lunes, 1 de agosto de 2011

Gestión cultural de altura


En el momento de escribir estas líneas, aún está en paradero desconocido el Códice Calixtino que, según cuentan, desapareció misteriosa y milagrosamente de una cámara de seguridad en la catedral de Santiago. Me gustaría conocer detalladamente en qué condiciones reales se conservaba el códice, porque sería sorprendente la aparición de tan peculiar tipología milagrosa.
Mi experiencia en esos asuntos —durante algún tiempo estuve trabajando en una importante catedral española— me obligan a ser, cuando menos, escéptico.  Y según parece, las cosas han cambiado poco desde entonces, tal y como atestiguan "milagros" como el mencionado y los carteles que suele haber a las puertas de las catedrales españolas y que no reflejan, precisamente, gran capacidad para tratar asuntos culturales (la fotografía adjunta fue "tomada" el 28 de julio de 2011).


El palacio de la Granja. Un palacio singularmente gestionado

El "estilo" del Patrimonio Nacional

Lo que sucede en La Granja es muy parecido a lo que sucede en toda la provincia de Segovia, con una diferencia relevante: aquí la clave más activa está en el Patrimonio Nacional, de quien depende nominalmente el complejo palaciego.  Y ello tiene unas implicaciones de gran alcance, que pasan por las peculiaridades que, frente a la conservación, la difusión y la explotación turística de los bienes culturales, tiene el Patrimonio Nacional. Sin entrar en el fondo (normativo) de esas peculiaridades, quien como turista visite uno de los centros adjudicados a la Corona para uso y disfrute de Rey, observará unas fórmulas de gestión muy parecidas:
1. Se visitan en grupo con explicaciones concebidas para un público ávido en cotilleos de las familias reales y poco versado en historia del arte (¿apuestan por convertir a la familia real en un estímulo turístico?
2. Los miércoles se pueden visitar gratuitamente; de momento. Es fácil prever que esta circunstancia cambiará pronto, acaso, muy pronto.
3. La vigilancia corre a cargo de empresas privadas de seguridad. Los "seguratas" no se caracterizan precisamente por asumir la funcionalidad cuasi-museística de estos centros y, en ocasiones, con el uso excesivo de los intercomunicadores, alteran el ambiente de sosiego que debería imperar en esos lugares.
4. Las tiendas de recuerdos son de aspecto similar y tienen objetos del mismo tipo, entre los que destaca un póster dedicado a "Reinos y jefes de Estado desde Don Pelayo hasta Don Juan Carlos I". Sorprende que no estén los reyes visigodos...  Y, lógicamente, no sorprende en absoluto el olvido de las dinastías hispanoislámicas, puesto que los califas de Córdoba sólo fueron "invasores", representantes contra-natura del poder de Allah. Para compensar tanto despiste nuestro monarca no para de recordar las relaciones fraternales que le unen al rey de Marruecos...
5. No permiten hacer fotografías —probablemente, por apoyar la venta de postales, folletos y libros—. Esa voluntad de hacer caja según criterios discutibles se manifiesta también en el modo que tienen los vigilantes de dirigirse a los turistas que tienen la infeliz idea de sacar la cámara fotográfica y en otras situaciones, tal vez, forzadas por sus gestores.


Digresión. Una anécdota reciente

Hace un par de años acudimos a Tordesillas para renovar nuestro archivo fotográfico. Pagamos la entrada después de asegurarme de que no había ningún cartel que prohibiera hacer fotos y sólo cuando estábamos a punto de entrar  en el convento-palacio advertí que en el interior existía un icono prohibitivo. Como no tenía ningún interés en hacer una visita guiada, expresé a la guía mi voluntad de no entrar y, de inmediato, con la entrada rota en el control, nos dirigimos a la taquilla para reclamar la devolución del importe.  El empeño resultó vano porque la persona que me atendió estaba aleccionada "a beneficio de inventario". Si la entrada no estuviera rota... Después de varios minutos de discusión imposible, me ofreció una hoja de reclamaciones, que preferí no rellenar porque, en esas condiciones, era fácil imaginar la utilidad meramente estadística de una gestión de ese tipo. Me pareció más oportuno no colaborar en proporcionar información fidedigna a sus gestores. Si quienes dirigen la gestión del Patrimonio Nacional —como el director del Museo del Prado—entienden que es más importante conseguir un hipotético puñado de euros que el disfrute de los visitantes aficionados a la fotografía, es obvio que su entendimiento y el mío operan en sintonías de incomprensión absolutas. Llegué a pensar que han colocado el cartel de la prohibición en el interior para evitar que los aficionados a la fotografía diéramos marcha atrás...
Es una pena que ofrezcan una imagen tan ramplona, en un contexto institucional tan delicado. Aunque nuestros museos no sean un modelo de gestión, entiendo que estos centros están pidiendo a gritos una clarificación en su gestión como Bienes de Interés Cultural.

