Tenía que pasar en León, a medio camino entre Galicia, tierra de caciques, meigas y escepticismo medular, y Castilla, quintaesencia de los valores rancios de la pretendida cultura española. Según cuentan los medios de comunicación, tan fiables como de costumbre, una señora conservadora, al frente de una de las instituciones más anacrónicas que pueden existir en un Estado del siglo XXI, fue tiroteada en la calle por otra dama, de la misma ideología y encendida de odio, porque aquella había desalojado a su hija, asimismo, de ideología conservadora, de un puesto de trabajo muy ventajoso, de esos que justifican adhesión inquebrantable o cabreo monumental, según la voluntad del dedo selector.
Las cosas pudieron haber sucedido de modo legal de no ser porque, en el momento oportuno, un policía jubilado observó el incidente y, en recuerdo de sus capacidades y habilidades profesionales, decidió seguir a la ejecutora, al tiempo que daba cuenta de lo sucedido a sus antiguos compañeros… En breves minutos las fuerzas de seguridad desfacían el entuerto y, en pocas horas, ponían ante el juez a las dos mujeres y a una tercera, policía municipal, que, según cuentan, colaboró con ellas.
Para matizar los hechos en tonos de dorada elocuencia, deberíamos recordar que la víctima había protagonizado muchas páginas de informativos, algunos programas de televisión y no pocos “comentarios“ en las redes sociales, por su peculiar manera de gestionar “la cosa pública”: acumulaba cargos e imponía disciplina según usos más propios de los cuarteles de los tercios de Flandes que de las instituciones públicas de un país democrático
Cuando la noticia se convirtió en carnaza para los depredadores de la manipulación, las reacciones de gran significación política y comunicativa se alinearon en, al menos, tres bloques de relevancia sociológica desigual:
a) Los sectores más correctos políticamente hablando explicaron “el suceso” según fórmula manida en los medios de comunicación, matizada con tintes maniqueos: todo crimen es execrable. ¿Cómo explicarlo? Muy sencillo: una mujer enajenada de odio decidió matar a quien, según su criterio, había perjudicado gravemente a su hija. Y lo que, en esos casos, procede es movilizar el mecanismo judicial y, según quien se exprese, convertir el incidente en un contrapunto moral o en espectáculo… Lo de siempre. Seguramente, ya se estará escribiendo el guión de una película o de una serie para televisión.
b) Los sectores más proclives a enjuiciar radicalmente cualquier acontecimiento, relacionaron al modo aristotélico, pero si condicionantes de juicio moral, la actitud despótica de la víctima y la respuesta airada de las mujeres encabronadas. Y algunos, incluso ejercieron su derecho de expresión en las redes sociales y en los blogs con palabras no siempre afortunadas. Lo de siempre.
c) Los sectores más conservadores, previsibles en la estrategia combinar lo que hace el calamar con las fórmulas de los niños con gramática parda. avispados, no tardaron en establecer relación causa-efecto entre las valoraciones críticas y la decisión de las mujeres para asesinar a la presidenta de la Diputación de León. Y llegaron a hablar del “inaceptable ambiente de crispación” engendrado por algunos medios y por los “sectores radicales”… Lo de siempre desde los tiempos de Orígenes.
Un debate forzado
El asesinato desencadenó un debate público que, frente a lo que impone el sentido común, se centró en las reacciones “desafortunadas” aparecidas en las redes sociales... Y hasta el ministro del Interior, en requiebro más propio de los tiempos de Torquemada, decidió que procedía reajustar la legislación para que esas expresiones no quedaran impunes… No quiero ni imaginar lo que habría sucedido si el policía jubilado no se hubiera percatado del hecho...
Por afinar un poco más el análisis, intentaré dar alguna respuesta a las preguntas que se hacía Juan Cotino en un artículo publicado recientemente en ABC y en su blog personal, El comentario empezaba con el siguiente párrafo:
“En la sociedad española actual existe un creciente clima de animadversión hacia la clase política alentado en muchas ocasiones desde determinados sectores de manera irresponsable. Se está generando un creciente rencor hacia las personas que ejercen la función pública a partir de acusaciones que calan en la sociedad, al margen de que algunas puedan tener base real y sean condenables.”
