio que una pintura "famosa" de Picasso.
Y aún vislumbro algunas más, que dejo en la recámara por si alguien tiene interés especial en estos asuntos...
El proyecto arquitectónico y museístico
El edificio está articulado en tres bloques: la base de hormigón, casi como si fuera un pedestal o, mejor aún. un zócalo: la parte acristalada, que define las zonas de circulación y pretende aludir a la vinculación del museo con la ciudad; y "la nube", que pretendidamente se remite al conocimiento futuro y, de hecho, integra los diferentes niveles funcionales (exposición permanente, exposiciones temporales. áreas administrativas y de gestión técnica, y terraza y cafetería). No sé si para fusionar una áreas con otras y, sobre todo, con las ideas aludidas de modo más o menos retórico, se ha dispuesto un gigantesco embudo que proporciona entidad material a la unión del edificio con su contexto ecológico inmediato.
Quien tenga interés y curiosidad y no desee o no pueda viajar a Lyon, bucee en la web del estudio responsable del entuerto, donde encontrará un amplio repertorio de la verborrea posmoderna al uso...
El edificio desarrolla ciertas fórmulas de Gehry y toma algunos elementos formales (que no funcionales) de la cúpula del Reichstag de Foster; sin embargo la conjugación de estos elementos y otros propios de la arquitectura posmoderna de finales del siglo XX, no proporciona, a mi juicio, un buen resultado. Los haces de líneas paralelas, tal vez impuestas desde la pretensión de enfatizar la capacidad lógica de la geometría, determinan superficies texturadas con un resultado visual menos atractivo que el conseguido, por ejemplo, en el complejo realizado para BMW (BMW Welt) en Munich y en otros edificios del mismo estudio.
Seguramente desde las referencias del Museo de Ciencias Naturales de Nueva York y otros similares, el planteamiento museológico, que podríamos valorar como el intento de transformar un museo decimonónico de "Ciencias Naturales" en un "dispositivo de reflexión global", es muy ambicioso y si nos atenemos a la literalidad de las formulaciones solemnes, desde sus propios términos, algo contradictorio. Dicen:
"El museo fue concebido como un "medio para la transferencia de conocimiento" y no como una sala de exposición de productos."
Sin embargo "los productos" —los objetos de naturaleza diversa— continúan protagonizando el contenido de las salas...
"El Museo de las Confluencias está concebido no como un exclusivo “templo de las musas” para la élite educada, sino como una puerta de acceso público al conocimiento de nuestro tiempo. Estimula el uso activo, no sólo como un lugar de contemplación, sino también como un espacio de encuentro directo en la ciudad."
Esa "puerta de acceso al conocimiento" se substancia en la reformulación del manido "quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos", mediante cuatro grupos "temáticos", dedicados a los "Orígenes", en contexto evolucionista; las "Especies", que propone una reflexión ecológica sobre la relación del hombre con todos los seres vivos; las "Sociedades" o la manera de concretar la necesidad social del ser humano; y las "Eternidades" o las diferentes maneras de entender "el más allá". Cada grupo ofrece multitud de propuestas canalizadas mediante diversos formatos sin enfatizar demasiado los relacionados con las "nuevas tecnologías". Todo ello a partir de ciertas colecciones preexistentes y de algunas adquisiciones, que también escandalizaron a los más reticentes.
En todo caso, entiendo que en el planteamiento museístico prevalece la voluntad de anteponer la capacidad reflexiva de sus instalaciones sobre la transmisión de datos o conocimientos concretos. Y para ello, los gestores han recurrido a un montaje de fuerte sentido escenográfico construido mediante el juego entre la luz, el fondo obscuro y expositores más o menos creativos.
Al entrar en la primera sala recordé que Abderramán III hizo construir un depósito para llenarlo de mercurio y forzar reflejos que aterrorizaban a los embajadores de lugares menos poderosos; buen recurso para infundir respeto desde la perplejidad, el asombro y, tal vez, también el miedo. Supongo que en el siglo XXI los reflejos no aterrorizan a nadie aunque activen en nosotros respuestas que nos acercan a las urracas. Si como acredita el escaparatismo, los brillos atraen, utilicémoslos en los museos para captar la atención de los jóvenes, aunque ello cree ciertas efectos secundarios que no serán tan dramáticos como el posible envenenamiento de los servidores palatinos del primer califa cordobés.
La información escrita es tan escasa que, muy probablemente, escandalizará a quienes defienden que los museos son lugares a los que las personas deben acudir con la voluntad de aprender "muchas cosas" Sin embargo, en este caso, con la preeminencia de la vocación reflexiva, esa parquedad me parece un acierto incontestable. La idea de construir un museo, que abarque la complejidad humana en sus diferentes aspectos y relaciones, con pretensiones educativas relativamente alejadas de la transmisión de conocimientos, es, a mi juicio, magnífica y elogiable; sólo cabe argumentar la duda inducida por toda obra de arte procesual, en principio, concebida con la misma finalidad, cuando se ofrece al visitante eventual... ¿A quién interesa reflexionar sobre los grandes problemas del género humano?
