«... La verdad del rapto místico no es el encuentro con Dios, sino el instante en que el placer se confunde con el dolor y el éxtasis sexual con la muerte».
La segunda, de "Historia del ojo":
... "Así empezaron entre la jovencita y yo relaciones tan cercanas y tan obligatorias que nos era casi imposible pasar una semana sin vernos. Y sin embargo, apenas hablábamos de ello. Comprendo que ella experimente los mismos sentimientos que yo cuando nos vemos, pero me es difícil describirlos. Recuerdo un día cuando viajábamos a toda velocidad en auto y atropellamos a una ciclista que debió haber sido muy joven y muy bella: su cuello había quedado casi decapitado entre las ruedas. Nos detuvimos mucho tiempo, algunos metros más adelante, para contemplar a la muerta. La impresión de horror y de desesperación que nos provocaba ese montón de carne ensangrentada, alternativamente bella o nauseabunda, equivale en parte a la impresión que resentíamos al mirarnos. Simona es grande y hermosa. Habitualmente es muy sencilla: no tiene nada de angustiado ni en la mirada ni en la voz. Sin embargo, en lo sexual se muestra tan bruscamente ávida de todo lo que violenta el orden que basta el más imperceptible llamado de los sentidos para que de un golpe su rostro adquiera un carácter que sugiere directamente todo aquello que está ligado a la sexualidad profunda, por ejemplo: la sangre, el terror súbito, el crimen, el ahogo, todo lo que destruye indefinidamente la beatitud y la honestidad humanas. Vi por primera vez esa contracción muda y absoluta (que yo compartía) el día en que se sentó sobre el plato de leche. Es cierto que apenas nos mirábamos fijamente, excepto en momentos parecidos. Pero no estamos satisfechos y sólo jugamos durante los cortos momentos de distensión que siguen al orgasmo."
"Tras largas dudas y vacilaciones nos hemos decidido a aceptar sólo dos instintos básicos: el Eros y el instinto de destrucción. (La antítesis entre los instintos de autoconservación y de conservación de la especie, así como aquella otra entre el amor yoico y el amor objetal, caen todavía dentro de los límites del Eros.) El primero de dichos instintos básicos persigue el fin de establecer y conservar unidades cada vez mayores, es decir, a la unión; el instinto de destrucción, por el contrario, busca la disolución de las conexiones, destruyendo así las cosas. En lo que a éste se refiere, podemos aceptar que su fin último es el de reducir lo viviente al estado inorgánico, de modo que también lo denominamos instinto de muerte. Si admitimos que la sustancia viva apareció después que la inanimada, originándose de ésta, el instinto de muerte se ajusta a la fórmula mencionada, según la cual todo instinto perseguiría el retorno a un estado anterior. No podemos, en cambio, aplicarla al Eros (o instinto de amor), pues ello significaría presuponer que la sustancia viva fue alguna vez una unidad, destruida más tarde, que tendería ahora a su nueva unión.
En las funciones biológicas ambos instintos básicos se antagonizan o combinan entre sí. Así, el acto de comer equivale a la destrucción del objeto, con el objetivo final de su incorporación; el acto sexual, a una agresión con el propósito de la más íntima unión. Esta interacción sinérgica y antagónica de ambos instintos básicos da lugar a toda abigarrada variedad de los fenómenos vitales. Trascendiendo los límites de lo viviente, las analogías con nuestros dos instintos básicos se extienden hasta la polaridad antinómica de atracción y repulsión que rige en el mundo inorgánico.
Las modificaciones de la proporción en que se fusionan los instintos tienen las más decisivas consecuencias. Un exceso de agresividad sexual basta para convertir al amante en un asesino perverso, mientras que una profunda atenuación del factor agresivo lo convierte en tímido o impotente.
De ningún modo podríase confinar uno y otro de los instintos básicos a determinada región de la mente; por el contrario, han de encontrarse necesariamente en todas partes. Imaginamos el estado inicial de los mismos suponiendo que toda la energía disponible del Eros -que en adelante llamaremos libido- se encuentra en el yo-ello aún indiferenciado y sirve allí para neutralizar las tendencias agresivas que coexisten con aquélla. (Carecemos de un término análogo a libido para designar la energía del instinto de destrucción.) Podemos seguir con relativa facilidad las vicisitudes de la libido, pero nos resulta más difícil hacerlo con las del instinto de destrucción".
