Ayer dimos un nuevo paseo por el Museo del Prado... Llovía como si Madrid estuviera en la costa atlántica, junto a La Toja... Por fortuna, el pavimento periférico a la puerta de Goya no está como muchas calles de la capital y era posible caminar sin poner a prueba los zapatos . Y asumimos gozosos el rito penitencial instituido por el señor Moneo: adquirida la entrada, de nuevo, abrimos los paraguas para llegar a la entrada...
Han retirado los arcos de seguridad, pero mantienen la vigilancia de los bolsos... Al parecer, los gestores del museo no tienen capacidad para incrementar el número de personas del guardarropa cuando llueve, pero, como de costumbre, sí para dar órdenes a los visitantes: se puede acceder al museo sin entregar el paraguas, si éste es pequeño; si es grande, deberemos dejarlo en el guardarropa. Delicias culinarias para Mariano José de Larra. Quince minutos costó entregarlo. A los poseedores de paraguas pequeños, los "seguratas" les proporcionaban una patética bolsa de plástico blanco, de esas que pretenden eliminar los de Carrefour, que se debía anudar para garantizar la estanqueidad... Sofisticación tecnológica a la altura de un museo que pretende ser de los más importantes del mundo... Recomiendo a los gestores de El Prado recorrer el paseo de la estética fascista (monumento a E. d'Ors) y llegar a Caixa Forum...
En el interior la impresión no mejora. El espacio Moneo tiene cierto interés formal, eso no lo puede discutir nadie, pero el museo cada vez resulta menos "comprensible" desde las expectativas de una persona interesada en sus tesoros. Desde luego, mi juicio no es descalificante hacia la labor de su actual director, ni muchísimo menos. Me parece acertado lo que ha hecho con El Coloso. También me parece bien enfatizar la "colección hispana". Ha desmantelado la instalación tradicional, que acaso primara excesivamente la obra de Velázquez, para ofrecer un panorama más "abierto", en el que ya se puede volver a contemplar la obra de Ribera con cierta amplitud... La idea, planteada en tono filosófico, es buena, pero para hacerlo ha pagado un precio, a mi juicio, demasiado alto, al sacrificar algunas importantísimas pinturas italianas y flamencas... El modo de ofrecer, por ejemplo, la obra de los venecianos me parece nefasta y, desde luego, de una visión museística tremendamente discutible. Y lo mismo sucede con Rubens, cuyas pinturas están distribuidas para ofrecer comparaciones forzadas por el criterio del director que, particularmente, no comparto. ¿Por qué comparar a van Dyck con Rubens y no con Velázquez? ¿Para evitar que las comparaciones sean odiosas? ¿No es posible emplear otra fórmula para enseñar los bocetos de Rubens para la Torre de la Parada? La instalación actual es incompatible con la actual iluminación...
Si no se pueden mejorar los resultados, prefiero la organización tradicional, según criterios más comprensibles y, sobre todo, enfatizar las obras de mayor calidad pictórica, tal y como se hacía en los tiempos de A.E. Pérez Sánchez.
Lo peor... Por no ser reiterativo, insisto en el modo de exponer las pinturas del XVIII y del XIX, más propio de un museo de tercera categoría. Los cartones para tapices de Goya... Yo tampoco sabría qué hacer con ellos, pero a mí no me pagan para ser director... Las pinturas medievales... El Prado disperso... ¿Qué sucede con "El Prado disperso"? Seguramente, ya estarán controladas casi todas las obras que andan por ahí, decorando estancias oficiales, pero ¿no deberían ponerse al alcance de todos los ciudadanos?
Y aunque parezca mentira, cuando reflexiono sobre estos problemas y sobre aquellos que he mencionado en otras ocasiones, me invade cierta simpatía hacia el director del museo... aunque siga anteponiendo sus prerrogativas para prohibir a las servidumbres sociales de la institución, porque cada vez tengo más clara la incompatibilidad entre el espacio del "edificio Villanueva" con la entidad de los fondos del Museo. Es enternecedor su miedo al crecimiento de la cifra de visitantes... Si yo estuviera en su lagar, rezaría todos los días a los dioses repartidos por sus salas para que retrasaran la voracidad cultural de nuestros turistas (con los aborígenes no hay miedo si no media exposición mediática).
Francamente no envidio su trabajo, porque a los problemas habituales hay que añadir los específicos de un museo mediático ("todo el mundo entiende de arte" y todos tenemos nuestras ideas sobre cómo debería gestionarse) , las servidumbres políticas, las incidencias de un Patronato siempre condicionado por intereses tangenciales, los caprichos y ambiciones profesionales de los conservadores (por supuesto, legítimos), la precariedad presupuestaria y , especialmente, las limitaciones objetivas de un edificio infinitamente mitificado pero inadecuado para funcionar como un museo del siglo XXI y con un gasto de mantenimiento que repugna al sentido común. Se diría que, desde la época de Franco, han prevalecido los intereses de las empresas constructivas a los meramente museísticos, sin que se notara demasiado la muerte del dictador. Desde que tengo uso de razón lo recuerdo en obras. Entre todas ellas clama en mi memoria aquella monstruosa y surrealista concebida para proteger la cubierta y los mil cambios en los accesos y en las zonas de recreo. Y si alguien cree que con la idea de Moneo todo está resuelto, espere unos años a que se concrete el previsible crecimiento del turismo cultural...
Tenemos una magnífica colección de pinturas incompatible con las limitaciones de un edificio construido para otra cosa, en un momento alejado de nuestras actuales exigencias museísticas. ¿Es previsible que todas las limitaciones queden subsanadas cuando se abra, por fin, el Salón de Reinos? Me temo lo peor, al menos, desde los intereses del público. Las instalaciones del museo han mejorado notablemente, eso es innegable, pero el público ha ido perdiendo prerrogativas en sentido contrario a esa mejora.
Recuerdo el comentario de un viejo amigo alemán, heredero de Immanuel Kant, refiriéndose a cómo se plantean en España los problemas arquitectónicos: "En cualquier lugar del mundo, se construye el cascarón de acuerdo con el tamaño de bicho. Conocemos el tamaño del bicho y diseñamos un cascarón para que el bicho esté cómodo y protegido. En España, primero se construye el cascarón y luego se mete el bicho como sea, incluso, aunque no quepa". Y es obvio que al Museo del Prado le sucede exactamente eso: el bicho sigue siendo extraordinariamente superior a la capacidad del cascarón.
¿700 millones de euros para Tita? Como no tenemos otras necesidades...