El próximo sábado dia 2 de febrero se abrirá al público la exposición “Bodies... the exhibition”, en los antiguos cines Carlos III, en la plaza de Colón. Se podrán ver los ya archifamosos cadáveres plastinados del señor von Hagens, al módico precio de 17,5 €; y no hay que dormirse porque, al parecer, la cerrarán en el mes de abril.
Sepa vuecencia, querido lector, que puede argumentar razones científicas, educativas, de estricta curiosidad sociológica y hasta estéticas, para acudir a visitarla... Le avalarán los sesudos juicios de los correspondientes expertos en la materia. Y no se preocupe vuecencia tampoco porque pudiera moverle la malsana curiosidad propia del desacreditado morbo; nada de eso, todo lo contrario. Los cadáveres plastinados, además, ofrecen a quien desee incrementar sus conocimientos, magníficas posibilidades para, en su presencia, afrontar profundas reflexiones sobre el origen de la vida, sobre la esencia de la entidad humana, lo efímero de la existencia, la posibilidad de pervivir como objeto de la percepción ajena, lo que hacen algunos por ganarse la vida y adquirir notoriedad pública y otras afines o de mayor calado.
Los más indocumentados deberemos preguntarnos en qué se diferencian estos eventos de las barracas de feria de hace cien años, que mostraban a los curiosos los restos de los gabinetes de maravillas de los nobles arruinados, a la mujer barbuda o al perro con dos cabezas... Pero qué bestia... ¡Está clarísimo! Las instalaciones son infinitamente más sofisticadas, no hay riesgo de agresiones (los muertos están muertos del todo), no existe la posibilidad de engaño: se ve lo que hay, ni más ni menos... El visitante puede estar seguro de que no encontrará cuernos de unicornio ni fraudes comparables. Todo lo que verá es “verdadero”, “verdaderos” restos humanos tratados para poder emplearlos como objetos de un espectáculo absolutamente legal, porque, al parecer, todo es legal; ningún cadáver está allí en contra de su voluntad y quienes organizan el evento se someten al imperio de la ley y han pagado sus impuestos.
Sepa vuecencia, querido lector, que puede argumentar razones científicas, educativas, de estricta curiosidad sociológica y hasta estéticas, para acudir a visitarla... Le avalarán los sesudos juicios de los correspondientes expertos en la materia. Y no se preocupe vuecencia tampoco porque pudiera moverle la malsana curiosidad propia del desacreditado morbo; nada de eso, todo lo contrario. Los cadáveres plastinados, además, ofrecen a quien desee incrementar sus conocimientos, magníficas posibilidades para, en su presencia, afrontar profundas reflexiones sobre el origen de la vida, sobre la esencia de la entidad humana, lo efímero de la existencia, la posibilidad de pervivir como objeto de la percepción ajena, lo que hacen algunos por ganarse la vida y adquirir notoriedad pública y otras afines o de mayor calado.
Los más indocumentados deberemos preguntarnos en qué se diferencian estos eventos de las barracas de feria de hace cien años, que mostraban a los curiosos los restos de los gabinetes de maravillas de los nobles arruinados, a la mujer barbuda o al perro con dos cabezas... Pero qué bestia... ¡Está clarísimo! Las instalaciones son infinitamente más sofisticadas, no hay riesgo de agresiones (los muertos están muertos del todo), no existe la posibilidad de engaño: se ve lo que hay, ni más ni menos... El visitante puede estar seguro de que no encontrará cuernos de unicornio ni fraudes comparables. Todo lo que verá es “verdadero”, “verdaderos” restos humanos tratados para poder emplearlos como objetos de un espectáculo absolutamente legal, porque, al parecer, todo es legal; ningún cadáver está allí en contra de su voluntad y quienes organizan el evento se someten al imperio de la ley y han pagado sus impuestos.