El palacio de La Granja

La Granja es una población cercana a Segovia, fuertemente caracterizada por la existencia del palacio; seguramente, mucho más que Aranjuez, porque debido a sus especiales cualidades climatológicas, la condición de "población cortesana de vacaciones veraniegas" se mantuvo, incluso, por encima de los cambios institucionales. Y aún hoy se advierte cierto pedigrí señorial —asociado a la burguesía madrileña— que acota diferencias importantes con la capital de la provincia. Por lo general, se advierte un ambiente mucho más cosmopolita en las terrazas de La Granja que en las de la Plaza Mayor o las de Fernández Ladreda, donde se concentra la flor y nada de la sociedad segoviana. Los espectáculos veraniegos que ofrecen ambos municipios compiten en injustificable equidad que, con frecuencia, se inclina del lado de La Granja, como por ejemplo, en  los festivales de jazz, que ya van por la tercera convocatoria, o en las fiestas patronales, mucho más participativas e interesantes en ésta. Las de San Luis, con encierros nocturnos, disfraces y judiadas dignas de Hefaistos,  están entre  las más atrayentes de cuantas se celebran en España.


El palacio, realizado a imitación de Versalles pero con las limitaciones obvias de un Estado en decadencia irreversible, tiene interés si se le contempla con ojos ingenuos, de amor a "lo español" o a "lo segoviano", sin ceder a la tentación comparativa, porque en caso contrario, deberíamos concluir que es uno de los palacios reales tardo-barrocos más pobres de cuantos existen en Europa (al menos, de cuantos conozco).  Compararlo con Versalles, con Windsor, con el castillo de Neuschwanstein  o la mayoría de los asentados en la zona del Loire sería ridículo más que absurdo. Acaso admitiría un cotejo más favorable con el de Beylerbeyi (Estambul), con alguno de Postdam (Sanssouci; Charlottenhof es, a mi juicio, mucho más refinado) o con el  Peterhof, por las peripecias sufridas durante el proceso histórico (fue destruido, prácticamente, por completo), todos ellos vinculados al agua, al uso estacional y de tamaños afines.
Lo mejor: la fachada que da a los jardines, donde el diseño ha sabido compensar las limitadas posibilidades del granito mediante contrapuntos bien dosificados.



Lo peor: el palacio de La Granja destaca la relativa pobreza de los objetos que "decoran" las habitaciones que se muestran al público, sobre todo, en la planta baja, donde hay demasiados vaciados de yeso de acabado poco airoso. Se diría que los gestores del Patrimonio Nacional le han otorgado una categoría menor, en cierto modo comprensible, teniendo en cuenta la climatología del lugar y la deficiente climatización, según "modelo ruso" (Ermitage): si hace frío, se cierran las ventanas; si hace calor, se abren... Además, los instrumentos fundamentales de un sistema tan prosaico no se ven en buenas condiciones de conservación... ni, por supuesto, de seguridad.


Seguramente, estas circunstancias tengan mucha relación con su historia reciente y, muy especialmente, con el papel adjudicado en tiempos de Franco, cuando fue empleado como centro de festejos veraniegos para solaz de los padres, tíos y abuelos de nuestra actual casta política. Allí se reunían los ministros y la "nobleza azul" para disfrutar con los espectáculos en los que participaban, de modo más o menos "profesional", los artistas de moda,  algunos de los cuales siguieron triunfando en tiempos democráticos...