Lo expuesto parece razonable, pero interesa destacar el sesgo que induce afirmar que la situación es alentada “en muchas ocasiones desde determinados sectores de manera irresponsable”; por el contexto, deduzco que se está refiriendo a quienes difunden noticias que alimentan la animadversión… Pero en una situación como la actual, con una corrupción estructural y generalizada, ¿qué deberían hacer los medios? ¿Silenciar lo que sucede en los juzgados?
El segundo párrafo supone un quebranto claro en la continuidad lógica:
“Ese rechazo transformado en odio extremo puede terminar por abocar a la locura de apretar un gatillo contra alguien, como hemos visto esta semana con el asesinato de la presidenta de la Diputación de León. ¿Por qué ese odio, ese desear el mal? ¿por qué existe el resentimiento entre seres iguales? ¿Por qué el ser humano es capaz de odiar hasta tal extremo de querer quitar la vida al otro?”
¿El “rechazo” se transforma en “odio extremo”? Ante los datos suministrados por los medios, algunas personas —sólo algunas personas— manifestarán rechazo; y sólo una porción aún menor lo convertirán en “odio extremo”. Y continúa en el tercer párrafo y en el cuarto:
“Son preguntas a las que, desde el principio de la creación, el ser humano no ha encontrado la respuesta adecuada. Es la misma pregunta que Dios le hizo a Caín y que viene reflejada en el Antiguo Testamento: “¿por qué has matado a tu hermano Abel?” El motivo de fondo eran los celos, la envidia y el odio a su hermano… pero ¿por qué?, ¿qué consiguió?”
Hoy existe en la sociedad española un alto grado de crispación que se manifiesta no sólo con gritos en la calle en contra de los que ejercen la política, hábito muy extendido, sino una muy preocupante fobia antipolítica que se trasluce en amenazas a través de las redes sociales, en agresiones físicas, o en la extensión de otras formas de acoso. Les aseguro que no resulta agradable.”
Tantos siglos desde la muerte de Sócrates, casi 400 años después de Descartes, 75 tras el óbito de Freud y aún hay quien se pregunta en público cosas que podría responder con sensatez cualquier analfabeto con sentido común... El primer párrafo me ha recordado las consideraciones del “señor Deltoid” en La naranja mecánica… ¿Fobia antipolítica? ¿Por qué ese odio? La respuesta es simple. El odio es un sentimiento que puede surgir de causas diversas, pero puesto que el señor Cotino sesga el análisis hacia Abel, para enfatizar los componentes de celos y envidia, me permito hacer notar el factor que seguramente concita mayor número de adhesiones estadísticas a la indignación general frente a “la clase política”, pero sobre todo, a ciertos personajes de “la clase política”: muchos ciudadanos percibimos una situación de insoportable injusticia global, que se ceba sobre quienes tienen menos posibilidades para defenderse; es fácil entenderlo, por supuesto, si tenemos voluntad predispuesta al entendimiento y no a defender los privilegios, cueste lo que cueste y pague quien pague. ¿Odio extremo? Sería más preciso emplear otros términos: rechazo, descalificación, refutación... Y sólo en algún caso aislado, odio.
Gobernar no es —no puede ser— lo mismo que jugar al monopoly; la acción de gobernar inevitablemente causa efectos en los gobernados y, en ocasiones, esos efectos pueden ser demoledores. Si, por ejemplo, a consecuencia de la indolencia de la autoridad financiera muchos miles de personas pierden los ahorros de sus vidas, quienes se sientan perjudicados se volverán con irritación, odio e ira hacia quienes hayan cometido la tropelía, pero también hacia quienes la hayan consentido.
