Poco queda de uno de los monasterios cistercienses más relevantes de los tiempos medievales. Y lo poco que resta no parece recavar demasiado respeto ni de las autoridades políticas, que lo sometieron a un cambalache esperpéntico, ni de quienes se encargaron de su consolidación y ¿restauración? para sacarlo de la "lista roja". Pocos edificios históricos habrán padecido mayor desatino en asuntos de consideración histórico-artística. Dice el manual del buen restaurador que toda acción "moderna" debe procurar que el observador no confunda lo original con lo reconstruido. En este caso, esa diferencia está demasiado clara, exageradamente nítida, insultantemente diáfana. Ignoro lo que pretendía quien firmó el proyecto, pero está claro lo conseguido: uno de los proyectos más aberrantes de restauración arquitectónica que conozco, buen ejemplo para desvirtuar el viejo juicio de que la arquitectura medieval era "arte de bárbaros" o para refutar la idea de que el barbarismo finalizó con la divulgación de las obras de Erasmo de Rotterdam...
Enfatizar esa diferencia no es incompatible con, cuando menos, recuperar "la esencialidad espacial" de la construcción original que, como es frecuente en edificios de este tipo, suelen haber padecido alteraciones de naturaleza diversa y no siempre afortunadas desde el punto de vista arquitectónico. De todas formas, juzgue el lector a partir de la imagen adjunta, que registra la peculiar manera de interpretar la "idea" de un capitel en contexto arquitectónico cisterciense. Desde soluciones como ésta se comprende que sean numerosos quienes traducen mal aquello de la "Brutalist architecture"... Y es que emplear con tino el hormigón visto requiere tanta maestría arquitectónica como en cine, manejar los grandes angulares.
Entiendo que el monasterio de Monsalud clama una intervención radical, que suprima errores del pasado y lo convierta en un lugar donde se nos muestre cómo la Historia se materializa entre piedras, cales y ladrillos... Aunque, bien mirado, a lo mejor no es mala idea conservarlo en su estado inicial para dejar constancia de lo que no se debe hacer en el complejo universo de la restauración arquitectónica.
En otro orden de cosas, me gustaría destacar que en el interior de este edificio, documentado a partir de la segunda mitad del siglo XII, existe una hornacina mudéjar que, hace años, fue analizada con cierto detalle por Basilio Pavón Maldonado, y cuyas cualidades merecen un breve comentario. Obviada la naturaleza mudéjar de los rosetones y las arquerías laterales, destacan los cuatro capitelillos que conforman una estructura arquitectónica en miniatura, que hace pensar en modelos grecolatinos reiterados en época califal. Sin embargo es curioso que para concretar esa variedad ornamental, el tallista no recurriera a fórmulas específicamente islámicas o, mejor dicho, califales o "tardocalifales" (por decirlo de algún modo sin meterme en camisa de once varas), como suele ser común entre lo que ha llegado a nuestros días.
Desde ese detalle es tentador deducir la posibilidad de que este elemento fuera realizado a partir de un objeto de filiación tardoantigua, bien imitándolo o bien retallándolo; eso es lo que, a mi juicio, implica la naturaleza de los capitelillos angulares, tan próximos a los empleados en la ornamentación arquitectónica de los sarcófagos llamados "paleocristianos"y, por supuesto, a fórmulas de tiempos bizantinos recogidas en este blog (Narbona). Es interesante advertir la diferente manera de interpretar los capiteles, según la posición: los exteriores son netamente bizantinos (cuatro hojas angulares palmiformes y volutas en V) mientras que los interiores parecen aludir a fórmulas más evolucionadas (misma estructura pero con hojas lisas). A destacar la peculiar manera de interpretar el conjunto axial, enfatizando el elementos que "sostiene" la cartela del ábaco y que tanto desarrollo tiene en los capiteles bizantinos.
En todo caso, estas circunstancias no deberían sorprendernos demasiado en un contexto cultural mudéjar porque, al menos desde tiempos califales, es lugar común que los artífices musulmanes repitan o reinterpreten las fórmulas más comunes del repertorio ornamental grecolatino. Y a propósito de este caso concreto, debemos tomar en consideración que en Córdoba (mezquita mayor y otros lugares) y Sevilla han aparecido unos cuantos capiteles de esa modalidad, seguramente realizados en los alrededores del año 500. Los de Sevilla, repartidos entre la Giralda y el Alcázar, muy probablemente serían trasladas tras el expolio de las ciudades palatinas cordobesas.