Aceptando el modelo de Freud, está clara la vinculación entre Eros y Thamatos, como lo está en los dos polos de un imán, pero de ahí a determinar la igualdad entre ambos "instintos" existe una enorme distancia. El propio Freud lo explica muy bien en los párrafos precedentes: la confusión abre las puertas de los desequilibrios psíquicos y sociales. Si las obras extremas del Marqués de Sade pudieron tener alguna razón de ser cuando fueron escritas, al menos por sus cualidades literarias, la pierden cuando son transformadas en referencias "objetivas" sobre la naturaleza humana. Lo particular por lo general: la parte negativa de la naturaleza humana no puede tomarse por la integridad que la contiene. Y aquí no sirve la metáfora de Russell ni los juicios de Michel Foucault sobre la locura. En nuestras sociedades el debate sobre la locura se ha resuelto con no poco cinismo en los códigos penales: si alguien experimenta placer sexual torturando a otra persona, se le encierra en la cárcel, presuponiendo su "normalidad" psíquica y punto. Aunque esté monumentalmente claro que los violadores y los psicópatas sexuales son incapaces de controlar sus impulsos...
Si entendemos a Sade como "referencia literaria" de ciertos "universos obscuros", acaso podamos regodearnos con mil fantasías "fronterizas" entre lo "normal" y lo neurótico, pero si, por ejemplo, a alguien se le ocurre decapitar a una persona para fundar una religión, deduciremos, simple y llanamente, que está como una regadera o algo peor. Pasolini trató el asunto en Saló... jugando a dos barajas, pero sin eludir una severa autocrítica. Aquella "experiencia psico-sociológica" sólo se "podía" afrontar en un microcosmos fascista...
Desde estas observaciones, la realización de una exposición que une asuntos sangrientos y eróticos me parece síntoma de una manera cuando menos sorprendente de entender al ser humano, que no me remite a Freud, sino mucho más lejos, a propuestas líricas (por llamarlas de algún modo) de hondo sentido trascendente, como las que encontramos en el Cantar de los Cantares (Fortis est ut mors dilectio), es decir, a creencias fuertemente enraizadas en la tradición cristiana, obsesionada en establecer lazos férreos entre el sexo y el castigo físico. A quienes se engolondrinan con el mito recreado de Salomé (paradigma de la sólida unión entre Eros y Thanatos para algunos) les convendría acrecentar el repertorio incluyendo los métodos de interrogación aplicados a las "brujas" en los tribunales del Santo Oficio o ciertas formas de tortura aplicadas a las mujeres... para calmar apetitos sádicos.
El placer puede engendrar la vida; el dolor la aniquila.
Fortis est ut mors dilectio (el amor es fuerte como la muerte)... En el año 2006, Georgiadis J, Kortekaas R, Kuipers R, Nieuwenburg A, Pruim J, Reinders A, Holstege G. publicaron un estudio que describía la pérdida de conciencia que algunas personas experimentan después del orgasmo y que algunos denominan "la pequeña muerte" (La petite mort)... Aunque no son frecuentes los casos de "pequeña muerte" en sentido estricto (particularmente, sólo tengo noticias de una persona muy famosa), en la tradición católica se hablaba de "vacío poscoital" para aludir a algo parecido pero, sobre todo, para enfatizar el componente pecaminoso de la actividad sexual... En ese sentido, la yuxtaposición entre Eros y Thanatos acaso sea indiscutible.
Algunos postulados posmodernos apestan a sacristía
La exposición puede ser útil para quienes aún creen que la experiencia estética no puede ser "contaminada" por "los bajos instintos"... ¿Identificación entre Eros y Thanatos? En las exposiciones de CajaMadrid y la Fundación Thyssen se ofrecen experiencias estéticas placenteras basadas en la capacidad de los elementos sexuales para "alegrar el espíritu" y en los elementos de casquería para activar el universo oscuro del placer morboso. Y me atrevo a sugerir que acaso este último factor deba relacionarse con atavismos de nuestras profundidades psíquicas más relacionados con la agresividad de los cazadores (carnívoros) que con el principio freudiano negativo.