Si por la decisión de un político se derivan recursos públicos de la acción sanitaria a “otras cosas”, ello provocará pérdida de calidad y, en consecuencia, los empleados del sector verán disminuidas sus posibilidades e, inevitablemente, ello se traducirá en reducción de la calidad asistencial y en que se resienta la calidad de vida de los pacientes. Y si a consecuencia de ello, muriese una persona, es previsible que sean números quienes sientan profunda irritación ante el principal agente causal del incidente, que no será el médico, aunque en caso de pleito, así lo dictaminaran los jueces. Y por ahí podrá surgir otra fuente de profunda irritación, porque en España son muy numerosos quienes “no entienden” el progresivo desfase entre legalidad y legitimidad…
Si porque unos cuantos políticos se embolsen comisiones, se debe ajustar los presupuestos y ello obliga a sacrificar la seguridad de un tramo del Ave y ello se relaciona directamente con un accidente, es previsible que muchas personas se indignen e, incluso, que alguna tenga ideas terribles… Pero por fortuna, es difícil que entre éstas exista alguna que, tras pensarlo fríamente, pase a la acción, entre otras razones porque una personal “normal” no sabría cómo materializar el desquite ni ante quién ni tendría estómago para hacerlo.
Si por la decisión de la “clase política” cayera radicalmente la calidad del sistema educativo, asimismo es de prever que sean muy numerosos quienes sientan indignación hacia quienes no parecen tener otro objetivo que mantenerse en la poltrona, acumular prebendas y beneficiar “a los suyos”.
Pero no se preocupe el señor Cotino ni el resto de sus correligionarios, porque casi todos los ciudadanos somos sensatos y a casi nadie se le ocurre tomar decisiones que hagan daño a los demás; eso sólo les sucede a unos pocos, cuyas pautas de conducta siempre serán imprevisibles.
Para culminar el sesgo manipulativo, el artículo deriva hacia el espantajo que, por lo general, mueve el pensamiento conservador cuando quienes lo alimentan sienten que han “metido la pata hasta el corvejón”:
“Permítanme que les hable de una anécdota personal. Meses antes de ser asesinado Gregorio Ordoñez, tuve la suerte de almorzar con él en Valencia siendo entonces concejal de policía local. Me habló de lo difícil que era ser político en el País Vasco y lo que tenía que aguantar diariamente él, su familia y muchos compañeros por su desacuerdo con los radicales. Me impresionó lo que me dijo: “estos odian, y cuando uno odia justifica hasta el matar”. Dos meses después, en enero de 1995, acudí a su entierro en San Sebastián.
Por el camino del odio y de la crispación nunca se resuelven los problemas. Todos somos iguales, aunque tengamos diferente ideología, y todos somos capaces de cometer errores y hasta horrores. Por eso, por ese camino de reconocer nuestros fallos y equivocaciones se avanza hacia adelante, mientras que por el camino del odio y el rencor lo único que se consigue es acabar en el precipicio.”
Otro “pequeño fallo” de linealidad lógica: si los medios de comunicación no nos han informado mal, las presuntas homicidas no pertenecían a ningún grupo radical, porque al igual que la víctima, las mujeres corajudas estaban afiliadas al PP.
Dice el señor Cotino que “todos somos iguales, aunque tengamos diferente ideología”. Eso sí que es una novedad: ¿todos somos iguales?; ¿desde cuándo? En cambio, suscribo la sentencia sobre la que construye el epígono: por el “camino de reconocer nuestros fallos y equivocaciones se avanza hacia adelante, mientras que por el camino del odio y el rencor lo único que se consigue es acabar en el precipicio.” Pero no comparto la dicotomía subyacente a la conclusión, porque no creo que él y sus afines reconozcan sus fallos y equivocaciones y que sean otros quienes alimenten el odio y el rencor… Ni lo uno ni lo otro; ni los dirigentes conservadores tienen capacidad para reconocer sus errores ni son otros quienes alimenten el odio y rencor suficientes para empuñar un revólver; en los ambientes indignados la gente —casi toda la gente— (puede haber “anomalías” hasta entre “las personas de bien”) tiene muy claro que los “insultos” no van dirigidos contra “la persona” sino contra “la personalidad”.
