lunes, 22 de septiembre de 2014

San Fructuoso de Montelius


Cuestiones preliminares

Puede que sea una de las construcciones altomedievales de la península Ibérica más complejas de analizar desde lo que ha llegado a nuestros días. Contemplada hoy desde el exterior, es un pequeño edificio, de bloques de granito bien tallados y de gran integración espacial, acaso uno de los más integrados de cuantos han llegado a nuestros días; guarda cierta relación con Celanova, con Santa Comba de Bande, pero sobre todo con el mausoleo de Gala Placidia (425-430)... Pero si observamos con cuidado, enseguida advertiremos que gran parte de los paramentos han sido restaurados, tal vez, demasiado restaurados, por una iniciativa de los años treinta del siglo pasado, que juzgaron negativamente personajes de la entidad de Manuel Gómez-Moreno y Helmut Schlunk. Sin embargo, a pesar de que, por el prestigio de ambos, ese juicio se emplea con "naturalidad" en los actuales ambientes historiográficos, deberíamos tener en cuenta que las restauraciones bendecidas por ellos, desde la perspectiva actual, tampoco están exentas de "problemas". Y en ese sentido, esta pequeña iglesia no se distingue mucho de otras que llegaron en mal estado al siglo XX y sufrieron restauraciones "radicales", como Santa Eulalia de Bóveda o San Cebrián de Mazote...
En este caso, los restauradores portugueses debieron recomponer una pequeña iglesia que había sido aprovechada por los franciscanos para construir sobre ella una capilla durante el siglo XVIII y sólo dejaron visible el cuerpo central como cimborio; hacia 1931 los operarios retiraron la obra "moderna" y recuperaron un edificio que se había perdido casi en un cincuenta por ciento.
En suma, todo lo que digamos sobre esta pequeña capilla estará condicionado por una carga hipotética de cierta entidad...

Detalle de una de las zonas reconstruidas
Según Valerio, el obispo de Braga Fructuoso (+665), se hizo construir una capilla funeraria en vida, que sería la actual de San Fructuoso de Montelius… aunque con un gesto de humildad posterior, prefirió que su sepulcro quedara en la hornacina exterior... Desde el relato piadoso, se me ocurre una pregunta obvia: si el sepulcro quedó en el exterior, ¿qué sentido tenía el "mathyria" en su configuración actual? ¿Es razonable construir un edificio funerario para colocar los restos del finado fuera? ¿Podemos fiarnos de Valerio? ¿No se le "olvidaría" algún detalle relevante? Es común que los hagiógrafos acentúen las empresas de quienes enaltecen... En todo caso, cabe decir que, como posibilidad, es admisible presumir que el edificio fue construido durante el siglo VII. No obstante, contemplando el comentario de Valerio como testimonio indirecto, podríamos deducir una posibilidad asimismo plausible: que Fructuoso cediera "su mausoleo" para otras reliquias "más importantes", sencillamente porque era un edificio ya existente, que ordenó reformar para que se colocaran sus restos en un arcosolio anexo (el arcosolio está en la zona reconstruida). Y teniendo en cuenta las muy abundantes anomalías del interior, que contemplaremos enseguida, aún cabría una tercera: lo más substancial de lo que ha llegado a nuestros días también podría haber sido fruto de una reconstrucción posterior a esa fecha…

Zona del arcosolio donde estuvieron los restos de San Fructuoso
Lo que hoy se ve 

Bloques de cierto tamaño y bien tallados definen una estructura de cruz griega, que en alzado ofrece una combinación rítmica de elementos geométricos sencillos pero sumamente familiares para quien conozca las tradiciones funerarias ibéricas de tiempos romanos y tardorromanos. Y todo ello amparado por una cubierta a dos aguas con frontón liso y molduras sencillas que, sin embargo, también integran una imposta seriada de sogueado, con arquillos con “flor de lis” y contario de serie 2-1. Frente a la calidad de los sillares, los relieves de la imposta no son tan refinados de concepción como sugieren las zonas “reconstruidas”; los restos originales informan de fórmulas de talla similares a los relieves de la “Mérida visigoda” –en otra entrada explicaré los matices de esas comillas que el lector familiarizado con este blog ya imaginará—.
En el cuerpo inferior definido por los “brazos” de la cruz, aparecen arquerías ciegas de medio punto, combinadas con otras adinteladas y otras aún con “arco de mitra” (triangular) con aristas a 90º, como las de algunas estelas. Están unidas mediante una moldura sogueada de escaso relieve, que rodea todo el perímetro. En uno de los brazos la alternancia entre arquerías ciegas y arcos de mitra se sustituye por un recercado rectangular entre arcos mitrados, donde se sitúa una puerta adintelada. En el tramo que une el edificio con la iglesia existen dos óculos ajenos al planteamiento general, seguramente concebidos para proporcionar luz a esa zona, y otros dos más en los brazos opuestos a la puerta y a la unión con la iglesia, con arcos de herradura escasamente ultrapasados.


