martes, 20 de octubre de 2009

Relativismo, ciencia y sentido común: otra gilipollez con aspecto de planteamiento científico.

Conozco el libro de Steven Johnson Everything bad is good for you (2005)sólo por las referencias aparecidas en la prensa y desde esas limitaciones, asumiendo los riesgos de esa limitación (es posible que este análisis sólo pueda aplicarse a quienes han dado noticia del libro), me gustaría proponer algunas reflexiones...
La noticia, según la redacción de Sergio Parra:
(...) "Como intenta demostrar el divulgador científico Steven Johnson en su libro Everything bad is good for you, la televisión no es tan estúpida como creemos. Y menos todavía la televisión de los últimos 20 años. Para ello no sólo recurre al ejemplo de la complejidad, la diversidad de líneas argumentales y la extrema sutilidad de muchas series catódicas, mayormente anglosajonas. También alaba, oh, horror, a los reality shows como Gran Hermano.
Su controvertida tesis parte de la base de que en esta clase de formatos televisivos es donde el espectador lo tiene más fácil para percibir emociones fidedignas, complejas reacciones emocionales que, al menos por unos segundos, el concursante del reality no es capaz de esconder. Los reality shows son más reales que el resto de la televisión.
Los seres humanos expresan su abanico de emociones a través de lenguaje tácito de las expresiones faciales, y gracias a la neurociencia sabemos que el análisis de este lenguaje no verbal en toda su complejidad es uno de los grandes triunfos del cerebro humano.
Una de las formas de medir esta inteligencia se llama AQ, abreviatura de Coeficiente de Autismo, una subdivisión de la Inteligencia Emocional propuesta por Daniel Goleman. La gente con un AQ alto, como los autistas, sufren una incapacidad para intuir las intenciones de los demás. La gente con un AQ bajo, por el contrario, tiene una especial habilidad para leer las señales emocionales, es capaz de anticiparse a los pensamientos y los sentimientos que la gente no explicita.
A este don se le llama a veces mind reading (capacidad para leer la mente de los demás). Ser una persona lista, pues, también significa saber evaluar y responder adecuadamente a las señales emocionales de los otros.
Cuando se contemplan los reality shows a través del prisma del AQ, las exigencias cognitivas necesarias resultan más fáciles de apreciar. Como dice Johson, tenemos concursos que evalúan y recompensan nuestro conocimiento de informaciones triviales, y deportes profesionales que premian nuestra inteligencia física. Pues bien, los reality ponen a prueba nuestra inteligencia emocional y nuestro AQ.
(...)
Los cerebros de los televidentes echan humo tratando de discernir la lógica social del universo planteado por el programa, tratan de adivinar quiénes merecen mayor confianza, quienes están mintiendo o están siendo hipócritas, trazan futuribles, discuten con otros aficionados acerca de las estrategias tomadas por cada concursante (visionando debates, participando en foros, examinando con lupa una y otra vez las situaciones), etc.
Cualquier profesión que implique una interacción habitual con otras personas (negocios, derecho, política) dará un gran valor al mind reading y al AQ. De todos los medios de comunicación de masas que tenemos a nuestra disposición, la televisión es el más apropiado para vehicular los gradientes exactos de estas habilidades sociales.
Por ello, el propio Johnson afirma que progresivamente nuestra inteligencia emocional se está afinando, así como nuestra inteligencia basada en la resolución de problemas abstractos, y todo ello gracias a la televisión y, concretamente, a ese nuevo y revolucionario formato que son los reality shows".