Y aún deberíamos recordar algo que, por asociación directa, surge cuando se entra en "estos asuntos": la conducta antisocial que todos los días del año se manifiesta en los alrededores de las actividades deportivas de toda categoría y de cualquier naturaleza; ya sean en grandes estadios de fútbol o en las instalaciones deportivas de cualquier colegio, quienes contemplan la pugna deportiva son sumamente proclives a lanzar exabruptos que, con frecuencia, llegan a los mismos "niveles" acreditados por las actividades políticas en las redes sociales. "Todo el mundo" sabe que estos hechos son esencialmente admisibles porque en su propia naturaleza suponen descargas de la presión que todos padecemos en el desarrollo de nuestras vidas y que, por ello mismo y aunque nadie lo diga en voz alta porque es "políticamente incorrecto", son fenómenos "socialmente convenientes". Si para evitar los espectáculos bochornosos que todos los días acontecen en los estadios de fútbol, a alguien se le ocurriera cerrarlos, inevitablemente, entraríamos en un aterrador clima de tensión social de consecuencias imprevisibles pero detestables. Y tengo la sensación de que con los escraches y con las redes sociales sucede algo parecido: el desfogue de los sectores más presionados actúa en dirección contraria a lo que dicen los dirigentes conservadores y, que se han manifestado con tan poca prudencia, contando, incluso con los inconvenientes que deberán padecer los árbitros o los personajes que han de capear una protesta personalizada.
Claro que, a lo mejor, lo que se pretende es activar fenómenos de acción-reacción y lo esas personas pretenden es, precisamente, acelerar las tensiones sociales para justificar un golpe de estado que coloque las cosas "en su sitio", allá donde quedaron el primero de abril de 1939.
Reconsideración final
Sea como fuere, si de acuerdo con estos “análisis de conveniencia”, se procede a establecer un marco normativo que limite la libertad de expresión, no creo que se resuelvan problemas como el de las mujeres corajudas de León, porque ese tipo de incidentes responden a claves ajenas a lo legal. Muy al contrario, es de prever que suceda lo mismo que cuando se intentó combatir el catalanismo, imponiendo “españolidad”.
Para que a alguien se le ocurra descerrajar un tiro a otra persona tiene que suceder algo que está en las antípodas de los sentimientos que fundamentan la actual irritación de los “indignados”, de quienes forman parte de las asoci
aciones antidesahucios o la procacidad de los forofos; es necesario que el sujeto se considere por encima de la norma y, tal y como documentan los sucesos recientes, esas personas no están entre los yayoflautas ni entre los "populistas de extrema izquierda"; quienes han desarrollado sus actividades políticas y personales creyéndose dueños del país pertenecen a un grupo social muy concreto. Quienes se consideran por encima de las normas de convivencia, quienes han remodelado los modelos urbanísticos para fomentar la actividad constructiva y enriquecerse, quienes están bien entrenados para tomar decisiones que producen daños terribles a los semejantes son otros y es a ellos a quienes debiera vigilar el señor ministro.
Las cosas pudieron haber sucedido de modo legal de no ser porque, en el momento oportuno, un policía jubilado observó el incidente y, en recuerdo de sus capacidades y habilidades profesionales, decidió seguir a la ejecutora, al tiempo que daba cuenta de lo sucedido a sus antiguos compañeros… En breves minutos las fuerzas de seguridad desfacían el entuerto y, en pocas horas, ponían ante el juez a las dos mujeres y a una tercera, policía municipal, que, según cuentan, colaboró con ellas.
Para matizar los hechos en tonos de dorada elocuencia, deberíamos recordar que la víctima había protagonizado muchas páginas de informativos, algunos programas de televisión y no pocos “comentarios“ en las redes sociales, por su peculiar manera de gestionar “la cosa pública”: acumulaba cargos e imponía disciplina según usos más propios de los cuarteles de los tercios de Flandes que de las instituciones públicas de un país democrático
Cuando la noticia se convirtió en carnaza para los depredadores de la manipulación, las reacciones de gran significación política y comunicativa se alinearon en, al menos, tres bloques de relevancia sociológica desigual:
a) Los sectores más correctos políticamente hablando explicaron “el suceso” según fórmula manida en los medios de comunicación, matizada con tintes maniqueos: todo crimen es execrable. ¿Cómo explicarlo? Muy sencillo: una mujer enajenada de odio decidió matar a quien, según su criterio, había perjudicado gravemente a su hija. Y lo que, en esos casos, procede es movilizar el mecanismo judicial y, según quien se exprese, convertir el incidente en un contrapunto moral o en espectáculo… Lo de siempre. Seguramente, ya se estará escribiendo el guión de una película o de una serie para televisión.