En el cuerpo alto, que termina la bóveda del interior, existe una hilada de bloques, que definen leve voladizo, con ornato seriado de arcos de herradura y arcos mitrados, en series 2-1. Sobre ella vuelve a aparecer la banda mencionada en la parte baja con sogueado, flor de lis con arquillos y contario 2-1. También existe un listel sogueado perimetral. Para suministrar luz al interior se realizaron cuatro vanos geminados, uno por cada cara, con arcos de herradura más ultrapasados que el de la zona inferior.
Si olvidamos alguna anomalía de época incierta, como los óculos circulares abiertos en el brazo se une a la iglesia, y cerramos los ojos ante las interpretaciones de los años treinta, nos encontraríamos ante un esquema arquitectónico aún más “romano” que el de Melque o, incluso, que el del Mausoleo de Gala Placidia.
Gracias a la restauración de los años treinta, todo armoniza a la perfección, de modo y manera que la iglesia parece fruto de una iniciativa constructiva perfectamente definida y planificada en su ejecución, con todos los elementos típicos del “arte visigodo”, tal y como quedó definido en su día: arco de herradura, cierta influencia bizantina, relieves emparentados con la ornamentación arquitectónica de Mérida… Y hasta se diría que los abundantes elementos nuevos que se aprecian en el conjunto tienen sentido orgánico…

San Fructuoso de Montelius; en amarillo, la zona desaparecida; en rosa, las partes muy "restauradas", según recogió Gómez-Moreno en Primicias del arte cristiano español


Sin embargo, todo cambia cuando entramos, porque la integración salta por los aires. Sólo el brazo unido a la iglesia, el que fue alterado por los franciscanos, está cubierto con bóveda semicircular y parece "original"; los demás registran irregularidades en el aparejo interior y además han sido cerrados con cubiertas a dos aguas, acaso para eludir una “reconstrucción” forzada, como la que hicieron en Mazote. Seguramente, los brazos, replanteados por el interior con arcos ultrapasados, estarían cubiertos con bóvedas, pero ¿de qué tipo? Si no se han alterado demasiado los restos, parece que sólo quedan algunas hiladas del arranque, insuficientes para deducir la modalidad de unas bóvedas destruidas por las obras de los franciscanos o, tal, vez, mucho antes. Algunos autores creen que la iglesia debió contar con un juego de cuatro pequeñas bóvedas bajas como las de San Juan de Éfeso o la basílica de los Apóstoles de Estambul. Otros sostienen que esas bóvedas se debían apoyar en una especie de apuntalamiento definido en planta mediante conjuntos de 4 y seis columnas exentas…
No creo probable ninguna de las dos hipótesis mencionadas, porque el edificio tiene unas dimensiones muy reducidas, que hacen innecesario un tinglado como ese; bastaría emplear fórmulas más prosaicas, bien documentadas en las iglesias altomedievales hispanas, con un cuarto de esfera conseguido mediante aproximación de hiladas o con aristas o gallones. Es muy probable, incluso, que la configuración ultrapasada en planta esté justificada por un tipo muy concreto de cerramiento cupular, relativamente frecuente la Hispania romana, tal y como documentan los restos arqueológicos. Desde esa circunstancia, parece obvio que los muros interiores de las tres capillas cubiertas con techumbre de madera se han elevado según "guías cilíndricas" más de lo que impondría un "cúpula esferoide".
Planta de los Santos Apóstoles de Estambul, según Crippa
Prácticamente, todos los autores reconocen que la planta es de manifiesta naturaleza “oriental”. Pero… ¿oriental de qué época?  También aquí el arco de herradura se convierte en rasgo muy relevante que, desde las observaciones recogidas en este blog, no nos estaría remitiendo a  tradiciones orientales sino a fórmulas autóctonas. Así, pues, ese dato no serviría para extraer una conclusión tajante sobre una apreciación aparentemente tan obvia.
Para complicar un poco más el análisis, los arcos triples que definen el cuadrado central y parecen cumplir función ornamental y de refuerzo no estan bien unidos (enjarjados) con el resto de los muros, puesto que marcan juntas demasiado abiertas, como si fueran elementos añadidos con posterioridad a la realización de una primera edificación sin ellos. Pero también podría ser que esa anomalía obedeciera a circunstancias de la reconstrucción...
La iglesia está coronada por una bóveda-cúpula sobre ménsulas y pechinas de aspecto impecable, que se soporta sin dificultades en la situación estructural actual y nos habla de fórmulas muy repetidas en la arquitectura oriental y, sobre todo, en la de tiempos de Justiniano. Sin embargo, en este aspecto asimismo es importante tener en cuenta que esas fórmulas se conocían y aplicaban en tiempos del pleno Imperio Romano; y por supuesto, que sobre este detalle de la edificación gravitan las obras de los franciscanos y la restauración...


