domingo, 18 de diciembre de 2011

El Macbeth de Helena Pimenta


Al final de la representación y como suele ser habitual con las obras de Shakespeare, el público aplaudió a rabiar...  Creo que sólo he sido testigo de una situación excepcional con El mercader de Venecia, hace años...  En aquella ocasión hubo división de opiniones, seguramente, porque los ciudadanos tendemos a ser magnánimos ante los "productos culturales" de los profesionales.
Aún recuerdo la versión lamentable de Hamlet que hizo Juan Diego Botto... Esta no es tan discutible, pero...  me ha hecho replantearme la intención de seguir las representaciones de las obras atribuidas a ese autor nacido en Stratford-upon-Avon
Helena Pimenta ha respetado el texto "original" según fórmulas habituales, "aligerándolo" de partes "poco importantes"; también ha intercalado fragmentos de la ópera de Verdi —matizados retóricamente por personajes con bombín— y con ello ha pagado el precio de sacrificar el ritmo original, tan importante para el resultado dramático global. Supongo que es una buena fórmula para hacer la obra más asequible al "gran público".

La imagen procede de Guía Cultural
El montaje escenográfico sigue la cada vez más frecuente moda de emplear proyecciones para abaratar la inversión global... A este paso, acabarán proyectando películas en las salas de teatro. En este caso, el resultado de las imágenes digitales es irregular; en ocasiones es espléndido; en otras, no tanto; en algunas situaciones, muy deficiente. A mi juicio, la fórmula acredita que las buenas ideas no sirven por sí solas para construir espectáculos interesantes; también hace falta dinero.
La inevitable relación con las versiones cinematográficas me ha hecho pensar en Orson Welles y, por supuesto, en Kenneth Branagh... Y me ha parecido que esta versión de Macbeth ofrece demasiadas concesiones a uno y otro; al primero por la "clave baja" aplicada a toda la representación —inevitable por el uso de proyecciones— . Y al segundo, por esa transposición histórica que, en este caso, apenas tiene sentido; situar la acción a principios del siglo XX armoniza mal con los juegos de poder de Macbeth. En todo caso, las comparaciones son odiosas...
Creo que la parte más débil está en una interpretación irregular que, intuyo, se debe más a la dirección que al trabajo de los actores, porque no puedo imaginar que en una compañía de tanta experiencia nadie se haya dado cuenta de la anómala declamación lineal del protagonista o los agudos gritos de Sacha Tomé. Por un instante he sentido un flash —tal vez, demasiado artificioso— y me he preguntado si Helena Pimenta habrá intentado un juego afín al del teatro kabuki. Si así ha sido, acaso por las carencias presupuestarias,  el resultado es manifiestamente mejorable.
El espectáculo de la sala verde de los Teatros del Canal sería magnífico para un Colegio Mayor o para la capital de un Estado cuyos gestores entienden que el hecho cultural debe autofinanciarse. Una lástima.

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