b) Los sectores más proclives a enjuiciar radicalmente cualquier acontecimiento, relacionaron al modo aristotélico, pero si condicionantes de juicio moral, la actitud despótica de la víctima y la respuesta airada de las mujeres encabronadas. Y algunos, incluso ejercieron su derecho de expresión en las redes sociales y en los blogs con palabras no siempre afortunadas. Lo de siempre.
c) Los sectores más conservadores, previsibles en la estrategia combinar lo que hace el calamar con las fórmulas de los niños con gramática parda. avispados, no tardaron en establecer relación causa-efecto entre las valoraciones críticas y la decisión de las mujeres para asesinar a la presidenta de la Diputación de León. Y llegaron a hablar del “inaceptable ambiente de crispación” engendrado por algunos medios y por los “sectores radicales”… Lo de siempre desde los tiempos de Orígenes.
Un debate forzado
El asesinato desencadenó un debate público que, frente a lo que impone el sentido común, se centró en las reacciones “desafortunadas” aparecidas en las redes sociales... Y hasta el ministro del Interior, en requiebro más propio de los tiempos de Torquemada, decidió que procedía reajustar la legislación para que esas expresiones no quedaran impunes… No quiero ni imaginar lo que habría sucedido si el policía jubilado no se hubiera percatado del hecho...
Por afinar un poco más el análisis, intentaré dar alguna respuesta a las preguntas que se hacía Juan Cotino en un artículo publicado recientemente en ABC y en su blog personal, El comentario empezaba con el siguiente párrafo:
“En la sociedad española actual existe un creciente clima de animadversión hacia la clase política alentado en muchas ocasiones desde determinados sectores de manera irresponsable. Se está generando un creciente rencor hacia las personas que ejercen la función pública a partir de acusaciones que calan en la sociedad, al margen de que algunas puedan tener base real y sean condenables.”
Lo expuesto parece razonable, pero interesa destacar el sesgo que induce afirmar que la situación es alentada “en muchas ocasiones desde determinados sectores de manera irresponsable”; por el contexto, deduzco que se está refiriendo a quienes difunden noticias que alimentan la animadversión… Pero en una situación como la actual, con una corrupción estructural y generalizada, ¿qué deberían hacer los medios? ¿Silenciar lo que sucede en los juzgados?
El segundo párrafo supone un quebranto claro en la continuidad lógica:
“Ese rechazo transformado en odio extremo puede terminar por abocar a la locura de apretar un gatillo contra alguien, como hemos visto esta semana con el asesinato de la presidenta de la Diputación de León. ¿Por qué ese odio, ese desear el mal? ¿por qué existe el resentimiento entre seres iguales? ¿Por qué el ser humano es capaz de odiar hasta tal extremo de querer quitar la vida al otro?”
¿El “rechazo” se transforma en “odio extremo”? Ante los datos suministrados por los medios, algunas personas —sólo algunas personas— manifestarán rechazo; y sólo una porción aún menor lo convertirán en “odio extremo”. Y continúa en el tercer párrafo y en el cuarto:
“Son preguntas a las que, desde el principio de la creación, el ser humano no ha encontrado la respuesta adecuada. Es la misma pregunta que Dios le hizo a Caín y que viene reflejada en el Antiguo Testamento: “¿por qué has matado a tu hermano Abel?” El motivo de fondo eran los celos, la envidia y el odio a su hermano… pero ¿por qué?, ¿qué consiguió?”
Hoy existe en la sociedad española un alto grado de crispación que se manifiesta no sólo con gritos en la calle en contra de los que ejercen la política, hábito muy extendido, sino una muy preocupante fobia antipolítica que se trasluce en amenazas a través de las redes sociales, en agresiones físicas, o en la extensión de otras formas de acoso. Les aseguro que no resulta agradable.”