A mi juicio, se ha enfatizado demasiado el “carácter oriental” de esta iglesia. La vinculación con fórmulas como las de San Juan de Éfeso o de la basílica de los Apóstoles de Estambul implicaría la existencia de una concepción estructural diferente a la actual; esas estructuras, las que siguieron empleando los "arquitectos" griegos durante muchos años, eran razonables si en lugar de sillares prismáticos se empleaban ladrillos (material más ligero y maleable) o mampuestos y, sobre todo, si se pretendía incrementar la iluminación interior. En el caso de San Fructuoso, al menos en la concepción actual, la iluminación de las capillas de los brazos de la cruz se obtiene mediante ventanucos con arco de herradura en los testeros extremos. En las iglesias bizantinas, las cúpulas suelen tener linternas o estructuras más complejas, que proporcionan un perfil en alzado diferente.
La estructura de esta iglesia, como el resto de las iglesias antiguas (comparables) de la península Ibérica, sigue un esquema muy simple de cuatro bóvedas que contrapesan las cargas de una bóveda-cúpula central más elevada, muy diferente a la compleja contraposición de cúpulas de la arquitectura bizantina tardía. Para establecer relaciones con "lo bizantino" deberíamos fijarnos en Santa Sofía, pero sobre todo, en el mausoleo de Gala Placidia que, para sorpresa de propios y extraños, ofrece una cúpula menos sofisticada que la portuguesa, puesto que la iluminación del interior se consigue gracias a pequeños ventanucos rectangulares horadados en los paramentos verticales. En definitiva, la aparente similitud que reflejan las plantas de ambas iglesias encubre planteamientos estructurales distintos.
Es muy probable que tanto el mausoleo de Gala Placidia como la iglesia de Braga y, por supuesto, el resto de las iglesias comparables, siguieran fórmulas más o menos estandarizadas, reiteradas mil veces, de probada eficacia, y perfectamente arraigadas en la cultura hispanorromana. Para contrastarlo basta recordar los abundantes restos aún conservados, que informan sobradamente sobre la capacidad constructiva de los "arquitectos" o "ingenieros" romanos para combinar bóvedas y cúpulas en empresas tan desmesuradas como el Panteón o las termas de Caracala. Desde esas capacidades, resolver la estructura de San Fructuoso de Montelius sería un juego de niños, casi como construir una maqueta.
Indirectamente, esta vinculación con la tecnología romana, explicaría la observación tantas veces enfatizadas por algunos investigadores sobre la relación entre todas estas iglesias, que acaso se haya interpretado forzando una lectura "necesariamente sincrónica", dejando a un lado el contexto generador, las raíces culturales de donde proceden todas ellas.

