Acotación sobre la fiabilidad de las fuentes literarias
Hace unos días los medios de comunicación ofrecían una
noticia de esas que alteran el ánimo de las personas en direcciones diversas e, incluso, antagónicas: a partir de un documento fechado en el siglo XI, unos investigadores habían llegado a la conclusión de que el cáliz de doña Sancha ere, en realidad, el Santo Grial o, cuando menos, lo que los cristianos de Jerusalén del siglo XI creían que era el Santo Grial.
Me excuso por no entrar en un debate tan poco “científico” como la existencia misma del Santo Grial, porque me parece más interesante ofrecer al heterogéneo grupo de lectores de este blog irreverente, heterodoxo y metodológicamente impresentable, una reflexión sobre la fiabilidad de las fuentes antiguas.
Con carácter preliminar, es fundamental proponer una reflexión sencilla y elocuente… Pongámonos en nuestros días y echemos un vistazo a lo que dicen los periódicos. Ahora imaginemos que, dentro de 500 años un historiador honesto pretende hacerse una idea de cómo vivíamos en estos tiempos a partir de unas cuantas páginas fragmentadas de cualquier diario actual... El resultado sería una idea caleidoscópica.
Ningún cronista es absolutamente imparcial, porque la imparcialidad está en las antípodas de la voluntad narrativa e, incluso, en ocasiones también en la descriptiva. Nadie tiene capacidad para describir con fidelidad absoluta el suceso del que ha sido testigo, entre otras razones, porque el objetivo de la “verdad absoluta” compete a motivaciones abstractas. Podemos intentar aproximarnos a “la verdad “ o, mejor aún, a la “realidad histórica” —que es asunto muy diferente, y con cierta frecuencia, ajeno a “lo verdadero”—, y poco más. Dicho de otro modo: apenas podemos intentar describir lo percibido…
Añádase a ello que las referencias literarias antiguas suelen llegar a nuestras manos mediante copias y copias de copias de copias, en las que cada intervención personal asegura cierta dosis de "cosecha propia", y comenzaremos a entender las razones por las que el historiador está obligado a contrastarlas sistemáticamente, extremando estrategias críticas.
A partir de esa prevención, aún deberemos atender a las recomendaciones que nos hacen los historiadores especializados en esa parcela de la investigación histórica... Obviamente, en general, una crónica será más fiable cuanto más próxima sea su redacción a los hechos relatados, sobre todo, si nos referimos a tiempos en los que el rigor histórico no se entendía como en la actualidad. Pero los problemas no acaban ahí, porque la mentira es pecado trivial y es frecuente que las personas usen la pasividad del papel, de los papiros o las vitelas, para escribir lo que les conviene… Sin entrar en las complejidades que abriría afrontar, por ejemplo, en la muy elocuente historia “re-escrita” por los patricios romanos, entre todas las miles de “falsificaciones” que se realizaron para justificar privilegios antiguos, bastará con mencionar una de las más sonoras y conocidas: la
Donatio Constantini, que supuestamente documentaba una donación del emperador Constantino (306-337) al obispo de Roma, en realidad, fue redactada en el siglo VIII para otorgar soporte legal arraigado por la fuerza de los siglos, al poder del Papado. Lo más interesante del caso es que aunque se impugnó mil veces su veracidad y aunque el fraude era obvio porque en su redacción se emplearon términos desconocidos durante el siglo IV, aún hoy hay muchas personas que sostienen firmemente su veracidad para emplearla como uno de los cimientos fundamentales de la supuesta primacía del obispo de Roma desde los tiempos de Crsisto.
Por fortuna, si nos olvidamos de los objetivos absolutos y relativizamos el asunto, todo se simplifica. Y sin grandes problemas, podremos interiorizar el objetivo natural de cualquier historiador honesto: acercarnos todo lo posible a lo que “realmente sucedió”. Y con ese objetivo, las fuentes escritas adquieren una importancia muy grande pero jamás pueden considerarse portadoras de la verdad absoluta.
