lunes, 30 de abril de 2012

Hacer fotografías en los museos italianos. La Galleria dell'Accademia

Hasta hace pocos años se podían hacer fotografías libremente en la mayor parte de los museos italianos y aún hoy no es raro encontrar lugares donde se mantiene esa liberalidad. En la actualidad, lo más frecuente es que exista cartel  o "icono" prohibitivo, aunque también es habitual que los vigilantes —si existen— hagan la vista gorda. Hasta en la entrada de los jardines de Bomarzo existe la desagradable prohibición. Una profesora de edad indeterminada, delgada y de actitud inquieta y verbo fluido me explicó las razones en el Museo Arqueológico de Florencia; y delante de la quimera de Arezzo,  lo hizo en voz alta para que lo oyeran sus acólitos:
—Los derechos de reproducción de las imágenes de los museos italianos pertenecen al Estado.
No obstante, el asunto no debe estar claro, porque minutos antes le había preguntado a una de las vigilantes del museo si podía utilizar la cámara fotográfica y me contestó como suele ser habitual:
—Puede hacer fotos sin flash.
Por supuesto, no se me escapa que ambas situaciones no son contradictorias: la cuestión está, como en la posible exclusividad del Coliseo, a la que me he referido en otra entrada, en la explotación comercial.  Quien pretenda obtener beneficios económicos de las reproducciones fotográficas de obras pertenecientes al Estado Italiano, deberá cotizar la parte que determinen las leyes...  Es razonable.
Ahora bien, si no existen intereses comerciales, ¿qué sentido tiene la prohibición? ¿Qué sentido tiene hoy, cuando hacer fotografías para uso personal es una obviedad, prohibir a un particular obtener un recuerdo? Sólo se me ocurre la "razón de siempre": inducir un factor de motivación extra para que el visitante adquiera los "recuerdos" ofrecidos por la propia entidad en la tienda anexa.
Deduzco que la prohibición es norma general en los museos con gran éxito de público, pero se aprecian diferencias en la perseverancia de los funcionarios, probablemente, en sintonía con las voluntades de los responsables respectivos.


Las contrapartidas de ese objetivo pesetero son obvias:
- El museo se presenta al público anteponiendo sus intereses pecuniarios al afán lúdico de los visitantes  y ello contraviene la definición de Museo, según el ICOM. En consecuencia, el visitante, que ve mermadas sus expectativas, recibe una imagen  demasiado cicatera, que deriva en pérdida de la "nobleza" exigible a una entidad que, ante todo, debe velar por la conservación de objetos históricos y artísticos y por su uso social.
- Si los vigilantes del museo reciben presiones fuertes desde la dirección del centro, la situación deriva en sainetes como los que es posible contemplar todos los fines de semana en el Reina Sofía delante de El Guernica o en el Museo del Prado. Velar por los intereses de las sociedades que gestionan los derechos de reproducción, convierte la contemplación de El Guernica en una performance surrealista... Imaginé que sería imposible hallar una situación comparable en cualquier otra parte del mundo... ¡Estaba equivocado!
Quien desee divertirse con una performance de dimensiones acordes a las de El David, deberán acudir a Florencia y, muy especialmente, al Museo de la Academia: sus gestores han convertido la contemplación de la colosal obra de Miguel Ángel en un espectáculo a medio camino entre el esperpento y la charlotada. Y desde aquí deseo felicitarles solemnemente, porque sería innoble no reconocer esfuerzos tan titánicos.
La situación es dantesca... Como el museo no tiene infraestructura física ni jurídica adecuada para prohibir el acceso de cámaras al interior (¿cómo responsabilizarse de guardar objetos muy caros?) , los visitantes díscolos convierten la obtención de fotografías "del David" en objetivo existencial. Consecuentemente, con frecuencia de dos o tres minutos, entre destellos de flash y el murmullo de cientos de turistas obedientes,  se oyen rugidos atronadores:
—¡¡No photo!! ¡¡No photo!!


Y los vigilantes, renovados en su función en ciclos de 10 o 15 minutos, persiguen con celo de padre prefecto a quienes lanzan destellos luminosos, pero también a quienes portan cámaras que accionan con discreción, para reprenderles con rigor extemo.
—¡¡No photo!! ¡¡No photo!!
Lógicamente, fui descubierto en mi empeño por obtener unas pocas imágenes de calidad aceptable. Jamás imaginé que se pudieran emplear argumentaciones tan forzadas para "justificar" comportamiento tan poco consecuente con los objetivos de un museo. La "razón" que me dio la joven "vigilanta" me hizo pensar en un debate acaecido en este mismo blog y en los vendedores que nos asaltan en los domicilios personales para, aprovechándose de nuestra predisposición a ser educados, "colocarnos" una batería de cocina. Ante mi demanda respetuosa de explicaciones, respondió:
—Es usted una persona mal educada, porque cualquier persona bien educada, cuando acude a una casa que no es la suya, asume las normas establecidas por su dueño.
¿A quién "pertenece" La Accademia? ¿A quién El David? ¿El conductor de una autobús público es el dueño del autobús? ¿El director (o la directora) de una institución cultural tiene atribuciones para imponer al personal subalterno obligaciones dependientes de las limitaciones presupuestarias o de los intereses económicos de quienes escriben guías o libros de arte?

Para compensar de algún modo la rotura de "las normas de la casa" —que no es "de la sidra"—, ofreceré a los "gestores" (ignoro si técnicos o políticos) mi humilde peritación en tres aspectos:
1. La contemplación de El David de Miguel Ángel ganaría mucho si la iluminación fuera consecuente con las posibilidades de visión periférica ofrecidas por la topografía del recinto de exhibición. En la actualidad está demasiado enfatizada la visión frontal (comparar la iluminación documentada por las fotografías) y ello desvirtúa las posibilidades estéticas globales de una de las pocas obras de Miguel Ángel que es posible contemplar desde todos los puntos de vista imaginables, sin perder la servidumbre gravitacional.


2. ¿Qué sentido tiene la mampara de seguridad a prueba de bombas que rodea la escultura? ¿Crear un espacio restringido y, por consiguiente, sagrado? Si fuera un espacio de "seguridad", ¿no bastaría con que los vigilantes se preocuparan porque los visitantes no se acercaran demasiado al pedestal? Podrían aplicar el celo anti-fotográfico en este sentido.
3. Sólo conozco dos lugares con obsesión anti-fotográfica afín: el Museo del Prado, cuyas peculiaridades no definen, precisamente, un buen modelo museístico, y el monasterio de San Andrés del Arroyo, en Palencia. (supongo que seguirán las limitaciones rigurosas de hace unos años) ¿La Galleria  della'Accademia y el monasterio de Palencia sólo coinciden en el rigor cicatero? Me pregunto si Franca Falletti no se habrá dado cuenta de que actitudes de ese tipo, que quiebran las expectativas lúdicas y creativas del visitante, aportan un grano de arena muy importante a la conversión de las instituciones culturales en centros de peregrinación ritual... Desde mi perspectiva como visitante con motivaciones lúdicas, pero también estéticas, me imagino a la señora Falletti, junto con su compañero español, felices ambos con sendas tiaras felinianas enormes, ornadas con brocados florales imponiendo normas a quienes visitan "sus casas". Y la visión no me hace gracia.






1 comentario:

  1. menuda decepción,pero el criterio no es generalizado,en Roma hace dos años estuve haciendo fotografías a diestro y siniestro está claro que hay una enorme falta de criterio y un descontrol que quita mucha categoría a un lugar como en este caso es Florencia.
    saludos

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