domingo, 15 de enero de 2012

Tío Vania, de Chéjov, en los Teatros del Canal


De nuevo, un montaje excesivamente sencillo sirve para ofrecernos las representaciones de Tío Vania, obra de reconocida solvencia, que Andrei Konchalovsky, director polifacético,  llevó al cine en 1971, en contexto soviético... acaso para intentar mejorar la versión de 1963 (Laurence Olivier). 
La actual versión de Santiago Sánchez es digna en cuanto a su resultado dramático global, aunque ofrece algunas carencias importantes. La más grave opera en la faceta interpretativa. Los actores no están mal, pero es notoria la escasa adaptación a los personajes de la obra; y ni el maquillaje ni el vestuario colaboran para ofrecer un resultado verosímil. El carácter de Ivan Petrovich Voinitkii (Tío Vania) no se puede entender en este montaje como el campesino austero que ha sacrificado su vida por la carrera falsaria de Alexander Vladimirovich Serebriakov. Y los mismo podríamos decir del resto de los personajes con excepción de Marina. Elena Andreevna no se aproxima a la idea de mujer joven bellísima de Chejov ni de lejos. Pero la máxima inadecuación corresponde a Sofía Alexandrovna (Sonia), que cuesta entender como campesina sacrificada y sobrina del tío Vania.


Antes de comenzar la representación, se escucha un comentario en ruso por megafonía... ¿Para crear una ambientación sociocultural rusa? Podrían haber recurrido a la ensaladilla rusa, los filetes rusos, los polvorones de la Estepa... como en el popular chascarrillo. Por desgracia, salvando el telón de fondo con textura visual de abedules y algún utensilio, apenas nada de lo que hay en el escenario nos remite a ese universo tan peculiar, dominado por el frío, por el agua y por los las estaciones desequilibradas.
La disposición de la sala, sobreelevando las butacas de la platea para crear un espacio escénico próximo al de los teatros griegos, incrementa la capacidad descriptiva de la mirada del espectador y esa circunstancia no beneficia el resultado porque devalúa perceptivamente a los actores, que se ofrecen con la escasa prestancia acentuada por un vestuario, a mi juicio, poco afortunado. Tampoco es muy afortunada la configuración del escenario cuadrangular, en el patio de butacas, rodeado de espectadores por tres lados, porque la concepción escenográfica casi siempre se ofrece frontalmente, para que adquiera entidad plástica el fondo de abedules.
Como de costumbre, el público aplaudió con fervor un espectáculo que, a mi juicio, estaría bien en el seno de una asociación cultural de pueblo de la España profunda. 

Quizás dentro de unos años, el señor Boadella se haga las preguntas del tío Vania... por haber sacrificado su talento a una empresa tan condicionada por la cuenta de resultados. Esperemos que no se deje arrastrar al caos por "El demonio de madera" o que no decida proponer una versión aún más barata como la de The Reduced Shakespeare Company, que prefigurando criterios liberales en tiempos de crisis, comprimió la obra de Chéjov en tres renglones.

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