Las fuentes

No obstante, conocidos los daños sufridos por el Peterhof,  el palacio de La Granja contiene algo que le proporciona excepcionalidad, incluso aunque, en cuanto a las posibilidades hidráulicas objetivas, juegue en desventaja con el de Peterhof: las fuentes, que se han conservado procurando mantener el carácter y la función con los que fueron diseñados en el siglo XVIII. Como el palacio se sitúa en una ladera, el sistema de conducciones utiliza esa circunstancia para aprovechar la energía potencial de un estanque dispuesto en la zona más alta de los jardines. De allí salen las conducciones que alimentan las retículas de surtidores de las fuentes, invariablemente decoradas con motivos mitológicos, que sólo pueden activarse de una en una para que la presión del agua ofrezca resultados espectaculares óptimos y ofrezca un marco especialmente adecuado para los juegos de niños, jóvenes y, por supuesto, adultos...  La iconografía enfatiza, muy especialmente, esta última posibilidad, acaso emulando las modas implantadas en Versalles o, desde el siglo anterior, en el palacio del Buen Retiro, que fue construido con esa finalidad aunque la funcionalidad fuera efímera porque Dios Todopoderoso le envió fuego purificador...


Las fuentes han  sufrido trabajos de restauración frecuentemente y, según mi criterio, el resultado final no es demasiado afortunado, porque el aspecto de las figuras es exageradamente artificioso.
La activación de todas las fuentes (de las que sea posible, según las circunstancias de cada momento) es un espectáculo que, en unas pocas ocasiones, convoca todos los años a miles de personas que se aglomeran en torno a ellas para disfrutar durante unos minutos de una situación incómoda y forzada, porque es prácticamente imposible contemplar el espectáculo de modo confortable. El ritual es simple: los visitantes siguen a un guarda del complejo que, con una bandera española en las manos, va señalando la fuente que activará de inmediato. Y la muchedumbre, gobernada por los más jóvenes, recorre los jardines frenéticamente...


Con un poco de suerte, se pueden ver los juegos de agua en tercera fila, de modo que quienes están delante impiden contemplar las fuentes. Los mejor informados se anticipan a los que siguen al guarda de la bandera para colocarse en primera fila sacrificando la contemplación de las menos vistosas.
 Tradicionalmente, se justifica esa penuria en una cuestión especialmente sensible en aquella zona durante los meses de verano y, sobre todo, en épocas de sequía, porque de ese agua se suministra también a la población de La Granja, aunque junto a la población está el pantano del Pontón, del que podría abastecerse si hubiera acuerdo con el resto de las poblaciones limítrofes  (Segovia y Palazuelos del Eresma).


Pero cada vez que me paseo por los jardines me hago la misma pregunta: ¿Por qué no se construyen sistemas de circuito cerrado que, manteniendo la estructura original, permitan mantener en funcionamiento todas las fuentes durante los meses de verano y otras épocas de posibilidades turísticas? El potencial turístico de La Granja crecería de forma exponencial. A fecha de hoy sólo una de las fuentes, que se pone en funcionamiento con cierta frecuencia, pero irregularmente, posee un sistema de este tipo. Uno de los guardas con quien hablé me dice que hacer algo así sería muy caro y que los jardines de La Granja son una maravilla ecológica... Ignoro si ese punto de vista lo suscriben muchos paisanos, pero es obvio que se están desaprovechando unas opciones que cambiarían radicalmente el atractivo turístico de un palacio que, sin ellas, es un reclamo de tercera categoría.
A lo mejor, en este caso cuenta mucho la voluntad de los habitantes y veraneantes de La Granja, a quienes no gustaría poco ni mucho un incremento exponencial en la cifra de visitantes... En mi caso, lo tengo claro: seguiré acudiendo a pasear por los jardines y las calles de La Granja mientras sea fácil aparcar y de momento, es mucho más fácil que en Segovia...

Una lección de historia del arte. El Valle de los Caídos, cuestión de "estilo".


