Cuando aún no se ha apagado el eco de la publicación en castellano del libro de Sacha Batthyany ("La matanza de Rechnitz. Historia de mi familia"), que supuso un nuevo matiz al "peculiar" ambiente de una familia especialmente interesada en asuntos estéticos, aparece una noticia nueva que no ilumina precisamente con matices hermosos la actividad de la persona que hoy mantiene el título y el control de una parte importante de la colección antigua. La salida a la luz de los Paradise Papers vuelve a convertir en noticia el entramado de empresas que emplea la baronesa Thyssen en sus negocios, que en una parte significativa, tienen relación con sus llamadas "actividades culturales". En un artículo reciente firmado por D. Grasso, El Confidencial explica con detalle los detalles de ese entramado, que deja en muy mal lugar a quienes, de un modo u otro y desde las acciones de gobierno, se han sometido a exigencias que pasan por alto la legislación española. Estoy seguro de que todas las actividades de la condesa son legales, pero reconozco que, cuando paseo por delante del Museo Thyssen, me sale sarpullido.
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