jueves, 16 de septiembre de 2010

El espectáculo Gaudí

Aunque en las iglesias de Barcelona aún no cobran la entrada, existe una "basílica" que se ha convertido en uno de los focos de atracción turísticos más activos. Y, por supuesto, para entrar es preceptivo pasar por taquilla al módico precio de 12 €, que no incluye la subida a las torres... Como el lector ya habrá adivinado, me refiero a La Sagrada Familia, ese edificio que, simplificando las cosas en exceso, se adjudica a Gaudí, precisamente, cuando la aportación del famoso arquitecto se va diluyendo entre ideas piadosas diversas, algunas especialmente polémicas, aunque no lleguen a la chabacanería de la catedral de Madrid.
Pero es incuestionable que la visita a la Sagrada Familia no deja frío a nadie. En primer lugar porque lo que ya se ha construido proporciona un espectáculo arquitectónico grandioso. Y además, porque con el extenso museo, los gestores proporcionan al visitante una experiencia estética y documental de muchos quilates. El resultado, en términos de conducta estética, es un referente para que tomen nota los descolocados gestores de ciertos museos del centro y la periferia: en la Sagrada Familia podemos ver todo tipo de personas, de diferentes procedencias (son muy numerosos los "orientales"), de todos los grupos de edades... Es, en suma, un espectáculo estético de interés general, que se adapta perfectamente a los gustos de sectores muy amplios.
Recordé a Justo, el de Mejorada del Campo, el discípulo pobre y tosco de Gaudí, católico hasta la extravagancia, maestro de las reutilizaciones, príncipe de la economía sostenible, pero un apestado para las instituciones, a quien sacó del anonimato una marca de refrescos, que también son reguladores intestinales.

Aprovechando el tirón social de Dalí, los propietarios de la casa Batlló han montado un negocio que comprende múltiples actividades, además de la visita. Si el visitante tiene mala suerte y coincide con algún evento (una boda, por ejemplo) deberá asumir ciertas limitaciones. En contrapartida, será testigo de la escenificación asociada al acto: La Casa Batlló pone a disposición de los invitados al bodorrio guías ataviados y maquillados como en la época de Gaudí, que les acompañan y ofrecen las explicaciones pertinentes.
Las gentes pagan casi 20 € y hacen cola para entrar en un edificio que apenas puede visitarse de modo superficial y que cuando está repleto ofrece graves inconvenientes de circulación. ¡Así son los mitos!
En el reverso de las entradas está documentada la prohibición de hacer fotografías, que han levantado. En la actualidad los vigilantes están aleccionados para permitir la toma de imágenes.
Lo más interesante: obviando el repertorio de elementos modernistas, verdadero caudal de ideas arquitectónicas y ornamentales, el espectáculo construido por los propios visitantes, entre quienes predominan personas mayores de veinte años y menores de treinta.

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