Por fortuna, en este caso, lo que en el plano de la conducta individual pudiera parecer una simpleza, podría convertirse en un recurso de grandes posibilidades, dado que los docentes pueden emplear las instalaciones del museo para potenciar las reflexiones globales y genéricas que ayudan en la fijación de conocimientos y, sobre todo, en la maduración de la personalidad.
Me ha hecho gracia la sala dedicada a la muerte, que parece concebida fusionando tres películas de Stanley Kubrick: los elementos audiovisuales se han colocado en pequeños monolitos que hacen pensar en 2001; frente a ellos, las butacas-huevo, que remiten al origen vital, recuerdan el mobiliario empleado en la "casa del escritor" de La Naranja Mecánica; y, por fin, el aspecto el techo nos conduce hasta la apocalíptica Teléfono Rojo... No creo que el paralelismo sea casual, dados los planteamientos argumentales habituales en las películas del director neoyorquino y, muy especialmente, en 2001, que, por cierto, ya se ha empleado en las actividades del propio museo.
Asimismo, me ha divertido contemplar cómo se implementan estrategias feministas para escapar de los sesgos antropológicos tradicionales, por supuesto, "machistas": en lugar de "hombre de Cromañón", ¿por qué no hablar de "mujeres de Cromañón"?. Interesante propuesta que me recordó la hipótesis que atribuye a las mujeres la capacidad de representación simbólica que postulan las pinturas de Lescaux y Altamira. En aquellos lejanos años, cuando muy probablemente, las mujeres tenían la misión de "educar" a la prole, en ellas estaría buena parte del sustrato sobre el que se construyeron los grandes símbolos que proporcionaron substancia a la cohesión social. A este paso, en pocos años los hombres recuperaremos nuestra función "esencial" de simples zánganos —meros instrumentos reproductores—, que nunca debimos abandonar...
También me ha parecido una magnífica idea, la integración de elementos estéticos aunque, en ocasiones, rompan la linealidad de la propuesta reflexiva. En todo caso, el uso del "arte" como activador de reflexiones complejas me parece magnífica.
Por contra, me ha sonrojado el pretendido planteamiento no etnocentrista que, sin embargo, nos remite —necesariamente— a un enciclopedismo francés trufado de concesiones a la "lógica sistemática" de la tradición alemana. Los guiños a las diferentes culturas del planeta me parecen demasiado forzados: lo ajeno, también en las instalaciones de este museo, siguen siendo acotaciones anecdóticas en un marco pretendidamente multicultural. Pero soy consciente de que es difícil —tal vez, imposible— evitar el "sabor" europeo de todo lo realizado en Europa.
Para finalizar
Según fuentes del propio museo, tras el primer año de apertura, que registró cifras de muy estimables, éstas se han estabilizado en los alrededores de los 600.000, con un 80 % de escolares... Frente a tan menguado éxito de público, debemos recordar que el proyecto inicial, con un coste estimado de 61 millones de euros, acabó costando alrededor de 330 millones. En cuanto al impacto urbanístico: aunque la transformación de la zona de encuentro entre el Ródano y Saona ha sido radical, no sucede lo mismo con la parte norte; es posible que en el futuro se aprecie con más claridad un cambio que, de momento, es demasiado tímido.
Queda el dispositivo de reflexión sobre los grandes problemas de la Humanidad, acaso justificable en su naturaleza como "objeto de arte"... incluso aunque, en principio, la obra de Coop Himmelb(l)au nos parezca arquitectura mala.
Pero... ¿330 millones de euros para ofrecer a los jóvenes un "lugar de reflexión"? ¿No pueden reflexionar en clase, en la place Bellecour o paseando por un parque?
¿Apuesta faraónica en el país de Guiñol? Como en casi todos los casos similares, de nuevo se plantea la cuestión de si merece la pena hacer un gran esfuerzo presupuestario por un objetivo que, como en tantos casos españoles, funde y en ocasiones, confunde, lo cultural, lo educativo y lo turístico. El buen saber y entender del lector resolverá el problema, pero antes de formular un juicio negativo, tomemos en consideración que, de acuerdo con los horizontes definidos en la actualidad, en pocos años, Europa deberá enfrentarse al reto de los turistas orientales. Y aunque no me imagino a un grupo de ellos contemplando ciertas salas del museo sin escandalizarse, dado el proceso espectacular seguido por el estudio Coop Himmelb(l)au, puede que en 10 años, el Museo de las Confluencias sea algo parecido a lo que hoy es la catedral de Beauvais en el contexto de la arquitectura gótica: un prodigio de creatividad posmoderna, la culminación material de la muy gloriosa espiritualidad del liberalismo, un portento de determinación humana, mucho más atractivo para los visitantes foráneos que la espectacular Notre-Dame de Fourvière, paradigma de eclecticismo "decadente".
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