Emilia Pardo Bazán escribió durante los últimos años del siglo XIX la novela Insolación. Desde ella, Pedro Víllora ha preparado un el texto —no creo que sea realmente una “adaptación”— de la versión ofrecida por el Centro Dramático Nacional… Desde esa circunstancia nace una primera duda: hasta qué punto es posible convertir una novela en una obra de teatro; o dicho con más claridad: ¿hasta qué punto se puede transformar una novela ajena en una obra de teatro sin alterar sus elementos más específicos. En la entrevista realizada a Pedro Víllora y publicada en el nº 85 de los Cuadernos Pedagógicos, éste indica su objetivo fundamental:
“Yo no quería hacer ‘Insolación’ de Pedro Víllora, sin ‘Insolación’ de Emilia Pardo Bazán contada por Pedro Víllora, que no es lo mismo”.
Ciertamente, novela y teatro tienen innumerables parentescos, pero también diferencias, sobre todo, si la novela no atiende a una estructura demasiado convencional o cede parte cardinal de su desarrollo a las digresiones. Y en el caso que nos ocupa sucede, precisamente, eso, que el relato, situado en la tradición naturalista desde la que se construye una parte eminente de la producción de Emilia Pardo Bazán, queda muy mutilado al perder las partes que restan vivacidad al ritmo relativo de la novela pero proporcionan consistencia argumentativa. En este punto debo reconocer que esa mutilación era la solución razonable a la aventura asumida por Pedro Víllora; puestos a convertir
Insolación en una obra de teatro o en una película con sentido a principios del siglo XXI, caben pocas opciones... Desde esa circunstancia, cabe preguntarse si es consecuente hacerlo con la voluntad de conservar lo más substancial de la novela de Emilia Pardo Bazán. En principio, es razonable que quien prepare la "versión" emplee ciertos recursos para compensar la "pérdida"; se suele hacer en cine, cuando el director afronta aventura semejante con ambición estética. Por desgracia, en el cine suelen primar los intereses comerciales y es difícil que los productores se esfuercen en mantener el espíritu original del relato. Por fortuna, en los montajes del Centro Dramático Nacional se pueden manejar otros objetivos... ¿O no?
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Retrato de Joaquín Baamonde, Museo de A Coruña |
Emilia Pardo Bazán entre el naturalismo y la cuestión sexual
La novela fue publicada en 1899, un año después de la crisis que ponía punto final al "Imperio español", en coincidencia con la plana madurez literaria y personal de su autora, que con ella daba un paso más en una dirección próxima al naturalismo francés y, especialmente a Émile Zola, de quien se sintió próxima. Dicho camino se había substanciado seis años antes, cuando publicó
La cuestión palpitante (1883),
texto muy mal recibido desde los ambientes conservadores, especialmente precavidos ante los resultados científicos, filosóficos, estéticos y, sobre todo, éticos, derivados de la Ilustración y de la Revolución Francesa. Según dicen, el escándalo suscitado por el texto culminó en un enfrentamiento que llegó a lo personal: su marido, José Quiroga Pérez Deza, la obligó a elegir entre él y el oficio de escribir... El dilema dejóa a Emilia, en la plenitud de los treinta años, en una situación ideal para desarrollarse como persona y como escritora con libertad casi absoluta. Los maledicentes de la época dijeron que don José no había captado lo más esencial del alma de su joven esposa, porque además de vocación literaria inquebrantable, tenía alma de reina...
Pero más allá de los resabios conservadores que caracterizaban a los grupos política y culturalmente dominantes, la España del momento vivió tiempos fértiles en el aspecto literario: la escritora gallega convició con algunos de los personajes, a mi juicio, más relevantes de nuestro pasado menos lejano. Durante los últimos veinte años del siglo XIX, Emilia Pardo Bazán coincidió con la generación del 98, con Francisco Giner de los Ríos, etc. y, muy especialmente, con Benito Pérez Galdós, con quien compartió planteamientos literarios y afectivos: mantuvo con él una relación sentimental que, erosionada eventualmente por las "aventuras" de la dama con algunos personajes relevantes, pervivió durante muchos años.
Fueron tiempos en los que no sólo en el territorio literario fueron abriéndose camino ideas nuevas que afectaban a todos los estadios de la acción humana y, por supuesto, al de las relaciones personales. Como ya sucedía en gran parte de Europa, la libertad individual cobraba ventaja sobre unos esquemas morales demasiado rígidos y forzados. En ese sentido, su vida sentimental no llegó a los extremos de Alma Mahler, pero seguramente le anduvo cerca, puesto que si con afán de ciego amante de las uvas, tomamos nota de sus amores conocidos, induciremos que seguramente fueron más numerosos, acaso mucho más, los desconocidos. Dicho de otro modo: doña Emilia pasó a la historia como una de las mujeres que con mayor energía defendió su libertad personal. Y seguramente por ello y por ciertos hechos de su biografía, algunos cronistas deducen que Emilia Pardo Bazán marcó un hito en el desarrollo del feminismo...
