lunes, 13 de junio de 2011

Los libros y los niños

Ayer se clausuró la Feria del Libro… Acudimos a visitar ese acontecimiento gozoso de la “cultura profesional” —según criterio Sinde— en lengua castellana el domingo 5 por la tarde, a primera hora … A las cinco en punto, cuando el viento atrapó los algodones, el cristal y el níquel, las casetas ofrecieron sus entrañas a los paseantes, poco numerosos, acaso porque en ese mismo momento Roger Federer y Rafael Nadal estaban jugando la final de Roland Garros. Y el Paseo de Coches se transformó en el paseo de los melancólicos o de la melancolía, que no es lo mismo, un camino irisado de agonía a las cinco en sombra de la tarde.
Las heridas quemaban como soles entre las profusas casetas con “literatura” infantil; demasiado negocio ramplón construido, como en el caso de los juguetes, sobre la benignidad activada por la infancia. Ni la Loba pudo resistirse ante los gemelos de Rea Silvia. Estamos dispuestos a gastar lo que no tenemos por los niños y si, además, el dispendio se justifica por la muy loable intención de introducirlos en el maravilloso universo de la lectura, la tendencia protectora avanza en escala geométrica.
Pero esos “libros” diseñados por el genio de Góngora vulgarizado, invadidos de colores y dibujos más o menos afortunados, sólo son útiles si el niño los utiliza en compañía de un adulto, porque la clave de la introducción en el universo literario no está en esos “libros” sino en un ambiente familiar que debe  fomentar (“forzar”) el automatismo de la capacidad lectora. Y para ello pueden ser más útiles los objetos cotidianos y estimular en el niño el desarrollo de su capacidad para conocer el entorno mediante las posibilidades informativas de la palabra escrita; objetivo muy alejado de lo que, en claves posmodernas, proponen los “creadores de cultura” —según criterio Sinde—, en el empeño por fomentar las potencias de la mente infantil que menos potenciación requieren. No creo que la mayor parte de los libros infantiles del mercado, en sí mismos,  sirvan para fomentar el desarrollo de la creatividad, de la imaginación... ni de la inteligencia emocional.
Lo mismo se podría decir de otro “sector” importante del negocio editorial: los libros de texto. ¿Qué sentido tienen cuando los alumnos y estudiantes pueden encontrar información más actualizada en Internet? ¿Debemos asumir la subvención encubierta a ese sector de nuestra estructura empresarial?
“Literatura” infantil, libros de texto… Ya está bien de agitar el interés de los más jóvenes para apuntalar actividades empresariales especulativas, que comenzaron a perder sentido social hace muchos años. Apuesto por replantear la cuestión y emplear el dinero de los contribuyentes en fomentar actividades que respondan a demandas sociales no forzadas y con iniciativas de creación independientes de los cauces especulativos. Se me ocurren muchas fórmulas para suavizar la reconversión de un sector que se está convirtiendo en un pozo de prácticas muy alejadas de lo que sugiere el término "cultural". Todas ellas pasan por tener en cuenta que el gentío ya ha roto las ventanas para asomarse al futuro... en dirección contraria a la definida por el criterio Sinde.
El paseo de los melancólicos se irisaba de agonía a las cinco en punto de la tarde.
Algunos libros seguirán siendo instrumentos de transmisión cultural, por los siglos de los siglos, pero muchos editores están demasiado ocupados llorando la muerte de Sánchez Mejías. ¿”Industrias culturales”? Según... 

2 comentarios:

  1. Paleolitico superior15 de junio de 2011, 3:19

    ¡vaya! casi nos encontramos...Por ahí estábamos con las bicis y los enanos. La feria todo eso y más, y si tienes un kindle es que no te sientes ni aludida cuando paseas las casetas. Los niños y la educación es un problema de los que te gustan a tí, un conflicto de intereses puro. Y luego acaba en choque generacional y relevo. Pero esta generación está amarrada con furia. A ver si nos encontramos la próxima vez.

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  2. Eso espero!
    "Amarrada con furia"... Me vuelvo a acordar de Federico García Lorca. Hay autores que sobreviven a los editores, porque están en nosotros mismos.

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