Las primera fases constructivas de la mezquita mayor de Córdoba
Par ilustrar la cuestión y porque desde hace tiempo tenía interés en comentar ciertos asuntos, echaremos un vistazo a lo que nos dicen las fuentes literarias sobre la construcción de las primeras fases de la mezquita mayor de Córdoba y hasta qué punto lo que documentan se ajustan o no a lo que también “expresan” los restos de ese edificio, particularmente torturado por intereses muy conocidos. Las fuentes literarias sobre las primeras etapas constructivas de la mezquita mayor de Córdoba han sido objeto de estudio, sobre todo de E. Lévi-Proveçal y M. Ocaña, cuyos trabajos facilitaron contextualizar algunas de sus circunstancias más relevantes. Dejando al margen algunas reformas "menores", la mezquita mayor de Córdoba fue construida en cinco fases fundamentales:
1. En la Época de Abderramán I se construyó el primer edificio, compuesto de las 9 o 11 naves (más adelante explicaré esta circunstancia) del ángulo noroeste.
2. En la época de Abderramán II se amplió hacia el sur con 8 naves y, tal vez, con dos más por el este y el oeste.
3. Abderramán III ordenó construir el alminar y amplió el patio.
4. Al-Hakan II promovió la ampliación aúlica hacia el sur, hasta conseguir la profundidad actual.
5. Con Almanzor se afrontó la ampliación mayor en superficie, en 8 naves hacia el este, de modo que la mezquita quedó más o menos como estaba cuando, a modo de imposición "pastoral", colocaron sobre ella la actual catedral, que escandalizó a un emperador e hizo vacilar a un dictador...
En la actualidad y para los periodos emiral y califal, a grandes rasgos, parece clara la historia del edificio, puesto que los testimonios documentales encajan con los análisis arqueológico y arquitectónico, salvo en dos cuestiones, aún sujetas a debate, aunque algunos "especialistas" hayan tirado por la calle de en medio:
1. La relación entre la primera mezquita y la iglesia de San Vicente, sobre cuyo solar fue construida según los relatos literarios.
2. El carácter concreto de la ampliación de Abderramán II.
De la iglesia de San Vicente a la primera mezquita mayor de Córdoba
El primer dato relevante para conocer la historia de la mezquita, es, obviamente, la fecha de su construcción. Siguiendo los trabajos de M. Ocaña, la referencia más antigua es el Ajbar Machmuà, una crónica beréber, muy probablemente, escrita durante el siglo XI. Según este relato, en el año 748-49 debía estar en pie una iglesia que ocupaba el solar donde se construyó la mezquita mayor, porque en ella fueron ajusticiados setenta yamaníes, y ello hubiera sido inimaginable si ya se hubiera empezado a usar como mezquita.
“Muchos otros quedaron prisioneros, y As-Sumail los hizo entrar en una iglesia que había a la parte interior de Córdoba, donde hoy se encuentra la mezquita mayor, y degolló como unos setenta de ellos.”
En el Fath al-Andalus, redactado hacia el año 1100, aparece el mismo relato con una levísima variación: la iglesia es calificada como “grande” (kabira).
Según el Ajbar Machmuà, pocos años después, hacia el año 756, ya se habría habilitado una mezquita en la misma zona, puesto que se empleaba una de las torres del alcázar para llamar a la oración.
“Abú Útsman fue sitiado en la torre de la mezquita mayor, que estaba en el alcázar, y obligado a rendirse, a condición de que no le combatiría; púsole, sin embargo, grillos, y le llevó prisionero consigo.”