Sin embargo, esa postura no era nueva en España porque, paradójicamente, al amparo de la esencia del absolutismo, restaurado tras el desenlace de la llamada "Guerra de la Independencia", y siguiendo el magisterio de Felipe IV, habían destacado dos mujeres principales por asumir fórmulas de vida sumamente "liberales", si se me permite jugar con la
ambigüedad del término. María Cristina, que fue regente, e Isabel II, que fue reina entre 1833 y 1868, se distinguieron por una liberalidad sexual mal avenida con los principios morales que, con función de acróteras, debían regir sobre una sociedad supuestamente católica, apostólica y romana. Y para complicar aún más los factores de heterodoxia, quienes con sus consejos regían los destinos del Estado eligieron a Francisco de Asís Borbón, a quienes llamaban "Paquita", como esposo de Isabel II, precisamente, una mujer educada en las costumbres de su madre y con la escasa templanza de quien se siente por encima de lo humano y lo divino.
"Isabelona, tan frescachona y don Paquita, tan mariquita".
La nómina de quienes visitaron el lecho de Isabel II y fueron reconocidos por los historiadores es interminable y contiene personajes de todo tipo: políticos, militares, músicos... e incluso, algunos de baja extracción social, que dieron pie a justificaciones apócrifas especialmente explícitas y significativas.
En Internet hay multitud de referencias.
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Los Borbones en pelota, 1868-69 |
Si tenemos en cuenta que cuando estalló la revolución del 68, que supuso el exilio de Isabel II, Emilia Pardo Bazán, tenía 17 años. podemos imaginar hasta qué punto los asuntos de moral sexual podrían formar parte del "ambiente" de su contexto social próximo. Es de suponer que las muy variadas relaciones de Isabel II fueran empleadas como "argumento" más o menos interesado para justificar el cambio de régimen; y es de suponer también que aquella heterodoxia movilizara asimismo otras "reflexiones", seguramente de gran calado personal y social, especialmente en ambientes dominados por el "materialismo" asociado a las corrientes naturalistas; algunas de ellas, tan subidas de tono como algunos "excesos" de nuestros actuales usos populares. Entre lo que ha llegado a nuestros días en ese sentido y entre mil comentarios maledicentes y, de sesgo "machista", destaca la muy celebrada obra, seguramente realizada por esos tiempos, atribuida a los hermanos Bécquer, (acaso participaran también Francisco Ortego y algún otro personaje más),
Los Borbones en pelota, cuya primera página parece representar a Courbet pintando
El origen del mundo con modelo real
... (la pintura de Courbet fue realizad hacia 1866).
Con tales referentes, avalados por la sangre real, en la España del siglo XIX, nacía un momento propicio para destapar muchas dudas sobre la "validez" de los principios sexuales derivados de la moral católica, que colocaban a la mujer en situación eminentemente pasiva, sujeta a la voluntad del varón y, por supuesto, de mero instrumento reproductor. Si la reina podía colocarse el mundo por montera, ¿por qué no podría hacerlo cualquier otra mujer?
Concretar hasta qué punto afectó ese ambiente en la formación de la personalidad adulta de Emilia Pardo Bazán es imposible, pero, en todo caso, sería absurdo no imaginar que ella, como tantas otras mujeres de su tiempo no se planteara la posibilidad de vivir según fórmulas menos encorsetadas, más francesas. Dicen sus biógrafos que Emilia Pardo Bazán se había formado en proximidad a la cultura francesa, reconducida pero muy fuertemente condicionada por el espíritu de la Ilustración, y que enseguida se interesó por el desarrollo de las nuevas "ciencias" y las formas de pensamiento desconectados del dogmatismo católico; entre ellas correspondía un lugar relevante al krausismo y a las nuevas corrientes espirituales. El krausismo, abanderado de la libertad de conciencia, se dejará sentir, ante todo, en los ambientes pedagógicos, a los que se vinculará de modo activo...
En suma, las consecuencias de la Revolución Francesa, de la incipiente revolución científica, de las nuevas formas de expresión literaria, de las peculiaridades del proceso histórico global, que estaba alterando el mapa de Occidente e, incluso el de Oriente, junto con otros factores de entidad menor, ayudan a entender que en los ambientes naturalistas, calara una visión de la condición humana alejada progresivamente de la estrechez cristiana y dominada por la complejidad que hoy nos es tan familiar, pero que, por entonces, acaso resultara desconcertante a quienes habían sido educados en los viejos modelos morales, en cierto modo revitalizados por quienes en los países católicos interpretaron las obras de Kant a beneficio de inventario, Y comenzaron a advertir que el alma humana estaba estrechamente relacionada con las circunstancias geográficas, con mecanismos fisiológicos, con condicionantes raciales, con el medio ambiente, con los procesos históricos... Desde estas consideraciones escribió y vivió Zola, desde esas consideraciones, matizadas por las peculiaridades hispanas, escribieron y vivieron Benito Pérez Galdós y otros muchos creadores de similar inclinación. Y es en ese contexto donde tiene excepcional sentido que una escritora como Emila Pardo Bazán se planteara la aventura de escribir una novela como
Insolación.
