Por fin... Asumida la penitencia, he podido saludar a las viejas amigas del siglo XIX, que echaba en falta desde hace tiempo. La condesa de Vilches estaba tan rumbosa como la recordaba o, tal vez, aún más joven; la mujer saliendo del baño, de Rosales, tan húmeda y turgente como siempre; el general Torrijos y doña Juana, atribulados como de costumbre...
También deseaba contemplar con calma la ampliación (el “Edificio Jerónimos”)... en funcionamiento. El claustro ha quedado “mono”, perfectamente armonizado, la galería de las escaleras mecánicas está bien; la cafetería ha quedado francamente bien; el espacio de la librería me parece escaso; los aseos son “chulos”. La tarima de las salas debe ser carísima...
Aparcadas las lisonjas, que dejo para chupópteros y profesionales de las subvenciones, me han surgido algunas dudas... Sabemos que el diseño arquitectónico es de don Rafael Moneo, que habrá sido asesorado por alguien: ¿por especialistas en técnica museística o por escenógrafos? ¿O sencillamente, ha trabajado al dictado de su “cremáster”, aprovechando la experiencia obtenida en otros proyectos museísticos (Mérida, Estocolmo)?
El color de las paredes... Sabiendo que el sistema visual humano arroja sobre un objeto cualquiera los valores del color complementario del entorno, ¿qué sentido tiene colorear en rojo o azul la pared de un museo?; ¿la espectacularidad?; ¿obtener hermosas fotografías el día de la inauguración?; ¿cachondearse de los espectadores?
La organización de las nuevas salas es tan poco diáfana que seguramente será difícil vigilarlas con eficacia, sobre todo la del hueco de luces que llega hasta el claustro. Observé que el vigilante del General Torrijos se movía frenéticamente, como detective de película americana, de un lado a otro, para mantener controlada la situación mientras unas jóvenes japonesas con pelos de colores se escondían para fotografiarse con los dedos definiendo una V...
Seis taquillas para atender a todos los visitantes, que deben esperar en el exterior, aguantando las inclemencias el tiempo... ¿No se le ha ocurrido a nadie que sería más razonable permitir que el público espere turno para conseguir la entrada bajo techo y en área climatizada? ¿A quienes han diseñado el museo o han definido la memoria de condiciones les preocupa el confort de las personas o sólo pensaban en la seguridad de las obras?
Los arcos de seguridad... ¿No se podrían haber puesto unos pocos más para agilizar el paso? ¿Qué sentido tiene imponer a los visitantes la penuria de una segunda cola?
El precio de la entrada ¿6 euros? Viendo las colas, creo razonable subir el precio sin contemplaciones, hasta conseguir la armonía entre la oferta y la demanda. Y conociendo lo que cobran por ver la exposición de Londres o por entrar al de la cera de enfrente, propongo cobrar 50 € ¡Qué menos!
Se me ocurrió preguntar por un viejo amigo: el autorretrato de Antón Raphael Mengs... Creo que es uno de los mejores retratos del siglo XVIII. Me respondieron que está en lugar seguro, al abrigo de miradas oscuras y curiosas... Por lo menos no le hacen soportar las colas...
Volveré otro día al Museo de la Penitencia y volveré a preguntar por Antón...
También deseaba contemplar con calma la ampliación (el “Edificio Jerónimos”)... en funcionamiento. El claustro ha quedado “mono”, perfectamente armonizado, la galería de las escaleras mecánicas está bien; la cafetería ha quedado francamente bien; el espacio de la librería me parece escaso; los aseos son “chulos”. La tarima de las salas debe ser carísima...
Aparcadas las lisonjas, que dejo para chupópteros y profesionales de las subvenciones, me han surgido algunas dudas... Sabemos que el diseño arquitectónico es de don Rafael Moneo, que habrá sido asesorado por alguien: ¿por especialistas en técnica museística o por escenógrafos? ¿O sencillamente, ha trabajado al dictado de su “cremáster”, aprovechando la experiencia obtenida en otros proyectos museísticos (Mérida, Estocolmo)?