Ibn Idari, que seguramente escribió en el siglo XIII, dejó redactada una Historia de al-Ándalus y Marruecos (Al-Bayan al-Mughrib), que se cuenta entre las más fiables. En ella, al hablar de las obras de Abderramán III, menciona que cuando los musulmanes conquistaron al-Ándalus, obraron según las tradiciones omeyas, materializadas en Damasco, de modo que compartieron con los cristianos la “iglesia mayor”; y sólo cuando creció el número de fieles y la primera aljama fue insuficiente para albergarlos, Abderramán I negoció con los cristianos la venta de la parte que aún poseían y, al tiempo, les permitió edificar iglesias fuera de la medina. Y aún comenta la misma fuente que los trabajos de construcción de la nueva mezquita duraron 12 meses y costaron 80.000 monedas.
Al-Maqqari, que vivió durante el siglo XVII y redactó una recopilación histórica y literaria de Alándalus, recoge el hecho en términos similares: en el año 786, Abdelrahmán I ordenó construir la mezquita mayor en el lugar donde había estado una iglesia; y para ello, las diferentes fuentes enfatizan que pagaron el emplazamiento por 100.000 dinares y 80.000 por la construcción:
“Y dijo otro que gastó en la aljama ochenta mil dinares; y compró su emplazamiento, cuando en él existía una iglesia, por cien mil dinares. Y Dios es más sabio”
Buena parte de los estudiosos han deducido de estos comentarios que hacia el año 786, Abderramán I demolió la basílica de San Vicente para construir en su lugar la primera aljama y que ello costó 180.000 dinares, que repartieron según indicó al-Maqqari…
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Mezquita mayor de Córdoba en 1985; detalle de la zona de Abderramán I: la primera hilera de columnas contiene ménsulas aboceladas y retalladas |
¿Son fiables textos escritos 400 u 800 años después de los hechos narrados? Debemos suponer que fueron redactados con fidelidad a partir de relatos más antiguos, pero el lector imaginará que el grado de incertidumbre ha de ser bastante elevado, y esa incertidumbre crece si cabe suponer que los relatos de este tipo suelen estar condicionados por la intención de ofrecer una imagen edulcorada de la historia andalusí. Si unimos a ello que las obras duraran un tiempo exageradamente breve, crecen las posibilidades de que estemos ante una "historia" en los límites de la leyenda. Así lo entendía M. Ocaña, que sigue siendo referencia fundamental en estos asuntos.
En sentido también negativo señaló otra circunstancia importante: son comentarios sumamente vagos; y es sabido que los relatos vagos aunque aludan a tradiciones verbales traspasadas de generación en generación, también pueden obedecer a relatos legendarios.
Para aclarar la carga legendaría, algunas fuentes hablan de que la división fraternal de las antiguas iglesias nació en Siria, pero no parece que realmente sucediera algo parecido con la mezquita mayor de Damasco, aunque no sería descartable, que, en general y de acuerdo con los pactos de capitulación de las diferentes ciudades sometidas al Islam en Oriente, existieran acuerdos de ese tipo.
No obstante, si encontramos coincidencias entre narraciones diferentes, crecen las expectativas de veracidad; en ese sentido, la coincidencia entre las dos “historias” refuerza la hipótesis de que la mezquita se construyera, efectivamente, sobre el solar de una iglesia antigua y grande, aunque tampoco podemos olvidar la posibilidad de que ambas sean reinterpretaciones de un relato anterior… interesado en ofrecer una imagen edulcorada de la islamización.
En todo caso, sorprende que las obras duraran sólo un año, sobre todo sabiendo que la ampliación de Abderramán II, que seguramente ya contaba con mayores medios, se dilató considerablemente hasta el punto de que las hubo de finalizar su hijo; y también que pagaran más por la iglesia antigua de lo que costó construir la nueva. Ello se ha intentado explicar mediante diferentes hipótesis:
A) Que las obras de la primera mezquita sólo fueran trabajos de rehabilitación y que, por consiguiente, la mezquita se generara a partir del desarrollo espacial de la concepción arquitectónica modular con la que se construyó la iglesia. Si esta hipótesis fuera cierta, cabría la posibilidad de que la antigua iglesia seguiría existiendo prácticamente intacta en el interior de la actual mezquita.