Para completar el marco de las referencias de esa novela aún debemos unir un factor especialmente importante: el influjo que, al parecer, ejercía sobre ella José Zorrilla (1817-1893), que había publicado su
Don Juan Tenorio en 1844, para recuperar el asunto de la seducción en términos más humanos que los de Tirso de Molina. A finales del siglo XIX, cincuenta años después, el sexo había dejado de ser un "instrumento pecaminoso" para convertirse en una circunstancia vital con múltiples implicaciones en la vida personal, social y espiritual del individuo, ya fuera hombre o mujer. En ese contexto y con los antecedentes mencionados, Emilia Pardo Bazán
dio un paso más que Zorrilla al poner el foco de luz sobre el ánima de la mujer seducida. Y para hacerlo con la mayor carga "pedagógica" o significativa posible, nos va a ofrecer una relación desequilibrada en el aspecto cultural: una mujer gallega, de gran formación cultural, que muy bien podría ser la misma autora, será seducida por un "don Juan" andaluz, de buena familia, pero de nivel cultural inferior. Y en lugar de ofrecer una historia trepidante, va a construir una novela de manifiesta vocación psicológica, con ánimo de observador científico y metódico, que anotará las experiencias sociales y personales, las alteraciones fisiológicas, la oscilación de sentimientos, las sensaciones, los estados de ánimo y hasta las reflexiones reposadas. Todo ello ofrecerá al lector una panorámica bastante completa de lo que seguramente era el universo íntimo de una mujer culta, formada en la moral tradicional católica y que vivió en el ambiente contradictorio de la España de la segunda mitad del siglo XIX.
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Eyes Wide Shut, reinterpretación del Relato soñado de Schnitzler |
Desde ese marco, es tentador y necesario relacionar la obra de Pado Bazán con Sigmund Freud, que publicó su
Interpretación de los sueños, precisamente, el mismo año que
Insolación. El momento era propicio para esas coincidencias y mil más similares, fáciles de rastrear en el universo literario europeo (la liberalidad sexual de Isabel II no fue un caso excepcional ni muchísimo menos). Asumido con matices el juicio de Christian Boyer, para quien esa coincidencia es meramente circunstancial, también parece claro que ella nos informa de hasta qué punto existían en la España estéril de la segunda mitad del siglo XIX personas bien sintonizadas con algunos de los planteamientos innovadores más importantes del momento. He hablado de matices... porque los planteamientos iniciales de Freud estaban formulados desde una postura eminentemente masculina.
En todo caso y desde ese punto de vista, satisface advertir que, a pesar de tan oscuras circunstancias, la obra de Pardo Bazán marcó un jalón importante en el proceso que culminó 25 años después en la publicación de
El relato soñado de Schnitzler (1925). Quien, leída la novela, juzgue exagerada esta relación deberá tener en cuenta el peso que aún tenían en aquellos tiempos las tradiciones del Antiguo Régimen y, sobre todo, las que inducía cualquier obra escrita por una mujer. Desde esta relación, es clarificador contemplar cómo fue recibida
Insolación por la
"crítica de altura" (Museum, 1890), ejercida a la sazón por Leopoldo Alas, Clarín, que se reconocía amigo y admirador de la obra de la escritora gallega:
“Insolación es un episodio realista, en ese sentido no artístico; un episodio de amor vulgar, prosaico, es decir, de amor carnal no disfrazado de poesía, sino de galanteo pecaminoso y ordinario; es la pintura de la sensualidad más pedestre, y hasta pudiera decirse de una sensualidad gastada, superficial, anémica hasta de deseos, sosa y ñoña.”
Por una paradoja de esas que menudean en la historia de nuestra cultura, el texto de Clarín dice mucho más sobre él mismo que sobre la obra de Emilia Pardo Bazán; sus palabras ilustran perfectamente lo escrito trece años después por Thomas Mann en
Muerte en Venecia, sobre las transformaciones estéticas asociadas a los cambios culturales derivados del desarrollo científico y tecnológico. Por el contrario, la imagen de la Pardo Bazán emerge de esa descalificación con una entidad acaso exagerada si tenemos en cuenta que
Insolación es una novela demasiado mesurada, que culmina de modo compatible con la estrecha moral católica de la época. Descalificaciones como esa y las mil dificultades que debió padecer por ser mujer acaso refuercen hoy la imagen de una persona de ideas más cercanas al padre Feijoo que a Mary Richardson, aquella mujer que, en contexto de conflicto sufragista, en 1914, acuchilló
La venus del espejo por considerarla quintaesencia del machismo estético imperante en la cultura occidental.
