viernes, 4 de marzo de 2016

Un paseo por el MNCARS

El pasado lunes acudí al Reina Sofía porque me había dejado en el baúl de los deberes pendientes visitar la exposición de Giralt, que finalizaba, precisamente ese día; había recibido indicaciones muy negativas...
Al franquear la puerta de cristal, me encontré con un ambiente sorprendente y surrealista: más de cien niños menores de 5 años, mal controlados por monitores jóvenes, se agolpaban en los alrededores de la puerta de Sánchez Bustillo, entre el desasosiego de los funcionarios del museo, desbordados en su voluntad por mantener el orden fúnebre que debe caracterizar a los grandes museos. Los niños de esa edad, en su insultante vitalidad, están en un universo fenomenológico opuesto al del arte procesual. Espíritu natural en estado puro frente al espíritu del capitalismo desarrollado. Y me pregunté qué sentido tenía ahormar a los niños de tan corta edad (segundo estadio de Piaget) a los modelos procesuales... Magnífica manera de divulgar el odio a los museos; dentro de diez años casi todos ellos recordarán ese día, entre las luces de la memoria como una jornada de agobio y experiencias oscuras. No quiero ni imaginar lo que sucederá en las cabezas de quienes configuren las excepciones y acaben entre las paredes "funcionalistas" de la Facultad de Bellas Artes...


¿La exposición de Giralt? Por ventura anómala, me encontré con un antiguo conocido cuando ambos ya habíamos alcanzado el ascensor de bajada:
—¿Qué te ha parecido la exposición de Giralt?
—Un poco pobre...
—¡Qué generoso..!
Pues eso...

Por amortizar la mañana me di un paseo por la de Constant, ese tipo del grupo COBRA, que hacía maquetas en un estilo relativamente próximo al de Calatrava y tenía ideas estrafalarias sobre urbanismo...
Apenas lancé una ráfaga, cuando me advirtió una funcionaria que estaban prohibidas las fotos, porque la viuda se reservaba los derechos de reproducción.

Tú nos dijiste que la muerte
no es el final del camino,
que aunque morimos no somos,
carne de un ciego destino.


Marchaba desanimado, cuando se me ocurrió echar un vistazo por el cubículo que han cedido a Alexandre Estrela ("Cápsulas de Silencio"). A la entrada había un cartel redactado en español e inglés:

"El efecto de parpadeo en ambas instalaciones puede provocar atauqes de epilepsia.
Las grabaciones de sonido de las cigarras taiwanesas pueden provocar náuseas.
Las pausas entre las dos piezas pueden desencadenar miedo y ansiedad"

A mi lado una señora joven de buen ver y mejor porte me miraba sonriente como quien espera un consejo o un comentario que desnaturalice el sentido la advertencia—o eso interpreté—. Sonreí con cortesía mesurada... ¿Quién soy yo para desautorizar a los gestores del MNCARS? 
Como no estoy para aventuras peligrosas, me encogí  de hombros y me encaminé hacía la salida; la mujer me siguió a distancia prudencial. Pensé que los museos son lugares magníficos para hacer amistades... Al cruzarme con los niños, que en ese momento se amontonaban en las proximidades de los aseos, supuse que la "sesión pedagógica" no culminaría en las salas de las náuseas, el miedo y la ansiedad... ¿O sí?
Y en ese momento un fogonazo sacudió mis entendederas y se me ocurrió la posibilidad de que hubiera sido objeto de una performance diabólicamanete diseñada por algún seguidor barroco y enloquecido de Marina Abramović: niños, museo con exposiciones pobres y antipáticas, sala de horrores, señora agradable... ¿No sería todo una invitación a incrementar la tasa de natalidad?

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