B) La mayor parte de los estudiosos han interpretado los textos mencionados como legendarios y, en consecuencia, se han inclinado por la explicación que aún hoy se oye repetir a los guías: los musulmanes del siglo VIII demolieron lo que quedaba de la vieja edificación y, en su solar, construyeron una mezquita “nueva”, aunque emplearan materiales de acarreo, tal y como certifica la propia mezquita. Y se explica el desequilibrio entre las partidas de dinero empleadas por la cantidad y calidad de materiales que suministró la iglesia, que enriquecieron y facilitaron decisivamente los trabajos. La escasa duración de las obras sólo sería una exageración mítica.
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Mezquita mayor de Córdoba, zona de Abderramán I. Detalle de capitel, cimacio y ménsula retallada sobre modelo abocelado similar a las de la zona de Abderramán II |
Es frecuente que en situaciones como ésta, sean los estudios arqueológicos los que dicten la última palabra. Félix Hernández se encargó de ello y el resultado no pudo ser más descorazonador para las expectativas manejadas en los años treinta del siglo XX: los trabajos sacaron al aire varias estructuras —tal vez, hispanorromanas y paleocristianas— de cualidades imposibles de relacionar con una “gran iglesia” comparable a la primera mezquita, de la que se hubieran podido obtener los restos reutilizados en la mezquita. En consecuencia, también por esta vía se enfatizaba el carácter mítico del relato mencionado.
Si los métodos de investigación histórica tuvieran el formato de la investigación periodística, esta constatación habría sido suficiente para poner en tela de juicio las referencias documentales comentadas que, en todo caso, partían de relatos posiblemente escritos durante el siglo X, es decir, 200 años después del momento a estudiar. Pero en investigación histórica se suele decir que para descalificar un documento debemos contar con otro documento mejor o, cuando menos, con referencias de otro tipo que demuestren contundentemente su inexactitud, porque todo documento tiene, en principio, mayor valor histórico, que toda inducción, incluso aunque la formule el mayor especialista de la materia... El desarrollo de los conocimientos dio, en este caso, la razón a la prevención "conservadora".
Muchos años después P. Marfil Ruiz excavó el patio y se encontró con que en él aparecían estructuras que hacían pensar en la posibilidad de que allí hubiera existido una pequeña iglesia y, muy probablemente, otras edificaciones de carácter secundario. Desde ello, P. Marfil Ruiz planteaba una solución, apuntada años atrás por otros estudiosos y bastante razonable, para engranar lo formulado por los cronistas con los resultados arqueológicos: bastaba con reinterpretar la idea de "iglesia grande" en tiempos preislámicos como el lugar ocupado por un conjunto de edificios relacionados con los cultos, sus servidumbres y el resto de las necesidades de una religión que había asumido ciertas funciones administrativas de la sociedad tardorromana.
En suma, conjugando los textos con los análisis arqueológicos, hoy parece muy probable que “la iglesia de San Vicente” hubiera sido un complejo religioso de gran amplitud comparable a otros conocidos en Rávena, Constantinopla, etc.,substanciado, incluso, antes de la época visigoda y compuesto por varios edificios, construidos en épocas diversas y de concepciones arquitectónicas asimismo diferentes. Y realmente pudo haber una “gran iglesia”, pero también edificios anexos a ella: baptisterio, algún edículo funerario, dependencias de servicios, ¿algún recinto monacal? etc., repartidos en una gran extensión de terreno, sobre el que se decidió construir la primera mezquita.