La novela
La novela está estructurada combinando testimonios externos —narrados en tercera persona— con el relato directo en primera persona, en un tono que acentúa la pretensión de "objetividad rigurosa" e, incluso, invita al lector a no ser excesivamente crédulo: el "narrador" enfatiza en alguna ocasión que, tal vez, las cosas sucedieran de modo diferente a lo dicho por la protagonista. De hecho, existen pasajes calculadamente oscuros que sugieren interpretaciones diversas sobre el carácter de los primeros encuentros...
Los personajes que sostienen la historia son: Francisca Asis Taboada, Marquesa de Andrade, Diego Pacheco, el pretendiente y Gabriel Pardo, especie de "alter ego" de la "parte" más evolucionada de la mente de la propia Emilia Pardo Bazán, con circunstancias que comentaré más adelante y que se expresa con matices de pluma francesa, Pero por debajo de los acontecimientos que polarizan el planteamiento y el desenlace de la "historia" de la relación entre Asís y Diego, el relato compone un entramado muy complejo de circunstancias "ambientales" que hacen honor a la intención naturalista de la autora, con unos matices que hubieran desbordado las pretensiones de estudiosos como H. Taine. En esa infraestructura enseguida destacará una observación que pudiera parecer anecdótica pero que llega a la médula de lo que, en aquellos tiempos de exaltación nacionalista general (son los tiempos de los fenómenos nacionalistas), era la naturaleza de "lo español", es decir, el factor ambiental más genérico:
“Le sopló la ventolera de sostener una vulgaridad: que España es un país tan salvaje como el África Central, que todos tenemos sangre africana, beduina, árabe o qué sé yo, y que todas esas músicas de ferrocarriles, telégrafos, fábricas, escuelas, ateneos, libertad política y periódicos, son en nosotros postizas y como pegadas con goma, por lo cual están siempre despegándose, mientras lo verdaderamente nacional y genuino, la barbarie, subsiste, prometiendo durar por los siglos de los siglos. Sobre esto se levantó el caramillo que es de suponer. Lo primero que le repliqué fue compararlo a los franceses, que creen que sólo servimos para bailar el bolero y repicar las castañuelas; y añadí que la gente bien educada era igual, idéntica, en todos los países del mundo. “
Interesante alegato sobre la polaridad social española que define un territorio de "lo inadmisible" para una mujer como Asís pero que acabará siendo asumido como paso necesario en su transformación.
El proceso recorrerá diferentes fases que definirán otros tantos "escalones de transformación psicológica", reflejados en el despliegue de sentimientos de naturaleza diversa que hacen pensar en
El arte de amar, de Ovidio, no sólo por lo que implica el propio proceso, sino también por el uso de figuras retóricas afines:
"Después hable de ti con las palabras más persuasivas y júrale que mueres de un amor que raya en locura; pero revélate decidido, no sea que el viento calme y caigan las velas. Como el cristal es frágil, así se calma pronto la cólera de la mujer."
En la parte de las aparentes digresiones, que van completando el cuadro de las circunstancias genéricas mencionadas, destacan algunos comentarios sabrosos como el dedicado a las fiestas de los toros, que me apetece reproducir por razones de estricta actualidad:
“Sale a relucir aquello de las tres fieras, toro, torero y público; la primera, que se deja matar porque no tiene más remedio; la segunda, que cobra por matar; la tercera, que paga para que maten, de modo que viene a resultar la más feroz de las tres; y también aquello de la suerte de pica, y de las tripas colgando, y de las excomuniones del Papa contra los católicos que asisten a corridas, y de los perjuicios a la agricultura... Lo que es la cuenta de perjuicios la saca de un modo imponente. Hasta viene a resultar que por culpa de los toros hay déficit en la Hacienda y hemos tenido las dos guerras civiles...”
Y aún merecen ser destacados algunos comentarios que insisten en dibujar con matices sombríos la cultura popular, en términos que suscribiría Ortega y Gasset años después (1925) y que aún asumen ciertas voluntades de signo ideológico diverso:
"—Bueno está el Santo, y valiente saturnal asquerosa la que sus devotos le ofrecen. Si San Isidro la ve, él que era un honrado y pacífico agricultor, convierte en piedras los garbanzos tostados, y desde el cielo descalabra a sus admiradores. Aquello es un aquelarre, una zahúrda de Plutón. Los instintos españoles más típicos corren allí desbocados, luciendo su belleza. Borracheras, pendencias, navajazos, gula, libertinaje grosero, blasfemias, robos, desacatos y bestialidades de toda calaña... Bonito tableau, señoras mías... Eso es el pueblo español cuando le dan suelta. Lo mismito que los potros al salir a la dehesa, que su felicidad consiste en hartarse de relinchos y coces.
