martes, 19 de noviembre de 2013

Casa Encendida, ilumíname.

Por Lostinart

Indagando un poco por la “gran red del conocimiento” he conseguido situar mi primera visita a la Casa Encendida allá por finales del 2007 cuando, haciendo un esfuerzo por atajar mis prejuicios, decidí acudir a la exposición sobre AndyWarhol  -Warhol sobre Warhol- que en aquellos momentos, tenían el placer de ofrecernos. Traté, aquel día, de enfrentarme a los ardides del “rey de la sopa”, pero no conseguí pasar de la primera sala. La culpa no fue del americano. Por aquel entonces, yo todavía identificaba el arte con la libertad, y acudir a una exposición, suponía un momento de esparcimiento y placer -aunque fuese con cierto recelo-, lo cual chocó de frente con la política de seguridad del espacio. En esa primera sala, un amable guardia de seguridad -que no un vigilante de sala- me indicó que estaba prohibido llevar la chaqueta colgada del hombro, lo cual, tras intentar   buscar infructuosamente alguna lógica, terminó en visita al ropero. Después de esta pequeña experiencia, y al entrar en la siguiente sala, otro amable guardia de seguridad, me sugirió el sentido de la marcha que debía llevar en la visita a la sala, lo cual, sin ni siquiera intentar buscar lógica al asunto -desde su punto de vista la tenía, seguro, desde el mío, al menos simbólicamente, ninguno-  terminó en visita a la calle (pasando por el ropero).  Esta experiencia marcaría para siempre mi relación con el lugar que, aun no consiguiendo que no volviese más -ha podido más mi ímpetu por tratar de entender el arte-, sí consiguió que las visitas posteriores, durante estos últimos años,  las haya planteado como una obligación didáctica, tratando, siempre, de salir lo antes posible del edificio.


Y es que ¿como permanecer en un edificio “gris silencio” con toques de “verde caja Madrid”? El otro día me perdí entre sus entrañas y ninguno de sus rincones me invitó siquiera a detenerme un instante. Su aura es el de un edificio administrativo. La terraza, un bonito y tranquilo lugar en principio -quizá a explotar-, lo terminaría de ser si no ostentase una cámara del tamaño de una sandía (bueno, una sandía pequeña) que nos pretende recordar de un modo bien claro el lugar que estamos visitando, y aprovechando que ya estamos acostumbrados y parecemos aceptarlo, que estamos exhaustivamente vigilados. Aunque he de reconocer que eso no evitaba que un señor durmiese en el suelo, apoyado detrás de uno de los grandes maceteros.
Paraíso de lo correcto. Uno sabe que no le puede pasar nada.
Exposiciones super producidas para el delirio del espectador que recuerdan a otras, de consumo masivo, sobre personajes o lugares de consumo masivo, ya vistas en lugares como la Fundación Canal.        
Y es que hace tiempo que los sistemas se dieron cuenta de que debían ser modernos para tenernos, y por eso nos hacen sentir modernos en su regazo, un regazo gélido. Se van haciendo con la “alta cultura”, porque la alta cultura es, ante todo, buenas formas y su circulo no está compuesto tanto por la inteligencia como por el anhelo de esta y de lo “culto”, de lo civilizado, seguro, selecto. Y esta es la sensación que  ofrecen.  
El caso es que los símbolos capitalistas auspician la cultura que demandamos. Quien pueda que haga de tripas corazón y aguante el tirón, y quien crea que todavía debe sostener  sus valores o ideales por encima de todo... no sé, que monte una milicia... o algo...

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