El color de las paredes... Sabiendo que el sistema visual humano arroja sobre un objeto cualquiera los valores del color complementario del entorno, ¿qué sentido tiene colorear en rojo o azul la pared de un museo?; ¿la espectacularidad?; ¿obtener hermosas fotografías el día de la inauguración?; ¿cachondearse de los espectadores?
La organización de las nuevas salas es tan poco diáfana que seguramente será difícil vigilarlas con eficacia, sobre todo la del hueco de luces que llega hasta el claustro. Observé que el vigilante del General Torrijos se movía frenéticamente, como detective de película americana, de un lado a otro, para mantener controlada la situación mientras unas jóvenes japonesas con pelos de colores se escondían para fotografiarse con los dedos definiendo una V...
Seis taquillas para atender a todos los visitantes, que deben esperar en el exterior, aguantando las inclemencias el tiempo... ¿No se le ha ocurrido a nadie que sería más razonable permitir que el público espere turno para conseguir la entrada bajo techo y en área climatizada? ¿A quienes han diseñado el museo o han definido la memoria de condiciones les preocupa el confort de las personas o sólo pensaban en la seguridad de las obras?
Los arcos de seguridad... ¿No se podrían haber puesto unos pocos más para agilizar el paso? ¿Qué sentido tiene imponer a los visitantes la penuria de una segunda cola?
El precio de la entrada ¿6 euros? Viendo las colas, creo razonable subir el precio sin contemplaciones, hasta conseguir la armonía entre la oferta y la demanda. Y conociendo lo que cobran por ver la exposición de Londres o por entrar al de la cera de enfrente, propongo cobrar 50 € ¡Qué menos!
Se me ocurrió preguntar por un viejo amigo: el autorretrato de Antón Raphael Mengs... Creo que es uno de los mejores retratos del siglo XVIII. Me respondieron que está en lugar seguro, al abrigo de miradas oscuras y curiosas... Por lo menos no le hacen soportar las colas...
Volveré otro día al Museo de la Penitencia y volveré a preguntar por Antón...
¿que hace ese Ingres ahí? ¿está?... ¿hay más?
ResponderEliminarJe, je, je.... ¡Cuánta perversidad! Federico es sorprendente en ese sentido, aunque no incorpora las famosas "deformaciones" del francés (al menos, de modo tan acusado). Algo se le "pegaría" mientras trabajaba en el mismísimo estudio de Ingres...
ResponderEliminarLa cosa tiene "su gracia" porque desde que se cerró El Casón es casi imposible ver la pintura española del siglo XIX, que para algunos es testimonio lacerante de nuestra marginalidad cultural. El "zeitgeist" hispano de finales del siglo XIX y principios del XX es incompatible con la voluntad de modernidad que se instaló en España a partir de 1945, cuando Franco "comprendió" la diferencia que había entre "lo bueno" y "lo malo". Y casi toda la "crítica especializada" se sumó fervorosamente a esa línea... ¡Hasta lo predicaba Roland Barthes! El arte académico era, simple y llanamente, arte de fascistas. Y así hasta hoy: en los ambientes de la historia del arte contemporáneo está muy mal visto expresar afición por la pintura del XIX, ¡Vade retro, Satanás! En consecuencia, sólo los más reaccionarios demandarán un espectáculo tan "decadente", aunque entre los pintores del XIX estén algunos de los mejores pintores-pintores de la historia del arte español. Y, desde luego, uno de los más interesantes es Federico de Madrazo y Kuntz, de quien existe una importantísima colección de pinturas que yo no he podido ver completa jamás.
ResponderEliminarLeches... ya me extrañaba a mí. No es que conozca toda la obra de Ingres, pero casi, juassss.
ResponderEliminarY ese no me sonaba, pero... ese azul del traje y ese color en la piel, así, de lejos...
Voy a tener que ir a la ampliación ya mismo...
Lo de la ampliación trae cola... tras tantos años de cambios, retrasos y reajustes, la obra ha quedado como algo definible como un cúmulo de despropósitos. ¡Y viva el XIX, joder!
ResponderEliminar-AES-