—Pues no lo achaquemos al sol; será el aire ibérico; el caso es que los gallegos, en ese punto, sólo aparentemente nos distinguimos del resto de la Península. ¿Ha visto usted qué bien nos acostumbramos a las corridas de toros? En Marineda ya se llena la plaza y se calientan los
cascos igual que en Sevilla o Córdoba. Los cafés flamencos hacen furor; las cantaoras traen revuelto al sexo masculino; se han comprado cientos de navajas, y lo peor es que se hace uso de ellas; hasta los chicos de la calle se han aprendido de memoria el tecnicismo taurómaco; la manzanilla corre a mares en los tabernáculos marinedinos; hay sus cañitas y todo; una parodia ridícula; corriente; pero parodia que sería imposible donde no hubiese materia dispuesta para semejantes aficiones. Convénzanse ustedes: aquí en España, desde la Restauración, maldito si hacemos otra cosa más que jalearnos a nosotros mismos. Empezó la broma por todas aquellas demostraciones contra don Amadeo: lo de las peinetas y mantillas, los trajecitos a medio paso y los caireles; siguió con las barbianerías del difunto rey, que le había dado por lo chulo, y claro, la gente elegante le imitó; y ahora es ya una epidemia, y entre patriotismo y flamenquería, guitarreo y cante jondo, panderetas con madroños colorados y amarillos, y abanicos con las hazañas y los retratos de Frascuelo y Mazzantini, hemos hecho una Españita bufa, de tapiz de Goya o sainete de don Ramón de la Cruz. Nada, es moda y a seguirla. Aquí tiene usted a nuestra amiga la duquesa, con su cultura, y su finura, y sus mil dotes de dama: ¿pues no se pone tan contenta cuando le dicen que es la chula más salada de Madrid?"
El proceso de seducción sigue su camino en una serie de "aventuras" o estadios realizados en primera persona; ellos facilitarán la transformación que, como imaginará Moravia muchos años después en
El conformista, ha de acontecer "necesariamente" en ambiente de aglomeración y diversión popular. Esos ambientes, caracterizados como espacios públicos o merenderos dominados por gitanas, chulas, soldados, mendigos y otros individuos de la marginalidad social de la época, producen a Francisca una sensación inquietante... Todo ello coadyuvará para activar la efervescencia sexual de Asís, en diferentes fases: la preliminar, asociada a la mencionada sensación inquietante, es del "mareo", producido por las aglomeraciones de público y que la protagonista relaciona con la experiencia marítima (¿Ovidio?). Asís reconocerá su incapacidad para controlar sus actos y evitar comportarse como una chula, como una salvaje...
...
En el capítulo IX, reaparece el narrador para poner en guardia al lector sobre la fiabilidad de quien cuenta la historia... Y aún nos ofrece una curiosa imagen de integración social que se adelanta muchos años a lo que propuso Fellini en
Otto e mezzo, concretamente,
en la secuencia del atasco. También Asís ha de sumarse a un atasco en La Castellana...
La acción se acelera cuando la mujer reconoce que Pacheco le inspira lástima y curiosidad, sentimientos hábilmente activados por la verborrea del galán, predispuesto a enfatizar sus debilidades. Pero debemos esperar al capítulo XVI para que la dama reconozca que aquel petimetre la vuelve loca. Sin embargo, en ese momento aún faltan unos pocos escalones para que el proceso culmine de modo natural; da la sensación de que Pardo Bazán tenía mucho interés en desgranar los hechos registrando minuciosamente todas y cada una de las alteraciones experimentadas por su psique a medida que el seductor se empeñaba en conducirla por donde convenía a sus objetivos.
Especial relevancia tiene el capítulo XIX, en el que Pacheco moviliza los celos de Francisca bailando con unas mozas... Aparece, pues, el componente social, que ha estado muy presente en toda la novela con matices restrictivos para transformarse en lo contrario, en un activador de la envida, a su vez, movilizadora del deseo...
Su "amigo", en actitud aparentemente despechada, sintetiza el desenlace mediante un comentario elocuente:
"—¡Cómo escogen las mujeres! En dándoles el puntapié el
demonio... Indulgencia, Gabriel; no hay mujeres, hay humanidad, y la humanidad
es así... Esta desazón, además, se parece un poquito a la envidia y al des...