Nostalgia

Hacía 7 años que no me daba una vuelta por el Valle de los Caídos, lugar que me infunde cascada de sentimientos, entremezclados con los recuerdos de la niñez. Como hijo de uno de los trabajadores (asalariados), asistí a los festejos populares de la inauguración oficial y aún quedan en mi mente imágenes de la comida campestre y de los revolcones que una vaquilla dio a quienes llevaban en las venas más alcohol que sangre...  Cosas del paternalismo social de una empresa que allí mismo se había convertido en una de las constructoras del régimen, cuyos propietarios promovieron iniciativas estéticas no siempre bajo la referencia de creadores "tradicionalistas" como Ávalos, Padrós y otros como ellos. Hace poco nos lo recordaron los gestores del Reina Sofía con una exposición surrealista dedicada a las "famosas" "Jornadas de Pamplona" (ver comentario de este mismo blog).


Contando con ese lejano momento, habré visitado el Valle de los Caídos cuatro o cinco veces a lo largo de mi vida y sólo en dos ocasiones por voluntad propia; en la última, el pasado 20 de julio, acudí muy condicionado por las vicisitudes coetáneas. El Valle de los Caídos se metamorfoseado en un "grave" problema político, si hacemos caso a los profesionales de la polémica, siempre preocupados de organizar espectáculos y desviar la atención de los ciudadanos. Destacaré los factores que me parecen más importantes en la configuración del "conflicto":
- Los sectores ultramontanos que siguen esperando la resurrección del "Caudillo" o sienten nostalgia de ciertos componentes de un sistema político que reverdece asociado a las ideas religiosas conservadoras: preeminencia del dogma, principio de autoridad —pasividad ante la injusticia—, valores tradicionales, etc. Creo que existen ideas religiosas progresistas asociadas a las necesidades espirituales personales, que se orientan hacia la intimidad, aunque no sé...
- La clase política, a la que incomoda recordar que, a pesar de todo, el sistema democrático actual tiene una importante deuda con Franco, al menos en la persona que él designó para ocupar el vértice del Estado y en la estructura socioeconómica, que dejó "atada y bien atada". Para ellos sería conveniente que todos olvidáramos los "funestos años" en los que España vivió en las sombras de las tradiciones nazi-fascistas, convertidas ya en paradigma de "lo malvado", "lo nefasto", "lo despreciable", es decir, en paradigma negativo absoluto.
- Con independencia de los documentos y las proclamaciones oficiales, la Iglesia ha asumido una postura mil veces empleadas en otras situaciones afines: transformar la naturaleza del monumento conmemorativo y funerario de Franco. Como advierte la gran cruz que se percibe desde la lejanía, el Valle de los Caídos es, ante todo, una abadía benedictina; una abadía que contiene en su interior, entre otras cosas, una hospedería y, dentro de la "Basílica", un "monumento" dedicado "a todas las víctimas de la contienda civil".

Sutilezas

Al entrar por la puerta de la finca —en la carretera que une El Escorial con Guadarrama—, el guarda advierte que "sólo se puede entrar por fines religiosos" y entrega una octavilla con el siguiente texto (sic) cargado de sutilezas:
Aviso
ACCESO A LA BASÍLICA DE LA SANTA CRUZ  DEL VALLE DE LOS CAIDOS
Horario: entre las 10,00 y las 18,00 horas, excepto lunes
La entrada a la Basílica se realizará por el túnel habilitado desde la zona porticada del lateral izquierdo de la puerta principal del Templo.
EL ACCESO PÚBLICO AL VALLE DE LOS CAÍDOS LO ES A EFECTOS DE USOS RELIGIOSOS.
Por razones de seguridad, se ruega  a las personas que acudan a la Basílica, Hospedería y Abadía que respeten las áreas de acceso restringido y las limitaciones a la circulación y movilidad de personas y vehículos.


