viernes, 27 de noviembre de 2015

De Kazimir Malevich a Andréi Rubliov

Varios amigos me han empujado a enfrentarme con el "asunto Malevich"... Perversidad latente y, tal vez, con cierta dosis de sadismo. Con todo lo dicho y escrito sobre el "cuadro negro" (1915), tiene gracia maldita lo descubierto por los investigadores de la Tretyakov, ese museo maravilloso que conserva, al menos, una de las obsesiones místicas de Tarkovsky. Que no hubiera empleado materiales de primera calidad en comprensible, conocida la secular penuria de los artistas en fase de furor creativo y evanescente; que tuviera otra pintura debajo... absolutamente normal; son numerosos los pintores cicateros... Hasta Picasso lo hizo.
Pero que la obra hasta ahora tenida por "hermoso manifiesto material del suprematismo", contenga un a metáfora “racista” ("combate de negros en un túnel") no tiene perdón  de Dios ni de Deleuze, por mucha relación que tuviera con el poeta Paul Billhaud.

"Por suprematismo entiendo la supremacía de la sensibilidad pura en las artes figurativas.
Los fenómenos de la naturaleza objetiva en si misma, desde el punto de vista de los suprematistas carecen de significado; en realidad, la sensibilidad como tal es totalmente independiente del ambiente en que surgió. La llamada "concretización" de la sensibilidad en la conciencia significa, en verdad, una concretización del reflejo de la sensibilidad mediante una representación natural. Esta representación no tienen valor en el arte del suprematismo. Y no solo en el arte del suprematismo, sino en el arte en general, porque el valor estable y autentico de una obra de arte (sea cual sea la escuela a que pertenezca) consiste exclusivamente en la sensibilidad expresada."
(...)

Malevich, Cuadro negro (1915)
Me he acordado de Jazmína Reza y del "Antrios"...
Que la quintaesencia de las elucubraciones estéticas del siglo XX, espejo místico de metaestética prederridiana contenga la expresión desafortunada de un prejuicio estúpido y de mal gusto, por mucha metáfora que le pongamos, se lleva por delante los cimientos de la civilización moderna, soporte del exuberante y muy florido universo posmoderno. Una tragedia… o un testimonio espectacular sobre los remanentes humanos de bajo nivel existentes en los espíritus respectivos de los artistas y sus apologetas: humanidad prosaica en el fondo de armario de los primeros y limitaciones comprensivas (por decirlo de modo prudente), de los segundos. En suma, manjar exquisito para escépticos y ultracentristas; el resto, los apologetas ansiosos de mitos y mistificaciones, devoradores de flujos espirituales, deberán volver los ojos hacia Andrei Rubliov: al añorado pintor ruso coetáneo de Masaccio no se habría pasado por la imaginación cometer pecado tan vulgar como el estigma impuesto a casi todas las cámaras fotográficas por sus fabricantes orientales, balanceadas para retratar personas de tez clara. Decía Sir William Walker, el protagonista cínico y perverso de Queimada (Pontecorvo, 1969), que la cultura es blanca. ¿Será cierto?

Andréi Rubliov, Icono de la Trinidad (ha. 1422-1428)

1 comentario:

  1. Lo más gracioso del asunto es que al fin hay un elemento "trascendente" realmente verificable.

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