No, hijo, eso sí que no: despechado no estás: lo que pasa es que ves claro,
mientras tu pobre amiga se ha quedado ciega... ¡Cómo se transformó su fisonomía
al entrar el individuo! La verdad: no la creí capaz de echarse un amante... y
menos ese. O mucho me equivoco o le cayó que hacer a la infeliz. Ese andaluz es
uno de los tipos que mejor patentizan la decadencia de la raza española. ¡Qué
provincias las del Mediodía, señor Dios de los ejércitos! ¡Qué hombre el tal
Pachequito! Perezoso, ignorante, sensual, sin energía ni vigor, juguete de las
pasiones, incapaz de trabajar y de servir a su patria, mujeriego, pendenciero,
escéptico a fuerza de indolencia y egoísmo, inútil para fundar una familia,
célula ociosa en el organismo social... ¡Hay tantos así! Y sin embargo, a veces
medran, con una apariencia de talento y la viveza propia del meridional; no
tienen fondo, no tienen seriedad, no tienen palabra, no tienen fe, son malos
padres, esposos traidores, ciudadanos zánganos, y los ve usted encumbrarse y
hacer carrera... Así anda ello. Ya las mujeres... qué diablo, estos hombres les
caen en gracia... Eh, dejémonos de clichés... Asís, que es de otra raza muy
distinta, necesita formalidad y constancia; la compadezco... Bueno es que no se
casará; no, casarse no lo creo posible. De esa madera no se hacen maridos. Como
aventura tendrá sus encantos... ¡Qué casualidad! Y dirán que no hay
coincidencias... ¡Tarjetero, tarjetero...!"
Si recordamos que Gabriel se acerca al "alter ego" de la parte más progresista del pensamiento de Emilia pardo Bazán, se comprenderá que debamos leer estos renglones más como autocrítica que como despecho, contando, incluso, con la literalidad del monólogo.
Como es obvio, el proceso de seducción culmina cuando ambos deciden pasar la noche juntos...
"¿A cuál de los dos
amantes, o mejor dicho, aunque la distinción parezca especiosa, de los dos
enamorados, se le ocurrió primero la idea? ¿Fue a él, como único paliativo,
heroico pero infalible, de su extraña guilladura? ¿Fue a ella, como medio de
conciliar el honor con la pasión, el instinto de rectitud y el respeto al deber
que siempre guardara, con la flaqueza de su voluntad ya rendida? ¿Fue que esa
idea, profundamente lógica (y en el caso presente tal vez expiatoria), se
presenta a la vuelta del amor, tan fatalmente como sigue a la aurora el
mediodía, al crepúsculo la noche y a la vida la muerte?
La escrupulosidad moral de la novela es tal que, forzando la linealidad del discurso, finaliza con el anuncio de boda, aceptada de común acuerdo; y Pacheco acepta trasladarse a Vigo y dejar de ser un tarambana... El apaño es tan burdo que cualquier lector mínimamente escéptico lo advertirá e imaginará que el compromiso no puede ser duradero: hay razones sobradas para "entender" la transformación de la mujer, pero no las hay para "comprender" la transformación del tenorio.
Es, en suma, una novela que narra el proceso de seducción de una dama de alto nivel cultural y de elevada inteligencia, por iniciativa de un Tenorio andaluz, que sabe manejar con inteligencia, prudencia y precisión, los resortes emotivos y vitales de la mujer, activados mediante requiebros, reflexiones y situaciones, hasta que ésta se "vuelve loca", cede en sus principios de ética racional, y experimenta la necesidad vital, fisiológica, de converger con la voluntad de aquel y aún de tomar la iniciativa en el juego amoroso. Y todo ello aderezado con una multiplicidad de digresiones y claves más o menos simbólicas que nos hacen pensar en situaciones próximas del contexto histórico y cultural hispano de la segunda mitad del siglo XIX,
No puede ser casualidad que la protagonista de la historia se llame Francisca Asis, con lo que ello sugiere, de manera directa, al poner a la protagonista de la novela en las proximidades de la muy activa vida sexual de Isabel II, casada con una persona de ciertas peculiaridades fisiológicas llamado, precisamente, Francisco de Asis. Alejándonos de lo más morboso el asunto, aparecen posibilidades de gran interés, que se han empleado muchas veces en el universo narrativo. Me apetece recordar, en este punto, el juego de simetrías ofrecido por Akira Kurosawa en su “versión” del Rey Lear en
Ran.
Pero también aparecen otras “simetrías” como la proyectada expresamente con la criada Ángela,
“por mal nombre Diabla”. Y aún el nombre de Diego Pacheco, amigo de la protagonista, parece apuntar en varías direcciones: la segunda esposa de José Zorrilla se llamaba Juana Pacheco, sorprendentemente, como la esposa de Diego de Silva y Velázquez. ¿Asociación forzada, casualidad? Decida el lector sobre un bocado de cardenal que, ajena a la tradición freudiana, cuesta mucho entender
Puede que Clarín se sintiera ofendido no sólo por el contenido descriptivo de la obra, que pudo hacerle pensar en Casanova (
Histoire de ma vie), en el Marqués de Sade (
La filosofía en el tocador) y en Pierre Choderlos de Laclos, que con su
Las amistades peligrosas, ofrecían un tipo de narrativa incompatible con los más relajados usos morales de la cultura postrevolucionaria francesa; que una escritora de prestigio como Emilia Pardo Bazán se acercara un milímetro a las descripciones "naturalistas" de las relaciones entre hombre y mujer debió parecerle de todo punto inaceptable. Aquí sí podríamos hablar de voluntad "feminista", en el sentido actual del término...