Desde esa acotación, que recuerda la interpretación del “lugar” cervantino y que cuadraría con casi todos los datos manejados hasta la fecha, cabría hacer notar una circunstancia que, a mi juicio, se ha enfatizado poco: si los constructores tenían opciones para construir en un solar de cierta extensión, no tiene mucho sentido construir sobre la iglesia cuyos restos se pretendía reutilizar; lo más razonable, lo más práctico, sería cimentar en una parcela anexa, porque de ese modo, la iglesia antigua funcionaria como acopio de materiales y ello simplificaría el proceso; de no hacerlo así, los trabajos serían más complejos, puesto que, en primer lugar, se debería desmantelar la vieja edificación para liberar el terreno y trasladar los materiales a un acopio próximo, para recuperarlos luego.
Así, pues y aunque les disguste a las autoridades religiosas cordobesas, a lo mejor era conveniente buscar la antigua iglesia de San Vicente en otro lugar próximo, tal vez, entre la actual mezquita y el antiguo alcázar, donde existe un espacio de cierta amplitud que podría ayudar a entender la referencia de al.Maqqari, que equivocó a Simonet y sirvió a M. Ocaña para rebatirle…
“Como quiera que al.Mutamid, ocupado en acometer a Ibn Sumadih, señor de Almería, hubiese pagado el tributo a Alfonso VI después de la fecha señalada, se le enfrentó airadamente el tirano, traspasó los límites de la moderación y exigió algunos castillos en aumento sobre lo estipulado. Intensificando su injusticia, pidió le fuese permitida la entrada en la Aljama de Córdoba a al-Qumyita, su mujer, que se encontraba embarazada, para que diese a luz en un lugar de su costado occidental, que los obispos y presbíteros le habían indicado como el emplazamiento de una iglesia, venerada entre ellos, sobre la que los musulmanes construyeron la Gran Aljama.”
En todo caso, puesto que los muros de la actual mezquita no contienen la "iglesia grande" de San Vicente y los restos descubiertos por P. Marfil tampoco permiten imaginar un gran acopio de materiales ornmantales como los empleados en las dos primeras fases, se impone seguir buscando...
La ampliación de Abdelramán II
En el recientemente inaugurado Museo Arqueológico Nacional se ha incluido un esquema de las diferentes fases constructivas de la mezquita mayor de Córdoba, según los criterios tradicionalmente admitidos y recogidos en la
Wikipedia:
Sin embargo, a mediados del siglo XX, Lévi-Provençal encontró varias descripciones que alteraron el panorama general sobre las fases constructivas de la mezquita de Córdoba. Una de ellas, de Ahmad al-Razi, muerto en el año 955, explicaba:
"El emir Abd al-Rahman ibn al-Hakam fué el primero de los soberanos marwanîes que amplió la mezquita mayor de Córdoba, ampliación visible en la direcci6n de la qibla para el que penetra en ella, y que quedó unida al anterior edificio que el bisabuelo de este príncipe, Abd al-Rahman ibn Mu~awiya el Emigrado, fundador de la dinastía, levantó de acuerdo con los conquistadores árabes de la Península, que habían fundado esta santa mezquita. Abd al-Rabman II llevó a cabo esta ampliación alargando el edificio en direcci6n de la qibla; utilizo para ello el espacio libre situado entre el extremo de la mezquita primitiva y la gran puerta Sur de la ciudad, que domina el puente sobre el Guadalquivir y del que recibe nombre. El oratorio antiguo tenía nueve naves: Abd al-Rabnün añadió otras dos, una a cada lado, con 10 que su número total fué de once. Merced a estos trabajos de ampliación la mezquita quedó mas espaciosa, con mayores comodidades para los que la frecuentaban, y creció su fama. La ampliación referida se comenzó en el año 234; finalizó en yumadà 1 234 (= diciembre de 848)."