Tantos siglos desde la muerte de Sócrates, casi 400 años después de Descartes, 75 tras el óbito de Freud y aún hay quien se pregunta en público cosas que podría responder con sensatez cualquier analfabeto con sentido común... El primer párrafo me ha recordado las consideraciones del “señor Deltoid” en La naranja mecánica… ¿Fobia antipolítica? ¿Por qué ese odio? La respuesta es simple. El odio es un sentimiento que puede surgir de causas diversas, pero puesto que el señor Cotino sesga el análisis hacia Abel, para enfatizar los componentes de celos y envidia, me permito hacer notar el factor que seguramente concita mayor número de adhesiones estadísticas a la indignación general frente a “la clase política”, pero sobre todo, a ciertos personajes de “la clase política”: muchos ciudadanos percibimos una situación de insoportable injusticia global, que se ceba sobre quienes tienen menos posibilidades para defenderse; es fácil entenderlo, por supuesto, si tenemos voluntad predispuesta al entendimiento y no a defender los privilegios, cueste lo que cueste y pague quien pague. ¿Odio extremo? Sería más preciso emplear otros términos: rechazo, descalificación, refutación... Y sólo en algún caso aislado, odio.
Sócrates |
Si por la decisión de un político se derivan recursos públicos de la acción sanitaria a “otras cosas”, ello provocará pérdida de calidad y, en consecuencia, los empleados del sector verán disminuidas sus posibilidades e, inevitablemente, ello se traducirá en reducción de la calidad asistencial y en que se resienta la calidad de vida de los pacientes. Y si a consecuencia de ello, muriese una persona, es previsible que sean números quienes sientan profunda irritación ante el principal agente causal del incidente, que no será el médico, aunque en caso de pleito, así lo dictaminaran los jueces. Y por ahí podrá surgir otra fuente de profunda irritación, porque en España son muy numerosos quienes “no entienden” el progresivo desfase entre legalidad y legitimidad…
Si porque unos cuantos políticos se embolsen comisiones, se debe ajustar los presupuestos y ello obliga a sacrificar la seguridad de un tramo del Ave y ello se relaciona directamente con un accidente, es previsible que muchas personas se indignen e, incluso, que alguna tenga ideas terribles… Pero por fortuna, es difícil que entre éstas exista alguna que, tras pensarlo fríamente, pase a la acción, entre otras razones porque una personal “normal” no sabría cómo materializar el desquite ni ante quién ni tendría estómago para hacerlo.
Si por la decisión de la “clase política” cayera radicalmente la calidad del sistema educativo, asimismo es de prever que sean muy numerosos quienes sientan indignación hacia quienes no parecen tener otro objetivo que mantenerse en la poltrona, acumular prebendas y beneficiar “a los suyos”.
Pero no se preocupe el señor Cotino ni el resto de sus correligionarios, porque casi todos los ciudadanos somos sensatos y a casi nadie se le ocurre tomar decisiones que hagan daño a los demás; eso sólo les sucede a unos pocos, cuyas pautas de conducta siempre serán imprevisibles.
Para culminar el sesgo manipulativo, el artículo deriva hacia el espantajo que, por lo general, mueve el pensamiento conservador cuando quienes lo alimentan sienten que han “metido la pata hasta el corvejón”:
“Permítanme que les hable de una anécdota personal. Meses antes de ser asesinado Gregorio Ordoñez, tuve la suerte de almorzar con él en Valencia siendo entonces concejal de policía local. Me habló de lo difícil que era ser político en el País Vasco y lo que tenía que aguantar diariamente él, su familia y muchos compañeros por su desacuerdo con los radicales. Me impresionó lo que me dijo: “estos odian, y cuando uno odia justifica hasta el matar”. Dos meses después, en enero de 1995, acudí a su entierro en San Sebastián.
Por el camino del odio y de la crispación nunca se resuelven los problemas. Todos somos iguales, aunque tengamos diferente ideología, y todos somos capaces de cometer errores y hasta horrores. Por eso, por ese camino de reconocer nuestros fallos y equivocaciones se avanza hacia adelante, mientras que por el camino del odio y el rencor lo único que se consigue es acabar en el precipicio.”
Otro “pequeño fallo” de linealidad lógica: si los medios de comunicación no nos han informado mal, las presuntas homicidas no pertenecían a ningún grupo radical, porque al igual que la víctima, las mujeres corajudas estaban afiliadas al PP.