Pasemos por alto los matices irónicos de Sergio Parra... aunque sea imposible. Hace muchos años, en Ciencia, libertad y paz (1946), ensayo que acaso fuera matización de Un mundo feliz (1932), Aldous Huxley, aventuraba que en un futuro próximo (en nuestros días), el Estado conseguiría controlar las conciencias de los ciudadanos, valiéndose de los medios represivos proporcionados por el desarrollo tecnológico... Debo reconocer las limitaciones proféticas de uno de mis escritores favoritos. No ha sido necesario dotar a la policía de medios represivos de gran sofisticación tecnológica para controlar la conciencia de los "hombres libres". Basta con aplicar los principios liberales a los medios de comunicación y reforzar la "capacidad creativa" de los "especialistas" de las Ciencias Sociales para justificar situaciones antagónicas con el sentido común. Desde hace muchos años los medios de comunicación han dejado de ser lo que implican los términos que los nombran para convertirse en empresas publicitarias. Asimismo, quienes estudian estos fenómenos, en ocasiones presionados incluso por los poderes públicos, sumamente interesados en facilitar la fluidez del sistema, se han dedicado a rizar el rizo de la justificación descriptiva... Recuerdo la presentación del primer Gran Hermano como un programa de "análisis sociológico"... ¡Todo es opinable!
Para manipular se pueden emplear múltiples estrategias. Ovidio recogió las más útiles para la conquista amorosa... Dos mil años después siguen fncionando. Las religiones tradicionales se han empeñado en combinar doctrinas y prohibiciones para conseguir sus objetivos de preeminencia social. Goebels advirtió la posibilidad de manipular las conciencias de las gentes (sectores sociales de cierta amplitud) mediante fórmulas "retóricas" más complejas de las empleadas desde la Contrarreforma... Su "decálogo" se sigue aplicando a la demagogia política y, en ocasiones, también a los objetivos comerciales.
El sistema liberal ha desarrollado sus propias fórmulas no demasiado novedosas, pero difíciles de imaginar hace cincuenta años. ¿Qué hacer para focalizar la atención y el interés de los sectores mayoritarios o relevantes de nuestra sociedad? La dinámica del propio modelo ha alumbrado la solución "de modo natural". Las personas "nos movemos" por la acción de un número escaso de factores "primordiales": el deseo de bienestar, el sexo, la belleza (perceptiva), el morbo, la adulación y la capacidad empática del ser humano (que en ello acaso encierre el resto de los mecanismos de preprogramación genética que le son específicos). En suma, a las personas nos movilizan las cosas "agradables", es decir, aquellas que activan en sus "espíritus" "respuestas" placenteras...
Si apuramos la metodología, encontraremos grandes dificultades para definir con coherencia lógica "lo agradable", "lo placentero"... Pero mientras los conejos o las liebres discuten si son galgos o podencos, los productores de las cadenas de televisión nos estarán ofreciendo como gancho publicitario (para captar audiencia), programas como esos que, según Steven Johnson, tienen grandes posibilidades para desarrollar nuestra inteligencia emocional.

Indirectamente pero a la vez, nos estarán imponiendo unos valores y una visión del mundo y de nosotros mismos sintonizada con sus propios intereses. En suma, nos habremos convertido en las marionetas consumistas que hemos llegado a ser, según la voluntad del Gran Hermano de Orwell, que para mayor juego de paradojas, escribía al dictado de la CIA.
¿Desarrollo de la inteligencia emocional? Es posible; la basura vertida por las cadenas de televisión puede tener utilidad en ese sentido... Se podría decir lo mismo de quienes, en el ambiente cortesano del siglo XVII, se divertían burlándose de las personas con "discapacidad psíquica".
Si relativizamos el asunto, podríamos formular otra cuestión. El tiempo empleado en contemplar las vicisitudes de los "personajes populares" (nuevos bufones) ¿compensa, a efectos de experiencia emocional, la que podríamos tener charlando con los amigos, los vecinos e, incluso, los parientes próximos?. Es decir, si nuestra concepción del conocimiento asume el relativismo que imponen las ciencias sociales en la actualidad, concluiremos una obviedad reiterativa sin posibilidades para activar el interés de nadie: la telebasura es, sencillamente, telebasura, aunque Steven Johnson nos la presente envuelta en papel de regalo con membrete científico.
Contando con la información limitada que he utilizado para valorar el libro de Steven Johnson, me surgen pocas ideas claras, que no sean "obviedades reiterativas", pero una destaca sobre todas: el señor Johnson (o sus "recensionistas) ofrece un libro concebido para proporcionar coartadas de autoestima a los consumidores de tele-basura y los productos afines de nuestro momento cultural. Seguramente las cadenas de televisión se rifarán su concurso para ofrecer "debates" de gran calado científico... sobre la "bondad" de los culebrones, las "ventajas educativas" de las videoconsolas y del cine de Tarantino. Y Steven Johnson será presentado como "experto": refuerzo sobre refuerzo.
Imagino que en esos programas-debate, alguien indicará las ventajas de la tele-basura y los productos culturales comparables para combatir el tedio, el estrés, la soledad de los ancianos, las depresiones de quienes estén enfermos... Y nadie enfatizará la cuestión relativa: ¿no existen mejores formas de combatir el estrés, las depresiones, la soledad, el aburrimiento...? Por fortuna, las personas se van colocando solas en el entramado socio-cultural... Unas encenderán la televisión para ver Gran Hermano, culebrones o "programas del corazón; otras, se dedicarán a chatear o a relacionarse mediante los foros sociales o el correo electrónico; otras escucharán música... leerán, verán películas en el cine, descargadas de Internet o adquiridas en los grandes almacenes... A estas alturas, ¿deberemos recordar los beneficios de leer un buen libro, escuchar una sinfonía de Beethoven o ver una película de Fellini?
Talía me recuerda que El Quijote se volvió loco por leer novelas de caballerías (los productos alienantes de la época) y, sólo en su locura fue brillante fuente de ingenio...

