Es una pequeña iglesia "descubierta" hace relativamente poco tiempo, cuando estaba a punto de perderse por completo. Lo que podemos ver en la actualidad es fruto de los trabajos arqueológicos y arquitectónicos publicados con la firma de Luis Caballero Zoreda y Fernando Sáez Lara.
Está en un paraje muy agradable, seguramente relacionado con cultos paganos, y se llega a ella desde Alcuéscar mediante un camino en estado irregular, que conduce a un aparcamiento amplio y bien acondicionado; junto a él existe un aula de interpretación con un montaje informativo bastante completo, al que sólo puedo poner una pega: los reflejos de las vitrinas, muy incómodos para realizar fotografías si hemos olvidado las lentes polarizadoras.
Es una iglesia de pequeñas dimensiones, que nos hace pensar en buena parte de las edificaciones prerrománicas peninsulares; aunque la concepción arquitectónica sea diferente, me recordó la diminuta capilla de Celanova. Los muros ofrecen aparejo irregular con sillares bien labrados, acaso procedentes de edificios de época romana o, incluso, anteriores; entre ellos destacan algunos con inscripciones dedicadas a Ataecina, divinidad de origen prerromano asimilado a Ceres y Proserpina.
Teniendo en cuenta el penoso estado de conservación, comprometidos, además, por obras de "reparación" y ampliación acometidas en diferentes momentos, quienes la dejaron en el estado actual debieron afrontar problemas similares a los planteados por otras iglesias de cronología y circunstancias parejas como San Fructuoso de Montelius (Braga) o San Cebrián de Mazote. Por fortuna, los criterios fueron más prudentes y el resultado final, aunque discutible (cualquier acabado lo hubiera sido) no es tan perturbador como el de las iglesias mencionadas, porque los "añadidos hipotéticos" están perfectamente marcados (tal vez exageradamente marcados), mediante cubiertas de chapa que otorgan al conjunto un aspecto "extraño".
Dejando a un lado cuestiones casi marginales como los arcos de descarga suprimidos tan vez con buen sentido, el factor de discordia está, obviamente, en la interpretación hecha de los tres "cimborrios" (no sé si es preciso el término en este caso), de cualidades discutibles tanto desde el punto de vitas constructivo como desde el arquitectónico. Si fueron concebidos para proporcionar más luz, acaso debieran haber incluido ventanas generosas en lugar de saeteras estrechas. Desde los testimonios aportados por edificios de cronología comparable a éste (estoy pensando en Santullano), también cabría la posibilidad de que existieran habitaciones altas que modificarían substancialmente la propuesta actual... Y aún podrían añadirse otras opciones, condicionadas por la imaginación de quien se ponga a pensar. Sea como fuere, el aspecto de las torrecillas desde el interior es tan desconcertante como la solución empleada para un caso comparable en San Fructuoso de Montelius,
Por el interior se aprecian estructuras sobredimensionadas, de concepción sencilla y abovedadas con arcos de herradura definidos mediante sillares bien labrados; seguramente, la iglesia estaría decorada mediante elementos marmóreos de los que apenas se conservan unos pocos fragmentos aparecidos en el curso de las excavaciones. Destacan los arcos de herradura, empleados con carácter de refuerzo, apoyados sobre columnas que, tal vez, en estado original, contaran con fustes de mármol y capiteles de talla más o menos virtuosa, en todo caso, de cualidades menos toscas que los bloques graníticos actuales. No se han conservado cimacios, aunque, a tenor del peculiar arranque de los arcos, pudieron haber sido empleados.
Desde el carácter de la planta, que la emparenta con San Juan de Baños, se entiende que algunos estudiosos la consideren "de época visigoda". Sin embargo, quienes firmaron la memoria de la excavación, proponen una cronología matizadamente diferente, puesto que sitúan su construcción hacia el año 750, es decir, en tiempos "mozárabes", en sintonía con lo que algunos llaman "arquitectura de resistencia". Según esos estudios, que se amparan en el análisis de la cerámica, de los tipos constructivos y de los restos epigráficos y ornamentales, la iglesia se abandonaría a mediados del siglo siguiente, es decir, hacia el año 850; desde ese momento, permaneció abandonada hasta el final de la Edad Media...
Los restos de ornamentación arquitectónica, resueltos mediante talla sumaria, reúnen motivos geométricos (perlados, arquillos, arcos seriados, etc) y elementos vegetales estilizados (roleos, tallos con zarcillos, palmas, etc) encajan bien dentro de los paradigmas "visigodos" o "de época visigoda"; pero como casi todos los conocidos, especialmente documentados en Mérida (Alcuéscar está a 40 kilómetros), aparecen descontextualizados, sin que exista posibilidad de adjudicarlos a un momento cultural concreto. Y en la actualidad, cuando no tenemos tanta "necesidad" de reforzar nuestras relaciones con "lo germánico", ha de ser considerada la posibilidad de que fueran realizados en relación con la difusión del cristianismo, momento que justificaría un impulso constructivo relevante, por supuesto, condicionado por las circunstancias históricas del Bajo Imperio; ellas ayudarían a entender la naturaleza estética y técnica de la una ornamentación arquitectónica caracterizada por lo sumario (tanto en lo técnico como en lo formal), la desaparición de los grandes talleres imperiales y por el uso de un repertorio derivado directamente del hispanorromano...
