Me pregunto qué pasaría si resucitara Bertolt Brecht en un país cuyas leyes permiten meter en la cárcel a titiriteros y garantizan los privilegios de los magnates. Y me acordé del argumento de Die Dreigroschenoper (1931) en dos direcciones: como "metáfora" de lo que sucedería dos años después en Alemania y como sátira de una sociedad como la nuestra, por entonces, imaginable sólo como producto de la mente de un puñado de titiriteros: Pabst, Weil, F.A. Wagner, Vajda, Lania, Balázs... Por fortuna, entre nosotros, émulos desconcertados de la República de Weimar, tienen mayor arraigo las "enseñanzas" de Antonio Gramsci, cataplasma mágica para todos los males políticos y sociales, y las de Sorrentino, especializado en proporcionar soluciones existenciales, también mágicas... Brecht está superado; realmente.
No tenemos cura.
No tenemos cura.
"No aceptes lo habitual como cosa natural, porque en tiempo de desorden, de confusión organizada, de humanidad deshumanizada, nada debe parecer imposible de cambiar."
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