7 comentarios:

  1. Aitor Pazos González20 de octubre de 2009, 23:00

    Quizás, para algunos, que los habitantes de Gran Hermano conformaran en principio, en sus inicios, un valioso y rico material de campo susceptible de ser analizado sociológicamente no fuera una idea demasiado descabellada. El hecho de que haya una docena de personas anónimas dispuestas a estar encerradas dentro de una casa a la espera de ver qué es lo que a partir de ahí en adelante pueda pasar, no sólo es morboso; para algunos, supongo sociólogos, debería parecer también interesante. Sin embargo, creo que el interés sociológico (al menos una parte importante del supuesto interés sociológico) se extingue (si esto es posible), de raíz, cuando se tienen en cuenta las circunstancias (por lo menos dos) que rodean al fenómeno Gran Hermano. La primera circunstancia significativa que se da es la de que los concursantes, posible objeto de estudio, ya saben que ellos mismos son concursantes y ya saben que van a entrar dentro de un plató con forma de casa para concursar en un programa donde van a ser vistos por millones de telespectadores. Aunque las personas por lo normal no somos capaces de controlar lo que hacemos y decimos en todo momento, es evidente que cualquier tipo de análisis sociológico enmarcado por esta circunstancia estaría ya desde el principio condicionado y sus resultados ¿a qué grupo social de la población le podrían ser de utilidad, a cual de ellos se refiere y a cuántos podría afectar? Al grupo de descerebrados que quieren ser vistos 24 horas por la televisión, espero, una minoría. La segunda circunstancia: los especímenes son elegidos por un proceso de casting, esto es, no son personas anónimas elegidas a dedo en la calle. Son personas que quieren alcanzar la fama y, sobre todo, son personas cuyo “perfil”, personalidad, físico y pensamientos se corresponden con el tipo de personaje que a la productora le interesa exhibir y del que, por supuesto, tratará de hacer publicidad con el fin de manipular los deseos del resto de la población enfatizando, a través de estos “personajes reales” aquellas conductas sociales que, más tarde o inmediatamente, van a beneficiar, porque sostienen, al sistema liberal.

    “Indirectamente pero a la vez, nos estarán imponiendo unos valores y una visión del mundo y de nosotros mismos sintonizada con sus propios intereses…”

    A la pregunta ¿por qué a un significativo sector de la población le gusta Gran Hermano?
    En respuesta, creo, se busca la evasión de la realidad, y además quizás guiada por un sentimiento de miedo a la exclusión social, según el fragmento de un análisis sociológico de Zygmunt Bauman titulado: Miedo Líquido. La sociedad contemporánea y sus temores