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Pacheco, Duquesa de Sahagún, Asis Taboada y Gabriel Pardo. Foto Centro Dramático Nacional |
La obra de teatro
Según
el dossier ofrecido por el teatro y en palabras del director Luis Luque:
"Insolación nos habla del encuentro de dos latitudes españolas, el norte y el sur, como metáfora de las clases sociales imperantes en la España de finales del siglo diecinueve. La clase aristocrática y sus estrictas leyes sociales frente a la España más popular con una moralidad menos asfixiante y más libre. La autora presenta el encuentro entre la gallega marquesa de Andrade y el apuesto gaditano Pacheco que viene a romper la pacífica y acomodada vida de la marquesa. Lo interesante que muestra la autora en esta novela que ahora llevamos a su versión para la escena no es la lucha de estas dos personalidades sino su encuentro, no es un mensaje segregador, al contrario, unifica y nos hace intuir que la separación entre clases en la España del diecinueve empieza poco a poco a transformarse.
El discurso y las acciones de los protagonistas es en cierto modo revolucionario y no me extraña las críticas machistas y el escándalo que produjo la publicación de esta novela. Emilia Pardo Bazán nos describe a Asís Taboada como una mujer que se revela como heroína posromántica, describiendo el
amanecer de la pasión dentro de ella y siendo consecuente con lo que le despierta Pacheco, su última acción mostrando su amor públicamente nos hace descubrir que las mujeres empiezan a reivindicar su papel social y político.
El sol de España como elemento determinista hace que las pasiones ocultas florezcan en un precioso y caluroso día de San Isidro. Imaginamos la puesta en escena de este nuevo texto dramático en un espacio natural, abierto a los influjos del astro supremo sobre la ciudad de Madrid, con el cielo y los sonidos de esa ciudad que empieza a despertar hacia un siglo que se avecina determinante para el futuro de las relaciones entre hombres y mujeres.
(...)"
El comentario no es consecuente con la voluntad expresada por el autor de la "versión", supuestamente empeñado en mantenerse fiel a la obra de Pardo Bazán... La novela no plantea en absoluto un conflicto entre clases por la sencilla razón de que Pacheco es un señorito andaluz, al quien no faltaba el dinero. Así lo describe Emilia Pardo Bazán en el capítulo segundo:
"Aquí la duquesa volvió la cabeza con sobresalto. Desde el principio de la disputa estaba entretenida dando conversación a un tertuliano nuevo, muchacho andaluz, de buena presencia, hijo de un antiguo amigo del duque, el cual, según me dijeron, era un rico hacendado residente en Cádiz. (...)"
Por el contrario, la novela plantea la distancia que separa a las clases bajas de la aristocracia y utiliza esa circunstancia como importante marco de referencia ambiental. Tampoco creo que encaje bien con la compleja descripción de la novela "el amanecer de la pasión dentro de ella y siendo consecuente con lo que le despierta Pacheco, su última acción mostrando su amor públicamente nos hace descubrir que las mujeres empiezan a reivindicar su papel social y político." Acaso fuera aceptable que la novela se interprete como reivindicación del nuevo papel reclamado por la mujer, pero no por el contenido del relato sino por el relato mismo: prueba que una mujer está capacitada para tratar asuntos que tradicionalmente estaban reservados al muy sesudo juicio masculino; además que lo puede hacer con el mismo o mayor rigor.
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Insolación, Gabriel Pardo de Lage, Foto Centro Dramático Nacional |
La obra de teatro comienza con una conversación que, desde el texto de la cita recogida aquí (en el primer párrafo sepia), pone sobre la mesa ciertas circunstancias socioculturales de la sociedad española que, descontextualizadas del ambiente general de la novela, quedan en repertorio de tópicos que acotan de modo negativo el carácter del amigo de Francisca. Desde ahí, en el escenario se plantea una comedia sentimental de desarrollo lineal construida a partir del triángulo definido por Asís, Pacheco y Gabriel; de ese modo cambia substancialmente el carácter polivalente de Gabriel Pardo de la Lage, descrito por Francisca Asis del siguiente modo:
"cumplido caballero, aunque un poquillo inocentón, y sobre todo muy estrafalario y bastante pernicioso en sus ideas, que a veces sostiene con gran calor y terquedad, si bien las más noches le da por acoquinarse y callar o jugar al tresillo, sin importársele de lo que pasa en nuestro corro.". Para abundar en la función original polivalente, debemos tener en cuenta que Gabriel Pardo de la Lage tiene el apellido de la autora y el mismo nombre que otro personaje de otra obra de la mima autora:
La madre naturaleza, en la que asimismo nos enfrenta a un dilema entre moral social e impulsos naturales...