Me pregunto quién habrá redactado texto tan sibilino. Las sutilezas a destacar:
- Es muy expresivo el uso de mayúsculas para referirse al "templo" y a la "basílica". Sé que existen razones canónicas para justificarlo, pero...
- El acceso al Valle de los Caídos se ha convertido en acceso a la basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos. Parece obvio que el espacio circundante, delimitado por el antiguo Valle de los Caídos, ha pasado a ser el terreno anexo a la abadía benedictina.
- En la misma dirección apunta la surrealista intención de imponer al visitante a todo el complejo una actitud comparable a la que debe asumir si entra en un templo. Me pregunto si no se puede tomar el sol, otear el horizonte o dar un achuchón a la parienta  en las explanadas concebidas para expresar adhesión al Caudillo o en medio del monte...
Desde que lo visité la última vez, allá por el año  2004, he advertido otros cambios declamatorios:
1. A sus gestores les ha convencido el director del Museo del Prado y han cambiado el cartel de "prohibido hacer fotos con flash", propio de muchas instituciones museísticas y similares por otro más tajante: "prohibido hacer fotografías". Quienes han dado las órdenes deben creer, como el director del Museo del Prado, que al hacer fotografías y captar la forma de las cosas —como ésta compone unidad substancial con la esencia— se capta una parte fundamental de los objetos o personas fotografiados y eso... ¡es inadmisible!


2. Ha desaparecido la tienda de recuerdos, donde se podían obtener objetos de dudosa integración ideológica en un sistema democrático. ¡Ya era hora! Daba muy mala imagen a la Jefatura del Estado que se produjera a su amparo tan peculiar forma de comercio, que los malévolos podían interpretar como hipoteca...
3. Seguramente, porque sus gestores saben que los aficionados a la fotografía somos especie indócil, han colocado algunos focos con estrategia sutil. El más "estratégico" impide ver con comodidad el programa iconográfico de la bóveda central, que convierte algunos carteles explicativos en pura falacia. 


La basílica de El Valle de los Caídos, mausoleo de Franco, no está dedicada a "todos los caídos" en la Guerra Civil; por el contrario, el complejo programa iconográfico que se desarrolla por exterior y por el interior tiene por objeto enaltecer solemnemente uno de los factores fundamentales del nacional-catolicismo: imponer la "recuperación" de los valores morales e ideológicos anteriores a las revoluciones burguesas (científicas) y al sistema democrático. La inclusión de restos de personas muertas defendiendo la República puede entenderse en línea comparable a lo que el propio Franco expresó en su película Raza: integración de quienes obrando de buena fe, habían sido engañados por quienes deseaban la ruina de España. De hecho, uno de los pilares fundamentales del régimen franquista implicaba asumir fanáticamente algunas de sugerencias que aún hace la Iglesia para enfrentarse a la evolución histórica cultural y lo que ella comporta en el territorio de las ideas humanas. El buen español, antes que nada, "debe ser católico, apostólico y romano", es decir, ante todo sumiso a la autoridad que Dios Todopoderoso ha puesto sobre él. El programa iconográfico de la cúpula es, en este sentido sumamente esclarecedor:  el “triunfo del catolicismo español”, tal y como dejó explicado su autor Santiago Padrós que, según dicen, incluyó a Franco entre los soldados representados en el mismo “estilo bizantino”, que, como fórmula estética mejor cualificada aún reivindica el obispo de Madrid en sintonía con Kiko Argüello. Los españoles que pensaban de otro modo estaban "equivocados en su buena fe" o eran sicarios de intereses ocultos (masones, judíos, comunistas, etc.) y, en consecuencia, objetivo militar de quienes aún conservaban en su corazón el espíritu de los almogávares... (ver Raza, pero, por supuesto, la versión original y no la adaptada al servilismo pro-norteamericano editada con posterioridad) En la misma línea de argumentos, seguramente justificarían el uso de "presos-esclavos" como una forma de "regenerarlos", de reconducirlos al buen camino, como había hecho la "Santa Inquisición" con sus métodos de investigación y penitencia...
4. Han colocado varios receptáculos sumamente aparatosos que parecen concebidos para recoger el agua de las filtraciones y dejar clara la situación de precariedad. También se han puesto en marcha obras de reparación que no parecen muy activas. Lo más llamativo de esas obras en el estrafalario "acceso seguro" que han puesto a la entrada a la basílica, que me recuerda el tinglado que colocaron el en Museo del Prado para reparar la cubierta.  ¿Se pretende ofrecer "imagen de abandono"?



