miércoles, 16 de mayo de 2012

Hace 44 años... Un artículo de José Luis Souto sobre las Reales Academias.

Apareció en el diario Madrid el 22 mayo de 1968 (p.13):

"El reciente ingreso de un aristócrata mecenas, el marqués de Bolarque, en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, plantea de nuevo el oscuro tema de la naturaleza de estas Corporaciones. Resultado, en efecto, del despotismo ilustrado, consecuencia a su vez de la política cultural de Luis XIV, englobaban en sus comienzos a nobles y no a literatos, artistas o científicos. Tras el ominoso escándalo que supuso la postergación de Marcelino Menéndez y Pelayo ante un aristócrata en la votación de presidente de la de la Lengua, se hizo patente la necesidad de dar un giro distinto a la Corporación.  Con el nombramiento de Menéndez Pidal, la Real Academia entró definitivamente en una nueva etapa, si bien ciertos sectores en ella incrustados de literatos significados en el mundo de la sociedad se resisten a las exigencias que una institución científica debe afrontar.
Pero el panorama no es tan claro en las restantes Academias. La de Ciencias lleva una vida apagada. Las de la Historia y la de Bellas Artes vacilan entre la erudición y las reuniones de gran mundo. ¿Cómo se explica, por ejemplo, que la de Bellas Artes haya dado, sencilla y llanamente, su autorización al descabellado plan de reforzar con cemento y estructuras metálicas el Acueducto de Segovia, que no precisa de reforzamiento alguno? Otras veces nos sorprende el hecho peregrino de que dicha Academia se queja a la opinión pública de que se ha llevado a cabo tal o cual obra sin—o en contra de — su consentimiento.
Las Academias no están constituidas como centros de investigación, sino en buena parte como estamentos representativos de los medios cultos del sistema. Si ya existe un Consejo Superior de Investigaciones Científicas, ¿qué utilidad práctica tienen las Reales Academias? Es evidente que en éstas lo que predomina es su carácter de órganos honoríficos o de representación, que se transparenta incluso en la falta de remuneraciones de sus miembros, en los títulos vitalicios, en sus actos y ceremonias", en una palabra, en todo lo que sobrepasa el frágil límite de sus contadas manifestaciones científicas. ¿Ha servido, por ejemplo, de algo la creación del llamado Instituto de España, que abarca a todas las Academias? Pese a la acusada personalidad y competencia de su actual presidente, el Organismo carece, en la práctica, de funciones que no sean honoríficas. Puestos a examinar nuestros medios de investigación y estudio al lado de nuestras necesidades, parece imprescindible hacerse estas y otras preguntas sobre las máximas instituciones culturales de la nación."


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