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Zona de Abderramán II modificada por la construcción de la catedral |
Lévi-Provençal mencionaba aún otra referencia en el mismo sentido, escrita por Ibn al-Nazzam, que vivió en tiempos de al-Hakam II, ofreciendo más detalles sobre la ampliación del segundo Abderramán pero manteniendo la idea de que también ensanchó la mezquita:
"El anterior oratorio no tenía más que nueve naves; paralelamente a ellas y desde su comienzo, levantó totalmente otras dos nuevas, una al Este y otra al Oeste, a lo largo de las primitivas; la mezquita quedó entonces con once. El ancho de cada una de las dos añadidas se fijó en nueve codos y medio. A las dos nuevas naves unió dos galerías altas, en comunicación por puertas con las que existían al norte de la antigua mezquita, destinada a la sala de las mujeres; cada una de estas galerías descansaba sobre 19 columnas.
(…)
Abd al-Rahman II mandó construir en el fondo del sabn una galería Norte que armonizase con las dos levantadas antes sobre sus costados de Este y Oeste, y las comunicó entre sí, merced a lo cual se pudieron utilizar 30 nuevos lugares destinados a las mujeres que iban a orar a la mezquita… "
Frente a las referencias relacionadas con la primera mezquita, aquí nos encontramos con una descripción muy detallada que, por ello, merece ser tomada en consideración muy especial... Desde estos datos y tras observar que existían diferencias en el perfil de las ménsulas colocadas sobre los cimacios y las naves extremas, Lambert dedujo que los testimonios mencionados eran ciertos y que, en efecto, las naves laterales de la primera zona debían situarse en tiempos de Abderramán II.
Frente a ello, L.Torres Balbás hizo notar que los datos ofrecidos por el edificio no confirmaban los relatos literarios por varias razones, recogidas en un artículo publicado en Al-Andalus (1941):
1. Tras las prospecciones de F. Hernández, se advirtió que no existían restos de cimentación de los muros que debieron cerrar la primera mezquita; la cimentación de las columnas extremas, las que ocupan el lugar donde habría estado el muro de cerramiento, descansan sobre zapatas aisladas.
2. Los restos ornamentales degradados de la puerta de San Esteban aseguran la existencia de, al menos, dos fases ornamentales, correspondientes a las de los dos emires.
3. Gracias a las indagaciones del F. Hernández, se pudo comprobar que tampoco existen restos de cimentación en el ángulo SE de la primera mezquita que certifiquen la ampliación mencionada por los relatos literarios.
4, Asimismo, F. Hernández acreditó que el pabellón de abluciones construido por Hisam I (788-796) se apoyó en el muro perimetral, de manera que éste debía estar construido antes de la intervención del segundo Abderramán.
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Detalle de fuste y capitel reaprovechados en la zona de Aderramán II |
Y Torres Balbás concluía con una reflexión que condensa una disyuntiva planteada muchas veces en la investigación histórica:
“¿A quién dar crédito? ¿A los documentos —sumamente precisos y coincidentes, salvo ligeros detalles, a pesar de tratarse de varios autores y épocas distintas —, o al testimonio del edificio? En la veracidad de los primeros, alterados casi siempre a través de múltiples copias y refiriendo hechos lejanos a su tiempo, no hay que tener absoluta fe. Pero tampoco el testimonio de una construcción, que pudiera estimarse más digna de crédito que un texto, nos dará; en la mayoría de los casos, solución definitiva; en el transcurso de los siglos los edificios sufren innumerables modificaciones y, aun suponiendo la autenticidad absoluta de una de sus partes, queda, al analizarla, un gran margen a la interpretación personal y, por tanto, al error.
El tiempo, con el hallazgo de nuevos documentos; la interpretación más precisa de los conocidos o exploraciones detalladas en la mezquita cordobesa tal vez consigan resolver esos problemas, poniendo de acuerdo el supuesto antagonismo de piedras y documentos. Sin tomar partido por unas ni otros, queda aquí expuesto el estado actual de este pequeño problema.”