5. Y el más importante. El lugar, sembrado de escaleras imperiales y muros de granito—paredones pétreos, comparables a ciertos elementos de Madrid Río—, que hace diez años era una referencia turística de la sierra de Madrid, al que acudían las gentes para pasar la mañana  y, más tarde, acercarse a El Escorial —otro "monasterio" lleno de escaleras imperiales y paredones—, se ha transformado en un lugar siniestro, particularmente siniestro. Con el desánimo a los visitantes, han desaparecido las posibilidades positivas y se ha impuesto el Thanatos, que es consustancias a este tipo de "monumentos". Me acordé del mausoleo que se hizo construir Habib Bourguiba en Monastir; también tiene cúpula, porque ese elemento se viene usando en la Historia de la Arquitectura desde hace muchísimos años… como le hicieron ver a Calatrava los jueces alemanes. Y el uso de la cúpula con finalidad funeraria es fórmula frecuente entre los musulmanes, que la tomaron de la tradición tardo-romana (Santo Sepulcro)… y, luego, entre los guerreros cruzados.
Estoy tan acostumbrado a las bajadas de pantalones del poder político ante la Conferencia Episcopal que, francamente, no me extraña que hayan consentido esta metamorfosis interesada del mausoleo de Franco; no me sorprendería, incluso, que ya existieran documentos legales acreditando el cambio de titularidad: del Patrimonio Nacional a la Diócesis de Madrid-Alcalá. Per omnia saecula saeculorum.


La comisión de expertos

El gobierno del señor Zapatero, que tantas veces ha dado muestras de inteligencia y sentido social, ha nombrado una comisión de expertos para encontrar una forma de convertir el lugar en un espacio de "reconciliación en el mejor espíritu de la Transición", que se corresponda con el hecho de que en aquel lugar existan los restos de las 33.000 personas enterradas, con unos pocos puntos irrenunciables:  mantener el culto y la gran cruz exterior.  Con esos condicionantes, la cuestión sobre la que deberán manifestarse los expertos es qué hacer con la iconografía de exaltación fascista (nacional-catolicista) del interior, incompatible en la "transformación del Valle de los Caídos en un lugar para la memoria colectiva"
La cuadratura del círculo, porque aunque se cierren los ojos, el factor "católico" (Iglesia católica) fue sustancial para la praxis del régimen franquista y esa praxis seguirá presente si se mantiene el "Templo" . Deduzco que los dirigentes del PSOE insisten en no querer enfrentarse a la Iglesia ni para poner de manifiesto que, en un sistema democrático moderno, las leyes del Estado están por encima del Derecho Canónigo y de sus intereses temporales. Y, francamente, no creo que exista fórmula real que permita resolver la cuadratura del círculo; mediante recursos demagógicos, como las carteles actuales y las declaraciones de las autoridades eclesiásticas, acaso se consiga engañar a quienes acuden a votar; sólo a quienes aún votan cada cuatro años.  En ese empeño la Iglesia ha acreditado especial maestría tal y como acreditan ciertas reconversiones: la del Panteón en Santa María ad Martires o la de la mezquita mayor de Córdoba radicalmente convertida en "Catedral", incluso contra el sentir de Carlos V. Pero aún hoy, aunque las autoridades eclesiásticas hayan colocado mil carteles de sentido dispar, el Panteón sigue siendo "el Panteón" y la mezquita aljama de Córdoba sigue siendo "la mezquita de Córdoba". Los documentos, las falsificaciones, pueden cambiar la imagen histórica, pero no pueden modificar la Historia.
Por la vía del gobierno Zapatero existen pocas opciones; acaso una disyuntiva: mantener los mosaicos de Santiago Padros o taparlos mediante la "procedimientos turcos". Pero se haga lo que se haga, El Valle de los Caídos seguirá siendo lo que definió Franco cuando se lo encargó a Muguruza, Ávalos y demás "artistas"... Y así deberán explicarlo los guías o los profesores de historia del arte. Y bajo una apariencia engañosa, continuará el "espíritu" franquista, como subsiste en tantos aspectos de la praxis política española de los últimos años. Es relativamente fácil falsificar documentos y, desde ellos, modificar la memoria histórica (en España la Iglesia lo ha hecho mil veces desde el siglo XI ), pero es prácticamente imposible falsificar la Historia del Arte, porque las piedras, en cuanto se transforman en cultura material, rebosan elocuencia, cuando menos, para quien tiene interés en escucharlas. Cando uno llega a la Rotonda, el edificio que encontramos no nos habla de los santos mártires cristianos, reforzados en Hollywood, sino de un emperador que intentó satisfacer todas las necesidades religiosas de sus ciudadanos. Del mismo modo, lo que queda de la mezquita mayor de Córdoba nos sigue hablando del proceso histórico asociado a su construcción durante los casi 300 años comprendidos entre la génesis y la crisis del Califato cordobés. Asimismo, el complejo de Cuelgamuros nos hablará por los siglos de los siglos y nos dirá que  Franco ordenó construir el Valle de los Caídos como un complejo arquitectónico que debía expresar su ideología nacional-catolicista, las "razones" que le habían motivado para encender la Guerra Civil y que deseaba emplear para presentarse ante el Todopoderoso. "Hice la Guerra Civil para que España recuperara su condición de reserva espiritual de Occidente".