Sea como fuere, este detalle ornamental, que acaso requiera un estudio más detallado, al menos para contrastar si existe reutilización de algunos elementos, estaría informando de fenómenos culturales que, a pesar de los prejuicios arraigados durante el tercer cuarto del siglo pasado, no deberían extrañarnos demasiado...
Enfatizar esa diferencia no es incompatible con, cuando menos, recuperar "la esencialidad espacial" de la construcción original que, como es frecuente en edificios de este tipo, suelen haber padecido alteraciones de naturaleza diversa y no siempre afortunadas desde el punto de vista arquitectónico. De todas formas, juzgue el lector a partir de la imagen adjunta, que registra la peculiar manera de interpretar la "idea" de un capitel en contexto arquitectónico cisterciense. Desde soluciones como ésta se comprende que sean numerosos quienes traducen mal aquello de la "Brutalist architecture"... Y es que emplear con tino el hormigón visto requiere tanta maestría arquitectónica como en cine, manejar los grandes angulares.
Entiendo que el monasterio de Monsalud clama una intervención radical, que suprima errores del pasado y lo convierta en un lugar donde se nos muestre cómo la Historia se materializa entre piedras, cales y ladrillos... Aunque, bien mirado, a lo mejor no es mala idea conservarlo en su estado inicial para dejar constancia de lo que no se debe hacer en el complejo universo de la restauración arquitectónica.
En otro orden de cosas, me gustaría destacar que en el interior de este edificio, documentado a partir de la segunda mitad del siglo XII, existe una hornacina mudéjar que, hace años, fue analizada con cierto detalle por Basilio Pavón Maldonado, y cuyas cualidades merecen un breve comentario. Obviada la naturaleza mudéjar de los rosetones y las arquerías laterales, destacan los cuatro capitelillos que conforman una estructura arquitectónica en miniatura, que hace pensar en modelos grecolatinos reiterados en época califal. Sin embargo es curioso que para concretar esa variedad ornamental, el tallista no recurriera a fórmulas específicamente islámicas o, mejor dicho, califales o "tardocalifales" (por decirlo de algún modo sin meterme en camisa de once varas), como suele ser común entre lo que ha llegado a nuestros días.
Desde ese detalle es tentador deducir la posibilidad de que este elemento fuera realizado a partir de un objeto de filiación tardoantigua, bien imitándolo o bien retallándolo; eso es lo que, a mi juicio, implica la naturaleza de los capitelillos angulares, tan próximos a los empleados en la ornamentación arquitectónica de los sarcófagos llamados "paleocristianos"y, por supuesto, a fórmulas de tiempos bizantinos recogidas en este blog (Narbona). Es interesante advertir la diferente manera de interpretar los capiteles, según la posición: los exteriores son netamente bizantinos (cuatro hojas angulares palmiformes y volutas en V) mientras que los interiores parecen aludir a fórmulas más evolucionadas (misma estructura pero con hojas lisas). A destacar la peculiar manera de interpretar el conjunto axial, enfatizando el elementos que "sostiene" la cartela del ábaco y que tanto desarrollo tiene en los capiteles bizantinos.
En todo caso, estas circunstancias no deberían sorprendernos demasiado en un contexto cultural mudéjar porque, al menos desde tiempos califales, es lugar común que los artífices musulmanes repitan o reinterpreten las fórmulas más comunes del repertorio ornamental grecolatino. Y a propósito de este caso concreto, debemos tomar en consideración que en Córdoba (mezquita mayor y otros lugares) y Sevilla han aparecido unos cuantos capiteles de esa modalidad, seguramente realizados en los alrededores del año 500. Los de Sevilla, repartidos entre la Giralda y el Alcázar, muy probablemente serían trasladas tras el expolio de las ciudades palatinas cordobesas.
Sea como fuere, este detalle ornamental, que acaso requiera un estudio más detallado, al menos para contrastar si existe reutilización de algunos elementos, estaría informando de fenómenos culturales que, a pesar de los prejuicios arraigados durante el tercer cuarto del siglo pasado, no deberían extrañarnos demasiado...
CORC07 Córdoba |
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