Sin embargo, no debió quedarle tranquila la "conciencia científica" a L. Torres Balbás, porque cuando escribió el epígrafe correspondiente para su Historia de España de R. Menéndez Pidal (1976), se hizo eco de la interpretación que, según otros estudiosos, podría resolver la falta de sintonía entre textos y piedras. Rafael Castejón y Manuel Gómez-Moreno habían planteado que Abdelramán I habría construido la mezquita con 11 naves, pero las dos extremas por ambos lados habrían quedado separadas de las demás mediante celosías o algún otro elemento similar, para acotar así la zona de las mujeres; Abderramán II habría retirado los elementos de separación para sustituirlos por una estructura afín a las del resto de las naves.
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Esquema con la ampliación de Abdelramán II, según las fuentes literarias (en verde), a partir del esquema publicado por Torres Balbás |
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Fases más importantes de la mezquita de Córdoba: Abderramán I, azul claro; Abderramán II, azul oscuro; Abderramásn III, amarillo; Alhákam II, violeta: Almanzor, anaranjado (imagen coloreada a partir de la proporcionada por la web de la "Catedral de Córdoba" a la que he extrapolado los datos arqueológicos ofrecidos por Calvo Capilla) |
Las anomalías
Con la perspectiva que permiten los años trascurridos y teniendo en cuenta la confluencia de fenómenos anómalos que han rodeado su conservación y estudio, aún se complica más comprobar la veracidad de las fuentes escritas. Mencionaré algunos de los más relevantes:
1. Uno de los factores de contrastación mencionado deriva de los trabajos de Félix Hernández Giménez, arquitecto que tuvo a su cargo la mayor parte de los trabajos arqueológicos realizados en la aljama de Córdoba desde los años treinta hasta su muerte (1975). Por desgracia, exceptuando el trabajo publicado sobre el alminar, las demás investigaciones quedaron inéditas y se conocen mediante transcripciones o referencias indirectas, proporcionadas por personajes como Manuel Gómez-Moreno, Manuel Ocaña, Rafael Castejón, Leopoldo Torres Balbás y otros investigadores de generaciones más recientes. De sus trabajos sólo se pueden observar directamente algunos detalles menores y la parafernalia ofrecida por las autoridades eclesiásticas de Córdoba para justificar la gestión surrealista de la antigua mezquita mayor. Extraer conclusiones terminantes de referencias tan etéreas es sumamente aventurado, incluso asumiendo la honestidad profesional a toda prueba del propio F. Hernández y de las personalidades involucradas.
2. Las posibilidades no se agotan en las mencionadas por Torres Balbás, Castejón y Gómez-Moreno, sobre todo, en lo referente a la interpretación arqueológica del paño oeste y de su elemento más relevante: la puerta de San Esteban. Esta puerta se ha interpretado como resto de la primera mezquita, pero sabiendo que sus constructores emplearon masivamente materiales reaprovechados en el interior, podríamos abrir ampliamente el marco de posibilidades. ¿Por qué no podían proceder los elementos con relieve de algún edificio preislámico? Aunque los elementos decorativos parecen seguir orden simétrico, carecen del sentido estructural que ofrecen otros elementos de la mezquita, perfectamente organizados; además está el asunto, enfatizado por casi todos los investigadores, del diferente grado de erosión de los bloques. Y a ello aún deberíamos unir las posibilidades derivadas de la oscura intervención de Abdelramán II en las naves laterales y, en algún otro lugar como, por ejemplo, en la zona noroeste, donde existen 10 columnas con figuras humanas retalladas sobre ménsulas del tipo utilizado por los alarifes de Abdelramán II. Aunque las fuentes literarias no dicen nada sobre el particular, cabría la posibilidad de que también ahí se hubieran realizado trabajos durante el siglo IX. Ello ayudaría a explicar que se dilataran tanto los trabajos y pondría al alcance de la mano una hipótesis que engranaría bien con el más que probable carácter mítico de los relatos sobre la construcción de la primera mezquita: que la remodelación de Abderramán II fuera mayor de lo que se cree, contando, incluso, con la interpretación de Lambert.
