Es práctica habitual de los museos portugueses combinar las vertientes tradicional y actual, tal y como ya he indicado en otras ocasiones. Y francamente me parece bien, incluso aunque ello suponga contrastes de “dudoso gusto” con el propio edificio o con las obras tradicionales, o induzca una imagen de dispersión que puede desconcertar a quienes sólo tienen aprecio por lo antiguo.
Por el contrario, no me ha gustado demasiado la manera de mostrar los restos de época romana, según fórmula que me ha recordado el planteamiento del Museo Arqueológico de Lisboa en su sede de Los Jerónimos: el pasillo “metafísico-temporal” me parece demasiado ingenuo y artificioso. No creo que con ello se facilite la “comprensión” de la naturaleza de los objetos ni que el resultado sea especialmente atractivo y, sin embargo, el sistema expositivo dificulta relacionarlos con las catelas, la toma de fotografías y también el acercamiento a ellos.
Desde mis intereses, destacan varios capiteles, que se describen en las cartelas con cierta “prudencia”, sin categorizarlos tipológicamente.
Capiteles corintios y derivados
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El FAM669, procede del yacimiento de Milreu (“friso del templo de la villa de Milreu") y según la cartela, habría sido realizado entre finales del siglo III y principios del IV. Sin embargo, los elementos que contiene apuntan en una dirección diferente…
El frente del ábaco está moldurado y cubierto de ornato más propio del siglo I que del III y está estructurado mediante dos coronas de hojas de perfil casi triangular con rasgos que basculan entre las fórmulas de la época final de Augusto hasta la de Antonino Pio. En la misma dirección apuntan los caulículos y la configuración del cáliz, que casi cubre por completo las volutas, según solución frecuente en el oeste de la Península. Asimismo la manera de resolver el kalathos y el conjunto axial, similar al del capitel anterior, nos sitúa en los alrededores del año 100.
La inexistencia de elementos “orientales”, que en otros lugares del Imperio Romano hubieran excluido la posibilidad de una cronología tardía (siglos III-IV), en la península Ibérica, donde fueron poco acusados esos influjos, abre una posibilidad que, sin embargo, me parece forzada en este caso.
En todo caso y pensando en el lector poco avisado, es importante advertir que la aparición de una pieza de este tipo en un contexto arqueológico (estrato) determinado, por ejemplo, de los siglos III y IV, no garantiza que la pieza fuera realizada en ese momento; sólo nos proporciona una fecha límite: debió ser realizada como muy tarde en la fecha determinada por el estrato. Si añadimos a ello que durante al Bajo Imperio fueron muy frecuentes las reutilizaciones, siempre debemos tener en cuenta la posibilidad de que la pieza fuera realizada antes e, incluso, mucho antes.
En suma, con la osadía de mi ignorancia —no he consultado los trabajos que justifican esa cronología tan anómala—, entiendo que nos encontramos ante un capitelillo ornamental de pilastra que, muy probablemente, fue realizado en los alrededores del año 100 d.C.
Por si pudieran interesar a alguien, adjunto las imágenes de los fragmentos procedentes de Milreu, que parecen seguir la tradición del orden corintio y en el museo sitúan en época imperial…
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Y aunque por prudencia cobarde debamos asumir la posibilidad de una realización tardía —en el museo lo consideran “tardo-romano”—, debemos reconocer también que es más probable que se trate de un capitel del Pleno Imperio. Avala la hipótesis la escasez de restos de calidad “oficial” en esta zona de Portugal. Es de suponer que nos encontremos ante una situación afín a la que reflejan las zonas de “periféricas” de romanización más nominal que material.
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Capitel compuesto
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También en este capitel contemplamos fórmulas tradicionales interpretadas con cierta “libertad” y con una técnica de talla poco depurada. Los acantos de las coronas de hojas hacen pensar en capiteles del norte y noroeste de la península Ibérica (Asturias, Galicia, Montelius, etc.), que pudieran haber sido ornados con fórmulas similares a las de éste de Faro, magníficamente bien conservado. Son muy curiosos los caulículos, que siguen modelos propios de los siglos II y III. También es interesante la manera de interpretar el conjunto cáliz-volutas prescindiendo de éstas que fueron colocadas en el cuerpo superior, mediante una configuración “en S”, muy común en Pompeya (capiteles “a soufa”) y que también aparece en uno de Astorga, que G. Behemerid consideró de finales del siglo I. También es sorprendente cómo interpretó el artífice la parte superior del equino, incluyendo pequeños corazones que desvirtúan la "idea" de los dardos... El ábaco, moldurado con cierta complejidad, invita a no alejarlo mucho de los alrededores del año 100.
En la cartela del museo lo evalúan como “de época imperial” y en este caso comparto el criterio, sin atreverme a proponer mayor precisión: siglos II-IV.
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