sábado, 15 de diciembre de 2007

Por los prados de el Prado...



El otro día, el domingo 9, ladera arriba, ladera abajo, me acerqué al sagrado templo de Villanueva para cumplir el rito jubiloso y obligado de conversar con las musas amigas y las avecinadas por el genio de don Rafael… Me ardían las entrañas imaginando el efecto mayestático de los rojos pompeyanos en refuerzo de las gamas verdes de renovado sentido ecológico… Intento vano. Los feligreses, ignorantes de las bondades estéticas de la señora Iglesias, se aglomeraban ante las puertas más prosaicas de las taquillas y el acceso nuevo. Hacía frío y el ambiente dominado por los rigores de diciembre, no propiciaba sumarse a la peregrinación ovina (o bovina) del consumo cultural. Y nos fuimos con la música a otra parte.
Dejaremos para otro día el embeleso estético, porque hoy se impone preguntar a quién se le habrá ocurrido un sistema de acceso tan peregrino, de mortificación doble: penuria para sacar las entradas, penitencia para emplearlas. Quisiera saberlo para felicitarle públicamente. Me parece buena idea imponer al voraz consumidor la purificación ascética que exige toda experiencia estética. E, incluso, recomiendo ir más lejos: Para el próximo evento, los curiosos, turistas y desocupados deberán acudir, como corresponde a la dignidad del caso, en estado de máxima “véritas”, es decir, en pelotas; y así permanecerán, de cola en cola, mientras caminen por los espacios más sacralizados de la capital del Estado español y sus aledaños. Y si es menester, de tal guisa podríamos encadenarnos a los árboles del paseo...

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