jueves, 9 de julio de 2009

Roma fluye de vida

Decía el recepcionista del hotel, persona afable y de sonrisa mundana, que Roma llevaba 3000 años en el mismo sitio... Es difícil encontrar una ciudad más impávida e inmutable. Debe existir algún egregio funcionario municipal de bigote enhiesto encargado de velar porque cada piedra permanezca en su sitio... incluso aunque esté mal colocada. No se entendería de otro modo. En el estado Vaticano no necesitan servicio tan prosaico por razones obvias y las prevenciones del "buen gobierno" atienden a otras preocupaciones... Como en las grandes mezquitas, en San Juan de Letrán y en San Pedro, las autoridades religiosas han ordenado establecer controles de moralidad. Hombres de edad mediana, pelo corto, aspecto de guardaespaldas bien educados y sonrisa plastificada, calibran la longitud de faldas, pantalones y mangas de las aficionadas al asunto estético. "Es un lugarsagrado", dicen como si fuera necesario enfatizar la sacralidad del arte... En San Giovanni in Laterano, como en la mezquita azul de Estambul, ofrecen telas a las mujeres perturbadoras; en san Pedro, sencillamente prohíben el acceso a las descocadas... ¿Pondrán burqa a Santa Teresa?
Para acreditar el arraigo de doble moralidad impuesta por la voluntad de poder, en la Insigne Basilica Collegiata Sancta Maria ad Martyres el control moral no existe y nadie impide a las mujeres escasas de ropa pasear por ese espacio mágico y maravilloso, que concentra una de las mayores aglomeraciones de la ciudad eterna. Francamente, es incomprensible tanta ligereza, especialmente, este año, cuando se celebra el 1400 aniversario de su consagración a cargo de Bonifacio IV. Y es sabido que la consagración de un templo, aunque haya sido pagano durante 500 años, le imprime carácter y, desde ese preciso momento se transforma en templo cristiano... Si Agripa levantara la cabeza, caería de culo, al ver cómo gentes sin escrúpulos cambiaron sus intenciones conciliadoras en gesto de poder implacable. Por fortuna, la dinámica histórica coloca las cosas en su sitio y, por aclamación popular, gracias a la prevalencia de los "culturetas" y otras especies aficionadas al "asunto estético", sobre los "meapilas", la Insigne Basílica Collegiata Sancta Maria ad Martyres, sigue siendo el Panteón, el templo dedicado a "todos los dioses" y, en consecuencia, el lugar sagrado abierto a todas las creencias.
Acaso sea Roma el lugar donde se manifiesta con mayor dramatismo el conflicto entre uso ritual y aprovechamiento cultural del patrimonio histórico-artístico. Por razones que no viene al caso, tenía interés en ver las obras de Caravaggio repartidas por la ciudad... Frente a lo habitual en España, en Roma no cobran entradas a las puertas de las iglesias y no ponen dificultades a la realización de fotografías, pero quien desee ver las obras de Caravaggio que están en san Luis de los Franceses o en Santa María del Popolo, debe acumular monedas para activar los mecanismos de iluminación. En ambos casos, el efecto es deslumbrante, pero insuficiente para contemplar las pinturas porque también en ambos casos no es posible acceder a las capillas correspondientes y sólo se pueden ver con un escorzo violentísimo. Es frustrante observar la magnífica "Vocación de San Mateo", acaso la mejor pintura de su generación, en esas condiciones, y paradójico que para conocer todos los detalles debamos recurrir a fotografías.

Por lo demás... Me decía el recepcionista del hotel que quien ha vivido alguna vez en Roma no desea vivir en otro sitio. No le falta algo de razón. Sus calles irregulares, envejecidas y de colores tostados son un cántico vital indescriptible, que se magnifica con matices tumultuosos, pero solemnes y gloriosos, en la Fontana de Trevi, la plaza de España, La Piazza Navona, el Coliseo, el Panteón, y la basílica de San Pedro. Viejas y nuevas sacralidades se dan la mano con naturalidad... Lo mejor de Roma: sus gentes, así las empadronadas como los transeúntes... Volveré a Roma pronto, porque arrojé una moneda a la Fontana de Trevi y, según cuentan, el espíritu de Sylvia (encarnado por Anita Ekberg en la celebrada película), toma de la mano del turista ingenuo y se ocupa personalmente de hacerle volver. Y es imposible resistirse al poder de una diosa tan persuasiva.