El mismo año que se "inauguró" El Valle de los Caídos, los niños debían estudiar "Educación Política" en libros como uno de Eugenio de Bustos, que concretaba la tesis latente, a modo de colofón, con un texto tomado de Idea de Hispanidad, de Manuel García Morente. En el texto se ofrecía una reflexión sobre cómo debería ser la actitud más adecuada del gobernante español. Y culminaba:

(...) "El tradicionalismo no significa, pues, ni estancamiento ni reacción; no representa hostilidad al progreso, sino que consiste en que todo el progreso nacional haya de llevar en cada uno de sus momentos y elementos el cuño y estilo que definen la esencia de la nacionalidad.
España es, pues, un estilo, como toda auténtica nación. Hay en la nación española, sin duda, cierta afinidad de raza entre sus componentes humanos; hay en la nación española un idioma común, un territorio común, un pasado común, «glorias y remordimientos comunes», un porvenir común; y, sin duda, también cada día la unidad nacional se manifiesta en la íntima adhesión que cada buen español tributa al pasado, al presente y al porvenir de España. Pero todos estos contenidos de la nacionalidad no son la nacionalidad misma. La nacionalidad se cifra y compendia en el «estilo», en «cierto modo de ser» que por igual ostentan todos y cada uno de los hechos, de las cosas, de los productos españoles. Ahora se nos plantea, pues, la segunda parte de nuestro empeño. ¿Cuál es ese estilo hispánico? ¿En qué consiste el estilo propio de la hispanidad? (...) A mi parecer, la imagen intuitiva que mejor simboliza la esencia de la hispanidad es la figura del caballero cristiano."

Las corrientes laicistas, las ideas democráticas,  el pensamiento científico... son contrarios al "estilo español"... A lo mejor soy demasiado malévolo, pero la praxis de los últimos gobiernos españoles por no restar privilegios a la Iglesia, pudiera "comprenderse" mejor en esa línea: como fórmula para mantener la integridad de la "nación española"... por supuesto, dentro de un cierto "estilo".
Si no es cuestionable el mantenimiento de la abadía, ¿qué pueden hacer "los expertos"?  ¿Aceptar los juegos "nominales" de la jerarquía católica? Se me ocurren varias ideas:
1. Cambiar el nombre, que pasaría a ser: "Valle de Todos los Caídos".
2. Emular a los faraones, que borraban de las grandes construcciones los nombres de quienes les precedieron, y convertirlo en panteón de presidentes de gobierno.
3. Transformarlo en santuario dedicado a todos los "mártires españoles"...

Una propuesta de perro-flauta.