La decoración arquitectónica

Los elementos de ornamentación arquitectónica, como de costumbre, suministran un caudal inagotable de información, en primerísimo lugar, sobre las zonas que fueron radicalmente reconstruidas: se aprecia con claridad la diferencia entre piezas viejas y del siglo XX y entre paños de muro originales y paramentos "nuevos"...
A grandes rasgos, los relieves forman dos grupos de integración estructural diferente: las impostas y los capiteles. Las impostas, de entidad estructural poco relevante, están encastradas por el interior en dos niveles de paramentos: a la altura de los capiteles-imposta y cerca del arranque de la bóveda. Esta forma de proceder no es extraña, porque tanto en tiempos romanos como en épocas posteriores se suelen emplear fórmulas parecidas para articular los muros, como "reglas", probablemente, para regularizar la aplicación de enfoscados, cuando los aparejos no quedaban vistos. Casi todas las iglesias altomedievales tienen elementos de este tipo, pero la que ofrece fórmula más similar acaso sea Santa María de Lebeña, que por el exterior posee relieves de naturaleza comparable aunque con formas diferentes.

Imposta "original" del interior
Los capiteles

Como de costumbre, además de información formal, los capiteles proporcionan abundantes indicios sobre muchos aspectos del edificio y también sobre asuntos estructurales. Existen dos o tres grupos (según los queramos valorar tipológicamente) de concepción formal o cultural diversa que, en principio, abren la puerta a varias posibilidades interpretativas, sobre todo, en relación al conjunto de la edificación. Los que permanecen en el edículo procuran un planteamiento irregular difícil de entender desde criterios constructivos: los capiteles imposta están empotrados en los muros y, en consecuencia, debemos considerarlos sincrónicos a la estructura de replanteo y, probablemente, de las bóvedas; sin embargo, algunos de ellos poseen zonas con labra fina junto a otras lisas, que hacen suponer una organización espacial diferente de la actual. Desde esa circunstancia, teniendo en cuenta el tamaño de las capillas, inquieta imaginar con qué sentido, pero ella refuerza la hipótesis de que Fructuoso se pudo valer de una edificación ya existente, acaso dedicada a velar los restos de algún personaje de mucha relevancia. Ello explicaría la excepcionalidad del edificio y la humildad del propio Fructuoso al proponer ser depositado en el exterior.
Los capiteles exentos definen varios conjuntos tipológicos, con manifiestos rasgos de reutilización en algunos casos: no hay correspondencia entre el diámetro de algunos fustes y el de los cestos; como esa falta de correspondencia se aprecia también en algunos de los capiteles sincrónicos a los de las pilastras, podemos deducir (si no se han falsificado estos datos) que la capilla sufrió alteraciones importantes de escaso sentido constructivo (por supuesto, antes de la reforma franciscana), acaso motivadas por el colapso de las bóvedas de las capillas. Ello podría ayudar a entender que se emplearan capiteles de acarreo (más antiguos) en la “reparación”.
Para complicar la situación un poco más, a los capiteles existentes in situ, debemos unir varios que hace años permanecían en la misma iglesia y hoy se guardan en el museo D. Diego de Sousa (museo arqueológico de Braga), y que informan sobre la existencia de una tipología inexistente en el edificio actual y de la realización de trabajos relevantes con posterioridad a la construcción de la iglesia, muy probablemente en torno al año 1000.
El galimatías se dispararía si consideráramos la posibilidad de que las columnas sugeridas mediante bloques y basas pétreas en el interior de las capillas tuvieran capiteles que deberíamos buscar...
En todo caso, existe otro dato que enfatiza aún más la escasa relación de esta iglesia con las fórmulas constructivas bizantinas, tanto de época antigua (siglo IV-V) como más moderna: los capiteles imposta no están asociados a cimacios. Este hecho y la falta de correspondencia entre los capiteles (ver imagen adjunta) con el arranque de los arcos del interior nos hace pensar en San Cebrián de Mazote y, de nuevo en la posibilidad de una reonstrucción tardía, porque lo más frecuente en la arquitectura altomedieval hispana es que existan cimacios; hasta las columnas de San Juan de Baños soportan pequeños cimacios, que garantizan la conveniente dosis de influjo bizantino reconocida por todos los investigadores. Desde ese punto de vista, San Fructuoso se muestra como una edificación "anómala", desvinculada de las grandes corrientes documentadas por casi todas las iglesias altomedievales de la Península, con la "oportuna" excepción de San Miguel de Celanova. Sin embargo, no creo que ese dato sea suficiente para adelantar la época del conjunto, sino acaso, para retrasarla...



La serie antigua.