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Puerta de San Esteban |
3. Desde las observaciones recogidas por Torres Balbás y Gómez-Moreno, que siguen siendo "incuestionables" y de quienes les han seguido, sobre el origen de la mezquita mayor, resulta sumamente artificioso establecer una relación directa entre sus concepciones arquitectónicas y las supuestas tradiciones sirias que, a menudo, se citan para "explicarla". No hace mucho, en relación al debate social activado sobre el control de la mezquita, Manuel Nieto Cumplido, canónigo archivero de la catedral de Córdoba, dejaba una "perla" que
trasnscribieron en los siguientes términos los medios:
"Asimismo, en alusión al título de Patrimonio de la Humanidad por parte de la Unesco y al reconocimiento de las distintas culturas que se reflejan en este bien de interés cultural, explica que esta última percepción "es una equivocación", ya que "los árabes salieron de Arabia, con sus tiendas, y al llegar a Siria descubrieron el arte cristiano. Como no tenían otro arte, utilizaron el cristiano, entonces aquí todo lo que hay es arte nuestro".
La idea, vulgarización ridícula de las tesis de Creswell, no es sino trivialización de la tradición mencionada, que se apoya en planteamientos forzados en la misma línea y reforzados por las pretensiones legitimadoras de la Iglesia. Aunque algún estudioso ha llegado a decir que la mezquita de Córdoba es producto del genio creador del arquitecto sirio que acompañó al Emigrado cuando éste escapó a uña de caballo para salvar la vida, parece obvio que el sistema estructural es muy parecido al empleado en los acueductos romanos, especialmente, el de los Milagros de Mérida. En un contexto dominado por el pragmatismo que indica la reutilización sistemática de materiales, lo más probable es que los constructores cordobeses tuvieran que plegarse a las posibilidades ofrecidas por los artífices locales, a su vez, deudores de sus propias tradiciones, habilidades y costumbres; por no hablar de las herramientas que tuvieran a su disposición los operarios cordobeses.
Balance provisional
Claude Lévi-Stauss decía que los mitos encierran gran cantidad de información histórica (antropológica). Seguramente sucede lo mismo con las "leyendas cosméticamente oportunas", pero en todo caso, sería estúpido despreciar a priori sus posibilidades documentales directas; ese parece ser el caso de los testimonios mencionados sobre la iglesia de San Vicente. Aunque las tradiciones cristianas mantuvieran la misma "noticia", también cabría la posibilidad de que éstas estuvieran contaminadas por los mismos condicionantes y, sobre todo, por manifestar "legítimamente" la voluntad de "recuperar" aquello que les fue "robado". Sea como fuere, la "leyenda" de la iglesia de San Vicente es un dato muy interesante desde el punto de vista de la interpretación histórica, que acaso esté encubriendo circunstancias aún ignoradas sobre la primera mezquita.
La situación cambia por completo en el caso de la ampliación de Abderramán II. Las noticias son tan pormenorizadas que, contando incluso con que no encajen con la interpretación vigente del edificio, es prudente tener en cuenta que ésta pudiera estar equivocada, sobre todo si, como en este caso, existen indicios arquitectónicos (arqueológicos) que lo respaldan (las ménsulas aboceladas), y otras circunstancias difusas (duración de los trabajos). Desde lo expuesto en las líneas anteriores se puede deducir que, muy posiblemente, el testimonio literario se ajuste fielmente a lo que realmente sucedió durante el siglo IX. Y quizás, desde ello, debamos concluir que convendría realizar otra investigación arqueológica... Por desgracia, esa investigación, yerma en posibilidades "pastorales", hoy es inimaginable...
Me viene a la cabeza aquel
proyecto faraónico promovido por Rafael Castejón, con hipotética financiación árabe, que en 1972 propuso a Franco desmontar por completo la catedral y trasladarla a otro lugar. El objetivo era recuperar el carácter original de la gran mezquita de Córdoba que, según cuentan quienes la contemplaron, fue solemne materialización del infinito tangible.