La idea generadora es simple: convertir el complejo en infraestructura turístico-cultural, como han hecho en otros lugares de Alemania, Italia, Rusia...  Ahí está el mausoleo de Lenin... reconvertido en atracción turística.
1. Aislar el asunto de los restos: extraer los restos humanos y, si es posible, entregárselos a sus deudos para que ellos decidan su ubicación definitiva. Si no fuera posible la individualización, podrían enterrarse en un lugar concebido según los objetivos del señor Zapatero y construir un monumento a la reconciliación. Le sugiero hablar con el señor Moneo... o convocar un concurso de ideas.
2. Sugerir a los religiosos que cuiden de alguna otra dependencia que tengan en la geografía peninsular. O sin las sutilezas de la verborrea católica institucional, hacer lo  que hace años me enseñó un religioso a quien conocí por razones profesionales: subirlos a un autobús o a una furgoneta —según los que aún queden— y conducirlos a cualquier otro sitio que tenga necesidad de sus servicios religiosos. En la provincia de Segovia, por ejemplo, hay muchos pueblos sin cura... ni monja.
3. Convertir la basílica en el museo del franquismo, por supuesto, gestionado por un director que sea conservador de carrera —por supuesto, "conservador de museos", no de los otros— y acceda al cargo según criterios de evaluación estrictamente profesionales. Estaría bueno que la decisión corriera a cargo de un comité de expertos dirigidos por algún ilustre académico de la Real Academia de la Historia...
4. Repartir el resto de las dependencias según la necesidades del museo y de un Parador Nacional o entidad afín. Cuelgamuros es un magnífico lugar para escapar de la canícula... De ese modo serviría para algo el esfuerzo y la vida de tantas personas sacrificadas a una empresa megalómana...
Sí, ya lo sé; la propuesta es utópica... o quizás, estúpida, porque en el estado actual de las voluntades políticas mayoritarias —y de la opinión pública—, sería imposible aplicar con éxito una idea históricamente neutra; hay demasiados intereses políticos y económicos heredados  para que los sectores afectados no jueguen sucio y pretendan mover el juicio de los ciudadanos en la dirección conveniente mediante el muy constructivo procedimiento de arrojarse mierda los unos a los otros. Los sectores conservadores hablarían de "persecución a la Iglesia"; los sectores "progresistas" insistirían en  "recuperar la memoria histórica", para desacreditar luego al juez que lo materializara...  Creo que a unos y otros sólo les preocupa una cosa en este sentido: apuntalar la idea de que "todos luchamos por establecer la Democracia", modelar a su antojo la historia de los últimos setenta años y borrar de la misma a ese personaje singular cuya memoria aún les atormenta, que murió de viejo en la cama.


Sintetizando.

¿Qué sucederá en el futuro inmediato? Como no es previsible una Revolución de perro-flautas, en este caso no es difícil ejercer el arte de la profecía o, desde ese relativismo que molesta tanto a los dogmáticos, el de la predicción "razonable". Como a la postre decidirán las autoridades del PP y Mariano Rajoy es hábil sorteando problemas, el Valle de los Caídos continuará en la situación ya definida, como centro de "usos religiosos". Probablemente se afrontarán obras de reparación que financiará la Comunidad Autónoma de Madrid, y, en todo caso, colocarán paneles "explicativos" (estilo COPE);  y, por supuesto, el complejo seguirá "funcionando" como monasterio benedictino con hospedería.  Si, por un milagro, ganara el PSOE, no cambiarían mucho las cosas: si acaso, el estilo de los paneles "explicativos" (estilo Cadena SER).
Cuenta en favor de esta previsible situación pasiva la dificultad de encontrar un historiador del arte que, sin presentarse con ideas reaccionarias, considere El Valle de los Caídos como un "monumento" meritorio.  Así, pues, sólo existe un argumento en esa línea: considerarlo "cultura material" y, por consiguiente, un documento —de particular importancia— para que no olvidemos lo que sucedió en España entre 1939 y 1975.
Francamente, creí que nunca me vería obligado a repetir cita tan manida, pero las circunstancias lo hacen necesario:  "Quien olvida su historia está condenado a repetirla"; acaso consigan entre unos y otros alterar la apariencia del arte nacional-catolicista, pero si las cosas siguen por este camino, tenemos "estilo" franquista para rato.