La primera serie de piezas está integrada por capiteles homologables a las fórmulas hispanorromanas propias del noroeste de la Península. Son de estructura bien integrada en la tradición del orden corintio salvo en pequeños pero significativos detalles: carecen del tallo que une el florón del ábaco con el arranque sobre la hoja correspondiente, poseen collarino abocelado liso, no se aprecia el borde superior del kálatos y cuentan con dobles volutas sobre cálices bastante desarrollados, de concepción comparable al fragmento del museo de Conímbriga, recogido en este mismo blog, que, sin embargo contenía un grueso labio del kálatos. Por lo demás, apenas se distinguen de los prototipos de los siglos I y II en un tratamiento algo tosco que ayuda a entender la configuración de unas hojas de “acanto” bastante sumarias pero de sentido tradicional. Cuentan con los aditamentos propios del orden corintio, incluso, con moldura en los frenes de los ábacos, de fuerte concavidad. Por supuesto, es muy relevante, para orientar la adscripción regional, la existencia de dobles volutas, rasgo muy frecuente en los capiteles del noroeste, y de un cáliz bastante desarrollado que las cubre casi por completo, asimismo común en la misma zona. En uno de ellos, que se conserva en mejor estado, se aprecia un tipo de ornato vegetal aún muy dependiente de las fórmulas del Pleno Imperio.




Existe otro capitel similar a los de la serie anterior, pero con el borde del kálatos perfectamente definido mediante sogueado. Desde lo que documentan estas piezas y las afines repartidas por el noroeste peninsular, da la sensación de que convivieron por los mismos años las dos estructuras de capitel documentadas aquí y diferenciadas por la pervivencia del kálatos ,que forzaba a colocar las hélices interiores de las volutas unos centímetros más bajas que las colocadas bajo los ángulos del ábaco.
Desde la mencionada generalización en una zona muy amplia del noroeste peninsular, sería absurdo situarlos en un momento de gran dispersión cultural y más propio, en una fase histórica de cierta uniformidad; ello nos conduce a pensar en la existencia de fórmulas de gran integración administrativa y, por consiguiente, en el Imperio Romano. Desde esa convicción, es muy probable que todos estos capiteles fueran realizados en un momento temprano, acaso entre los siglos II y III.
En el Museo D. Diogo de Sousa existe un capitel más, muy erosionado, pero con kálatos bien definido, de concepción y estructura parecida a los de este grupo.

Las series sincrónicas (específicamente de San Fructuoso)

El segundo grupo está compuesto por los capiteles-imposta de pilastra, de gran desarrollo en anchura, los exentos colocados bajo los arcos de herradura que delimitan el acceso a los “ábsides” ultrapasados y tres capiteles conservados en el Museo de Braga. Definen grupo sin paralelos exactos en el ámbito geográfico próximo y lejano, lo que nos obliga a pensar en un momento ajeno a los procesos de fuerte centralización.

Capitel-imposta de San Fructuoso
Los capiteles exentos ofrecen una configuración, en cierto modo, relacionada con la de los anteriores, pero se distinguen de ellos por varios detalles: una talla con mucho apoyo en el relieve biselado y en los “puntos” de trépano, un tipo de acanto fuertemente caracterizado, de gran desarrollo en anchura y definido mediante grupos de tres foliolos que definen una forma más parecida a la yema que a la hojas tradicionales de acanto, y  un ábaco peculiar, de brazos sensiblemente rectos y distinto del de las otras piezas. El diseño de las hojas de todo el conjunto (incluidos los imposta) recuerda vagamente a las de los capiteles del palacio de Diocleciano, pero también a las de los prototipos orientales y, sobre todo, a las de las "barrocas" variedades sirias de las que, muy probablemente, derivaron las bizantinas del siglo V y, sobre todo, del VI.

Capitel exento de la "serie sincrónica" de San Fructuoso
Los ábacos con brazos rectos son raros en Europa pero no en Egipto; también aparecen brazos rectos con una articulación muy especial, en los llamados “capiteles mozárabes”…
Los capiteles de pilastra están concebidos como seriación de capiteles del mismo tipo pero sin mantener el módulo impuesto por la anchura de un capitel de pilastra convencional, compuesto de dobles volutas con las correspondientes coronas de hojas. De hecho, surgen como yuxtaposiciones de módulos de medio capitel, definido mediante un juego de caulículo, cáliz, voluta y florón. Ello da pie a una configuración original que rompe con la tradición del orden corintio, puesto que los “florones” centrales quedan relacionados con el arranque de las volutas y no con el punto de unión de las volutas interiores. No obstante, esta circunstancia no es extraña en el universo mediterráneo; en algunos monasterios coptos, por ejemplo, en Ahnas al-Medinab y en Baouit, se emplearon fórmulas comparables.

