domingo, 15 de enero de 2012

Richard Rogers frente a la arquitectura neomudéjar. Las Arenas

Richard Rogers, que pasó a la historia de lasa grandes aportaciones arquitectónicas hace muchos años, después de haber firmado varios proyectos excepcionales, como el Centro Pompidou (con Piano) (1972-78), el edificio Lloyd's (1978-86), el muy discutido y discutible Milenium Dome (1999) o la T-4 (con Antonio Lamela, 2005), fue el encargado de acometer en Barcelona una empresa difícil de evaluar desde la propuesta promotora. El encargo consistía en conservar la fachada de la plaza de toros de la Arenas —inaugurada en 1900, según proyecto de Augusto Font i Carreras— para convertir su interior en un centro comercial de diseño y planteamiento poco convencionales, después de vaciar todas las estructuras supeditadas a la función inicial y de "calzar" la fachada sobre una cimentación nueva. ¿Quién dijo que la levitación era físicamente imposible? Las razones "aparentes" de un encargo tan excepcional: según los arquitectos municipales Las Arenas necesitan una intervención radical porque muchas de sus estructuras amenazaban ruina.
El nuevo centro comercial se inauguró a finales de marzo de 2011 con un éxito comercial absoluto: se habían alquilado todos los espacios comerciales, entre los que hay un gimnasio de lujo, que ocupa una de las plantas superiores y ofrece un circuito de running "por el cielo de Barcelona", las tiendas habituales, un museo del Rock, varias salas de cine, algunos espacios de uso diverso y un conjunto de restaurantes colocados en la terraza superior. 


Con una inversión de 200 millones de euros, el resultado, desde la perspectiva del visitante ocasional, es brillante, espectacular y sorprendente. Rogers ha convertido el cilindro proyectado por el círculo de la antigua plaza de toros en espacio exento, que gestiona la distribución de luz y los medios de comunicación vertical, básicamente mediante tramos de escaleras mecánicas propias del metro de Moscú, por su longitud. El conjunto se cierra mediante un voladizo, que convierte la última planta en un paseo callejero con vistas espectaculares sobre la ciudad, y una bóveda que es imposible ver en todas sus cualidades desde el exterior, por razones perspectívicas obvias. 
La "política" municipal catalana, empeñada en convertir la ciudad en un museo de arquitectura contemporánea ha añadido un nuevo capítulo al catálogo firmado por los arquitectos más prestigiosos del momento: Richard Meier (MACBA), Jean Nouvele (Torre Agbar), Normand Foster (Torre de Collserola), R. Moneo (Auditorio), Calatrava (Bac de Roda), Bofil (Teatro Nacional de Catalunya), etc. 


Dentro del grupo de nuevos edificios sobresalientes, acaso sea uno de los más interesantes de Barcelona desde el punto de vista constructivo, que por sus peculiaridades, deja en juego de niños la fachada de la antigua central eléctrica sobre la que Herzog & Meuron diseñaron el edificio de Caixa-Forun en Madrid.
Pero más allá de la dificultad constructiva de sustituir la cimentación de la fachada de una plaza de toros, en este caso destaca el juego propuesto por Richard Rogers para proyectar una "intervención" que conjugue su manera de entender la arquitectura —lanzando la instalaciones hacia el exterior— con el condicionante de mantener la antigua fachada. El resultado es un panorama visual que, en sus cualidades perceptivas, nos hace recordar todas las leyes de la Gestalt. Aunque los conductos de las instalaciones que se intuyen desde el exterior fueron pintados en tonos vivos, la imagen de conjunto sigue dominada por la contundencia estructural (estructura visual) y significante de la fachada neomudejar, definida mediante agrupaciones de arcos, retículas de vanos, "cenefas" o "brocados" de arcos de herradura y piezas cerámicas, pilastras, etc.. El orden, la simetría, la regularidad, el ritmo simple de la antigua plaza de toros se impone a los detalles puntuales, repartidos aleatoriamente por la fachada. Sin embargo, perdida la función estructural, la antigua fachada se ha transformado en un "telón exento" o "vestido flotante", puesto al servicio de las ideas más elementales del movimiento high-tech, en un edificio comercial acotado mediante un cerramiento prácticamente invisible desde el exterior. 



Reconocidos los méritos del proyecto de Rogers, queda preguntarse si es razonable la fórmula empleada para armonizar la conservación del Patrimonio Histórico-Artístico con las pretensiones especulativas... ¿He dicho armonizar...? ¿Dónde está el edificio de Augusto Font i Carreras? No hace mucho, Martín M. Checa Artasu (Colegio de Michoacán) se planeaba la cuestión en un texto sumamente interesante cuya lectura recomiendo: "Refuncionalizaciones polémicas, plazas de toros y arquitectura neomudéjar: algunos ejemplos en España" (enlace)










Sí, ya sé que en toda la aventura ha pesado mucho la voluntad de manifestar la animadversión que producen los festejos taurinos en ciertos sectores de la burguesía catalana y entre las generaciones jóvenes. El 28 de diciembre de 1988 —¡vaya inocentada!— la Asociación para la Difusión de la Tradiciones Taurinas de Cataluña (ADITAC) solicitó al Departamento de Cultura de la Generalitat, la incoación de un expediente administrativo para la declaración de la plaza de toros de "las Arenas", como bien de interés cultural. La solicitud fue denegada porque en Cataluña las cosas del poder y del dinero son muy serias y porque, según la autoridad competente,  "la plaza de "las Arenas" no constituye un edificio con suficiente interés histórico o artístico".
Los de ADITAC interpusieron recurso contencioso-administrativo y el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña  les dio la razón en 13 de julio de 1991. Lógicamente, la Generalitat apeló al Tribunal Supremo... El texto de Checa Artasu recoge muchos aspecto del conflicto político entre "catalanistas" y "taurinófilos", que culminó en la "solución salomónica" hoy ofrecida: conservar la fachada y redefinir su funcionalidad. 
El proyecto de Rogers acaso sea una maravilla, pero entre quienes toman las decisiones políticas ha de medrar el virus de la estupidez... también en Barcelona. De otro modo no se comprendería una visión de la arquitectura tan inclinada hacia lo aparente y distanciada de lo funcional. Porque en coordenadas de interpretación histórica la obra de Rogers se aleja radicalmente de los postulados high-tech para caer en la órbita de las corrientes antifuncionalista, con excesivo arraigo en España. 
Si prevalece este modo de interpretar la Ley del Patrimonio Histórico Español y la defensa de la arquitectura "antigua", se podrían plantear proyectos que "conserven" las catedrales españolas del mismo modo: salvando la fachada para colocar dentro centros comerciales. Podrían empezar por la catedral de Barcelona... 
¡Qué locura!

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