domingo, 9 de enero de 2022

Estulcracia

Con formulaciones variables en el tiempo, lo ha dicho un amigo —lo sigue diciendo— muchas veces con frecuencia cansina. En la versión más reciente:

"El número de estúpidos por cada cien mil habitantes es una constante universal... en crecimiento permanente."

Enfatiza la pausa con un guiño y un comentario aclaratorio a posteriori: "aunque fui de ciencias, ahora soy de letras y las leyes de la lógica de toda la vida ceden ante la fascinación de la lógica difusa". Y se queda más ancho que largo. E imagina que la frase encierra "su gran aportación" al acervo de la cultura occidental... Como si el imperio de la estupidez fuera cosa nueva. 

Como sabrá el lector informado, aún hay debate sobre cuál fue el origen primero de la sentencia en cuestión: Stultorum infinitus est numerus, recogida por Cervantes en El Quijote, tal vez, parafraseando la creatividad de Jerónimo de Estridón en su versión de la primera Vulgata (Eclesiastés, 1.15)... Tiene gracia que la frasecita quedara vinculada al momento en que se dictó la doctrina oficial de la Iglesia mediante una interpretación que hubo de ser rectificada muchos años después para mantener la fidelidad de lo escrito en los textos "originales": (Quod est curvum, rectum fieri non potest; et,) quod deficiens est, numerari non potest.

Al margen del debate que seguramente planteó Lutero en algún momento, la idea ya estaba documentada en la pluma de Cicerón, con un texto más próximo a las pretensiones de mi amigo: Stultorum plena sunt omnia. Conocido el tiempo transcurrido entre la "aparición del hombre" —ruego excusas por el demarrage machista— de textos históricos, es muy posible que el ilustre orador no fuera el primero en percibir algo tan obvio... 

En todo caso, sobre las versiones conocidas de la sentencia, que son muchas, la idea de mi amigo introduce un matiz del que se siente orgulloso, tal vez con razón. Porque a medida que discurren los tiempos, dijérase que la estupidez se ha transformado en arenal liviano movido por Eolo... Se lamentaron los santones de la Escuela de Frankfurt por llegar a una conclusión, para algunos, sorprendente y desconcertante: el desarrollo de la Ilustración había culminado, de forma casi natural, en la ideología nazi. Si esa formulación es lógica, también lo sería el corolario casi obvio derivado de la formulación de mi amigo. El sistema democrático habría culminado en una fórmula política construida sobre cimientos endebles por penosos y perversos: la estupidez humana. 

Retrato de Cicerón, Museos Capitolinos, Wikipedia

Confieso con sordina que no me parece creíble que el desarrollo de la Ilustración condujera a Hitler y, muy especialmente, al Hitler histórico; todo lo más, al Hitler de los relatos dibujados a partir del desenlace de la Segunda Guerra Mundial y el consiguiente juego maniqueo para disfrute de Stanley Kubrick (A Clockwork Orange, 1971: secuencia del tratamiento Ludovico). Y sin embargo, si me parece razonable deducir que el imperio de la estupidez es la culminación necesaria del proceso iniciado en 1945, por la acción de tres o cuatro factores primordiales: la naturaleza de la "democracia" tal y como se entiende en términos prácticos, la condición humana, en su diversidad sociológica, el desarrollo de los medios de comunicación y, por supuesto, la funcionalidad de las redes sociales. 

Cuando oigo o leo a los muy respetados mandarines de inclinación socialdemócrata de la prensa sus indignadas diatribas ante los dislates actuales, se me hinchan las venas del cuello recordando cuando ellos mismos pontificaban con solvencia sobre la obligación social del periodista serio en modelar el buen criterio del lector u oyente... ¿Modelar? Por supuesto, de acuerdo con los valores dominantes de la mencionada línea ideológica. Tantos años "modelando el buen criterio de los lectores y oyentes" y no se han dado cuenta de lo sutil que es la línea de separación entre la mentira y la sugerencia interesada. Hace poco oí el comentario de un "tertuliano" de voz engolada y agilidad retórica, cuyo "estilo" hubiera hecho las delicias del último Umberto Eco, relacionar el asalto al Capitolio norteamericano con China y Rusia. Y aunque en su proximidad había "tertulianos" de diferentes cortes políticos y actitudes personales, nadie se levantó de la tertulia y nadie le reprochó nada. Es preciso continuar modelando el criterio de los espectadores según los intereses dominantes. Y en la actualidad, lo importante es resaltar lo malos que son los rusos y los chinos, que aún no han sido capaces de asumir las bondades de la "democracia" en toda su integridad. Y si desde esa premisa, empezamos a lanzar sesgos e insidias, ¿dónde deberíamos colocar el límite de la veracidad? ¿Por qué se  puede decir esa memez y no que determinado político de izquierdas se ha hecho millonario en dos años? O que el resultado oficial de las elecciones norteamericanas fue un fraude...