Capitel que estuvo en las dependencias de San Fructuoso y hoy en el museo de Braga
Por fortuna, según me indicaron en San Fructuoso, en el Museo de Braga se conservan dos capiteles que nos ayudan a completar el panorama de la ornamentación. Los fotografíé hace años, cuando aún estaban en una especie de "museo" dentro de las dependencias de la iglesia actual. Ambos son capiteles “entregos”,  con sólo dos caras labradas, que tienen la particularidad de mantener la tradición de este tipo de elementos arquitectónicos, frente a lo que sucede con los capiteles-imposta antes mencionados. De hecho, incluso, ofrecen un rasgo que aún les aproxima más a las tradiciones del Pleno Imperio: en ambos están marcados los labios del kálatos. Por lo demás, ofrecen una configuración similar a los capiteles exentos de la misma familia. Pudieron formar parte de la puerta del paño suprimido en la actual conexión con la iglesia o en algún otro lugar "disimulado" con las “reformas” y “restauraciones” posteriores.

Capitel que estuvo en las dependencias de San Fructuoso y hoy en el museo de Braga
Capitel de San Román de Hornija
Capitel del Museo de Braga, vistas frontal y lateral
Hay otro más de concepción general similar a los anteriores que, por la situación que ocupa en el museo, con buena luz, nos ofrece una imagen que se aproxima mucho más a los capiteles de las series llamadas “mozárabes” y, muy especialmente a los capiteles más espectaculares de San Román de Hornija. Pero lo más interesante de este capitel es que en una de sus caras contiene talla de una concepción ornamental que nos permite plantear algunas indicaciones. La primera, que el capitel estaba colocado como capitel entrego y que fue extraido de su posición para cumplir una función estructural diferente y que fue ornado mediante posibilidades y recursos muy diferentes a los de la talla inicial. Sólo desde este detalle podemos deducir que San Fructurso debió sufrir remodelaciones en los alrededores del siglo X, época a la que podrían corresponder la peculiar reinterpretación —¿”copia”?— ofrecida por un artífice que ya no contaba con conocimientos, habilidades ni herramientas para hacer tallas más depuradas. De su existencia se deriva otra posibilidad que aún complica más la concepción arquitectónica de la iglesia: no se me ocurre dónde podía estar dentro del esquema en planta aceptado por todos los estudiosos que han tratado sobre ella.

Capitel corintio asiático del palacio de Diocleciano, Split
Aunque sería fácil localizar paralelos estrictos para todos los motivos de estos elementos de ornamentación arquitectónica, es difícil encontrar referencias exactas para la manera de relacionarlos de acuerdo con la función específica sobre la superficie de un capitel. Por esa razón y porque creo que el establecimiento de paralelos formales entre los motivos elementales no tiene ninguna utilidad arqueológica práctica, me limitaré a enfatizar las relaciones que se pueden establecer en la concepción general. Y en ese sentido, debo reconocer que es difícil hallarlos por razones obvias: estamos hablando de momentos caracterizados por una enorme dispersión cultural. No obstante, se podrían mencionar parentescos con algunas fórmulas documentadas en el palacio de Diocleciano, donde comienza a interpretarse el orden corintio con innovaciones que desbordaban los modelos tradicionales. También se podrían mencionar algunas piezas sueltas aparecidas en la mezquita de Córdoba...
No obstante, la relación de estos capiteles con la serie “mozárabe de taller bizantino” de Gómez-Moreno, es clara. El parentesco no acaba en los brazos de aristas rectas del ábaco. Aunque los detalles ornamentales sean diferentes, les une una concepción de la talla similar, poco carnosa, con tendencia a definir modulaciones suaves y toques de trépano para marcar los ojetes; asimismo los dos grupos mantienen la misma estructura del orden corintio (tampoco aquí existe tallo que llegue al florón del ábaco); en ambos conjuntos se valora plásticamente la superficie del kálatos; emplean series 2-1 de hojas cortas y alargadas. Y por supuesto, ambos grupos destilan un etéreo influjo oriental difícil de valorar si no conociéramos las piezas aún conservadas en Wamba y Mazote.
Pero las diferencias también tienen cierta relevancia: unos y otros se distinguen en la forma específica de la planta del ábaco; los de la serie leonesa no lo tienen moldurado; en el uso de collarinos distintos y, sobre todo, en un detalle que dificulta la vinculación de las series de Braga con los leoneses: como algunos de Baouit, los de Astorga tienen cáliz muy disminuido, mientras que en los de San Fructuoso, este componente está muy desarrollado, siguiendo lo que parece ser un costumbre de tiempos romanos. ¿Son suficientes estas diferencias para conformar universos culturales alejados en el tiempo?

