lunes, 5 de septiembre de 2016

El Museo Romano de Astorga

El viaje a Astorga también tenía por objeto visitar los restos arqueológicos, puestos en régimen de explotación turística, que me había sido imposible visitar antes por mil razones personales…  Y debo manifestar que la apuesta del Ayuntamiento de Astorga, que en ciertos aspectos me parece interesante, está más desorientada que la política cultural de Podemos. La apuesta por ofrecer al público unos cuantos restos arqueológicos, convenientemente “musealizados” es, en principio, una apuesta interesante tanto desde el punto de vista de la protección patrimonial como desde el apoyo a la Arqueología e, incluso, desde los intereses turísticos, a su vez, materializados en el sector servicios.
La idea recuerda fórmulas aplicadas en otros lugares, que he comentado ocasionalmente en este blog: en Barcelona se han hecho cosas similares con gran acierto; también en Sevilla, en Gijón… en Zaragoza, con resultados más discutibles. Por supuesto, también se han aplicado medidas comparables en casi todos los países europeos con gran potencial arqueológico, por lo general, con acierto, aunque también conozco algún ejemplo particularmente lamentable.

Astorga, cerca legionaria
La propuesta del Ayuntamiento de Astorga se substancia en el “Museo Romano” y en un conjunto de zonas arqueológicas urbanas, situadas en los sótanos de varios edificios y en áreas más o menos abiertas; estas últimas comprenden la visita de una cloaca aceptablemente acondicionada y del foro, en situación manifiestamente mejorable. El museo se puede visitar libremente, por supuesto, previo pago de la entrada, pero no así todas las áreas arqueológicas, porque algunas de ellas están en el interior de edificios privados y sólo se accede a ellas en compañía de un guía.
Según explicaciones de la guía que nos acompañó, los reglamentos municipales prevén que si aparecen restos arqueológicos en el momento de construir un edificio, se consienta elevar la altura del edificio en una planta más a cambio de la acotación pública del espacio arqueológico, que se acondiciona para que pueda ser visitado como un “pequeño museo”.
La idea, bastante sensata en los territorios de la protección del patrimonio y del fomento de los estudios arqueológicos, no sé si es igual de operativa en la vertiente turística o de la divulgación cultural. Ofrecer unos restos de escasa entidad espectacular apoyados en la proyección de vídeos de dudosas cualidades no creo que anime demasiado a los visitantes, salvo que tengan cierto nivel de formación específica. También aquí se vislumbra el problema de la “musealización” de los yacimientos arqueológicos, que asimismo he planteado en varias ocasiones y que está lejos de ser solucionado, al menos con propuestas como la de Astorga o la de Zaragoza, de la que me ocuparé en otro momento

Astorga, termas
Por su parte, el Museo Romano de Astorga se ha construido por iniciativa municipal sobre la supuesta Ergástula, mediante un proyecto de Antonio Paniagua concebido a finales de los noventa.
Tradicionalmente se consideraba que el espacio ocupado por la planta baja del museo había sido un recinto carcelario o para que lo ocuparan esclavos dado el carácter de la antigua Asturica, condicionada por las explotaciones mineras de las proximidades. Sin embargo, teniendo en cuenta su ubicación y, sobre todo, su extensión hipotética, parece raro que realmente hubiera tenido esa finalidad.
Sea como fuere, el nuevo edificio ha respetado el carácter de la sala abovedada preexistente  para construir sobre ella un edificio con fachada de hormigón, horadado por unas pocas ventanas pequeñas, como saeteras, que armoniza relativamente bien con el entrono y recuerda las tarjetas perforadas de los ordenadores antiguos. Consta de dos plantas más, destinadas respectivamente a los servicios arqueológicos municipales y a una sala donde se exponen los restos aparecidos  en los trabajos arqueológicos realizados en la ciudad. Lo más enfatizado son las “pinturas pompeyanas”, aparecidas en los años cincuenta y que se muestran en una instalación de cierta originalidad aunque, a mi juicio, difícil de entender; han construido una entreplanta elevada que cumple su función de modo irregular: obliga a contemplar las pinturas a un distancia que favorece la percepción global (gestáltica) pero impide el análisis de proximidad (percepción analítica). Si lo que se pretende es epatar al visitante, acaso lo consigan; si se buscara facilitar la contemplación en detalle de las pinturas, la fórmula no puede ser más desafortunada.


