lunes, 17 de diciembre de 2007

El negocio del arte. A propósito de la exposición de Tutankamon.

Desde el mes pasado se puede visitar en Londres una exposición que ya está definiendo jalones importantes en la gestión museística. Para ver "Tutankamón y la era dorada de los faraones", en el Domo del Milenio (Millenium Dome), el centro The O2, hay que pagar entre 30 y 40 US$. Contando con las entradas reducidas y las visitas escolares, los organizadores esperan recaudar 10 millones de US$. La estimación no es exagerada porque durante el tiempo que la exposición permaneció abierta en Estados Unidos recibió 4 millones de visitantes. El evento La ha sido organizado por AEG, una corporación dedicada al negocio del entretenimiento, en colaboración con el gobierno de Egipto, que se reserva el 75 % de la recaudación, y los pertinentes avales científicos del Museo Británico.
La vieja ciudad con arraigada tradición de magníficos museos gratuitos parece haber cambiado de rumbo a velocidad de vértigo, para tomar las sendas que anunciara Thomas Krens cuando, para salir del bache financiero que tenía la Fundación Guggenheim, propuso “prestar la marca” a quien tuviera dinero para pagarla. Si la cultura puede generar dinero, ¿por qué despreciar esa posibilidad? A la postre el Museo Guggenheim-Bilbao no sólo fue un magnífico negocio para la Fundación Solomon R. Guggenheim. La sede diseñada por Frank O. Gehry supuso un importante golpe de efecto para la imagen del País Vasco, porque de ese modo se convertía en referente de la actividad cultura planetaria. Ya no se conocería a Bilbao como la “capital” de un “país” en permanente actualidad por causas violentas; pero el nuevo museo también fue un factor de transformación urbanística que generó importantes plusvalías y, por supuesto, una aportación fundamental a su infraestructura turística… Y hasta desplazó al viejo “puente colgante” como “símbolo” de una ciudad que necesitaba alimentar su propio orgullo. ¿Se acuerda alguien de la “copla”? “No hay en el mundo, leré, puente colgante, leré, más elegante, leré, que el de Bilbao, riau, riau”
 

Diez años después de su inauguración, los 15.000 millones de pesetas (90 millones €, que costó su “ubicación”) pierden relevancia si las comparamos con las repercusiones económicas. Los 10 millones de visitantes que han paseado por sus salas, habrían pagado en taquilla cerca de 100 millones de euros, que justifican un esfuerzo aparentemente exorbitado… incluso, sabiendo que dichas cifras únicamente hablan del beneficio de la Fundación Guhenggeim ( a ellas aún habría que añadir los recursos procedentes de fuentes diversas: subvenciones, celebración de eventos, rodajes de spots y películas, etc..
Aunque sea difícil establecer los beneficios que dejaron en los establecimientos turísticos de Bilbao esos 10 millones de visitantes, es obvio reconocer que la “operación Guggenheim Bilbao” precipitó un magnífico negocio para las personas y entidades interesadas, incluyendo a quienes poseyeran bienes inmuebles en sus alrededores. Y por si todo ello fuera poco, además, los bilbaínos tienen “en casa” un magnífico edificio, una interesante colección de obras de arte y un museo que durante este tiempo ha acreditado un dinamismo cultural y pedagógico sobresaliente. Los de Bilbao podrán cantar una copla muy diferente…
En este ambiente museístico, Zahi Hawass, egiptólogo que está al frente de la arqueología egipcia, hizo notar que cumplir las viejas recomendaciones internacionales ( ICOM) para facilitar generosamente el préstamo e intercambio de obras de arte había pasado a la historia. Según su juicio, no tiene sentido que Egipto preste obras gratuitamente, como sucedió en la exposición del año 1972, para que, desde ellas, otras entidades hagan negocios de la más variada naturaleza: libros, recuerdos, catálogos, diapositivas, etc.
Está pasando a la historia la doble naturaleza jurídica de los objetos culturales, que junto a las cualidades materiales, presuponían otras espirituales, susceptibles de ser canalizadas con finalidad social. Todos creíamos que las obras de arte contienen una parte de nuestra personalidad como miembros de un grupo determinado, modelado a lo largo del proceso histórico, que los valores estéticos son cualidades intangibles imposibles de someter a las leyes del mercado… Esa doctrina, que ofreció sustento filosófico a la legislación sobre patrimonio cultural de casi todos los países occidentales (en España aún está vigente), sencillamente, está cediendo ante el imperio del orden liberal. Y en cierto modo, es lógico; sería un milagro que el universo cultural escapara de los valores dominantes: la “libertad” (individual, empresarial y comercial) debe prevalecer por encima de todo… incluso, por encima de los intereses sociales específicos del arte.
Los problemas que deberá resolver el nuevo gestor de estas instituciones se han hecho evidentes en el caso de Londres y son y serán muy diferentes a los tradicionales... Colocándonos en la piel de cualquier gestor de estas entidades: si cobrando 30 € por entrada, acuden un millón de visitantes, ¿cuánto obtendría en taquilla cobrando 100 €? Y podría suceder que, desde los intereses del promotor, fuera preferible cobrar 100 €, porque al multiplicar el precio de la entrada por tres, acaso sólo se redujera la cifra de visitantes a la mitad. La libertad empresarial absoluta conduce inevitablemente a la preeminencia del dividendo…

 

Hace tiempo, el ICOM (International Council of Museums, de la UNESCO) definió la actividad museística del siguiente modo: “Un Museo es una institución sin fines de lucro, un mecanismo cultural dinámico , evolutivo y permanentemente al servicio de la sociedad urbana y a su desarrollo, abierto al público en forma permanente que coordina , adquiere, conserva, investiga, da a conocer y presenta, con fines de estudio, educación, reconciliación de las comunidades y esparcimiento , el patrimonio material e inmaterial, mueble e inmueble de diversos grupos (hombre) y su entorno”.
En las condiciones descritas ¿es razonable defender que los museos sean “instituciones sin fines de lucro”? ¿Deben cambiar los museos o debe cambiar la denominación de ciertas instituciones? ¿El “Museo Guggenheim-Bilbao” debiera denominarse “Museoide Guggenheim-Bilbao”? ¿O tal vez, “Centro de Explotación Estética Guggenheim-Bilbao”? Y si no cambian las denominaciones… ¿Cuánto tiempo tardarán los gestores del museo del Prado en cobrar la entrada a 30 €? ¿Cuánto tiempo tardarán nuestras autoridades políticas en “privatizar” la gestión de los grandes museos, como ya han hecho con los Centros Culturales municipales? La justificación es obvia: que pague el arte quien lo disfrute y, además, si los museos de titularidad institucional ganan dinero, se podrán bajar los impuestos… En definitiva, habrá que proponer una nueva definición de Museo, que acaso pudiera pergeñar el genio de Tita Cervera.

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