Capitel de pilastra de Baouit (M del Louvre, atribuido a los siglos VI-VII
Capitel de Baouit (Louvre). El ábaco, de escaso espesor, tiene "brazos" prácticamente rectilíneos
La articulación estructural de los capiteles

Por su configuración, tan próxima a los modelos romanos, podemos suponer que los capiteles de la primera serie de San Fructuoso fueron concebidos para formar par de estructuras arquitrabadas convencionales, es decir, que servirían para que sobre ellos descansara el entablamento. Desde esa consideración, también sería obvio deducir que fueron realizados para una o varias edificaciones de características diferentes a las de San Fructuoso de Montelius.
Por su parte, la segunda serie, por su relación con los elementos citados, probablemente fuera concebida para formar parte de una articulación estructural  relacionada con el uso del arco, tal y como encontramos en la arquitectura bizantina y, por supuesto, en la mezquita mayor de Córdoba. Sin embargo, sorprende que los capiteles exentos no aparezcan asociados a cimacios o, como dos de los de San Cebrián de Mazote, a “ábacos prolongados”.  Si tenemos en cuenta que es clara la falta de correspondencia entre ellos y los fustes, podemos deducir que la capilla sufrió alteraciones imposibles de acotar en todos sus extremos, que podrían explicar esta circunstancia.
Pero, concretamente… ¿qué alteraciones? Varías son las hipótesis que podrían explicar las irregularidades, pero por no marear la perdiz, ya muy mareada en relación a esta iglesia, se me excusará que guarde “mis hipótesis” para momento más apropiado. En todo caso, quede constancia de esta importante anomalía, que no podríamos plantear si no fuera acuerdo general el carácter “oriental” de la edificación, y que deja en mal lugar a quienes se han esforzado en vincularla con el influjo andalusí.

Con voluntad de síntesis y fijándonos en los capiteles altomedievales del cuadrante noroeste de la península Ibérica, atendiendo a la capacidad que tienen los restos arquitectónicos para dar testimonio de los edificios para los que fueron concebidos, deberíamos hablar de, al menos, cuatro corrientes más o menos paralelas definidas por series de entidad cuantitativa muy diferente:

a) El grupo documentado por las piezas más bizantinas de Mazote (en principio, 4 capiteles) y la de Wamba, que definirían el nexo de unión entre lo estrictamente bizantino y las reinterpretaciones locales; pertenecerían a edificios con una peculiar articulación de capitel y cimacio, según las fórmulas documentadas en Constantinopla.

b) El grupo de los dos capiteles con "ábaco prolongado" (sólo 2 capiteles) informarían aobre un tipo de arquitectura híbrida entre las corrientes hispanorromanas y las aportaciones bizantinas, de la que no conozco ningún ejemplo concreto.

c) El grupo de Escalada, Peñalba y Lebeña, al que deberíamos unir los capiteles descontextualizados aparecidos en tierras de la antigua diócesis de Astorga  (es el grupo más numeroso), informa con claridad del tipo de arquitectura para el que fueron tallados, gracias a las dos iglesias aún existentes, que mantienen intacto la articulación original. Son edificios caracterizados por una concepción estructural derivada de la fusión de elementos locales hispanorromanos y algunas aportaciones "bizantinas"; a lo mejor debiéramos decir, con más precisión, "orientales".

d) Un tercer grupo documentado por unas cuantas piezas heterogéneas de San Ramón de Hornija, que marcarían un nexo de unión entre la corriente anterior y San Fructuoso de Montelius.

e) San Fructuoso de Montelius concretaría una línea estructural difusa, caracterizada, en principio, por la inexistencia de cimacios. Ello podría interpretarse como un rasgo que avalara las hipótesis que retrasan la cronología de este edificio hasta "tiempos romanos". La existencia clara de rasgos hispanorromanos en edificios seguramente realizados durante el siglo VI o con posterioridad contrastaría esa hipótesis que, sin embargo, no debería despreciarse.

