Por Raquel de la Cruz
La figura de Rodin se erige como una de las más relevantes en la historia del arte. Ya sea por su nueva concepción de la escultura, basada en una renovación formulada desde su más pura esencia, despojándola de la carga impuesta por el conservadurismo de la tradición académica.
“(...) La belleza no es un punto de partida, sino un resultado, pues la belleza reside únicamente allí donde hay verdad...” Ésta es una de las máximas más importantes del siglo XX y algo que pondrá de manifiesto Rodin en sus obras, pues éstas no son sólo bellas sino, y esto es lo más importante, reales, verdaderas.
En esta búsqueda de la verdad, Rodin da pasos decisivos para acercar la escultura al mundo de lo real. Así, mantiene que la escultura no se debe plantear desde un punto de vista privilegiado, que subordine a los demás, sino que, contrariamente a la tradición, piensa que debe poder verse y entenderse desde todos los puntos de vista posibles, de manera que el escultor al irla creando y el espectador al contemplarla, deben girar alrededor de ella, creando una realidad compleja hecha de sucesivos y continuos puntos de vista, y no como una “realidad” de una sola imagen. Es por esto que Rodin desarrolla la llamada “técnica de los perfiles”, consistente en tomar apuntes de todos los ángulos posibles, moviéndose alrededor del modelo y haciéndolo girar, construyendo así una sucesión de vistas conectadas que facilitan la sensación de flujo, de movimiento continuo, propio de sus obras.
Rodin trabaja simultáneamente todos los puntos de vista, girando constantemente y haciendo dibujos sucesivos de todos los planos. Éste sistema sigue vigente aún hoy, más de cien años después.
Asimismo, perceptualmente, es muy relevante que cuestionara los viejos pedestales y los reinterpretara, consiguiendo que éstos formaran parte de la “figura”, que dialogaran con ella y dejaran de ser elementos fríos y excluidos como lo habían sido toda la tradición.
En cuanto al tratamiento del tema, Rodin rehuyó los revestimientos de pretexto mitológico y narrativo, dando lugar a que se diera un paso decisivo en la historia del arte, ya que para ser admitido, hasta el momento, el desnudo ( sobre todo el femenino), debía estar justificado y, además, “corregido”; véase los habituales velos, las manos hábilmente dispuestas ocultando la naturaleza de la mujer...
En la actualidad Rodin supone un claro referente para profesionales y estudiantes por su técnica depurada, la fuerza en potencia de sus esculturas y mil razones más, pero no nos engañemos: no podemos perder de vista el gran trabajo de devastación, modelado, tallado y en ocasiones, acabado que le debe a su equipo de escultores de los que poco o nada se sabe y de los que poco o nada se quiere o se tiene el conocimiento para hablar.
Este tema suscitó mucha polémica, aunque parece que no la suficiente. Todavía no tengo noticias de la intención de crear un museo Camille Claudel; sin embargo, la figura de Rodin disfruta de uno propio en París.
Camille Claudel, escultora apenas conocida y admirada a pesar de su indudable talento y sensibilidad, entró a trabajar como operaria en el taller de Rodin a los dieciocho años. “Suerte” que fue rescatada de un “taller de señoritas” por petición expresa del escultor.
Allí pronto destacará por su inusitada habilidad técnica, hecho que, desde ese momento, hará que trabaje en los proyectos más ambiciosos del maestro, explotando todo su potencial y trabajando largas jornadas en el taller.
Poco a poco, la mera relación laboral entre maestro y alumna se convierte en una apasionada aventura que atará a Camille más de lo que debería a Rodin. Así, se convirtió no sólo en su operaria preferida y más efectiva, sino también en su musa y su modelo personal.
Camille se dedicaba casi con exclusividad a los proyectos de Rodin y apenas le dedicaba tiempo a desarrollar una obra propia que le diera mayor reconocimiento por parte de la crítica parisina, muy incisiva con ella y con las piezas que lograba sacar adelante.
No resulta complicado imaginar que la vida de una escultora del París de mediados del siglo XIX no sería fácil . Pues bien, la de Camille no iba a ser diferente. Aparte de tener que vivir a la sombra de Rodin, Camille tuvo que sufrir que él la abandonara por su otra amante Rose Beuret, a la que estaba unido por un hijo en común y por una relación afectiva; que su familia casi la repudiara por completo, con excepción de su padre del que tuvo apoyo desde el principio y de su hermano pequeño Paul.
No bastando con esto, la crítica parisina se ensañaba con ella y la menospreciaba alegando ver la mano de Rodin en todas y cada una de sus esculturas.
Pasado un tiempo, se produce un reencuentro y un nuevo abandono por parte de Rodin. Ella, después de un aborto y una temporada de retiro, entra en un estado depresivo que la lleva a convertirse momentáneamente en una iconoclasta de su propia producción.
Esto llega a oídos de su hermano Paul y del resto de su familia que, poniéndose en contacto con Rodin, deciden que la mejor solución es internar a la escultora en un sanatorio psiquiátrico en aras de que mejore su estado mental. Tanto es así que cierto día de marzo de 1913 unos enfermeros del psiquiátrico de Ville-Evrard, entran en su apartamento y se la llevan. Ella, en una carta a un amigo suyo lo describe de la siguiente manera: [“...dos locos furiosos entraron en mi casa, me agarraron por los codos y me echaron por la ventana de mi apartamento dentro de un automóvil que me condujo a un manicomio.
Ignoro mi dirección si usted pudiera encontrarla, dígamela. Es Rodin que se venga y quiere meter mano en mi taller. Si puede usted darse una vuelta por mi apartamento para ver lo que pasa, dígamelo...”]Al cabo de unos meses, Camille es trasladada al Sanatorio de Montdeverges, en el que pasará el resto de su vida y donde morirá, 30 años después, alejada de todo contacto con el exterior y condenada a la soledad más absoluta.
Se sabe que la familia Claudel mantuvo relación epistolar con Rodin y que prohibieron que Camille la tuviera con persona alguna del exterior. Por supuesto nunca fueron a visitarla y tampoco se le permitió a ella salir del psiquiátrico. A pesar de esto, Camille mandó numerosas cartas a su hermano Paul pidiéndole que la sacara de allí, pero nunca obtuvo respuesta.
Doce álbumes con 500 dibujos cada uno.
Álbumes antiguos.
Resguardos del Monte de Piedad.
Utensilios, caballetes...
Tapices, alfombras, objetos antiguos.
500 modelos en escayola o arcilla.
Sobra decir que de todo esto nos ha llegado una mínima parte y aún hoy siguen saliendo a la luz esculturas que se le atribuían a Rodin y que, sin embargo, pertenecen a Camille.
Asimismo, me veo en la obligación moral de desvelar que durante los últimos meses que la escultora gozó de libertad en su taller, no se atrevía a salir a la calle por miedo a que entraran a robarle bocetos y dibujos como, al parecer, había ocurrido anteriormente más de una vez.
Camille pudo convertirse en una de las mejores escultoras de toda la historia del arte, de no haber sido por su condición de mujer en un mundo de hombres.
Aún hoy esta escultora a la que cortaron las alas a la edad de 49 años, no tiene el reconocimiento que un poco de buena voluntad por devolverle la autoría de sus obras podría otorgarle.