    ResponderEliminar
  2. Aitor Pazos González20 de octubre de 2009, 23:02

    Quizás, para algunos, que los habitantes de Gran Hermano conformaran en principio, en sus inicios, un valioso y rico material de campo susceptible de ser analizado sociológicamente no fuera una idea demasiado descabellada. El hecho de que haya una docena de personas anónimas dispuestas a estar encerradas dentro de una casa a la espera de ver qué es lo que a partir de ahí en adelante pueda pasar, no sólo es morboso; para algunos, supongo sociólogos, debería parecer también interesante. Sin embargo, creo que el interés sociológico (al menos una parte importante del supuesto interés sociológico) se extingue (si esto es posible), de raíz, cuando se tienen en cuenta las circunstancias (por lo menos dos) que rodean al fenómeno Gran Hermano. La primera circunstancia significativa que se da es la de que los concursantes, posible objeto de estudio, ya saben que ellos mismos son concursantes y ya saben que van a entrar dentro de un plató con forma de casa para concursar en un programa donde van a ser vistos por millones de telespectadores. Aunque las personas por lo normal no somos capaces de controlar lo que hacemos y decimos en todo momento, es evidente que cualquier tipo de análisis sociológico enmarcado por esta circunstancia estaría ya desde el principio condicionado y sus resultados ¿a qué grupo social de la población le podrían ser de utilidad, a cual de ellos se refiere y a cuántos podría afectar? Al grupo de descerebrados que quieren ser vistos 24 horas por la televisión, espero, una minoría. La segunda circunstancia: los especímenes son elegidos por un proceso de casting, esto es, no son personas anónimas elegidas a dedo en la calle. Son personas que quieren alcanzar la fama y, sobre todo, son personas cuyo “perfil”, personalidad, físico y pensamientos se corresponden con el tipo de personaje que a la productora le interesa exhibir y del que, por supuesto, tratará de hacer publicidad con el fin de manipular los deseos del resto de la población enfatizando, a través de estos “personajes reales” aquellas conductas sociales que, más tarde o inmediatamente, van a beneficiar, porque sostienen, al sistema liberal.

    “Indirectamente pero a la vez, nos estarán imponiendo unos valores y una visión del mundo y de nosotros mismos sintonizada con sus propios intereses…”

    A la pregunta ¿por qué a un significativo sector de la población le gusta Gran Hermano?
    En respuesta, creo, se busca la evasión de la realidad, y además quizás guiada por un sentimiento de miedo a la exclusión social, según el fragmento de un análisis sociológico de Zygmunt Bauman titulado: Miedo Líquido. La sociedad contemporánea y sus temores

    ResponderEliminar
  3. Aitor Pazos González21 de octubre de 2009, 6:59

    Fragmentos del análisis de Bauman

    *Aunque a Bauman se le denomina como un pensador 'postmoderno su escepticismo sobre este concepto lo separa de los defensores más entusiastas del posmodernismo. Tampoco comparte la noción clásica de modernidad versus postmodernidad, argumentando que los dos coexisten como dos lados de la misma moneda, usando los nuevos conceptos de modernidad "sólida" y "líquida". (wikipedia, en español)


    “Hoy en día el mundo experimenta un estado de ansiedad constante por los peligros que pueden azotarnos sin previo aviso y en cualquier momento. “Miedo” es la palabra que utilizamos para referirnos a la incertidumbre que caracteriza nuestra era moderna líquida, a nuestra ignorancia sobre la amenza concreta que se cierne sobre nosotros y a nuestra incapacidad para determinar qué se puede hacer (y qué no) para contrarrestarla.
    (…)
    El temor a una catástrofe personal (…) El temor a quedarse atrás. El temor a la exclusión.
    Como constancia de que tales miedos no son en absoluto imaginarios podemos aceptar la destacada autoridad de los medios de comunicación actuales, representantes visibles y tangibles de una realidad imposible de ver o tocar sin su ayuda. Los programas de “telerrealidad”, versiones modernas líquidas de las antiguas “obras morales”, dan fe a diario de la escabrosa realidad de esos temores. Como su mismo nombre sugiere (un nombre que su audiencia no ha cuestionado en ningún momento y que sólo se han atrevido a criticar unos pocos pedantes mojigatos), lo que en ellos se muestra es real, y lo que es aún más importante, lo “real” es lo que aparece en ellos. Y lo que muestran es que la realidad se reduce a la exclusión como castigo inevitable y a la lucha por combatirla. Los reality shows no necesitan recalcar ese mensaje: la mayoría de sus espectadores ya conocen esa verdad; es precisamente su arraigada familiaridad con ella la que los atrae en masa frente a los televisores.
    (…) Las imágenes son mucho más “reales” que la palabra impresa o hablada. Las historias que esta última narra nos ocultan al narrador, “a la persona que puede estar mintiéndonos” y, por lo tanto, desinformándonos. A diferencia de los intermediarios humanos, las cámaras (o, al menos, así se nos ha enseñado a creer) “no mienten”, sino que “dicen la verdad”. Gracias a la imagen, cada uno de nosotros puede, como tanto deseaba Edmund Husserl (quien, más que ningún otro filósofo, fue consumido por el deseo de hallar el modo infalible a prueba de errores de llegar a la “verdad del asunto”) zurück zu dem Sachen selbst (“volver a las cosas en sí”). Cuando contemplamos una imagen obtenida a través de un medio fotográfico/electrónico, nada parece interponerse entre nosotros y la realidad; nada hay que pueda obstaculizar o distraer nuestra vista. “Ver es creer”, lo que significa que “lo creeré cuando lo vea”, pero también “lo que vea será lo que creeré”. Y lo que vemos es a personas que tratan de excluir a otras personas para evitar se excluidas por éstas. Una verdad banal para la mayoría de nosotros, pero que (no sin cierto éxito) eludimos formular y expresar. La “telerrealidad” lo ha hecho por nosotros y le estamos agradecidos. El conocimiento que la “telerrealidad” hace así explícito se habría mantenido, de no existir ésta, en un estado difuso, fragmentado en pedazos y piezas notoriamente difíciles de esamblar y de interpretar.
    (…)
    En el Gran Hermano británico (…) usted no tiene a su disposición ningún método infalible para eludir su expulsión. La amenaza de desahucio no desaparecerá.