f) A mi juicio el dato más claro deriva de que los capiteles del grupo "mozárabe", pero sobre todo, los mencionados de Hornija y los de San Fructuoso, reflejan un universo cultural y tecnológico muy parecido. Todos ellos fueron realizados mediante herramientas parecidas y con una concepción del "orden corintio" aún muy dependiente de las tradiciones helenísticas. Habrá que esperar a los fenómenos "renacentistas" relacionados con las pretensiones autolegitimadoras del califato durante el siglo X o durante el movimeinto románico para que, muchos años después, aparezcan piezas de carácter comparable.

No es fácil establecer una secuencia cronológica para el desarrollo y la existencia de estas cinco concepciones estructurales, que se desarrollarían en un momento difícil de acotar entre los años 400 y 700; pero desde lo que nos dicen los capiteles, todas estas iglesias debieron ser construidas en los alrededores del año 500, en un lapso no demasiado amplio.

Conclusiones 


Si nos ponemos la bata y empleamos la lupa para extrae datos positivos, pocas son las conclusiones claras sobre esta pequeña construcción que, según tengo entendido, mantiene desconcertados a unos cuantos especialistas. Recuerdo una conversación de hace años, cuando aún trabajábamos con "fichas" de cartulina, acaecida en un despacho oscuro de aquel viejo y entrañable edificio próximo al Cristo de Medinaceli, en la que un reputado especialista en estos asuntos decía que le hubiera gustado ver la iglesia antes de la restauración de los años treinta, porque "entre unos y otros la han convertido en un enigma". No le faltaba razón. No obstante, de lo expuesto, se pueden extraer algunas conclusiones:

1. La evidente relación de las impostas ornamentales del interior y del exterior con fórmulas consideradas “visigodas" del círculo de Mérida (aunque suscribo el juicio, el lector debe tener en cuenta que, según mi criterio, esos elementos no tienen nada de "visigodos").
2. La inexistencia de elementos animados nos ayuda a descartar la posibilidad de que se hubiera construido con posterioridad a la reacción de los “mártires voluntarios”. Además, tampoco se aprecian influencias emirales ni califales.
3. La iglesia no es tan “oriental” como suelen decir algunos manuales. De acuerdo con el carácter de los capiteles, los elementos arquitectónicos supuestamente “bizantinos” podrían explicarse como pervivencia de las tradiciones constructivas del Bajo Imperio. Probablemente sea la menos bizantina del conjunto de las iglesias altomedievales hispanas.
4. Lo más relevante de la capilla de San Fructuoso es coetáneo a la serie de capiteles comparable a los de collarino laureado de la diócesis de Astorga, aunque con una fuerte personalidad que los aleja algo de éstos y apenas los avecina con algunos de San Román de Hornija.
5. Las columnas del interior de las capillas sugeridas por algunos arqueólogos, que se pueden ver "in situ" sin ningún sentido estructural, no concuerdan con el carácter que el edificio tiene por el exterior ni por el interior. No obstante, podrían tener sentido como restos de elementos rituales, tal y como indicó Gómez-Moreno.
6. La existencia del capitel retallado del Museo de Braga, aunque sea difícil imaginar dónde estuvo, induce cierta seguridad sobre la diferencia entre lo que se pudo realizar hacia el año 1000, cuando la iglesia quedara adscrita definitivamente a la disciplina eclesiástica ajena a Córdoba, y lo anterior.
7. En todo caso, subsiste la condición de laberinto endiablado, desde el que aún se pueden ofrecer hipótesis que podrían modificar cualquier apreciación sobre las transformaciones más o menos imaginables. Se me ocurren algunas que no manifestaré por no contribuir a enturbiar más el asunto y, sobre todo, porque no he podido ver fotografías del estado anterior a la "famosa" restauración.

Desde estas consideraciones, lo más relevante de la iglesia, lo definido por los capiteles-imposta, los exentos conservados en el interior y los tres del Museo de Braga, deberían situarse en los alrededores del año 500 y no en relación con las actividades del santo del Bierzo, sino tal vez con una iniciativa anterior, incluso, a San Martín de Braga, dada la inexistencia de influencias bizantinas claras, probablemente relacionada con la implantación del cristianismo en esa zona.

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