Me excuso por no refutar el resto del comentario citado, mal entonado con el texto de la novela. La simplificación del ambiente complejo de la novela. implica la desaparición de buena parte del universo naturalista sobre el que se construye; y con ello se esfuma la parte substancial de las referencias estéticas y expresivas de Emilia Pardo Bazán. La obra de teatro parece una comedia sentimental construida mediante textos de corta y pega tomados de la novela y adaptados a la voluntad del autor de la "versión", necesariamente alteradas, cuando proceden de partes con diálogos descritos. El trabajo de Pedro Víllora en ese trabajo es bueno. Sin embargo son más discutibles otros elementos de la narración y, muy especialmente, el carácter del sol, convertido en "personaje" muy relevante, que abre y cierra la función, alterando radicalmente el fondo argumental de la novela. El sol es en la novela un factor entre otros muchos (marco sociológico, cultura popular, etc.) pero ante todo, en el contexto global de "la madre naturaleza", que como en la novela homónima, en este caso, también se deja sentir en las alteraciones fisiológicas experimentadas por el cuerpo de Francisca no sólo por la acción del astro rey, sino por la acción del alcohol, de las palabras de Pacheco, y en el quebranto de la racionalidad. El texto de la novela enfatiza el uso interesado que hace la protagonista del sol;
“Doña Francisca Taboada se quedó un poquitín más tranquila desde que pudo echarle la culpa al sol. A buen seguro que el astro-rey dijese esta boca es mía protestando, pues aunque está menos acostumbrado a las acusaciones de galeotismo que la luna, es de presumir que las acoja con igual impasibilidad e indiferencia.”
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Foto CDN |
Para finalizar
Por lo demás... La escenografía seguramente cumpla bien su función, según el criterio del autor de la obra y del director... aunque en su sencillez se lleve por delante algunos importantes fragmentos de la novela, que enfatizan el carácter de los objetos como elementos de acotación ambiental; eliminarlos acentúa el potencial psicológico de la "versión", pero empobrece la compleja estructura naturalista de la novela. Dicho de otro modo: creo que quienes han montado la obra, al optar por una escenografía "sencilla" perdieron la oportunidad de completar lo no incluido en los diálogos. En este caso concreto, teniendo en cuenta que la novela habla de una seducción en el contexto histórico y social mencionado, había muchas posibilidades para "estimular la imaginación del público...
El vestuario, bien; los efectos de luz y sonido, bien. Mejor no hablar más que lo estrictamente necesario de las interpretaciones; como es habitual en el Centro Dramático Nacional, conviven actuaciones magníficas con otras, cuando menos, discutibles.
El público, como de costumbre, aplaudió a rabiar. Por fortuna, no estaba doña Emilia para poner reparos y, conocida su afición por "lo novedoso", acaso no los hubiera puesto. Si pasamos por alto la contradicción mencionada, componer una obra de teatro a partir de una novela de la escritora gallega es buena manera de "recuperar" su "forma" de escribir. Escribiera como hombre o como mujer, debe contarse entre las mejores plumas de su generación y en algunos aspectos, con inquietudes más proyectadas hacia el futuro que las de algunos de quienes la juzgaron negativamente, precisamente, por ser fémina. Eran tiempos en que las mujeres "debían" ocuparse de las cosas "propias de su sexo", como tocar el piano, pintar floreros y prestarse pasivamente a los deseos de los hombres. Tal y como indica Ángeles Sandino, no creo oportuno decir que las obras de Emilia Pardo Bazán sean feministas y, particularmente,
Insolación menos que ninguna. Otra cosa es que doña Emilia, en su actividad pública (literaria e institucional) y también en la privada, defendiera posturas y planteamientos acordes con las corrientes feministas europeas; pero esa es otra historia.
Me parece un acierto que la entrada permita visitar el museo Lázaro Galdiano, una de las instituciones de "segundo nivel" más interesantes de Madrid, que contiene entre sus fondos obras de excepcional valía. Para los amantes de la prensa rosa, puede ser llamativo estimular la imaginación poniendo a Pacheco el rostro de José Lázaro con quien tuvo una aventura la propia Emilia Pardo Bazán; de hecho, le dedicó la novela y tal vez, algunos de sus pasajes tengan relación con dicha aventura... Me uno a esa "estimulación" enfatizando que, según el dicho "popular", a José Lázaro "se le daban bien las féminas" y que aprovechó esa cualidad para incrementar considerablemente su patrimonio. Pero no fue esa su única habilidad, porque también se distinguió como hábil especulador, acreditó ser persona culta y ejerció de editor con buen gusto literario. Fundó una revista (
La España Moderna) donde escribieron Galdós, Clarín, Valera, etc. y, por supuesto, Pardo Bazán. De su labor hoy queda el museo mencionado, que enfatiza su manera de entender las relaciones con las mujeres y acredita "otra" faceta relevante de su periplo vital: el coleccionismo, actividad en estrecha relación con uno de los factores subrayados por Emilia Pardo Bazán en
Insolación. Acaso no fuera buena idea pretender apropiarse del "espíritu" de "lo antiguo" coleccionando obras de arte, pero estaba de moda,,,