    ResponderEliminar
  4. Aitor Pazos González21 de octubre de 2009, 7:03

    Sigue el análisis...

    (...)
    "Bueno, de lo que se trata, ¿no?, es de que no hay que “hacer algo” para “merecer” la expulsión. Ésta no tiene nada que ver con la justicia. Cuando el público decide entre abucheos y vítores, la idea de “justo merecimiento” no responde a ninguna lógia previa.
    (…)
    Lo que la “telerrealidad” anuncia es la noción de suerte o fatalidad. Hasta donde usted sabe, la expulsión es un destino inevitable. Es como la muerte: puede tratar de mantenerla alejada durante un tiempo, pero nada de lo que intente podrá detenerla cuando finalmente le llegue. Así son las cosas y no se pregunte por qué…
    (…)
    Gran Hermano no tiene trampa ni cartón; en las reglas de la casa no figura referencia alguna a recompensar a los virtuosos y castigar a los malhechores. Todo se reduce a cubrir de un modo u otro la cuota de expulsiones semanales.
    (…)
    Las fábulas morales de antaño hablaban de las recompensas que aguardaban a los virtuosos y de los castigos que se preparaban para los pecadores. Gran Hermano, El rival más débil y otros muchos cuentos morales similares que hoy en día se ofrecen a los habitantes de nuestro mundo líquido (y que éstos absorven ávidamente) ponen de relieve verdades distintas. En primer lugar, el castigo pasa a ser la norma y la recompensa, la excepción; los ganadores son aquellas personas que han logradao ser eximidas de la sentencia de expulsión universal. En segundo lugar, los vínculos entre virtud y pecado, de un lado, y entre recompensas y castigos, del otro, son tenues y caprichosos: como los Evangelios reducidos al Libro de Job, se podría decir…
    Lo que los cuentos morales de nuestro tiempo nos dicen es que los golpes nos alcanzan aleatoriamente, sin necesidad de un motivo o de una explicación. Nos dicen también que apenas existe relación alguna (si es que la existe) entre lo que los hombres y las mujeres hacen y lo que les sucede, y que poco o nada pueden hacer para garantizar que ese sufrimiento sea evitado. Las “fábulas morales” de nuestros días hablan de la iniquidad de la amenza y de la inminencia de la expulsión, así como de la casi absoluta impotencia humana para eludir ese destino.
    Todos los cuentos morales actúan sembrando el miedo. Sin embargo, si el temor que sembraban las fábulas morales de antaño era redentor (puesto que venía acompañado de su antídoto: una receta para conjurar la temible amenaza y, por tanto, para una vida sin miendos), los “cuentos morales” de hogaño tienden a ser inmisericordes: no prometen redención alguna. Los miedos que siembran son intratables, y, de hecho, imposibles de erradicar: no se van nunca; pueden ser aplazados u olvidados (reprimidos) durante un tiempo, pero no exorcizados. Para tales miedos, no se ha hallado antídoto ni es problable que se invente ninguno. Son temores que penetran y saturan la vida en su conjunto, alcanzan todos los rincones y los recovecos del cuerpo y del alma y reformulan el proceso vital en un ininterrumpido e inacabable juego del escondite, un juego en el que un momento de distracción desemboca en una derrota irreparable.
    Esos cuentos morales de nuestro tiempo son ensayos públicos de la muerte. Aldous Huxley se imaginó un Mundo Feliz en el que los niños era condicionados/vacunados contra el miedo a la muerte invitándoles a sus golosinas favoritas mientras se les congregaba en torno al lecho de la muerte de sus mayores. Nuesros cuentos morales tratan de vacunarnors contra el miedo a la muerte banalizando la visión misma de la agonía. Son ensayos generales de la muerte disfrazados de exclusión social quie llevamos a cabo con la esperanza de que antes de que la muerte llegue en su forma más descarnada nos hayamos habituado a su banalidad."