Como es común entre los museos de inauguración reciente, se advierte una cierta “voluntad didáctica”, substanciada en varios paneles mejor concebidos de lo que suele ser habitual, porque los textos son tan sintéticos como requiere la capacidad receptiva de los visitantes. Lógicamente, al tomar esa decisión se asumen riesgos... Me ha sorprendido el panel que, según parece, describe el “estado actual de los conocimientos” sobre el origen de Astorga:

“Tradicionalmente se ha venido considerando a Astorga como ciudad de origen indígena, ya que en su trama urbana actual no se apreciaba nada que remitiera a un urbanismo ordenado. El profesor Antonio García y Bellido fue el primero en expresar esta opinión, mantenido también por otros autores, como, por ejemplo, J.M. Luengo, M. Pastor y Pere de Palol. Aunque en los alrededores se conocen varios poblados de la Edad del Hierro, y aún anteriores, lo cierto es que hasta el momento las numerosas excavaciones arqueológicas efectuadas dentro de la ciudad no han revelado ningún indicio que pueda probar la existencia de una ocupación prerromana en el cerro. Nos referimos, particularmente, a elementos de naturaleza constructiva, que nos informaran, por ejemplo, de la existencia de un poblado, o cualquier otra manifestación que probara una ocupación humana anterior a la presencia romana.
En realidad, el origen de tal hipótesis se encuentra en ciertos anhelos eruditos, más ideológicos que otra cosa, por arrastrar los orígenes de la ciudad hasta unos ancestros “celtas” —tan de moda en el siglo pasado y en buena parte del actual—, para pretender justificar unos orígenes indígenas de la ciudad; la identificación de Astorga con el mundo prerromano no tiene ningún crédito de naturaleza arqueológica y se ha realizado, incluso, partiendo de identificaciones culturales erróneas de ciertos objetos arqueológicos.”




Me pregunto si este texto no estará asimismo condicionado por la voluntad de marcar “diferencias” que alejen Astorga de su pertenencia a la Gallaecia en tiempos romanos... Frente a ese supuesto “estado de la cuestión”, quienes han redactado este texto y suscriben el fondo argumental deberían tener en cuenta que el emplazamiento geográfico de Astorga, inmutable durante miles de años, convierte a la ciudad en un lugar idóneo para vivir (tiene agua en abundancia) y es fácilmente defendible;  y esas circunstancias casi siempre coincide con lugares habitados secularmente. Es muy probable que más tarde o más temprano aparezcan restos de época prerromana que documenten las relaciones entre los pobladores de Astorga con los grupos culturales de las proximidades.
Por ora parte, debemos tener en cuenta que la estructura económica de la sociedad romana imponía que los asentamientos militares se realizaran sobre lugares especialmente dotados no sólo de cualidades topográficas y militares, sino también humanas, porque necesitaban esclavos para desarrollar las actividades auxiliares y no sólo para trabajar en las minas, sino para atender a exigencias más triviales: explotaciones agrarias, servicios domésticos y municipales, etc.
En todo caso, el montaje del Museo Romano de Astorga me ha parecido bastante bueno desde las posibilidades del conjunto material reunido en las salas, que desconcierta por su pobreza. Si, como concluyen los estudios, la Legio X Gemina se instaló allí poco antes del cambio de era, ¿dónde están los restos de ornamentación arquitectónica que deberían corresponder a una población que fue oficialmente romana hasta la llegada de los pueblos germánicos? Sospecho que esa carencia, apenas documentada por unas pocas piezas en el Museo de las Peregrinaciones, nos indica que los estudios arqueológicos sólo han sacado a la luz una parte mínima del iceberg histórico.


Es muy probable que con la proliferación de los trabajos arqueológicos vayan resolviéndose esas carencias y algunas otras... Esperemos que quienes los realicen no estén demasiado condicionados por sus propios anhelos y no cataloguen los ajuares celtas y los capiteles tardoimperiales como restos “mozárabes”; no sería la primera vez ni por supuesto la última.  Estoy seguro de que los restos proporcionarán alguna sorpresa no solo sobre los primeros pobladores de Astorga; también, sobre la implantación del cristianismo…

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