Dice el señor Cotino que “todos somos iguales, aunque tengamos diferente ideología”. Eso sí que es una novedad: ¿todos somos iguales?; ¿desde cuándo? En cambio, suscribo la sentencia sobre la que construye el epígono: por el “camino de reconocer nuestros fallos y equivocaciones se avanza hacia adelante, mientras que por el camino del odio y el rencor lo único que se consigue es acabar en el precipicio.” Pero no comparto la dicotomía subyacente a la conclusión, porque no creo que él y sus afines reconozcan sus fallos y equivocaciones y que sean otros quienes alimenten el odio y el rencor… Ni lo uno ni lo otro; ni los dirigentes conservadores tienen capacidad para reconocer sus errores ni son otros quienes alimenten el odio y rencor suficientes para empuñar un revólver; en los ambientes indignados la gente —casi toda la gente— (puede haber “anomalías” hasta entre “las personas de bien”) tiene muy claro que los “insultos” no van dirigidos contra “la persona” sino contra “la personalidad”.
Y aún deberíamos recordar algo que, por asociación directa, surge cuando se entra en "estos asuntos": la conducta antisocial que todos los días del año se manifiesta en los alrededores de las actividades deportivas de toda categoría y de cualquier naturaleza; ya sean en grandes estadios de fútbol o en las instalaciones deportivas de cualquier colegio, quienes contemplan la pugna deportiva son sumamente proclives a lanzar exabruptos que, con frecuencia, llegan a los mismos "niveles" acreditados por las actividades políticas en las redes sociales. "Todo el mundo" sabe que estos hechos son esencialmente admisibles porque en su propia naturaleza suponen descargas de la presión que todos padecemos en el desarrollo de nuestras vidas y que, por ello mismo y aunque nadie lo diga en voz alta porque es "políticamente incorrecto", son fenómenos "socialmente convenientes". Si para evitar los espectáculos bochornosos que todos los días acontecen en los estadios de fútbol, a alguien se le ocurriera cerrarlos, inevitablemente, entraríamos en un aterrador clima de tensión social de consecuencias imprevisibles pero detestables. Y tengo la sensación de que con los escraches y con las redes sociales sucede algo parecido: el desfogue de los sectores más presionados actúa en dirección contraria a lo que dicen los dirigentes conservadores y, que se han manifestado con tan poca prudencia, contando, incluso con los inconvenientes que deberán padecer los árbitros o los personajes que han de capear una protesta personalizada.
Claro que, a lo mejor, lo que se pretende es activar fenómenos de acción-reacción y lo esas personas pretenden es, precisamente, acelerar las tensiones sociales para justificar un golpe de estado que coloque las cosas "en su sitio", allá donde quedaron el primero de abril de 1939.
Reconsideración final
Sea como fuere, si de acuerdo con estos “análisis de conveniencia”, se procede a establecer un marco normativo que limite la libertad de expresión, no creo que se resuelvan problemas como el de las mujeres corajudas de León, porque ese tipo de incidentes responden a claves ajenas a lo legal. Muy al contrario, es de prever que suceda lo mismo que cuando se intentó combatir el catalanismo, imponiendo “españolidad”.
Para que a alguien se le ocurra descerrajar un tiro a otra persona tiene que suceder algo que está en las antípodas de los sentimientos que fundamentan la actual irritación de los “indignados”, de quienes forman parte de las asoci
aciones antidesahucios o la procacidad de los forofos; es necesario que el sujeto se considere por encima de la norma y, tal y como documentan los sucesos recientes, esas personas no están entre los yayoflautas ni entre los "populistas de extrema izquierda"; quienes han desarrollado sus actividades políticas y personales creyéndose dueños del país pertenecen a un grupo social muy concreto. Quienes se consideran por encima de las normas de convivencia, quienes han remodelado los modelos urbanísticos para fomentar la actividad constructiva y enriquecerse, quienes están bien entrenados para tomar decisiones que producen daños terribles a los semejantes son otros y es a ellos a quienes debiera vigilar el señor ministro.
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