    ResponderEliminar
  5. Me ha gustado el comentario ( a pesar de lo que me horrorize el conductismo salvaje del fragmento citado de "Un Mundo Feliz"). Quisiera matizar la muerte social simbólica de la que habla Bauman, esa especie de ostracismo impuesto por las nominaciones. Aunque para el microcosmos del reality show, esta analogía sea perfectamente válida, creo conveniete puntualizar que no se trata del fin social para el concursante en todos los casos, sino que fuera del programa es donde muchas veces ve lanzada su carrera; reencarnándose si queremos, en lo que conformara su personalidad televisiva y adquiriendo el dorado estatus de famoso, con todo lo que ello implica.Esto quizá sea una caracteríscica propia de los reality shows españoles; es cierto que en los estadounidenses los concursantes eliminados suelen caer en el olvido más absoluto. Si lo hago destacar es porque quizá seria interesante tener en cuenta la transformación a la que se someten estos engendros televisivos hasta lograr invadir prácticamente el panorama televisivo español.

    Pintiparada la fábula de Iriarte


    Un saludo

    ResponderEliminar
  6. Me parece que todo este envoltorio "cultural" que se pretende dar a la televeneno no es sino una argucia más para crear estúpidos en serie y justificarlos por ese motivo. La mierda es mierda por más que nos la intenten colar disfrazada de princesa.Particularmente,no me interesa ni lo más mínimo escuchar las trivialidades de los sujetos invitados a estos programas aunque pudiesen ser interesantes sociológica o psicológicamente para especialistas en el tema.
    Para mí no hay nada como escuchar un tema ejecutado por el trío de Bill Evans,leer un escrito de Oscar Wilde o investigar la obra de muchos artistas contemporáneos que aún he de estudiar.
    ¡Que no, que no cuenten conmigo para semejante patraña !!!

    ResponderEliminar
  7. Galbraith escribió que es posible que "para manipular eficazmente a la gente sea necesario hacer creer a todos que nadie les manipula”.
    Noam Chomsky lo expresa así: “ La manipulación y la utilización sectaria de la información deforman la opinión pública y anulan la capacidad del ciudadano para decidir libre y responsablemente. Si la información y la propaganda resultan armas de gran eficacia en manos de regímenes totalitarios, no dejan de serlo en los sistemas democráticos; y quien domina la información, domina en cierta forma la cultura, la ideología y, por tanto, controla también en gran medida a la sociedad”.

    Algunas estrategias de manipulación de las que he leído algo son:
    -Dirigirse a un público infantilizándolo: La mayoría de los programas de TV dirigidos al gran público utiliza un discurso, argumentos, personajes, y un tono particularmente infantil. ¿Por qué? Si se dirige a una persona como si tuviera la edad de 12 años, sin plantearle nada que le cuestione, tendrá, probablemente, una respuesta desprovista de sentido crítico.
    -Controlar la democracia: “Un mundo feliz”, de Aldoux Husley imaginaba lo que sería una dictadura perfecta: una dictadura con apariencias de democracia, con individuos genéticamente condicionados. Un sistema de esclavitud basado en el consumo y la diversión, donde los individuos amaran más que a su vida su propia servidumbre, donde ese amor llevara por nombre “libertad”.
    La miseria más profunda que puede sufrir el hombre es la de su ignorancia promovida y consentida.
    Para el que quiera reflexionar más sobre este tema puede ser interesante leer “Coerción. Por qué hacemos caso a lo que nos dicen” de Douglas Rushkoff, y ver la película de “1984” basada en la novela de George Orwell.

    ResponderEliminar