Me excuso por no reiterar consideraciones ya formuladas en otras entradas que, en este caso, estarían limitadas dado el escaso repertorio de restos y la carencia de materiales de fuerte caracterización cultural. Pero en todo caso, parece obligado relacionar construcciones de este tipo, sobre todo, si contienen elementos reutilizados con la difusión del cristianismo a partir de mediados del siglo IV, cuando en tiempos de Constancio II se prohibieron los cultos paganos y, en consecuencia, comenzaron a emplearse los templos romanos y otros restos de culto (aras, etc.), como canteras para las necesidades rituales de una religión nueva...
Sintetizando...
Si este blog estuviera sujeto a los principios del rigor metodológico, clasificar los restos recompuestos de Santa Lucía del Trampal sería fácil, casi obvio; con remitirse al "estado actual de los conocimientos", el asunto quedaría resuelto: se trata de una iglesia construida mediados del siglo VIII. Por suerte o por desgracia este blog tiene una decidida inclinación heterodoxa y desde ella la cuestión, en términos de probabilidad, se complica también en este caso.
Desde el respeto y la confianza que me infunde el equipo que realizó la excavación de Santa Lucía del Trampal, me siento profundamente desconcertado ante unas conclusiones tan diferentes a las que derivan del estudio a trazo grueso de la ornamentación arquitectónica y de la propia edificación. Reconozco que, como en el caso de Melque, me desconcierta "la recuperación matizada" de las "hipótesis mozárabes" a partir de argumentos menos contundentes que los derivados de las transformaciones históricas asociadas a los cambios institucionales. Es obvio que los cambios institucionales no son demasiado relevantes para entender la dinámica histórica global, pero sí para explicar los fenómenos derivados de la propia naturaleza de las instituciones; y ese suele ser el caso de la arquitectura promovida por ellas. Imaginar que un edificio cristiano fue construido a mediados del siglo VIII, cuando estaba en marcha un proceso de islamización que se asentó en toda la península Ibérica rápidamente, para ser abandonado cien años después, parece una tesis demasiado forzada, incluso aunque la avalen multitud de "indicios". Y si entre esos indicios hay algunos que, como el arco de herradura, la cerámica común, los "relieves de época visigoda" o las tipología de los aparejos, ofrecen dudas, todo se complica.
En suma, desde las tesis planteadas varias veces en este blog, de nuevo me atrevo a plantear la posibilidad de que, también aquí estemos ante una edificación realizada mucho antes de lo indicado, en relación con la implantación del cristianismo en la Lusitania, en un momento no muy alejado del año 400, por supuesto, al margen de cualquier iniciativa visigoda, en el supuesto de que, incluso, fuera elevada cuando las tropas germánicas ya habían entrado en la Península.
Está en un paraje muy agradable, seguramente relacionado con cultos paganos, y se llega a ella desde Alcuéscar mediante un camino en estado irregular, que conduce a un aparcamiento amplio y bien acondicionado; junto a él existe un aula de interpretación con un montaje informativo bastante completo, al que sólo puedo poner una pega: los reflejos de las vitrinas, muy incómodos para realizar fotografías si hemos olvidado las lentes polarizadoras.
Es una iglesia de pequeñas dimensiones, que nos hace pensar en buena parte de las edificaciones prerrománicas peninsulares; aunque la concepción arquitectónica sea diferente, me recordó la diminuta capilla de Celanova. Los muros ofrecen aparejo irregular con sillares bien labrados, acaso procedentes de edificios de época romana o, incluso, anteriores; entre ellos destacan algunos con inscripciones dedicadas a Ataecina, divinidad de origen prerromano asimilado a Ceres y Proserpina.
Teniendo en cuenta el penoso estado de conservación, comprometidos, además, por obras de "reparación" y ampliación acometidas en diferentes momentos, quienes la dejaron en el estado actual debieron afrontar problemas similares a los planteados por otras iglesias de cronología y circunstancias parejas como San Fructuoso de Montelius (Braga) o San Cebrián de Mazote. Por fortuna, los criterios fueron más prudentes y el resultado final, aunque discutible (cualquier acabado lo hubiera sido) no es tan perturbador como el de las iglesias mencionadas, porque los "añadidos hipotéticos" están perfectamente marcados (tal vez exageradamente marcados), mediante cubiertas de chapa que otorgan al conjunto un aspecto "extraño".
