miércoles, 25 de julio de 2012

domingo, 8 de julio de 2012

Murillo y Justino de Neve. El arte de la amistad

Con una excusa algo forzada —desde el criterio de un escéptico—, el Museo del Prado ofrece una exposición de Murillo, ese pintor que infundía reparos a los sectores académicos españoles más "varoniles" y que hizo las delicias de los diletantes ingleses desde, al menos, finales del XIX. Sin los prejuicios que, a mi juicio, sobrevaloraron la obra del yerno de Pacheco, podríamos recuperar para el Parnaso de la mejor pintura del XVII, cuando menos, algunas obras de Murillo. Entre ellas debería estar el autorretrato de la Galería Nacional de Londres y que, a mi juicio, podría competir con ventaja con los mejores retratos de la época, incluidos los de van Dyck y, por supuesto, los del propio Velázquez, que no me parecen comparables por mucho que la historiografía haya enfatizado una supuesta genialidad retratística del esposo de doña Juana Pacheco.


Murillo entendió bien cómo "funciona" la captación de la pintura y cómo el sistema visual humano fuerza la igualdad entre el objeto y su representación, cuando ésta está resuelta con elevado grado de verosimilitud. No es una representación de Murillo; es él mismo, que saca una mano del marco para enfatizar su presencia. No es la magia del artista; es la magia de la mirada, que la habilidad del artista canaliza de acuerdo con sus intereses.
Exposición muy recomendable, aunque sólo sea por el autorretrato...