En este asunto sí que está clara la relación causas-efectos: cincuenta años ofreciendo sesgos informativos sólo podían culminar en la legitimación solemne de la mentira como herramienta fundamental de acción política. Y como anticipaba al comienzo, nadie crea que la fórmula es nueva; y nadie piense en Goebbels, porque el origen es tan lejano con el nacimiento de las crónicas históricas, antesala del "periodismo serio". Desde mis pobres datos, le mentira se ha empleado como factor de manipulación desde que tenemos memoria histórica; es más: la mentira ha sido uno de los factores culturales más relevantes en la configuración de lo que hoy llamamos la Cultura Occidental. Desde lo mencionado al comienzo de la entrada, ¿necesita el lector explicación detallada? Si así fuera, anímese con un comentario...


Don't Look Up

Está de actualidad aprovechar Don't Look Up para otorgar fundamento a valoraciones de la más variada naturaleza. Ha leído y oído comentarios para todos los gustos; incluso algunos particularmente estúpidos... Me quedo con el juicio de Neil deGrasse Tyson: no es una comedia, es un reportaje. El espectador acaso ría o sonría viéndola, pero me temo que incita mucho más al llanto o incluso, al rechinar de dientes. Y lo peor es que, percibida desde los límites del Imperio, la "historia" aún parece más penosa... si cabe. Sólo un detalle casi nimio: tras casi cuarenta años de actividad profesional en la universidad, puedo testificar —si se desea, incluso solemnemente— que el "mundo del conocimiento" lleva demasiados años padeciendo la nirvana inducida por el escepticismo forzado desde el posestructuralismo. Y ello ha engendrado infinitas situaciones como las personalizadas por Randall Mindy y Kate Dibiasky, de las que este humilde amanuense, enfrentado a las peculiaridades de las Ciencias Sociales, no ha podido escapar. "La verdad", que no es entidad científica, pero sí filosófica, como "objetivo utópico" del conocimiento científico, ha dejado de ser factor primordial, supeditado a circunstancias más etéreas. Aunque en esta entrada no he hecho mención alguna a este asunto, ¿necesita el lector explicaciones pormenorizadas?

No entraré en los casos de la presidenta de USA y su hijo. Allá se las apañen con el "referente" que, muy probablemente, regresará la Casa Blanca si no media un milagro "de última hora". Ni en otras calamidades, más propicias para las calendas de febrero... si llegamos a ellas.

En general y desde la voluntad expresa de alguno de sus creadores, la película se ha "utilizado positivamente" para enfatizar el asunto de la crisis climática... Me parece bien, sin necesidad de entrar en una cuestión que siempre me ha parecido difusa. Pero no creo que hoy ese sea el problema más grave a solventar: dejar el control político de países poderosos en manos de quienes sólo han de justificarse ante una legión de imbéciles, me parece tan peligroso como que la trayectoria de la Tierra coincida con la de un cometa de 10 kilómetros de anchura; ya se trate de la crisis climática o de cualquier otra cosa.

No veo la forma de resolver este problema en nuestro actual "sistema democrático".  Lo ha puesto ante nuestras narices la muy dilatada crisis de la Covid: la cuestión más acuciante no es el cambio climático, sino un cometa de 10 km de ancho llamado estulticia. Hiere imaginar las consecuencias de enfrentarse a a una situación más peligrosa que la engendrada por ese virus maldito...

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