Plano Caballero y Sáez |
Por el interior se aprecian estructuras sobredimensionadas, de concepción sencilla y abovedadas con arcos de herradura definidos mediante sillares bien labrados; seguramente, la iglesia estaría decorada mediante elementos marmóreos de los que apenas se conservan unos pocos fragmentos aparecidos en el curso de las excavaciones. Destacan los arcos de herradura, empleados con carácter de refuerzo, apoyados sobre columnas que, tal vez, en estado original, contaran con fustes de mármol y capiteles de talla más o menos virtuosa, en todo caso, de cualidades menos toscas que los bloques graníticos actuales. No se han conservado cimacios, aunque, a tenor del peculiar arranque de los arcos, pudieron haber sido empleados.
Desde el carácter de la planta, que la emparenta con San Juan de Baños, se entiende que algunos estudiosos la consideren "de época visigoda". Sin embargo, quienes firmaron la memoria de la excavación, proponen una cronología matizadamente diferente, puesto que sitúan su construcción hacia el año 750, es decir, en tiempos "mozárabes", en sintonía con lo que algunos llaman "arquitectura de resistencia". Según esos estudios, que se amparan en el análisis de la cerámica, de los tipos constructivos y de los restos epigráficos y ornamentales, la iglesia se abandonaría a mediados del siglo siguiente, es decir, hacia el año 850; desde ese momento, permaneció abandonada hasta el final de la Edad Media...
Los restos de ornamentación arquitectónica, resueltos mediante talla sumaria, reúnen motivos geométricos (perlados, arquillos, arcos seriados, etc) y elementos vegetales estilizados (roleos, tallos con zarcillos, palmas, etc) encajan bien dentro de los paradigmas "visigodos" o "de época visigoda"; pero como casi todos los conocidos, especialmente documentados en Mérida (Alcuéscar está a 40 kilómetros), aparecen descontextualizados, sin que exista posibilidad de adjudicarlos a un momento cultural concreto. Y en la actualidad, cuando no tenemos tanta "necesidad" de reforzar nuestras relaciones con "lo germánico", ha de ser considerada la posibilidad de que fueran realizados en relación con la difusión del cristianismo, momento que justificaría un impulso constructivo relevante, por supuesto, condicionado por las circunstancias históricas del Bajo Imperio; ellas ayudarían a entender la naturaleza estética y técnica de la una ornamentación arquitectónica caracterizada por lo sumario (tanto en lo técnico como en lo formal), la desaparición de los grandes talleres imperiales y por el uso de un repertorio derivado directamente del hispanorromano...
Me excuso por no reiterar consideraciones ya formuladas en otras entradas que, en este caso, estarían limitadas dado el escaso repertorio de restos y la carencia de materiales de fuerte caracterización cultural. Pero en todo caso, parece obligado relacionar construcciones de este tipo, sobre todo, si contienen elementos reutilizados con la difusión del cristianismo a partir de mediados del siglo IV, cuando en tiempos de Constancio II se prohibieron los cultos paganos y, en consecuencia, comenzaron a emplearse los templos romanos y otros restos de culto (aras, etc.), como canteras para las necesidades rituales de una religión nueva...
Sintetizando...
Si este blog estuviera sujeto a los principios del rigor metodológico, clasificar los restos recompuestos de Santa Lucía del Trampal sería fácil, casi obvio; con remitirse al "estado actual de los conocimientos", el asunto quedaría resuelto: se trata de una iglesia construida mediados del siglo VIII. Por suerte o por desgracia este blog tiene una decidida inclinación heterodoxa y desde ella la cuestión, en términos de probabilidad, se complica también en este caso.
Desde el respeto y la confianza que me infunde el equipo que realizó la excavación de Santa Lucía del Trampal, me siento profundamente desconcertado ante unas conclusiones tan diferentes a las que derivan del estudio a trazo grueso de la ornamentación arquitectónica y de la propia edificación. Reconozco que, como en el caso de Melque, me desconcierta "la recuperación matizada" de las "hipótesis mozárabes" a partir de argumentos menos contundentes que los derivados de las transformaciones históricas asociadas a los cambios institucionales. Es obvio que los cambios institucionales no son demasiado relevantes para entender la dinámica histórica global, pero sí para explicar los fenómenos derivados de la propia naturaleza de las instituciones; y ese suele ser el caso de la arquitectura promovida por ellas. Imaginar que un edificio cristiano fue construido a mediados del siglo VIII, cuando estaba en marcha un proceso de islamización que se asentó en toda la península Ibérica rápidamente, para ser abandonado cien años después, parece una tesis demasiado forzada, incluso aunque la avalen multitud de "indicios". Y si entre esos indicios hay algunos que, como el arco de herradura, la cerámica común, los "relieves de época visigoda" o las tipología de los aparejos, ofrecen dudas, todo se complica.
En suma, desde las tesis planteadas varias veces en este blog, de nuevo me atrevo a plantear la posibilidad de que, también aquí estemos ante una edificación realizada mucho antes de lo indicado, en relación con la implantación del cristianismo en la Lusitania, en un momento no muy alejado del año 400, por supuesto, al margen de cualquier iniciativa visigoda, en el supuesto de que, incluso, fuera elevada cuando las tropas germánicas ya habían entrado en la Península.
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